Arelis Uribe

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    En los 80, Ann Simonton combatió los concursos de belleza usando un vestido de carne. Su historia es un clásico del feminismo estadounidense. Incluso inspiró una performance de Lady Gaga. Hoy, dirige Media Watch, una fundación que analiza los discursos de los medios con perspectiva de género. Aquí habla del aborto: “hay que aprender a hacerlo entre nosotras”, de Clinton: “espero que la próxima candidata no esté casada con un presidente” y de la misoginia: “es la más profunda forma en que aprendemos a ser”.

    Miss California nació en 1924, en Santa Cruz. Por décadas el concurso se desarrolló en paz, con jovencitas blancas desfilando en traje de baño por el borde de la playa. Hasta que en 1980 apareció una mujer que calzaba perfecto con el estándar de belleza del certamen, pero que gritaba “equal pay, not beauty contest”, usando un vestido hecho con trozos de carne: Ann Simonton.

    Ese año, Simonton y varias feministas crearon Myth California, una parodia del concurso. “Queríamos derribar el mito de la american dream girl”, explica Simonton. Myth California se realizaba el mismo día de la premiación de Miss California. Sacaban carros alegóricos a la calle, decorados con frases como “Women’s bodies are not for profit” y Simonton modelaba usando collares de vienesas y vestidos de bistec, mientras sus compañeras cargaban carteles que decían “Judge meat, not woman”. Las funas congregaron a tanta gente, que se habló de ellas hasta en Chicago, a 3 mil kilómetros de California. Y fue tanto el escándalo, que en 1985 el concurso se cambió de Santa Cruz a San Diego y Simonton pasó dos semanas en la cárcel.

     

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    Simonton usando su vestido de carne. Sobre su pecho, una cinta que dice “Miss Behavin”, algo así como “Señorita Mal Portada”.

    En 1986, para la primera versión de Miss California en San Diego, Simonton viajó. Se presentó teñida rubia y con un vestido elaborado con 13 kilos de carne de pavo. Había mucha gente y mucha prensa. Frente a las cámaras, Simonton sacó una rasuradora y se rapó la cabeza. “Es hora de respetar a las mujeres por quiénes son, no por cómo lucen”, dijo. Miss California, otra vez, tuvo que cambiarse de ciudad.

    En total, protestaron durante ocho años y Simonton fue detenida once veces. Lo paradójico es que la mujer que exilió a Miss California de dos ciudades no provenía del feminismo, sino del modelaje.

    Simonton modelaba desde los 14 años. Sus fotos en traje de baño aparecieron en Seventeen, Glamour y Cosmopolitan. A los 22 años estaba en la cima de su carrera: trabajaba para la Eileen Ford Modeling Agency, recibía ofertas de Hollywood y ganaba 30 mil dólares al año. Hasta que una noche salió del metro para ir al trabajo y tres hombres la amenazaron con un cuchillo. Llevaba dos meses viviendo Nueva York. Los tipos la llevaron a un parque y la violaron en grupo.

    —Entonces me golpeó la revelación de que lo que yo hacía contribuía a la violencia contra las mujeres.

    Simonton nunca más modeló. Volvió a Santa Cruz, se convirtió en activista y fundó Media Watch, una organización feminista que analiza el discurso de prensa, radio y televisión. Pasó de ser objeto de los medios a ser sujeto crítico de ellos. Su historia es un clásico del feminismo estadounidense y su manifestación inspiró el famoso vestido de carne de Lady Gaga.

    Ahora, sentada en un café de Santa Cruz, muestra unos autoadhesivos diseñados en Media Watch, que advierten sobre los estándares distorsionados de belleza que proliferan en la publicidad y analiza el discurso de los medios en las últimas Olimpiadas y en la actual campaña presidencial estadounidense.

    media watch sticker
    Dice algo así como: ¡Advertencia! Los reflejos en este espejo tienden a estar distorsionados por ideales de belleza construidos socialmente. Ajuste su foco acorde a ello.

    —En estas últimas Olimpiadas se habló mucho de sexismo. ¿Es algo nuevo o es una crítica que reconoces desde antes?
    —Hay una película de los 90: Playing Unfair, que explica la discriminación a las mujeres en el deporte. Te la recomiendo. Es una crítica que aparece cada vez más. ¿Por qué siempre nos retratan a partir de nuestras emociones? “Ay, mira cómo llora”. Es ridículo. Obvio que tenemos emociones, somos humanas. Cuál es el problema de los hombres que pretenden ser de roca. En los 80 protestábamos porque a las mujeres con guagua o con la regla les prohibían competir. O les hacían exámenes de ADN y descartaban a las que tenían demasiada testosterona. Una discriminación increíble. ¿Por qué no tenemos competencias entre hombres y mujeres? Creo que les da miedo.

    —Necesitamos esa mezcla.
    —¡Claro! Las hermanas William probablemente harían pebre a estos tipos en un segundo. Las mujeres y los hombres pueden nadar o correr largas distancias. Nuestros cuerpos no son tan distintos. Lo bello es que tenemos más similitudes que diferencias.

    —Los medios refuerzan mucho el discurso de la diferencia.
    —Les aburre lo que tenemos en común. Hay un libro de Cordelia Fine que explica que los estudios sobre las diferencias de los cerebros entre hombres y mujeres son pocos y están mal diseñados. Lo que muestran es que un hombre actuaría igual que una mujer en determinada situación, como consolar a una guagua. Que no es actuar como mujer, sino como persona. Hay mucha misoginia y un gran miedo al poder de las mujeres, de lo que son capaces.

    —Desde Media Watch, ¿cómo han visto el tratamiendo medial en las presidenciales?
    —Igual de horrible que la vez anterior, cuando ganó Obama. Es increíble lo que dice la gente sobre Hillary Clinton. Se habla de lo que no puede hacer, pero hay un gran desconocimiento de sus propuestas. De verdad espero que sea electa. Yo voté por ella. Porque Trump es un idiota. Lanza un montón de comentarios racistas. Lo bueno es que los republicanos se están distanciando de él.

