“Cuando alguien en el Metro o en la calle se acerca mucho, tengo una sensación de parálisis”

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    Desbloqueé este recuerdo cuando descubrí que había normalizado las situaciones en las que mi intimidad fue violentada, cuando me empecé a conocer y valorar como mujer. Ese día dejé de culparme por aquello y me di cuenta que el machismo es el único responsable.

    Era domingo, verano y hacía el típico calor infernal de Santiago. Salí con short corto y una polera ajustada, evidentemente buscando capear el calor. Doblé por el pasaje hacia el negocio y venía un tipo moreno, de baja estatura y con cara de no ser del sector. Se paró frente a mi, cortando el camino y me tocó. Tocó mi vagina y siguió caminando, como si nunca me hubiese visto. Con solo 12 años no entendí muy bien lo que pasó, pero sabía que nadie debía tocarme ahí sin mi autorización. Volví a la casa, sin decir nada de lo que pasó, me encerré en la pieza y jugué mucho rato tratando de no pensar. Luego me vestí, o más bien me tapé, como se visten las señoritas “decentes” y desde ese día evité usar short y faldas cuando estuviese sola. Solo acepté nuevamente la ropa linda y ajustada cuando salía con mis papás o con alguien que me brindara seguridad.

    Desde ese día el acoso no se detuvo. Me demoré mucho tiempo en aceptar que me gustara, me tocara. A veces, cuando alguien en el Metro o en la calle se acerca mucho, tengo esa sensación de parálisis que todas sentimos cuando somos vulneradas, pero sé que hoy tengo que defenderme. Hace 12 años no tenía idea, porque normalicé estas situaciones e incluso asentí ante aquellos comentarios de: “Deberías sentirte halagada, eres bonita y a los hombres les gustas”.

    Ya me saqué esa venda de los ojos, pero quedan mis sobrinas, mis futuras hijas, mis amigas y las hijas de mis amigas. Todas en una sociedad que nos sigue culpando por nacer femeninas y coartando la libertad de transitar libre, sin miedo por los espacios que por derecho también nos pertenecen.