“El tipo hizo un movimiento y sacó de su mochila un cortaplumas”
Era un lunes de verano e iba en el metro camino a mi casa junto a un amigo como a eso de las 22:00 horas. Estaba sentada junto a la puerta del vagón, cuando un tipo de unos 40 o 50 años empezó a mirarme fijo. Poco a poco comenzó acercarse, hasta pararse justo frente a mí. Como yo iba junto a la puerta pensé que bajaría. Pero no, se quedó sin dejar de observarme con una cara de desquiciado que jamás olvidaré. En ese momento, el tipo hizo un movimiento y sacó de su mochila un cortaplumas. Se la puso en la mano con la que iba afirmado para ocultarla. Pasaron varias estaciones en las que él solo me miraba. Como estaba prácticamente sobre mí, yo no podía hacer nada. Con la vista intenté pedir ayuda mirando a la gente para que se diera cuenta que algo pasaba, hasta que el sujeto se sentó enfrente. Abrió la cortaplumas y la movía de forma amenazante. Ahí logré pararme, encararlo y decirle: “Qué te pasa huevón”, tratando de avanzar por el vagón haciendo escándalo para romper el pánico que sentía y llamar la atención de las escasas personas que estaban a esa hora en el metro. El tipo comenzó a avanzar tras de mí. Llegamos a una estación y se bajó, pero siguió amenazándome desde el andén.
Fue un episodio traumático. Ahora siento miedo al transitar sola de noche, que alguien me mire mucho en el metro o en cualquier otro lugar público. Este hecho se escapa un poco de lo que conocemos como acoso callejero, pero lo pongo en igualdad de condiciones, porque cuando alguien te intimida en la calle, uno se siente insegura y débil frente la situación. No puedo dejar de pensar en que ese tipo, que estaba completamente loco, de seguro no habría hecho lo mismo si yo hubiese sido hombre.