“Me dijo: ‘No sé cómo llegar, ¿por qué no te vas conmigo?'”

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    No recuerdo que edad tenía exactamente, pero cursaba sexto básico. Ese día quedé de juntarme con mi hermana mayor. Se suponía que debía esperarla cerca de su liceo a la hora de salida, pero llegué diez minutos antes y quise hacer hora en la esquina que estaba al frente de la puerta de entrada. Pasaron los minutos y yo seguía ahí, pero ya no sola.

    Un hombre de unos treinta años pasó por mi lado y me miró. Yo, inocente, le devolví la mirada y sonreí. Al cabo de unos segundos él se devolvió y se puso al lado mío, pero sin decir una sola palabra. Me sentí demasiado invadida y me quería ir. En eso vi a dos personas que se aproximaban y como ya faltaba poco para la salida de mi hermana me quedé. El tipo, que ya estaba prácticamente pegado a mi, me preguntó dónde quedaba la calle Brasil. Lo miré apenas, pero pude ver en su cara una sonrisa que me incomodó. Traté de darle las indicaciones para que se alejara, pero él me dijo: “¿Qué?” y se acercó más. Sentí un olor desagradable a alcohol, entonces le hable más fuerte, pero él no se daba por aludido y seguía a la misma distancia con su sonrisa de galán. Me dijo: “No sé cómo llegar, ¿por qué no te vas conmigo?”. ¡Quedé helada!

    Luego, me volvió a abordar con preguntas como por qué razón estaba ahí y si estaba sola. Le respondí que no estaba sola y que mis papas eran los que venían acercándose. El hombre se alejó de inmediato, pero para mi desgracia las personas que venían entraron a una casa, así que nuevamente se acercó, pero ahora ya no sonreía. Estaba enojado y de su bolsillo sacó $400 y me los ofreció, yo no los quería recibir pero me tomó de las manos y las puso de a una en mis palmas diciendo que podía comprarme un helado porque era linda. Yo estaba al borde de las lágrimas, no me podía mover, sentí mis piernas pesadas y él comenzó a tironear.

    Pasaba gente, pero nadie interfería, solo miraban y hacían vista gorda. Hasta que apareció un hombre que se dio cuenta que algo raro sucedía. Dejó su bolso en el suelo y comenzó a ver la hora en su celular justo en frente de nosotros. Gracias a eso el acosador me soltó un poco. Tenía mucho miedo pero me di valor y corrí hacia el hombre del bolso. Entre sollozos le dije que me ayudara. Me miró y me dijo: “Te salvaste”. Mientras el

    No sabía si gritar, pero la gente miraba y hacían como que no veían nada, hasta que apareció un hombre con un bolso y se dio cuenta de que algo raro sucedía. Dejó su mochila en el suelo y comenzó a ver la hora en su celular parado cerca del tipo. Gracias a eso, el acosador me soltó del brazo, y yo me di valor para correr hacia el hombre del bolso. Entre lágrimas le pedí que me ayudara y me dijo: “Te salvaste”, mientras el victimario me gritaba: “¡Puta de mierda!”.

    Luego del episodio el hombre del bolso me acompañó hasta una Comisaria. Cuando llegamos entré a una habitación y declaré lo que me había sucedido. Al rato llegó mi papá y solo en ese momento me pude sentir segura. Camino a casa mi padre me dijo que no debía andar sola, menos en una esquina que daba mala impresión, y agregó que debía aprender a defenderme.

    Me sentí culpable por mucho tiempo, tenía pesadillas recordando lo sucedido y me daba miedo salir a la calle. No podía entender qué había hecho mal. Me culpaba por haber ido ese día, por haber estado sola, por usar falda. Durante mucho tiempo pensé que yo había ocasionado que ese hombre pensara que yo era una prostituta por haber estado sola y parada en una esquina.