“Desde niñas nos enseñan que estas cosas no pasan si cumplimos: no sonreír, no andar sola. En esto último fallé”

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    Tenía 15 años, esa tarde iba saliendo del colegio, y aunque la lluvia ya había parado, la calle seguía mojada y andaba muy poca gente. Vi a un tipo en la esquina con el paraguas cerrado, me observó hasta que lo perdí de vista. Los instintos me hicieron caminar más rápido de lo habitual, más derecha, más alerta.

    Desde niñas nos enseñan que estas cosas no deberían pasarnos si uno cumple ciertos patrones, como no mirar a los ojos, no sonreír, no subir la cabeza, andar rápido, no andar sola. En esto último fallé.

    Cuando di la vuelta a la esquina, ahí estaba el tipo. Me dejó pasar y seguí caminando hacia mi casa que estaba como a veinte pasos más adelante. De súbito me tomaron del cuello por la espalda, sujetándome con el paraguas, mientras con la otra mano me daba un agarrón que me llegó a levantar del suelo. Me soltó y salió corriendo con una sonrisa en la cara, como si se tratara del mejor chiste. Me sentí estúpida, había andado sola por la calle, sentí que era mi culpa.