“Él aprovechó la presión que ejercía el resto de la gente para tocarme, trató de disimularlo tapándose con el bolso y tocó mi vagina”

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    Tenía alrededor de 15 años y me dispuse a regresar a casa en Metro, después de una jornada de colegio. Hacía calor, yo vestía con mi jumper poco “provocador”, porque no me gustaba -ni me gusta- recibir las miradas lascivas de algunos especímenes.

    En el andén había bastante gente, me subí de las primeras al vagón y poco a poco empezó a llenarse, hubo un momento en que la muchedumbre comenzó a presionar. Subió un tipo de entre 30 y 40 años que llevaba una especie de maletín en la mano, que me miró fijamente por unos segundos. Noté su presencia, pero ignoré el trasfondo que esa mirada podía ocultar. Acto seguido, él aprovechó la presión que ejercía el resto de la gente para tocarme, trató de disimularlo tapándose con el bolso y tocó mi vagina. Más bien fue un agarrón, porque presionó con fuerza. Mi reacción innata fue ponerme colorada, hasta que pasó el shock de los primeros segundos. No sabía qué hacer. Después, atiné a pegarle un palmetazo con todas mis fuerzas para que sacara su sucia y asquerosa mano de mis genitales. Como mi movimiento fue brusco, él me miró sorprendido y la gente de alrededor también miró en busca de lo sucedido. Porque sí, ellos notaron que algo pasaba.

    No puedo asegurar si alguien comprendió lo que sucedió en ese instante, pero aun así, nadie hizo nada, ni preguntó qué pasaba y lo peor, nadie se acercó a mí a ofrecer ayuda. Estaba sola, en medio de un mar de gente y con el acosador frente a mí, sin saber cómo reaccionaría. En un gran esfuerzo, terminé moviéndome del lugar lo más lejos posible. En cuanto al tipo, siguió su viaje con gran naturalidad, como si él no hubiese hecho nada.

    No fui capaz de gritarle a todo el mundo que ese hombre me había tocado, que había abusado de mí con violencia y sin pudor, que había corrompido mi espacio, mi paz y tranquilidad. Hasta el día de hoy, después de años, nunca se lo conté a nadie, porque lo que menos necesitaba era la típica reacción machista justificando el acoso por cómo andaba vestida, por lo que posiblemente hice para provocarlo o los consejos de que debo andar con más cuidado. Discursos que sabía de memoria, pero que no servían ni sirven de nada en estas situaciones. Porque nadie más que una sabe lo que se siente en esos momentos, lo vulnerada e insegura, la rabia, el asco y la pena de vivir en una sociedad tan retrógrada, en donde aún para muchos, la mujer sigue siendo un objeto del cual quieren y creen tener soberanía.