    —¿Qué piensas de la posibilidad de que haya una mujer presidenta en Estados Unidos?
    —Me gustaría que hubiera más detrás de la idea de tener una mujer en la Casa Blanca. Creo que es bueno, pero no la elegiría sólo porque es mujer. Hay otras mejores, como Elizabeth Warren, una demócrata que espero que compita. Es muy inteligente y tiene un pasado más limpio. Lo bueno de que Clinton gane es que abriría la puerta a que más mujeres se atrevan y se involucren en puestos de liderazgo.

    —Una de las propuestas de Clinton, que también se debate en Chile, es el aborto. Acá en Estados Unidos no es legal en todos los estados.
    —Creo que ella sí aportará en eso. Que sea legal y accesible. Que más doctores estén entrenados para hacerlo. Porque no se les enseña, es opcional en la universidad y debería ser obligatorio. Y creo que tenemos que aprender a hacerlo entre nosotras. Como lo hacíamos en los 70. Clinton también tiene propuestas de inclusión LGBTI y derechos de las mujeres en las universidades. Quizá trabaje una ley contra el acoso callejero. Pero aún no está cubierta la prostitución y el sexismo en la educación.

    —¿Clinton está trabajando en una ley contra el acoso sexual callejero?
    —Lo ha dicho, podría abordarlo. Pero al final no creo que tenga tanto poder para llevar adelante varias reformas, porque estos cargos son básicamente títeres de los militares y de las grandes empresas.

    —No estás muy optimista.
    —No. Siento que está a medio camino. Va a pelear por sus políticas, pero no logrará grandes cambios. Pero cuando comparas sus propuestas con la muralla de Trump…

    —Volviendo al sexismo en los medios, a Michelle Obama la trataron súper bien después de su discurso en la convención demócrata. Los medios la amaban. ¿Podría ser ella una carta presidencial?
    —Es que es fácil amarla. Espero que la próxima candidata no esté casada con un presidente. ¿En serio tiene que ser la esposa para convertirse en líder? Hay un montón de mujeres maravillosas. Quiero verlas brillar a ellas, no necesariamente vinculadas a un hombre. A Michelle Obama los medios la admiran por muchas razones: su discurso es muy articulado, es muy inteligente y es fácil de escuchar. Y la gente que la odia es porque odia toda la cultura afroamericana. Básicamente, las voces de hombres blancos que controlan los medios.

    —¿En qué estás trabajando actualmente?
    —En una radio comunitaria juvenil y en temas de masculinidades. Estamos creando grupos de discusión para hombres y jóvenes en las secundarias.

    —¿Crees que hombres y mujeres pueden ser feministas?
    —Absolutamente. El feminismo es creer en la igualdad de derechos. No creo que sea una etiqueta que sólo alguna gente pueda usar. Es parte de ser persona. Es parte de entender que tú y tu compañera tienen el mismo potencial. Que ambos pueden triunfar y tener éxito. Creo que hacemos un gran tema de la palabra porque en los medios ha sido demonizada. Feministas, uy. Me pasó un montón cuando joven.

    —Es que no es fácil ser activista. Se recibe mucha hostilidad de vuelta. Como lo que le pasa a Anita Sarkeesian.
    —Hay que reconocer que la misoginia es real, es parte de la educación de hombres y mujeres en nuestra cultura. La mayoría del tiempo pretendemos, pero necesitamos llamarlo por su nombre. La misoginia es la más profunda forma en la que aprendemos a ser.

    —¿Cómo has hecho para involucrar a hombres jóvenes en el feminismo?
    —Básicamente, haciéndoles saber que tienen emociones. Que tienen derecho a no ser definidos por los estereotipos de la masculinidad. Que entiendan que el machismo también constriñe su potencial y que coarta quiénes pueden ser en la vida. Que no les digan qué no pueden hacer, expresar o vestir. Entre más lo entiendan, más van a decir: no quiero estar restringido, quiero ser más libre. Y también quiero que mi compañera lo sea. Porque, finalmente, el feminismo se trata de eso: de la liberación humana. Ser libres de las ataduras de la cultura.

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      En su nuevo libro sobre humor político “Malditos Humanos”, Malaimagen decidió incluir temas de género. De hecho, trae dos viñetas sobre acoso sexual callejero. “No entiendo por qué hay hombres que atornillan para el otro lado en algo tan grave”, dice en esta entrevista sobre humor, política y feminismo.

      Como un rockstar. Guillermo Galindo, “Malaimagen”, lanzó su nuevo libro “Malditos Humanos”: en una sala repleta de gente, con personas frustradas que no lograron entrar al lanzamiento, vestido de negro y al lado de Ana Tijoux. Esa fama, dice él, no le ha hecho perder el foco: dibuja porque piensa que el arte tiene un compromiso político contra el poder. Y eso, también, en coordenadas feministas.

      —Tu bio de Twitter es “aborto obligatorio”, ¿por qué?
      —Por fastidiar. (Cuando se votó la idea de legislar en el Senado) me la iba a cambiar a “aborto 3500 causales”. Es que encuentro que los argumentos anti aborto son delirantes. Lo que habló la Van Rysselberghe, de los fetos de 80 años; la Alvear, relacionándolo con el rodeo. O la otra vez, que se va a acabar la Teletón o que el aborto es como la esclavitud. Qué argumentos más idiotas. Es triste cuando vienen de mujeres. Uno lo podría entender de un hombre, que habla desde una ignorancia masculina, pero no me cabe en la cabeza que haya mujeres que quieran quitarle derechos a otras mujeres o a ellas mismas. Las mujeres deberían unirse de forma transversal.

      —Y al revés: había hombres, como Rossi o Girardi, defendiendo el derecho a decidir.
      —Es un tema de egoísmo. Por qué alguien que no tiene un problema va a pensar que nadie más lo tiene. Yo estoy por el aborto en tres causales y creo que se debiera llegar al aborto libre y seguro. Encuentro triste cuando la oposición viene de mujeres porque, al final, son ellas quienes se embarazan. Eso no le quita responsabilidad a los hombres. Un hombre que está en contra del aborto es igual de nocivo y repudiable.

      —En tu nuevo libro, Malditos Humanos, viene toda una sección de humor político sobre género, ¿por qué decidiste incluir esos temas?
      —Siempre ha sido importante para mí ocupar mi tribuna de dibujante para hacer algo constructivo. Al ir articulando el libro fui detectando problemáticas que no se dan solamente en Chile y una grande fue el género, incluyendo la moral religiosa en políticas públicas, el machismo, la publicidad sexista, la discriminación. Fue un granito de arena, para empujar y que se logren avances.

