“A él le gustaba mirar, pero no ser mirado. El cazador se vio cazado”

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    Iba en Metro y sentado al frente había un tipo de unos 50 años. En primera instancia, no me llamó la atención, pero de pronto noté que se puso a mirar descarada y prolongadamente el trasero de una mujer que se bajó en la estación. Hasta se inclinó por la puerta y luego por la ventana para seguir mirándola. Me dio rabia, no avalo el acoso callejero en ninguna de sus formas y sentí que debía hacer algo. Él se dio cuenta de que lo miré con reprobación y noté que le incomodó. Por eso quise probar algo y lo seguí mirando, fijamente y con cara de pocos amigos.

    Evito mirar fijo a la gente. Me incomoda y lo encuentro de mala educación. Hasta violento, pero quise darle a este tipo una dosis de su propia medicina. Así que lo miré, mucho, fijo, enojada e insistente. Lo maravilloso fue que el tipo se sintió incómodo, se movía en su asiento, desviaba la vista, miraba de reojo. Hasta que no aguantó más y se paró, dándome la espalda y volteándose de vez en cuando para comprobar que yo seguía ahí, invisible y fastidiosa. Por supuesto, no desistí en mi experimento y por dentro reía por lo que estaba pasando. A él le gustaba mirar, pero no ser mirado. El cazador se vio cazado. Cuando nos bajamos en la combinación, lo perdí de vista. Espero que mi intento de educación pasiva-agresiva haya servido para que el tipo se ponga en los zapatos de las mujeres que acosa. En cuanto a mí, salí sonriendo del Metro, sintiendo que ante el acoso callejero tod@s podemos hacer algo.