Observatorio contra el Acoso Callejero Chile

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Somos primera organización sin fines de lucro que busca combatir el acoso sexual callejero en Chile. Nuestro objetivo es visibilizar este problema como forma de violencia de género y generar transformaciones culturales, educativos y legales para erradicar esta práctica.

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    Escribo porque quiero contar una situación que me sucedió. Aún estoy choqueada y la verdad es que mis amigas me aconsejaron escribirles a ustedes con el fin de relatar la experiencia y para que este tipo de cosas se sepan y se eviten en el futuro.

    Alrededor de las 21.30 horas, fuimos con mi marido al Jumbo de Bilbao. Al hacer las compras de la semana nos dividimos, y mientras yo estaba en el pasillo de productos sin gluten y vegetarianos, un sujeto de unos 55 años se me acercó y me dijo algo subido de tono. Le dije que me respetara, que no porque él me veía joven y sola, tenía derecho a decirme algo.  Y él respondió: “Ay, me tocó una argentina, ustedes son las más chúcaras; igual estai rica”. Le dije que era chilena y que, independiente de eso, merecía respeto. También agregué: “¿O acaso porque me veo chica tú crees que tienes algún derecho a decirme algo o tratar de sobrepasarte?”. La cosa se puso álgida y le pegué un grito a mi marido para que fuera a buscar a un guardia. El sujeto empezó a insultarme y se movió hacia el final del pasillo donde estaban las cajas. Le dije que si tenía la valentía de sobrepasarse al verme sola, entonces que esperara a los guardias.

    Llegó mi marido, que no encontró guardia, y el hombre (que estaba en claro estado de ebriedad y comprando más alcohol) le dijo: “Oye viejo, controla a tu polola”. Mi marido lo increpó y empezaron a discutir, en ese momento un tercer sujeto (no sé de dónde salió) tomó al borracho y lo empujó. Mi marido me tiró hacia atrás y el borracho arremetió contra este tercer hombre, el cual le pegó un combo y lo hizo caer de bruces al suelo. Aparecieron los guardias, y el tipo ebrio se descontroló y empezó a gritarme. Los guardias estaban presentes y no hicieron nada. la gente solo estaba mirando y dando fe de que él me había violentado, hasta que de repente el tipo se trató de abalanzar y lo tomaron los guardias. Mi marido me dijo que mejor nos moviéramos, ya que no valía la pena. Los guardias de seguridad se quedaron en la caja con él para que fuera a pagar todo el alcohol que llevaba en el carro. Nos dimos varias vueltas para no toparnos con el tipo de nuevo.

    A la salida, se me acercó un hombre de unos 50 años, corpulento y muy alto. Me dijo que era capitán de Carabineros y me preguntó qué había sucedido. Fue error mío no haberle pedido identificación. Le relaté brevemente el suceso y me dijo: “Es que yo me los iba a llevar detenidos a los tres (es decir, a mí, a el borracho y a el tercer sujeto que le pegó el combo) por escándalos dentro del supermercado”. Le pregunté por qué, si en realidad el sujeto se trató de sobrepasar conmigo y más encima estaba en estado de ebriedad. Me dijo que él preguntó sobre la situación y concluyó que: ‘‘Fue solo un piropo, así que no es para tanto tampoco”. Me descolocó. Lo miré fijamente y le dije que si esto hubiese sido afuera del supermercado, yo misma le habría dado el golpe, ya que sí sé defenderme debido a mis conocimientos en artes marciales, y por último, que nadie tenía el derecho de venir a decirme algo solo porque sí, ni tenía derecho de faltarme el respeto.

    Creo que al supuesto capitán le faltó poco para decirme: “Fue tu culpa por andar con shorts a media pierna, un chaleco blanco y ser alta”. Me di la vuelta y me fui. Alcancé a mi marido en el estacionamiento y me puse a llorar. No vimos más al supuesto capitán.