      Cuando se habla de género casi siempre el tema se reduce a los gays o a las mujeres, pero en tu libro incluiste chistes sobre las masculinidades agresivas, sobre machotes rudos.
      —Es que los estereotipos de lo masculino y lo femenino pesan sobre hombres y mujeres, pero pesan de forma más compleja sobre las mujeres porque los hombres tienen privilegios, como ganar más plata por hacer el mismo trabajo. En el libro traté de incluir el estereotipo del hombre machista, porque me causa gracia el sinsentido de que un hombre se sienta más hombre por menospreciar a otros. Además, hay muchas mujeres haciendo cómic feminista, pero hay pocos hombres haciendo cómic feminista.

      También incluiste dos chistes sobre acoso callejero.
      —Me molesta que se ridiculice el acoso callejero. La caricatura que pesó. Que no se le va a poder decir linda a una mujer en la calle porque te van a llevar preso. Y no es así, se está luchando por algo mucho más grave. Yo trabajé en un departamento de diseño donde la mayoría eran mujeres y llegaban contando que las habían perseguido hombres masturbándose, o que las habían toqueteado o les habían hecho insinuaciones sexuales en la calle. Me llamaba la atención eso: hombres que se masturbaban siguiéndolas. Y eso pasaba todas las semanas. Es fácil no ver el problema cuando uno no tiene el problema. Es fácil decir que le están poniendo color si a uno no le pasa nada. No entiendo por qué hay hombres que dicen “feminazi” y atornillan para el otro lado en algo tan grave. Si a ellas les molesta, cuál es tu problema de que se quieran defender. Ante esa ridiculización, creí importante incluir el acoso callejero, para apoyar.

       

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      Esta es una de las viñetas de “Malditos Humanos” sobre acoso sexual callejero, que Malaimagen compartió en exclusiva con OCAC Chile.

      inmoralidad

      —¿Y qué piensas del feminismo?
      —No soy un conocedor de la teoría y de la historia del feminismo y de muchas otras cosas, pero creo que es absolutamente válido y actual. Mucha gente lo hace ver como algo pasado, como que hubo feminismo para que las mujeres votaran y con eso basta. El feminismo es una lucha que se tiene que dar hasta que se logre la igualdad. Es un movimiento valiente, necesario y me alegro de que sea cada vez más fuerte.

      El humor discriminatorio no aportó nada”

      —En el lanzamiento de Malditos Humanos dijiste que antes de escuchar punk, escuchabas Los Tres, y que pensabas que no entendías sus letras, pero en verdad era porque no decían nada. ¿Crees que el arte debe ser político?
      —Escuchaba La Ley, no Los Tres. Me gustaba La Ley, pero no entendía las letras. Y Los Tres no me gustaban, pero tampoco entendía las letras (se ríe). No creo que el arte deba estar necesariamente al servicio de temas políticos. La creación tiene que ser lo más libre posible. No es una obligación usar la tribuna para temas sociales, es una oportunidad, pero es irresponsable no usarla. En los 80 había grupos que tenían mucho público y cantaban canciones súper estúpidas, mientras se mataba gente en la calle. No entiendo cómo ni por qué hay autores indiferentes ante cosas tan evidentes. Es decisión de cada autor, pero nadie debería ser indolente a temas que nos afectan a todos.

      Y qué piensas de esos casos donde los autores no manifiestan algunos temas en su obra, pero salen con declaraciones políticas desafortunadas, como pasó con Bersuit. No sé po, qué pasa si alguien que admiras sale con un desmadre.
      —No me ha tocado admirar a alguien y que se me caiga. Yo no era fanático de Bersuit y no creo que el tipo sea un violador, creo que es un imbécil. Hace poco salieron declaraciones del vocalista de Attaque 77, que decía que era capaz de erotizarse con una niña. Debió darse cuenta de que eso era una estupidez, con todos los casos de pedofilia y abuso infantil que hay. Hay femicidios todos los meses, no vai a salir diciendo que las mujeres le dan color. Eso lo encuentro imbécil lo diga alguien en un carrete o un músico que leen millones de personas. Tiene mayor impacto si lo dice un famoso, pero hay que erradicarlo de todos los aspectos. Sobre todo en los espacios cotidianos. Si en un ambiente de amigos alguien dice en serio: oye, las mujeres le dan color. Ahí es el momento de meter la cuchara y debatir.

      —Una vez escribí un texto que decía que está mal hacer chistes sobre grupos que han sido históricamente vulnerados. Yo siento que tu humor, al contrario, es subversivo.
      —Hubo mucho humor discriminatorio, del discapacitado, del tartamudo y no aportó nada. La otra vez Bombo Fica era jurado en un programa de talentos y un tipo contó un chiste que era de tartamudos o de gangosos y Bombo Fica dijo: durante muchos años los humoristas chilenos nos reímos de gente con problemas sin reflexionar que estábamos haciendo daño. O sea, se pueden hacer chistes con homosexuales, sí. Se pueden hacer chistes con extranjeros, sí. Pero qué vuelta le damos para no caer en la discriminación burda que es más parecida al bullying que al humor. Es fácil escudarse en el humor para hacerle daño a la gente. Si vai a hacer chistes de extranjero, ataca la xenofobia. Pero para qué atacar grupos que han sido históricamente perjudicados. Eso es ponerse del lado del poderoso. Y los humoristas, como cualquier oficio, no deberían estar del lado del poderoso; deberían estar al lado de la gente que está en la misma que uno.

      —Tu discurso es bien progre, de izquierda. ¿Te identificas con algún proyecto político actual?
      Con el único proyecto que me sentí identificado desde chico es el anarquismo. Es lo único que he leído y he dicho: esto me gustaría a mí, es lo que le hace mejor a las personas. No sé la factibilidad inmediata de un proyecto así. Esa es mi trinchera, a partir de la que uno cae en millones de contradicciones, en el día a día, en las cosas que uno se mete para vivir. Ahora, si me preguntai de movimientos como Revolución Democrática o Izquierda Autónoma, no me llaman mayormente la atención, además de propuestas puntuales. A mí no me interesa como institución el matrimonio, pero sí estoy a favor del matrimonio homosexual. ¿Por qué hablo de una ley si desde el anarquismo no creemos en las leyes? Porque uno no puede ser tan utópico de pensar que todo es con una varita mágica.

