“Vi a un hombre de la edad de mi papá, haciéndome señas para que me sentara en sus piernas”
Hace más o menos un mes, salí de clases para juntarme con mi pololo. Tomé el Metro en Santa Ana y al subir, me di cuenta que tenía una calceta abajo, así que me agaché para arreglarla. Cuando levanté la vista, vi a un hombre de unos cuarenta años, la misma edad que mi papá, me hacía señas para que me sentara en sus piernas. Al mismo tiempo, apuntaba a un tipo que hablaba por celular. Quedé helada. Solo atiné a mover la cabeza y preguntarle qué le pasaba. Él me respondió el gesto con la cabeza y se rió. Puse cara de asco y no volví a mirarlo. Busqué ayuda en el vagón y vi una compañera del liceo que me miraba preocupada. Estaba en eso cuando divisé a un Carabinero. Pensé en pedirle ayuda cuando llegamos a la estación Los Héroes. La gente comenzó a bajarse y vi al sujeto haciéndole señas a un anciano que estaba sentado detrás mío para que se ubicara a su lado con otros dos tipos. Tomó sus cosas y se sentó con el acosador. Me sentí nerviosa e insegura, sentí que no podía pedir auxilio a nadie. ¿Qué pasaba si era conocido suyo? Miré a mi compañera, luego al Carabinero que estaba de espalda. Bajé la vista avergonzada y me cambié de carro.
Me sentí muy mal el resto del viaje. Quería llorar y no podía dejar de pensar en la niña de mi liceo. Tal vez el tipo le hizo algo. Me sentí cobarde por no enfrentarlo o acusarlo con el Carabinero, pero simplemente no pude. Llegué a mi estación y apenas vi a mi pololo lo abracé. Me puse a llorar y le conté lo sucedido. Me acarició y dijo que para la próxima pidiera ayuda, que nunca me quedara callada. Al menos saber que él piensa de esa forma me reconfortó.