“Me susurró lentamente ‘cosita'”

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    Hoy salí como a las diez y media de la mañana de mi casa para ir a la Universidad. Como subió la temperatura temprano, decidí ir con pantalones, una polera sin mangas y mi camisa leñadora favorita atada a mis caderas. Sé no es la ropa,  que no soy yo y no es mi culpa. Me bajé de la micro ya dándome cuenta de miradas. En la calle fui rápidamente hacia mi destino, como siempre, por la misma calle que, por cierto, tiene mucho flujo peatonal.

    Caminando con la mirada perdida, porque tampoco suelo mirar a los ojos de quienes van y vienen, percibí con mi sexto sentido -ese radar de viejos calientes que tenemos o hemos desarrollas tras las experiencias- que venía uno.

    Rozándome el hombro, por un descuido mío y un atrevimiento de él, me susurró lentamente “cosita”. Todavía lo recuerdo y lo registro junto a todas las otras experiencias similares que he vivido.

    La situación la puedo sobrellevar, puedo sostener los episodios, tengo 21 años y un carácter bastante fuerte como para verme influenciada por estas prácticas. Aun así, no deja de ser la situación más discretamente aberrante que podría pasar una persona. Me preocupa aquellas (y aquellos, para no restringir la situación a cuerpos femeninos) que no tienen el equilibrio suficiente para no destruirse la vida por estas vivencias.