    Escribo ahora porque me siento pésimo, me siento violentada y siento que ante una situación así, pasé de ser víctima de acoso callejero a ser casi “provocadora”. Escribo este testimonio porque al final “un piropo no es para tanto” (aunque en realidad fue más que eso) y porque más encima un sujeto que perfectamente pudo ser mi padre creyó tener el derecho a hacer lo que hizo, solo por verme sola y “cabra chica”. Aún estoy choqueada. Llegué a casa y mis amigas me aconsejaron escribir esto, no quedarme callada. Que sirva de testimonio para que cuando a otra mujer le pase no tenga miedo a defenderse, o si viene un supuesto Carabinero le pida identificación.

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      Me han pasado muchos acontecimientos en los cuales me he sentido acosada, y esto no viene desde hace poco sino que desde hace años. Cuando tenía alrededor de 12 años comenzó todo, en ese tiempo el acoso que sufría eran miradas asquerosas y piropos. En el 2015, venía en el metro con mi mamá (ella iba sentada y yo de pie), cuando se subió un hombre alto y con mucha cara de pervertido. Al subir, se puso al lado mío, mi mamá me miró como diciéndome: “Aléjate un poco; cuidado”. Así que lo hice. Yo sentía que el viejo venía mirándome y me sentía muy incómoda. No recuerdo la estación en la que estábamos, cuando el señor trató de bajarse e hizo todo lo necesario por pasar detrás mío y así poder tocar mi trasero con su pene. Sin embargo, yo me di cuenta de su objetivo y me corrí. Ahora este año 2016 hace unas semanas, fui en la mañana a buscar unos exámenes. Iba con un vestido floreado y hawaianas, y en el camino muchos hombres me miraron y me gritaron cosas, pero cuando venía de vuelta un viejo me dijo al oído: “Hermosa, ojalá le quedara más cortito”, a lo cual respondí: “Cállate estúpido”. Cuando le respondí sentí miedo, porque él me respondió y me dijo “Ay, no se enoje”. Me pase muchas películas, pensé que me seguiría o que me pegaría, pero no pasó nada más allá, menos mal. También el otro día leía un testimonio, donde una mujer decía que se cuestionaba ella misma, que quizás ella era el problema, y a mí también me pasa eso.

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        Soy chilena, pero hace casi 9 años que vivo en Barcelona. Habían pasado 6 años desde que no iba a Chile. Cuando por fin fui, me gustó ver a mi familia, amigos y a mi barrio. Estaba todo bien, hasta que empecé a salir a la calle; casi de inmediato, me agarraron el trasero, me gritaron obscenidades y me molestaron incluso cuando iba con mi madre. No podía salir tranquila con mis amigas, ya que los hombres nos insistían hasta el agobio. Me enfermó la situación. Desde que vivo en España, hace casi 9 años, lo peor que me han dicho es ”guapa”. Sin embargo, casi nunca me dicen cosas así; salgo a la hora que quiero, vestida como quiero y sin miedo. Cuando me preguntan por qué me fui de Chile yo respondo: “porque ser mujer ahí es una mierda”. Hoy tengo un bebé, y no quiero que se críe en una sociedad tan violenta con las mujeres. Es por esto que no tengo interés en volver.

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          Iba caminando, a plena luz del día, a la casa de un compañero de curso para hacer un trabajo del colegio. Estaba usando un jumper y un auto me siguió varias cuadras. El conductor, durante un par de minutos, me dijo todas las cosas que le haría a mi cuerpo. Irreproducibles. Pensé que me iba a violar.

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            La marcha fue convocada por diversas organizaciones, y se llevará a cabo en diferentes regiones del país.

            Hoy, 8 de marzo, se conmemora el día de la mujer trabajadora y diversas organizaciones feministas se congregarán en Plaza Italia, a partir de las 19.00 horas, para marchar por la reivindicación de derechos en pos de la igualdad de género. En las consignas de esta movilización, se incluye el derecho a una vida libre de violencia y discriminación y, dentro de esta misma, el derecho a caminar de forma libre por el espacio público.

