“Dijo: ¿por qué no te subes, te gusta esto? Y se descubrió… Se estaba masturbando”
Hace un par de semanas salí vestida de lo más casual y sin mayor arreglo, porque iba a visitar a mi brother, mi mejor amigo, con quién siempre hemos sido un desastre. Llevaba pantalones rasgados, una camisa a cuadros debajo de un polerón negro con cierre y botines negros. Era un conjunto muy alejado de lo que se podría considerar “provocador”.
Luego de toda una tarde de risas y comida, la hora voló. Antes de darme cuenta ya eran más de las once de la noche y debía volver a mi casa para trabajar al día siguiente. Él me acompañó a la micro y espero a que me fuera, algo muy habitual y seguro, considerando que la micro me deja a media cuadra de mi casa, todo OK.
Al bajar de la micro, iba pensando en lo bien que lo había pasado, cuando me interceptó un auto rojo. El conductor era un chico entre los 25 y 28 años de edad, aparentemente universitario. Con una actitud algo despreocupada, cordial y agradable me pidió indicaciones. Dijo estar “perdido”, una situación muy cotidiana. Considerando que era la única en la calle, asumí que el movimiento brusco que hizo con su vehículo para frenar fue porque si no era yo, ¿quién más le daría las indicaciones? Comencé a explicarle. No estaba muy lejos de la calle que buscaba. Me miró con una sonrisa y agradeció. Crucé la calle y de manera algo brusca volvió a impedirme el paso con el auto. Ahora, más agitado, me preguntó: “¿Puedes indicarme de nuevo? Se me olvidó”. Raro, no habían pasado ni treinta segundos. Asumí que tal vez estaba algo desorientado. Me dije a mi misma “debe estar volao o algo” y no le di mayor importancia. Volví a indicarle el camino. Comencé a sentirme incómoda porque él me miraba, pero no estaba prestando atención a mis palabras, sino a mí.
Terminé las indicaciones y me moví rápidamente pensando que era el típico “jote”. Quise seguir mi camino, di unos cuantos pasos para alejarme pero él llevó su auto hasta mí de nuevo. Aquella tercera interrupción me puso alerta y jamás podré olvidar lo que sucedió después.
Me hizo un gesto para que me acercara. Yo no estaba muy convencida. Me dijo que tenía un mapa y me preguntó si podía indicarle bien, porque como no era del lugar se sentía muy desorientado. Sin acercarme mucho al auto, miré lo que parecía un mapa mientras él fingía buscar la calle. En eso, me dijo: “Ya, una última cosa… ¿Por qué no te subes? ¿Te gusta esto?” y se descubrió. Se estaba masturbando. Obviamente, negué con la cabeza y salí corriendo. Entré por un pasaje cercano mientras corría con miedo. Noté que se estacionó y al ver llegar a alguien, se fue como si nada, dejándome ahí, con el corazón en la mano.
Abrí la puerta de mi casa y me desplomé a llorar en el sillón, cayendo en cuenta de lo peligroso que fue todo el asunto. ¿Qué hubiese pasado si él no hubiese estado solo? Lo he hablado sólo con amistades porque en mi casa el ambiente y la confianza no dan para eso, sólo generarían más tensiones.
Sentí miedo y rabia, me vi en la obligación de correr y no pude tomar su patente. Fui a Carabineros al día siguiente y me dijeron que sin patente no se podía hacer nada. Ni siquiera tomaron una declaración para dejar constancia de que estas cosas ocurren en mi comuna. De hecho, un carabinero joven me dijo “tal vez se pasó ‘rollos’ porque eres distinta”. Gran argumento y solución. Llevo el cabello tinturado de colores llamativos, pero ¿y qué?, ¿porque me veo distinta puede venir este imbécil a hacerme sentir vulnerable? Ya van dos semanas en las que algo tan sencillo como caminar por la calle me es difícil, porque siento un auto pasar a mi lado y me siento amenazada. Temo por otras mujeres. No puedo hacer una denuncia formal y ese imbécil anda suelto. Lo peor es que algunos me han dicho que tengo que cuidarme, que no debo andar sola tan tarde, pero no es ni jamás será mi culpa, no es mi responsabilidad. ¿Por qué me debo hacer cargo de la enfermedad ajena? ¿Y saben qué es lo peor? Que no se puede estar segura ni en el trabajo, la calle o la universidad. Él podría ser tu compañero.
Lo peor es que fui vulnerada por tener un acto de consideración sencillo y humano: dar indicaciones esperando contribuir a que una persona llegara bien a su destino.