“Comencé a maldecir hasta a mi genética por tener muchas curvas”

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    Era una tarde cualquiera, yo iba caminando por una de las calles más transitadas de Antofagasta, hacia el dentista. Sentía las miradas babosas de algunos hombres, pero las ignoraba porque no sabía qué hacer, así que seguí caminando. Luego de un rato, pasó al lado mío un hombre de treinta y tantos años y se atrevió a tocar uno de mis senos y decirme: “me lo comería todito, mi amor”. Quedé en shock, me di la vuelta y por un rato me quedé ahí mirando cómo se alejaba como si nada hubiese hecho, como si no acabase de tocarme, de agredirme y de humillarme. Comencé a maldecir hasta a mi genética por tener muchas curvas y entre esos pensamientos, se me cruzó el “no es tu culpa”. Me decidí y comencé a correr detrás del tipo, estaba esperando el semáforo como dos cuadras más allá y yo no me iba a quedar de brazos cruzados. Corrí y cuando lo tuve al lado mío, me miró y me dijo: “ah, te quedé gustando”. Me enojé y le pegué con el codo en todo lo que se llama cara. “¡Maraca de mierda, puta, zorra” y otros garabatos me siguió gritando mientras le sangraba la nariz y yo me alejaba de su lado.