            En esa línea el Observatorio Contra el Acoso Callejero no se queda atrás y se suma a esta marcha, que todos los años se torna más masiva, diversa y popular, haciendo un llamando a no menoscabar su contexto conmemorativo mediante un enfoque de agasajo y condescendencia hacia la mujer, ya que constituye una jornada de reflexión, evaluación y lucha por mejorar la situación de las mujeres en la sociedad chilena.

            ¿Por qué el 08 de marzo? El 08 de marzo de 1908, un grupo de trabajadoras textiles se manifestaron mediante una huelga en la que exigieron reducir su jornada laboral, ganar mejores salarios y tener derecho a voto. Posteriormente en agosto de 1910, se llevó a cabo la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas que reivindicó el derecho a voto. Es por esto, que la ONU fijó el 08 de marzo como Día Internacional por los Derechos de la Mujer.

            En Chile, sin embargo, las mujeres continuamos luchando por nuestros derechos en el ámbito público y privado. La discriminación laboral y el sexismo en el sistema educacional chileno, son temáticas que afectan fuertemente nuestro país y limitan de forma significativa la erradicación de todo tipo de violencia en contra de la mujer. En nuestro país, los hombres ganan en promedio 30% más que sus pares mujeres y a pesar de que las niñas tienen mejor desempeño escolar que los niños, las pruebas estandarizadas y el componente sexista de las clases inciden negativamente en el desempeño de las niñas, sobre todo en Matemáticas y Ciencias. Es por esto que OCAC Chile visibiliza y rechaza todo tipo de violencia hacia la mujer mediante su participación en las calles y en el parlamento chileno.

            Cabe destacar que hoy entre las 10 y las 14 horas se discutirá en la Cámara Baja nuestro Proyecto de Ley de Respeto Callejero. Iniciativa que ha logrado significativos avances desde que ingresó al Parlamento, en marzo de 2015, y que tipifica el delito de acoso sexual callejero.

            Referente a la participación de OCAC Chile en estos frentes, María Francisca Valenzuela, Presidenta de la organización señaló: “Conmemoramos este día precisamente porque el 08 de marzo es un recordatorio de toda la materia en derecho de mujeres en la que nos falta avanzar. También es un día para hacer una revisión de todo lo que hemos logrado hasta ahora, por lo que nos articulamos con diversas organizaciones feministas en la lucha contra todos los tipos de violencia que existen hacia las mujeres y, además, adherimos a todas las causas que combatan la desigualdad de género en el país. Es importante que exista una redefinición del 8 de marzo, a través del compromiso que las instituciones deben tener con este día. Se debe empezar a hablar de las mujeres y del camino que nos falta y evitar la trivialización de esta fecha pensando que se debe agasajar a las mujeres, cuando en realidad se trata de hacer patente el compromiso que tenemos como sociedad para erradicar distintos tipos de violencia contra las mujeres y para lograr la igualdad de género”.

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              El medio Refinery 29 publicó una encuesta realizada por ONU Mujeres en 2013, indicando que más del 99% de las mujeres y niñas en Egipto han experimentado alguna forma de acoso, y que más del 82% de ellas afirma que no se siente segura en la calle.

              El acoso callejero es un problema serio alrededor del mundo, sin embargo en el Medio Oriente se ha masificado. El medio Refinery 29 publicó una encuesta realizada por ONU Mujeres en 2013, indicando que más del 99% de las mujeres y niñas en Egipto han sufrido alguna forma de acoso, y que más del 82% de ellas afirma no sentirse segura en la calle.

              Las mujeres en Egipto actualmente están ideando diferentes maneras de enfrentar este problema y ayudar a otras a sentirse seguras, desde mapas interactivos hasta asociaciones de mujeres motoristas (scooter clubs). Estos enfoques buscan crear conciencia sobre el problema y ayudar a las mujeres a sobreponerse a esta conducta que provoca miedo e intimidación.