      —¿Entonces no votas?
      —Yo voté en las últimas elecciones. No voy a decir por quién. Sé que desde las elecciones no vas a cambiar las cosas, pero que si ese día no votai tampoco estai cambiando nada. En la última votación se había dado recién la inscripción obligatoria y el voto voluntario. Era más fácil. Preferí ir a dibujar algo en el voto que quedarme en la casa.

      —¿Y qué dibujaste?
      —Hice un monito de Malaimagen, el típico del bar. Le debí sacar una foto pero estúpidamente no lo hice. Espero que el vocal de mesa lo haya visto y lo haya encontrado divertido.

      —¿Vamos a ver tus monos en estas elecciones entonces?
      —Sí, las elecciones son muy entretenidas para quienes hacen humor gráfico político. Las últimas elecciones fueron un festín porque había muchos candidatos. Ahora tengo que empezar a dibujar a Lagos.

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        El Consejo de autorregulación y ética publicitaria (CONAR) acogió la denuncia del Frente de Género, de Revolución Democrática, contra el comercial con que WOM busca atraer nuevos clientes.

        La “Revolución Wom” fue denunciada a través de redes sociales, con hashtags como #ChaoWom, por el Observatorio Contra el Acoso Callejero (OCAC) Chile, el Frente de Género de Revolución Democrática, el Movimiento de la Diversidad Sexual y la agrupación lésbica Rompiendo el Silencio, entre otras agrupaciones. ¿La razón? La fórmula sexista con la que la compañía telefónica promociona sus planes para celulares, con un video que retrata a las mujeres como objeto.

        Esto queda claramente explicado en la columna de Betania Bunster, “WOM y su conservadora ‘revolución’ publicitaria”. Allí, expone que el problema no es la poca ropa que usan las protagonistas, sino que WOM juega “a la revolución con esas imágenes, mostrándolas como escandalosas y prohibidas, cubriéndolas con un halo negativo. Simulan abordarlas como algo natural, al mostrarlo “sin tapujos”, pero en realidad el cuerpo femenino está ahí como mero recurso para seducir a su audiencia, por su valor erótico”.

        Por eso, el Frente de Género Revolución Democrática interpuso una denuncia ante el Consejo de Autorregulación y ética Publicitaria (CONAR), el que fue acogido. El Frente explicó, a través de un comunicado publicado en su página de Facebook, que el motivo de su descontento y el de otras organizaciones, se debe a que el mensaje de WOM se sustenta en la cosificación de la mujer como “una cosa deseable y atractiva”.

        María Francisca Valenzuela, Presidenta de OCAC Chile, fue consultada por TVN al respecto. La socióloga sostuvo al noticiero central que “Wom, como muchas otras marcas, han usado el cuerpo de la mujer para vender sus productos con una hipersexualización, erotización al extremo y poniéndolo como un objeto de acceso fácil”.

        Por su parte, la agrupación lésbica Rompiendo el Silencio, manifestó su postura, declarando que “no somos fantasía heterosexual, no soy tu chiste”, ya que WOM utiliza la imagen de dos mujeres besándose como herramienta de erotismo masculino y no para representar la diversidad.

        Chris Bannister, CEO de WOM Chile, también fue consultado por TVN. Conocido como el “capitán”, en el comercial de la compañía, se disculpó explicando que no era su intención denigrar a nadie y que “la idea era celebrar la diversidad”.

        Tanto OCAC Chile como las demás agrupaciones por la igualdad de género están atentas a la respuesta de CONAR.

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          Cuando denuncian una publicidad por sexista, no es porque se busque tapar los cuerpos para frenar su hipersexualización. Al contrario, apelamos a que la diversidad de cuerpos no se venda al mejor postor para satisfacer a un binarismo sexual.

          Hace unos días, TVN realizó una nota sobre la polémica publicidad de WOM Chile, enfatizando que se había planteado un fuerte “debate de género”. Lamentablemente, es difícil entender este debate como uno de género. Para ser así, hubiera sido necesario que, al menos, las dos o más partes que integran tal debate manejaran contenidos mínimos sobre el género. TVN no emitió un debate de género, sino un intento de desarme a una publicidad sexista y, a la vez, una intención de argumentar a favor de ésta, en nombre de la diversidad, la diferencia y lo subversivo, con conceptos como “opción” y “libertad”.

          En la noticia, Chris Bannister (CEO de WOM) comentó: “no fue nuestra intención denigrar a la mujer ni a ninguna persona, al contrario, quisimos celebrar la diversidad (…) ser inclusivos en la campaña”. Según él, la agresividad de la campaña, denunciada por varios grupos feministas, no era su objetivo. En realidad, su campaña era “apasionada” y “diferente para Chile”. Por más honesta que sea esta respuesta, la verdad es que es errada si se observa desde los principios que él mismo declara defender.

          No es culpa de Bannister desconocer los mecanismos de reproducción y contexto que lo empuja a decir lo que dice. Por ello, no sabe que la diversidad, las diferencias y la inclusividad efectivamente son parte de su publicidad, pero al apellidarlas neoliberalmente.

          Cuando hablamos de conceptos como “libertad” y “opción” –entre comillas– es porque operan en base al mercado, donde no sólo es el dinero lo que se pone en juego, sino que todo un sistema que funciona en relación a éste. Uno de los mayores éxitos del proyecto neoliberal –que sacudió y sacude a nuestro país– es que efectivamente impuso un determinado significado a los significantes “opción” y “libertad”, hegemonizando su estructura, encarnando el slogan de la dictadura de la opción y la libertad de elegir, así, en negrita y en destacado. Sin embargo, por debajo, éstas se postulaban sólo dentro del mercado, escondiendo otras alternativas dentro de los parámetros neoliberales.

