“Al crecer fui dándome cuenta de que la culpa no era mía”
En vez de pronunciarme explícitamente respecto del acoso callejero, he preferido contar una experiencia que, cuando escucho sobre el tema, se me viene a la mente. En cierto modo me da energías para seguir rechazando estas prácticas pero, al mismo tiempo, sigo reviviendo las sensaciones de miedo.
Fue un viernes después de clases, hacía mucho calor – yo vivía en Iquique y esto creo que sucedió en primavera – así que llegué a mi casa y me puse ropa más cómoda. Recuerdo que me puse unos shorts que me llegaban unos cuatro dedos sobre la rodilla, unas ballerinas y una polera roja con escote que me encantaba. Quise ponerme a estudiar álgebra durante el fin de semana y había dejado mi cuaderno en el casillero del colegio, como éste quedaba a unas dos cuadras decidí ir a buscarlo. Puse mi celular en mi bolsillo trasero, tomé las llaves y salí de mi casa aproximadamente a las cuatro y media. Tenía que bajar una calle para llegar al colegio y cuando iba en la mitad del trayecto, levanto la vista del suelo porque escucho una respiración muy agitada que se acercaba. Era un tipo joven, de unos 23 años que imaginé venía de trabajar o algo así, andaba con ropa deportiva y llevaba un jockey (rojo creo) al levantar la vista me encontré con su mirada. Tenía los ojos café claro y me miró fijamente, yo lo miré un segundo y bajé la vista. Pasó a mi lado, siguió subiendo la calle y yo continué bajando. Llegué a mi colegio, saqué mi cuaderno de álgebra y de hecho, me di el tiempo de saludar a algunos profes, al inspector, conversé algunos breves minutos con ellos y luego volví. Cada profesor que me veía subir la calle para ir a mi casa me pedía que tuviera cuidado, se sabía que los barrios en los que yo vivía no eran muy buenos, pero yo estaba acostumbrada y nunca me había pasado nada (además no tenía otra opción).
Así estaba ya a una cuadra de mi casa, abrazaba mi cuaderno y tenía las llaves “enganchadas” en el short. Llegué a la esquina y veo que el mismo tipo que había visto al bajar ahora iba a cruzar la misma calle que yo, pero él se dirigía a la izquierda y yo hacia arriba. Nos encontramos en el paso de cebra y yo no lo miré, sólo vi de reojo el gesto que me hizo para que pasara. Lo hice sin pensar mucho y al dar dos pasos frente a él me agarra con un brazo por el cuello y con la otra mano empieza a tocarme los shorts. Pensé que quería robarme y como no tenía nada, saqué rápidamente el celular de mi bolsillo y le dije “toma, ándate” y no me lo recibió, no era eso lo que quería. Sentí sus manos tocando mi trasero y mis pechos. No entendí lo que estaba pasando en ese momento y tampoco sé cuánto duró. Lo siguiente que recuerdo es que llegó un vecino, yo no lo conocía pero sí sabía que vivía a dos casas del lugar. Él le gritó algo a este tipo y él salió corriendo, yo lo miré una última vez y recuerdo sus zapatillas blancas deportivas correr hacia los pasajes que quedaban muy cerca de mi casa. El vecino también era un tipo joven, colombiano, más o menos de la misma edad. Recuerdo mirar al piso y ver mi cuaderno muy lejos en el piso, miré rápidamente al vecino y él decía algo como “malditos, siempre están por acá estos hijos de puta”. Sentí que me miró e intentando poner su mano sobre mi hombro me dice “¿estás bien?” antes de que pudiera terminar la frase y tocarme yo tomé mi cuaderno y me fui rápido, pero sin correr, tampoco le dije nada a él. Llegué a mi casa y no podía abrir la reja porque mis manos temblaban mucho, entré y tiré el cuaderno en la cama, caminé nerviosamente en círculos y decidí contarle a mi hermano que era el único en la casa a esa hora. Fui y con la voz más que cortada intenté decirle, él me dijo que intentara dormir y creo que nunca le había escuchado un tono de voz como el que usó ese día.
Obviamente no pude dormir, me saqué rápidamente la ropa que tenía. Dejé los shorts en el fondo de mi clóset, donde no pudiera verlos y no recuerdo qué hice con la polera, pero pasado el tiempo la busqué muchas veces y nunca la encontré, seguramente la boté o la rompí. Me duché y mientras intentaba dormir me sentía culpable, odiaba la ropa que usé, pensé que yo lo había provocado. Sonaba la voz de las mujeres de mi familia que me decían que nunca saliera sola de la casa, las desobedecí pero ¿quién iba a pensar que podía pasarme algo a plena luz del día y a una cuadra de mi casa? No pude dormir y llamé a mi papá,. A la hora, estaba toda mi familia en la casa y cuando vi llorar a mi mamá, yo también lo hice. Llamaron a los carabineros, me llevaron a la posta para “constatar lesiones” (esto era necesario para poder dejar la constancia). Me hicieron repetir el relato una y otra vez, recordar cada detalle del tipo y – lo peor de todo – tenía contar con demasiados detalles los qué, cómo y dónde. En la posta me inyectaron un relajante muscular porque me vieron muy mal y con eso pude dormir.
Al día siguiente no fui al colegio y cuando fui a justificar la ausencia con mi papá, lo que me repitieron fue “nunca tenías que haberte ido sola por ahí”, “siempre nos dio miedo que te fueras caminando”, etc. Esto, complementado a mi sentimiento de culpa. Me creía culpable por usar ropa tan ajustada, porque creí que era ropa provocativa, no sé. Lo peor de los meses que siguieron es que tenía que volver todos los días a mi casa por el mismo camino y cada vez que alguien pasaba a mi lado sentía una sensación de adrenalina, se me apretaba el estómago, sudaba y más de una vez me encontré a punto de golpear a los hombres que pasaban a mi lado, no lo pensaba, sólo reaccionaba porque pensaba que iban a tomarme por la espalda de nuevo. Veía en cada hombre que pasaba a mi lado los ojos de este tipo, que nunca más pude olvidar a diferencia del resto de sus rasgos.
Los datos temporales que expuse puede que sean algo errados, ya que por alguna razón quise sólo olvidar todo lo que pasó y las cosas que recuerdo son porque las anoté en su tiempo para descargarme, pero nunca escribí fechas. Esto sucedió cuando iba en octavo o primero medio, ahora tengo 19 años y al crecer fui dándome cuenta de que la culpa no era mía, que era de este tipo por pensarme sólo como un cuerpo al que puede ir y agarrar porque quiere y que no tenía por qué dejar de hacer mi vida por su culpa (pese a que sí tengo muchísimas restricciones). Sin embargo, algunas veces sigo sintiendo todo el miedo que viví en ese momento y no puedo dejar de mirar con asco y rabia a los hombres que me ven con otros ojos (porque sí, se les nota).