              Tinne Van Loon, directora de cine egipcio, registró este problema en un documental llamado ‘‘Creepers on a bridge’’, y señaló que la mayoría de las personas no se dan cuenta que ‘‘mirar insistentemente, también es una forma de acoso callejero’’. De hecho el puente más concurrido de El Cairo, es un importante foco de acoso callejero.

              ‘‘Ellos siempre dicen: ‘¿A qué te refieres? Vamos, es solo una mirada, es nada.’ Pero cuando el 80% de los hombres en la calle te miran con insistencia cuando caminas, especialmente cuando están en grupo, es bastante intimidante’’, agrega Van Loon.

              Por su parte, Basma El-Gabry, una joven egipcia de 21 años cansada de ser acosada en la calle, encontró la solución en su moto scooter. Desde que la comenzó a usar, no ha vuelto a sufrir este problema.

              El-Gabry fundó ‘‘Girls Go Wheels’’, una organización que ayuda a otras mujeres a comprar scooters y aprender a andar en ellas. Ella dice que espera que esto empodere a las mujeres no solo con el fin de sobreponerse ante el acoso callejero, sino que también las ayude en otros aspectos de su vida.

              ‘‘Mi visión de las mujeres egipcias es que deben romper los taboos, romper las tradiciones innecesarias que nos hacen ir a ninguna parte’’, afirma Basma El-Gabry.

              En esa línea, la académica feminista iraní, Dra. Homa Hoodfar, habló sobre el velo y la necesidad de entender las complejidades de esta antigua tradición en una entrevista para The News On Sunday. ‘‘El acoso callejero, desafortunadamente, es un problema serio en el Medio Oriente, ya sea Irán, Turquía o Egipto. Si hay una mujer sola caminando por la calle en la tarde, los hombres piensan que tienen el derecho de acosarla. Una vez tuve una estudiante de Arabia Saudita que me contó que las jóvenes de allá tenían que cubrirse completamente (usar el burka), porque en la escuela a la que iban les decían que sus cuerpos y rostros debían estar totalmente cubiertos. Incluso en esta situación, los hombres les mandaban besos desde el bus escolar cuando paraba en algún semáforo’’.

              ‘‘El problema es que más allá de reconocer que el acoso callejero es malo y que los hombres no deberían tener esta conducta, preferimos responsabilizar a las mujeres: ‘Debido a que los hombres te acosan, deberías usar este tipo de ropa… Debido a que los hombres te acosan, deberías usar el velo… No queremos obligarte, pero es para protegerte…’ Esto es un problema cultural, y no hay voluntad política para combatirlo. En vez de eso, se les permite a los hombres acosar a las mujeres, liberándolos de cualquier sentido de responsabilidad’’.

              ‘‘El punto es que el velo no es la solución, sino que exista voluntad política para detener el acoso callejero, ya que en el contexto de Egipto y Arabia Saudita, el velo no ha cambiado nada. Hoy en día si una mujer con velo camina por la calle en Egipto, al igual que en la década de 1980, ella enfrentará tanto acoso callejero como una mujer vestida de forma occidental’’, afirma la Dra. Hoodfar.

              Respecto a esto, María José Guerrero, coordinadora del Área de Estudios de OCAC Chile señaló: ‘‘Lamentablemente el acoso sexual callejero es un fenómeno generalizado que suele ser justificado de manera específica. Esto se ve reflejado al decir por ejemplo: ‘Es típico chileno por su picardía’, cuando realmente es típico de una cultura patriarcal donde se crean hombres victimarios y mujeres víctimas (sin dejar de lado que ambos son víctimas del mismo sistema). En Medio Oriente no es diferente, se utiliza la religión para justificar estas prácticas, exaltándonos cuando vemos una mujer con burka, sin embargo en Chile (sin la religión de Medio Oriente) prácticamente la totalidad de mujeres jóvenes sufren acoso callejero. Siempre se pueden dictar justificaciones para la misma práctica, y por lo tanto, la religión no es lo que impulsa a una cultura a ser más violenta que otra. Debido a esto, es importante cuestionar el sistema patriarcal que le da vida al acoso callejero, ya que sin este cuestionamiento, cualquier medida será provisoria, por muy bien intencionada que sea’’.