          Hoy se profesa la ilusión de escoger el colegio, la vivienda, la salud, etcétera, pero la elección no es tal, ya que todas éstas se supeditan a nuestra capacidad de pago, entre otras cosas. Tal cual ocurre cuando el periodista entrevista a una mujer de la tercera edad, para escucharla hablar contra “la escandalosa publicidad de WOM” y la responsabilidad de las mujeres que aparecen en ella, mencionando que “ellas están en su libertad de desnudarse”, argumento del que el neoliberalismo se ríe a carcajadas, porque ha cumplido su objetivo: absorber la idea de libertad. Que estos hombres y mujeres participen en la campaña no implica que dentro de sus libertades y opciones haya estado, efectivamente, participar. Existe un sistema operando para que ESA “opción” sea real, y por tanto, estas personas ejerzan su libertad neoliberal.

          La publicidad de WOM Chile es sexista, sí, pero no sólo por exhibir mujeres parcializadas -senos anónimos siendo tocados por manos anónimas- y por visibilizar la diversidad sexual de forma restrictiva; es sexista porque se despliega en parámetros patriarcales, con una visibilización mediante la hipersexualización de las mujeres e invisibilizando a los hombres, si es que los hubo en la campaña. Es agresivo, al jugar con las opciones y libertades (neoliberales) de las personas, sin preguntar cuáles son los mecanismos que generan que este tipo de publicidad sea una posibilidad, ni cuestionándose qué empuja a unas, más que a otros, a vender sus cuerpos, enteros o parcializados.

          La publicidad de WOM Chile es, entonces, “inclusiva”, al recoger lo diferente y la diversidad, en una inclusión con barreras de mercado, y “diferente” y “diversa” dentro de lo igual.

          Es necesario pensar estos conceptos fuera de la hegemonía significativa del aparato neoliberal. Cuando varios grupos feministas y de la diversidad sexual, entre otros, denuncian una publicidad por sexista, no es porque se busque tapar los cuerpos para frenar su hipersexualización. Todo lo contrario, apelamos a que la diversidad de cuerpos no se venda al mejor postor para satisfacer a un binarismo sexual, a que el cuerpo –en sí mismo–no represente la opción neoliberal de ser vendido. Si por consecuencia de esto, mujeres, hombres y quien sea, puede correr sin polera cuando se le antoje, y nadie teme ser violado, tocado o acosado, entonces estaríamos un paso más cerca de una diversidad sin el estilo de WOM, sin el estilo neoliberal.

          Columna escrita por María José Guerrero, Directora de Estudios de OCAC Chile.

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            Esta compañía se llama a sí misma “valiente e innovadora”, pero se cuelga de una receta publicitaria sexista y conservadora, que existe hace décadas. ¿Cuántas cervezas, lavadoras y autos se han vendido con cuerpo de mujer?

            La nueva marca de telefonía móvil WOM (Ex Nextel) inició sus operaciones con una campaña de lanzamiento que, buscando ser “disruptiva e innovadora”, ha caído en el recurso dañino y facilista de mostrar a la mujer como un objeto.

            Lamentablemente, no es la primera ni la última vez que la publicidad se sirve de la hipersexualización del cuerpo femenino para vender y llamar la atención, contribuyendo a naturalizar el machismo.

            El femicidio, el maltrato físico y psicológico hacia las mujeres, la discriminación y el acoso sexual callejero, son parte de un engranaje patriarcal, que esta clase de publicidad, por muy inocua que parezca, ayuda a replicar. Imágenes en las que un hombre aparece rodeado de varias mujeres, como si fueran de su propiedad, o en las que se muestran pezones censurados, mientras un par de manos animadas las tocan, como si el “agarrón” fuera algo simpático; cosifican y deshumanizan a las personas, perpetuando una de las tantas desigualdades de nuestra sociedad.

            Esta compañía se llama a sí misma “valiente e innovadora”, pero se cuelga de una receta publicitaria sexista y conservadora, que existe hace décadas. ¿Cuántas cervezas, lavadoras y autos se han vendido con cuerpo de mujer?

            WOM llega con el lema “hay mucho de qué hablar”, pero no escucha el descontento general por la violencia de género. Invita a la revolución, pero sigue perpetuando que quienes protagonizan sus comerciales sean mujeres extra delgadas, de piel clara y dientes perfectos. Y esta observación, gente de WOM, no es una reivindicación moralista, no hay nada malo en el cuerpo desnudo de una mujer ni en dos chicas besándose. No. El problema es que juegan a la revolución con esas imágenes, mostrándolas como escandalosas y prohibidas, cubriéndolas con un halo negativo. Simulan abordarlas como algo natural, al mostrarlo “sin tapujos”, pero en realidad el cuerpo femenino está ahí como mero recurso para seducir a su audiencia, por su valor erótico. En su lógica de reproducción de discursos –y no de revolución–, las mujeres, como los teléfonos, están ahí sólo para ser usados.

            ¿Por qué no eligieron una chica morena de rasgos originarios, un tipo que mida menos de un metro setenta, un hombre transgénero besándose con otro hombre? Porque ahí sí está presente la diferencia, pero, al parecer, la verdadera diversidad no les sirve para vender.

            *Columna escrita por Betania Bunster, publicada originalmente en El Quinto Poder.

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              principal testimonios

              Mi testimonio es desde el otro lado. El del acosador. Me acuerdo que cuando era chico íbamos todos los fines de año a Fantasilandia porque a mi viejo le regalaban las entradas. Y uno de esos años yo era un púber. Me acuerdo que andaba más caliente que la mierda, cualquier mujer que mirara no era una mujer, era un poto, era un par de tetas. Ese año, en el “juego de la Monga”, descubrí que al momento de apagarse las luces no se veía nada. Nada de nada. Antes de que Nadine se transformara en la Monga, me ponía detrás de una mina y cuando las luces se apagaban, yo pegaba un agarrón, refugiándome en el caos, la confusión y la oscuridad. Cuando el juego terminaba, yo volvía a hacer la fila esperando tocar y manosear a otra mujer. De verdad me parecía muy divertido. Eso hasta que mi víctima fue una joven que al sentir que mi mano la abrazaba desde atrás, la sostuvo con todas sus fuerzas para evitar mi escape una vez que volviera la luz. Me entró tanto pánico por ser descubierto, que tuve que empujarla para poder escapar. Finalmente, logré zafar y me alejé con el corazón acelerado, en una mezcla de pánico, adrenalina y risa nerviosa. Cuando todo había terminado, la gente salía riendo, muchos corrían para ir a hacer la fila a otro juego del parque. Fue entonces cuando la vi sentada. Estaba llorando, sus amigas se habían reunido a su alrededor e intentaban entender qué había pasado. Era ella. Al ver la escena, se me cayó el corazón al piso. Ahí me di cuenta de que en realidad era una niña, que había ido a ese lugar para pasarlo bien y divertirse y en lugar de eso terminó sufriendo una experiencia quizás incluso traumática, y aún más, yo era el único responsable de ello. Hasta el día de hoy, cuando me acuerdo de ella, me dan ganas de pedirle perdón.

