“Cuando estoy en el Metro o en la micro y presencio una situación de acoso, increpo al acosador”
Desde chica soy muy tímida. Mis hermanas siempre conversaban con mis tíos y tías. A mí en cambio, me costaba interactuar con los demás. Cuando llegué a la adolescencia, era la única de mis amigas que no había tenido pololo ni menos había perdido mi virginidad. Muchas veces me cuestionaba por qué no le parecía atractiva a los hombres. Cuando estaba en cuarto medio, me hice de nuevas amigas, ellas pololeaban y fumaban y yo creía que esa era mi manera de encajar, así que una amiga me llevó con su mamá para ajustar el jumper. Me lo pegaron al cuerpo y lo dejaron muy corto.
El día lunes fuimos a dar una vuelta con mis nuevas amigas y mi jumper apretado. Me sentía tan fuera de lugar, con tanta pena por mí misma. Logré convencer a mis amigas que se me había roto el jumper y lo cambie por unos pantalones. Esta manera de ser me siguió por siempre. Trataba de esconder mi timidez e iba a fiestas a las que me invitaban. Una noche, alguien me prestó atención y quiso bailar conmigo. Era amigo de mi amiga, me sentía segura de hablar con él. Entonces viví una noche en que él solo quería tocarme la cintura, me decía “cosita” “flaquita” y “rica”. Cuando le conté a mi amiga me dijo que no fuera “exagerada”, que era lo que pasaba entre personas que se gustaban. Y yo pensaba “¿que no dijera mi nombre?”.
Toda mi vida pensé que había sido algo normal, que todas las mujeres pasábamos por eso. Yo he escuchado muchas veces que a las mujeres las acosan por su manera de vestir, por que andan “provocando”. Hoy sigo siendo muy tímida. Pero cuando estoy en público, en el Metro o en la micro y presencio una situación de acoso, increpo al acosador.