              Imagen: Reuters

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                Cuando tenía 15 años, hice uno de mis primeros viajes en micro desde y hacia mi colegio. En ese tiempo existían las micros amarillas. Era hora punta. Siempre pensé que estando cerca del chofer, estaría más segura, pero no. Iba de pie, ubicada al costado del chofer y la micro iba llenísima y todos me empujaban para bajar o subir. Recuerdo que era invierno y nos permitían ir con pantalones. En una parada, entre empujones sentí una mano que me apretó en la parte más baja de mi trasero y vagina, por lo que horrorizada miré hacia atrás y no había nadie. No había tipo a quien culpar, nadie vio algo y de seguro el que me abusó bajó rápidamente de la micro. Para mí eso traspasó el límite de acoso. Tocar un cuerpo y unos genitales ajenos es abuso sexual. Desde ese momento, busqué pantalones más holgados y a usar prendas masculinas; todo para insinuarme lo menos posible. Pero seguía recibía palabrotas obscenas en la calle.

                A mis 22 años, con mi mochila cargada de libros dirigiéndome a la universidad, un tipo en evidente estado de ebriedad que se estaba tambaleando, se acercó y me tocó el trasero. Me acordé de la vez anterior, por lo que tomé mi pesado bolso y como pude lo levanté y golpeé en la cabeza al hombre; después lloré de impotencia. A mi lado había una caseta de seguridad ciudadana. El tipo que estaba ahí me preguntó qué había pasado, y yo entre lágrimas le dije que un degenerado me había tocado el trasero. Y él solo rió.

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                  Hace poco volví de un viaje al extranjero que me entregó otra perspectiva respecto al acoso callejero, y lo terrible que es en Chile particularmente. Cuando una persona está siempre acá, no tiene con qué comparar el acoso, y si bien se da cuenta de que es mala la situación, no ve las dimensiones.

                  Estuve tres meses yendo y viniendo por España, en la costa del Mediterráneo. Se supone que España es un país muy machista, y que es la herencia ibérica la que hace que los latinos sean tan vocales con sus ideas sobre el cuerpo de las mujeres (esa excusa de la cultura latina la he escuchado mil veces). Les cuento: en los tres meses que estuve en España (también pasé por Francia, y lo mismo) NUNCA vi ni escuché que a alguna mujer le faltaran el respeto en la calle. Había de todo, musulmanas tapadas hasta el cuello y turistas rusas y alemanas con shorts que parecían calzones; nunca gritaron algo ni a mí, ni a otra persona. Es más, en la playa (cualquier playa) muchas mujeres hacían topless (desde jovencitas hasta abuelitas) y nunca vi que alguien comentara algo, ni se riera, ni tomara fotos. Andaba feliz por la calle, muy tranquila y me di cuenta de que no estaba acostumbrada a eso, porque en Chile siempre existe la posibilidad de que alguien te grite algo o te mire de forma incómoda.

                  Llegué a Chile hace unas semanas, y en lo poco que llevo de vuelta ya me han gritado cochinadas más veces de las que puedo contar. Vuelvo a andar por la calle media asustada, con la guata apretada e incómoda. Me da pena no estar cómoda en mi propio país, algo tiene que cambiar.