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                Hace algunas semanas, el periódico británico “The Guardian” abordó el tema del control y uso del cuerpo femenino, en una noticia sobre un proyecto comunitario que ayuda a las víctimas de trata de personas a reemplazar los tatuajes que pandillas o proxenetas hicieron en sus cuerpos.

                En la noticia, Jennifer, fundadora de Survivors Ink (“Tinta de sobrevivientes”), señala que hace un año reemplazó por un tatuaje de flor el nombre de la pandilla relacionada con las drogas que la vendió por sexo.  “Fui marcada como ganado” dice, parada afuera de la tienda de tatuajes “Among the Living”, en Lancaster, Ohio, donde dice que se liberó de una vida de violencia y esclavitud.

                Dentro de la predominancia masculina sobre el cuerpo femenino, las marcas, ya sea mediante tatuajes o cicatrices intencionales, se han convertido en una característica perturbadora de un subconjunto particular de la creciente trata de personas.

                “¿Qué tan comunes eran los tatuajes cuando estabas en las calles?”, le preguntan a Jennifer y ella contesta que casi todas las mujeres que sobrevivían en las calles salían con algún tipo de marca en el cuerpo. Algunas voluntariamente, otras eran forzadas o presionadas a hacérselos.

                Survivors Ink es un proyecto comunitario que entrega becas para tatuajes, con el objetivo que mujeres que han vivido la trata de personas y han permanecido libre de drogas y en recuperación por más de seis meses puedan postular a reemplazar sus tatuajes.

                “Me traficó afuera de una casa, hasta que encontré la manera de irme. Y después de eso, llevé su nombre en mi cuerpo durante nueve años”, cuenta Andrea, otra víctima de trata de personas. “No importó qué dijera o hiciera: el tatuaje enviaba un mensaje a todo el mundo de que yo tenía dueño y no era yo misma”, agrega.

                “Las marcas en los cuerpos como práctica de segregación no son actuales. Antes las relacionábamos con la esclavitud y hoy responden a lo mismo: esclavitud sexual en mujeres. Las marcas cumplen la misión de hacer visible la segregación de los cuerpos de las mujeres cosificadas en la sexualidad. Esta realidad no nos es ajena, en la actualidad el acoso sexual callejero funciona como una demarcación simbólica de apropiación de cuerpos femeninos (en su mayoría), y por lo tanto, cosificación de los mismos”, señala María José Guerrero, Coordinadora del Área de Estudios de OCAC Chile.

                El fotógrafo CC Murphy, quien ayudó con el programa, explica: “La trata de personas está a la vuelta de la esquina. Puede ser solo una mujer en una relación con un drogadicto que le ordena prostituirse para sustentar sus dos hábitos. No tiene que ser un sindicato gigante o una enorme red criminal. Normalmente es solo Juan cruzando la calle que está manipulando a su novia, hijos o hijas, y obteniendo ganancias de esto”.

                Para más información sobre el proyecto, visita www.gracehaven.me/survivors-ink o escribe a survivors.ink2013@yahoo.com

                Foto: Almudena Toral Photograph.

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                  Esta semana, OCAC Chile presentará al Congreso su proyecto “Ley de Respeto Callejero”, que sanciona el acoso sexual en los espacios públicos. ¿En qué consiste esta propuesta y por qué es necesaria?

                  Uno, porque el acoso callejero es violencia, afecta a tres de cada cuatro personas y lo sufren tanto hombres como mujeres. Además, el 90% de la gente opina que debe sancionarse.

                  Dos, porque hoy no existe una figura legal para denunciar y proteger a las víctimas. Por ello, proponemos crear la falta y el delito de acoso callejero. Serán falta actos como frases sexuales, exhibicionismo y persecución, que podrían sancionarse con multas en dinero. También se inscribe en el Código Penal el delito de acoso callejero, que acogerá los ataques que actualmente la ley no considera dentro del abuso sexual, como “manoseos”, “agarrones” y “punteos”, que podrían sancionarse con presidio.

                  Tres, porque nadie irá a la cárcel por “piropear”. No es meta de OCAC Chile criminalizar meramente el hecho ni privar a las personas de su libertad, por ello, el proyecto establece sanciones alternativas, como asistir a sesiones de sensibilización sobre acoso callejero o pedir disculpas públicas. La privación de libertad será la última opción, aplicada sólo cuando haya reincidencia o cuando la agresión vulnere a grupos con dificultades para defenderse, como niños, niñas o embarazadas.

                  Cuatro, porque contempla un foco educativo y preventivo. Paralelo al proyecto de ley, OCAC Chile presentará al Gobierno un conjunto de recomendaciones para impulsar políticas públicas educativas y preventivas, como programas de sensibilización para policías y conductores del transporte público.

                  Con la “Ley de Respeto Callejero”, Chile se sumará a los países de Latinoamérica y Europa que ya han avanzado hacia normativas que abordan, previenen y sancionan el acoso sexual callejero. Gracias a esta ley, como ciudadanía, por fin contaremos con una herramienta que nos permita usar la calle con libertad, seguridad y sin violencia.

                  Columna escrita por Pamela Olivares, publicada originalmente en HoyxHoy.

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                    No es meta de OCAC Chile encarcelar y criminalizar a quienes cometen acoso callejero. Al contrario, creemos en el poder de la sensibilización y de la educación, por eso, hemos propuesto medidas alternativas.

                    Vamos a partir con la verdad: nadie irá a la cárcel por decir “piropos” en el espacio público. Ese temor es sólo un mito. El proyecto de ley que sanciona el acoso sexual callejero, que esta semana fue presentado por OCAC Chile en el Congreso, es mucho más amable y astuto que eso.

