“Mi primera reacción fue minimizar todo, contarlo con risas, entre bromas”
Salí de fiesta con mis amigos de la universidad un día de semana. Me quise devolver a mi casa casa entre 00:00 y 01:00 horas, pedí un Uber y me canceló el recorrido. Por eso, caminé a tomar colectivo como a dos cuadras de distancia de donde estaban mis amigos.
Mientras esperaba colectivo se acercaron dos hombres como de mi misma edad. Uno de ellos se acercó a mi oído y me dijo piropos tipo “mijita rica”, “guachita, qué no le haría”, etc. Me enojé mucho y le respondí “aléjate ctm”. Mientras me alejaba evitando mirarlo, me empujó por la espalda y caí al suelo. Me empezó a golpear y a presionar la cara y el cuerpo contra el pavimento diciendo “te voy a enterrar la cuchilla”. El otro hombre que andaba con él le decía que se calmara, pero seguía pegándome. Yo no podía creer que me estuviera golpeando, sentía mucha rabia y le decía: “¡entiérrame el cuchillo po, me pegai por la espalda!”.
Un colectivero se dio cuenta de lo que estaba pasando y tiró el auto encima. El tipo se corrió y yo atiné a subirme rápidamente al colectivo. El colectivero me dejó en la puerta de mi casa. No conversamos en el camino. Tenía la cara hinchada con marcas y la mano sangrando. Estuve toda una semana en reposo, con medicamentos y haciéndome curaciones en las heridas. Quedé con nariz hinchada, moreteada, dolor de espalda, costillas, rodillas y manos.
No denuncié, nadie me dijo que debía hacerlo, al contrario, cuestionaban por qué estaba a esa hora esperando colectivo, cuestionaban mi reacción al ser agredida, que no recordara su cara, me cuestionaban a mí y nadie me llevó a denunciar. Me arrepiento de no haberlo hecho. Mi primera reacción fue minimizar todo, contarlo con risas, entre bromas. Me costó entender la gravedad de lo que pasó. Hasta el día de hoy tengo el reflejo de asustarme cuando alguien se acerca mucho en la calle.