“Me di cuenta de que estaba sin pantalones y masturbándose”
Hace poco escuché a alguien decir, muy sensatamente, que ser revolucionario hoy en día es ser una persona amable con los demás. Esto se vuelve especialmente complejo en Santiago, que se ha transformado en un lugar hostil, donde el que sobrevive es el más fuerte y con un sistema educativo que fomenta el individualismo. Siempre he sido consciente de esto, por lo que soy amable con las personas cuando me preguntan direcciones en la calle. Pero desde ayer que estoy cuestionando esa gentileza intrínseca.
Con mi jefa fuimos a charla muy motivadora de Benito Baranda en el Club Providencia. Salimos contentas y con ideas frescas para el proyecto social en que trabajamos. Pedimos un taxi y lo esperamos en las afueras del Colegio San Ignacio El Bosque, un barrio que se caracteriza por su limpieza y seguridad. De repente, se acerca un tipo joven en auto y con una pinta muy normal, y nos pregunta a viva voz: “¿Cómo llego a Av. Providencia?”. Como hablo fuerte no me acerqué al auto, sólo me limité a darle las instrucciones. A la distancia, y gracias a mi vista periférica, me di cuenta que estaba sin pantalones y masturbándose. Mi jefa de inmediato se dio vuelta y quedó en silencio, pero yo le seguí respondiendo como si no me hubiese dado cuenta. No quería darle el placer de intimidarme. Me dio las gracias y arrancó a toda velocidad.
No es la primera vez que me ocurre, por eso pude reaccionar con naturalidad. Mi jefa quedó muy afectada, le daba pena pensar que algo así le podría pasar a su hija pequeña. Cuando contamos lo ocurrido tuvimos varias opiniones, algunos se rieron como si se hubiera tratado de una buena broma, mientras que otros fueron más comprensivos. Lo que no muchos saben es que la conducta de esta persona es un delito, con todas sus letras, comprendido en el artículo 373 del Código Penal y en el que se otorga una pena baja (61 días a tres años de reclusión). Si le hubiese pasado a un menor de edad, la pena sube un grado (presidio de 541 días pudiendo llegar a cinco años).
Esa misma tarde estaba leyendo una página de turismo con recomendaciones de seguridad para extranjeros que quieren venir a Chile. Allí recomiendan que si están en Santiago, deben permanecer “extremadamente atentos de quienes los rodean y pensar primero en su seguridad y, en segundo lugar, los buenos modales”. Antes del incidente hubiera encontrado una exageración la recomendación, pero hoy me encuentro absolutamente hostil y no quiero que nadie me hable en la calle, exclusivamente por miedo y frustración.