                    Primero, la idea de legislar se basa en una cuestión social grave, que hemos denunciado desde 2013 y que este año, gracias a nuestro segundo estudio, fue validada por la ciudadanía. En el último año, tres de cada cuatro personas ha sufrido acoso callejero, afectando especialmente a mujeres jóvenes. Asimismo, las víctimas y los testigos de acoso no son indiferentes: más del 90% opina que es necesario sancionar estas agresiones. El problema existe y es innegable.

                    Como respuesta, en OCAC Chile elaboramos el proyecto “Ley de Respeto Callejero”, que incorpora a la legislación chilena toda manifestación de acoso callejero, desde la más leve hasta la más grave, porque consideramos esta forma de violencia en su globalidad y proponemos que la normativa también lo haga. Sin embargo, entendemos que no es igual recibir un comentario sexual al oído, que sentir genitales ajenos en medio de un tumulto. El proyecto se hace cargo de esa diferencia y propone tipificar faltas y delitos.

                    Todo contacto corporal, de connotación sexual y no consentido, como “punteos” o “agarrones”, será considerado delito. El acoso callejero sin contacto físico, como frases sexuales, toma de fotografías, masturbación o persecución, será falta. En el proyecto, proponemos, como máximo, multas de 20 UTM para las faltas y de 540 días de presidio para los delitos. Pero, honestamente, esperamos que dichas sanciones no sean aplicadas.

                    Qué queremos decir. El objetivo esencial de tipificar faltas no es repartir multas a destajo por cada comentario sexual que ocurra en el espacio público, sino empoderar a las víctimas, quienes necesitan acogida luego de sufrir una agresión. Hemos leído decenas de testimonios en los que las personas lo único que buscan tras un episodio traumático es que la autoridad las considere y levantar una alerta para prevenir futuros ataques.

                    En la actualidad, si una persona acude a Fiscalía, PDI o Carabineros para denunciar acoso callejero leve, no encuentra acogida, ya que las policías no pueden iniciar procesos por faltas que no existen. De todos modos, algunos funcionarios bien intencionados inscriben las agresiones bajo otras tipificaciones. El problema: las denuncias de acoso callejero se pierden en cifras negras, dificultando la creación de políticas públicas que traten el asunto.

                    Este vacío legal es alarmante cuando ocurre acoso callejero grave. Un caso: ¿qué pasa si una adolescente quiere denunciar que una persona mayor tocó sus pechos sin su consentimiento? Nada, hoy no pasa nada, porque la legislación chilena exige que haya contacto genital, anal o bucal para constituir el delito de abuso sexual. En consecuencia, las víctimas que sufren agresiones como “punteos” o “manoseos” quedan desamparadas. Así, el proyecto de OCAC Chile crea el delito de acoso callejero en el Código Penal, que corresponde a agresiones sexuales lesivas, que hasta ahora eran inexistentes para la legislación.

                    De este modo, la “Ley de Respeto Callejero”, en primera instancia, es una herramienta para las víctimas, sean éstas hombres o mujeres. En segundo término, como ya decíamos, establece sanciones. No es meta de OCAC Chile encarcelar y criminalizar a quienes cometen acoso callejero. Al contrario, creemos en el poder de la sensibilización y de la educación, por eso, hemos propuesto medidas alternativas. Las multas y la pena privativa podrán sustituirse por asistir a, mínimo, cinco sesiones de sensibilización sobre acoso callejero o, en el caso de falta por acoso verbal o no verbal (comentarios sexuales, abordajes intimidantes), la multa podrá ser reemplazada por disculpas públicas.

                    Con todas estas alternativas, apelamos a que el presidio sea la última opción, que se aplique solamente cuando exista reincidencia o cuando la agresión vulnere los derechos de los grupos que tienen más dificultades para defenderse, como niños, niñas o embarazadas.

                    La cárcel no sólo priva a las personas de su libertad, sino que segrega e impide vivir en diversidad. Las medidas alternativas de este proyecto apuntan precisamente a eso, al cambio cultural a partir del reconocimiento del otro u otra. Por eso las disculpas públicas, por eso la educación. No pretendemos que la gente deje de acosar por miedo, sino que a través del aprendizaje comprenda que sus actos son dañinos y atentan contra los derechos de los demás.

                    Por último, para que la transición desde el acoso callejero al respeto callejero sea completamente sana, en paralelo hemos entregado al Ejecutivo un conjunto de recomendaciones para impulsar políticas públicas educativas y preventivas. Por ejemplo, sugerimos capacitar a Carabineros y PDI sobre acoso callejero, ya que serán estas policías las que realicen las futuras denuncias. O, también, sensibilizar a conductores de transporte público, para que sepan cómo actuar ante una situación de acoso.

                    De ser aprobado, este proyecto sería un tremendo primer paso, uno imprescindible, para avanzar hacia espacios públicos seguros, donde se respete y se resguarde la libertad sexual no sólo de las mujeres, adolescentes y niñas, sino de toda la ciudadanía. Ésa es la voluntad de OCAC Chile y ése es el espíritu que impulsa esta propuesta de ley.

                    Columna escrita por el equipo de OCAC Chile, publicada originalmente The Clinic.

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                      principal testimonios

                      Me iba a juntar con mi pololo alrededor de las cuatro, en su sala de ensayo. Él es músico. Iba a una tocata en San Felipe y quería desearle suerte. Casi llegando, unas tres o cuatro casas antes, un hombre salió de algo así como un local de repuestos. Caminé lo más rápido que pude, pero igual cuando pasé, el idiota se volteó para decirme “preciosa, rica”. Yo venía ya bastante chata, porque ya me venían gritando hace rato en el viaje, así que me di vuelta y le dije que la chupara. Se burló de mí, dijo algo como “obvio que se la chupo…”, le mostré el dedo de al medio y el imbécil seguía riéndose y repitiendo que me la chuparía toda.