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                    Para ir a mi lugar de estudio viajo diariamente en Metro, aproximadamente durante una hora y un poco más. Se dan situaciones en las que dependiendo de lo que me ponga, debo andar con más cuidado, lo que es incómodo y asqueroso. Un día, mientras subíamos en el caos que se da en Vicente Valdés, un señor comenzó a comentarme sobre cómo subíamos. Suelo viajar escuchando música para evitar tener que responder a viejos, y para poder justificarme con un “no escuché”, pero esta vez eso no bastó. El señor comenzó a irse cada vez más encima de mí, y como sabrán el espacio disponible para “hacerse a un lado” en hora punta no existe, por lo que sin querer incomodé a otras personas intentando correrme. No me importaba si alguien me decía algo, ya que solo quería evitar estar en el mismo espacio que aquel señor. Con su cuerpo seguía insistiendo, y sentía cómo casi se restregaba encima de mí. Soy una persona tímida, no normalmente, pero estas situaciones me bloquean y no sé qué hacer. Solo sabía que debía salir de ahí, pero no tenía dónde. Podía bajarme, pero me daba miedo que él hiciera otra cosa y pasara solo por “roce”. Para mi desgracia, el señor se bajaba en la misma estación que yo, por lo que intenté ir detrás de él para que no se diera cuenta de que yo también me había bajado ahí. No sé si lo logré.

                    Al otro día en la mañana, para mi mala suerte, aquel señor subió en la misma estación que yo. No lo reconocí por su cara, ya que el día anterior me había dado vergüenza mirarlo, pero si por su ropa. Usaba el mismo asqueroso polerón de polar azul, lo reconocí por el puño al afirmarse y se ubicó justo atrás mío; la situación fue la misma. No sabía qué hacer, quería llorar y pedir ayuda, pero la verdad es que no me atreví. Cuando bajé en Vicente Valdés, aquel señor también lo hizo, por lo que quise mezclarme entre la gente y no lo logré. Al subir al nuevo carro el señor quedó a un cierta distancia de mí, ahí fue cuando lo miré y él también me miró, quise saber quién era, porque me propuse no dejar que hiciera lo mismo. Con el transcurso del viaje, y mientras algunos subían y otros bajaban, los que nos quedábamos arriba “nos acomodábamos” como podíamos. Quise creer que aquel señor no iría donde yo estaba, pero me equivoqué, se puso atrás mío a puntearme derechamente. Pensé en gritarle; quería hacerlo; pero una vez más me congelé y solo atiné a “intentar correrme” de ahí aunque eso incomodara a otros.

                    Las personas me vieron incómoda, pero nadie dijo nada. No era su obligación, pero si lo hubieran hecho me habrían ayudado mucho. Tengo la gracia de no volver a verlo, pero el temor siempre está ahí. Intento recordar su cara y su ropa para no confundirme si lo veo. La verdad es que tengo miedo de verlo, de saber que es él, de que me reconozca, de ser estúpida y de no volver a hacer nada. Porque a pesar de que anhelo no viajar más en metro en hora punta, no puedo dejar de hacerlo, no puedo dejar mis estudios por esto.

                    Cuento esto porque la verdad no se lo he contado a nadie y necesitaba hacerlo. Viajar con temor es horrible, puede por ser el mismo hombre, puede ser otro, pero no puede ser que esto siga pasando.

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                      Cuando tenía 11 años me mandaron a comprar. Estaba contenta porque llevaba puesto un vestido nuevo confeccionado por mi abuela, que me parecía lo más lindo del mundo. Todo iba bien, hasta que un hombre muy mayor se asomó por la reja de su casa, me miró con deseo y me dijo cosas asquerosas al oído.

                      Como nunca me había pasado algo así, entré en pánico y corrí hasta mi casa llorando. Cuando llegué, me cambié el vestido de inmediato y le tomé fobia. También le agarré odio a mi propio cuerpo en plena pubertad. No quería usar sostén, no quería crecer. Desde ese día comencé a usar poleras enormes y pantalones gigantes para ocultar mis formas, y pasaron más de 10 años hasta que pude volver a ponerme un short, una falda o cualquier prenda ajustada sin temor a cómo pudieran verme los demás.

                      El acoso callejero nunca es justo, menos a los 11 años.