Que le poní color o la ceguera de los privilegiados
La calle es agresiva para nosotras, porque somos como el ciervo en una cacería y encima nos dicen que tenemos que sentirnos halagadas con ello.
“No es para tanto”, “Están exagerando”, “No le pongan color”. Son las respuestas que suelen darnos cuando hablamos de acoso sexual callejero. Muchas de ellas de hombres. Otras tantas, de mujeres. ¿Por qué? Aquí un par de razones.
En primer lugar, lo obvio: los hombres no lo ven porque prácticamente no les pasa. Esto no quiere decir que no haya hombres que no hayan sido acosados. Los hay, pero son pocos y, probablemente, no les pase más de un par de veces en toda su vida.
Y cuando algo no es tu problema es fácil pensar que no es un problema. Eso se llama privilegio.
Aunque muchos de los que leen esta columna nunca hayan sufrido acoso sexual callejero (enhorabuena), eso está lejos, lejísimos, de significar que no exista. Sólo un par de cifras: según la Encuesta sobre el Acoso Callejero realizada por el OCAC, a más del 70% de las y los encuestados les han dicho “piropos” agresivos, un 38,3% reportó haber sufrido agarrones y un 27,9% exhibicionismo o masturbación. ¿Siguen pensando que no es un problema?
Además de que a la mayoría de los hombres les resulta difícil verlo porque no les pasa, seguramente sus madres, esposas, pololas e hijas tampoco se lo cuentan. Es casi seguro que ellas sí lo han sufrido, sin embargo, la sensación de culpa, frustración y vergüenza es tanta, que muchas veces prefieren callar. Pregúntenle a las mujeres que están a su alrededor, es probable que se lleven una sorpresa.
Otra respuesta típica es: “Pero si es un piropo, nada más”. Lo que no son capaces de ver quienes piensan así es que ese silbido, ese bocinazo, ese hostigamiento sexual nos pasa todos los días y a veces más de una vez al día. El problema es que lo ven desde la perspectiva del acosador, no de la acosada.
¿Se han preguntado cómo reaccionarían ustedes si todos los días un desconocido les gritara que quiere culiar con ustedes? Y no como broma, sino en serio. Si les pasara, al menos, una vez en la vida, probablemente sería un hecho anecdótico, pero la sistematicidad y la frecuencia hacen que se convierta en un acto profundamente agresivo, que limita el transitar de las mujeres por el espacio público.
Después de varios silbidos, bocinazos, punteos y agarrones, nadie tiene el derecho a pedirnos que tomemos bien un supuesto “halago”.
Porque aunque muchos y muchas argumenten que son cosas distintas, que no podemos comparar un silbido con que se masturben delante nuestro, o un “piropo” con un punteo, lo cierto es que todas esas expresiones son parte de la misma estructura social: el machismo.
Se entiende que hay distintos niveles de gravedad dentro del acoso sexual callejero, sin embargo, también tenemos que entender que aunque esos grados varíen lo que está detrás es lo mismo: que las mujeres cuando estamos en un espacio público pasamos a ser también una propiedad pública y los hombres sienten que tienen el derecho a expresarnos qué tanto les gustaría acostarse con nosotras, a decirnos que nuestro cuerpo es de su gusto.
Mientras para ellos caminar por la calle es algo de lo más normal, algo que ni siquiera se cuestionan, para nosotras es un tema. Porque tenemos que pensar cómo vamos a vestirnos, por cuál calle vamos a pasar y a qué hora vamos a volver. Planificarlo todo porque la calle es agresiva para nosotras, porque somos como el ciervo en una cacería y encima nos dicen que tenemos que sentirnos halagadas con ello.
*Escrita originalmente para El Quinto Poder