“Lobos”

    0 3159
    principal testimonios nuevo
    Desde niñas nos enseñan a cuidarnos de los lobos, esos seres de apetito voraz que se esconden entre las tinieblas y nos sorprenden en medio del camino. Clarissa Pinkola lo explica detalladamente en su libro “Mujeres que corren con los lobos”, en donde nos enseña a identificar a estos personajes por medio de cuentos y análisis psiquiátrico; pero además nos llama a reconocer esa mujer instintiva que llevamos en nuestro interior, aquella mujer sabia que no se equivoca en tomar decisiones.
    Esta historia parte hace un par de años atrás cuando creía tener alguna afección en mi corazón, por lo tanto decidí tomar una hora con un médico competente del área que encajara con mi apretado horario de oficina. Seguramente muchos pensamos que los médicos, estos seres que suelen estar en la categoría de dioses del Olimpo para muchos, no tienen ningún tipo de apetito extraño frente a lo que recubre nuestros huesos, además de ser increíblemente sabios para decidir nuestro destino entre la vida/muerte.
    Un viernes por la tarde luego de mi jornada laboral fui  a visitar a un médico de una clínica privada, citación por la cual me tuvo esperando más de una hora… Luego de tan larga espera suena el alta voz de la clínica, el cual emite un chirrido ensordecedor seguido de “Señorita Guevara, oficina 33”. Me apresuro en guardar las cosas en mi cartera y voy a pequeño seguro paso veloz a la oficina del médico. Al entrar el individuo me pide cortésmente que me siente, toma nota de algunos antecedentes para mi historial médico y luego, con una sonrisa macabra, me invita a la camilla recubierta de papel absorbente. Al sentarme me pide que me saque la blusa y el sostén, y accedí sin preguntar, pero con una inquietud interior sobre mis pobres conocimientos de anatomía para comprender el porqué de mi desnudez. Mi instinto me decía que algo anda mal; y la mirada del lobo mientras mueve la cola me advierte que lo que sucedía era incorrecto. Sentí tanto asco y repulsión mientras las garras del lobo rasguñaban mi pecho con su estetoscopio, que en ese minuto deseaba no ser parte de esa obra, de ese tiempo y de ese espacio. Finalmente me vestí, el médico me dio unas órdenes de exámenes y dejé su cueva para jamás volver a visitarlo.
    Tiempo después, en una conversación de viernes por la tarde, recordé aquel episodio y lo comenté con una amiga que estudia medicina, ella me explicó que el procedimiento que llevó a cabo ese médico era incorrecto y yo había caído como ingenua. Más adelante visité a otro médico cardiólogo, el cual me atendió muy bien, y le comenté sobre su colega (el lobo)… el me dijo que ese lobo es conocido en el medio por llevar víctimas a su cueva y aprovecharse de ellas. Después de lo acontecido me fui pensando en el camino sobre ese instinto del que tanto nos habla Clarissa, de no hacer oídos sordos a nuestra voz interior que da gritos sordos sobre qué camino debemos seguir, cuándo debemos huir y cuándo debemos permanecer quietos.