                      Llegué a la sala de ensayo, evidentemente, mi pololo notó mi molestia y yo le conté para sentirme mejor. Acá pasó lo peor, mi pololo vio salir al tipo y fue a increparlo, le decía que por qué le estaba gritando a su polola. Lo más indignante es que el tipo no cedió en su postura y, delante de mí, le decía a mi pololo que me gritó rica porque yo era rica “y qué tiene hueón”, restándole importancia y en una actitud provocante. Mi pololo se enojaba cada vez más, le decía que era un enfermo, que si acaso no tenía hijas y esposa, que si le gustaría que las trataran así. El idiota respondió, carepalo, que sí, que le daba lo mismo. Yo también lo increpaba, le preguntaba si le daría lo mismo que a sus hijas se las llegaran a violar y supongo que no me entendió la pregunta porque me respondió que sí (?). Ahí me aburrí y me quise ir, sin embargo, mi pololo estaba tan enfurecido que agredió al tipo con un combo en la nariz, entonces el tipo lo agarró del pelo y yo no pude hacer más, porque no tengo la fuerza física de un hombre. Finalmente, el tipo se arrancó, gritándole a mi pololo amenazas de muerte, “¡Te voy a pegar un balazo!”, “Ya vai a ver, te voy a matar”, etc. Mi pololo estaba tan enchuchado, que me dio miedo que hiciera algo más y que el tipo de verdad lo baleara o algo.

                      Salieron todos los compañeros de trabajo del imbécil y un miembro de la banda de mi pololo salió a tratar de calmar los ánimos. Luego nos contó que el tipo le preguntó si sabía dónde vivía mi pololo, dónde trabajaba, que estaban planificando una venganza. Fue tanto, que tuvieron que cargar los instrumentos en la camioneta a unas cuadras de distancia, para evitar problemas.

                      Al día siguiente y por recomendación del OCAC, fui a la PDI. Mi intención era contar la verdad y entablar una denuncia por acoso o lo que fuera. Primero, me atendió un caballero que resultó ser bastante amable, le conté la situación y me explicó que en vista de que el acoso callejero no está tipificado como delito, no me podía tomar la denuncia y que por lo mismo mi pololo salía para atrás porque él agredió al sujeto primero. La única opción que me dio fue que mi pareja hiciera la denuncia por amenaza (y alterando la historia, porque si no salía perjudicado él) y que yo dejara una constancia en Carabineros avisando que en ese lugar trabaja un tipo que acosa mujeres. No podía hacer la constancia en la PDI, porque esta policía sólo toma denuncias.

                      Salí super enojada. Además, el policía que me atendió primero me preguntó si quería conversar con una mujer, yo le dije que sí, pensando que se pondría en mi lugar, pero resultó todo lo contrario. Fue más o menos así:

                      ¿Por qué te voy a tomar la denuncia? ¿Porque ibas pasando y un tipo te dijo un piropo? Seamos sinceras, ¿a qué mujer no le dicen piropos en la calle? A mí también me han dicho rica y esas cosas, yo creo que hay que reirse.

                      Yo le expliqué que sabía que no podía denunciar, pero que no me parecía su respuesta, porque le estaba restando importancia al problema y tomándolo como algo natural. Ahí trató de bajarle el perfil, diciendo que yo no le había entendido, que en el fondo no me podía tomar la denuncia.

                      Me dio mucha rabia, hasta el caballero que me atendió al principio resultó ser más empático que la mujer. Se nota la ligereza con que se toman el tema. En la conversación salieron comentarios como “pero si hay chiquillas que les gustan los piropos” o “tú eres de las pocas mujeres que les molesta que les griten”. Eran muy sutiles, pero se notaba que pensaban que estaba exagerando. Creo que bastaba con que me dijeran que mi pololo hiciera la denuncia por amenaza y que yo pusiera la constancia, el resto de comentarios estaba de más. Queda la sensación de que pueden decirte lo que quieran, mientras no te toquen, da lo mismo la forma o a cuántas mujeres acosen. No entendían que si un tipo me acosa a mí una vez, lo más probable es que acose a otras mujeres. Al final, no es mucho lo que se puede hacer.

                      Pasó el tiempo y OCAC Chile insistió en que dejara constancia como me dijeron en la PDI. No estaba muy convencida al principio por el mal rato en la PDI, pero al final accedí y mi pololo quiso acompañarme. Le explicamos al carabinero que me atendió todo lo sucedido y debo decir que fue tremendamente amable y empático. Sin embargo, me explicó que no se puede dejar constancia del hecho porque está enmarcado en la libre expresión (no era que él lo pensara, era lo que decía la ley) y que el procedimiento adecuado era haber llamado a una patrulla de Carabineros para que llegara a la casona y le hiciera un control de identidad al tipo para dejar el hecho directamente en sus antecedentes. Dijo que dejar una constancia ahora no lo iba a perjudicar en nada. Además, nos recomendó hacer la denuncia por amenaza de muerte, pero tampoco se podía porque no teníamos el domicilio del tipo ni su lugar de trabajo. Al final, como verán, quedó en nada.

                      Me da lata porque se notaba que el carabinero quería ayudarnos, pero al intentar algo, se notaban las trabas del sistema. De hecho, en un momento, el carabinero, que era joven, hizo el comentario “pa callao” de que él le habría pegado más al tipo, porque al final la demanda por lesiones es la misma y hay cero amparo para las víctimas en el caso del acoso.

                      Lamentable, esperaba que esto quedara marcado en la hoja de vida del sujeto. Lo único que espero ahora es que el imbécil tenga las mismas trabas que nosotros y que la demanda sea puro tollo, porque dudo que tenga el nombre de mi pololo. En un principio, sentí que yo tuve la culpa de lo que pasó. Sentí que debí haberme quedado callada, porque temía represalias posteriores. Por otro lado, no avalo en absoluto el actuar de mi pololo, pero lo entiendo -cómo no, si vivo acoso a diario-. A pesar de que no estuvo bien, creo que el imbécil se lo merecía, porque por lo visto encontraba totalmente normal que a sus hijas las acosen. Lo que más lamento es no haber podido ser yo la que le sacara la chucha y haberle podido ahorrar el problema a mi pololo. Después de esto, le dejé claro a mi pareja que no le contaré nunca más un episodio de acoso, no porque esté enojada con él, todo lo contrario: porque lo amo y temo por su integridad física. Además, pareciera que la “justicia” está diseñada para que estos enfermos hagan lo que quieran y para que gente de la autoridad con ganas de ayudar queden de manos atadas.