“Salí y vi a este viejo venir de frente, con esa cara asquerosa que todas reconocemos en este tipo de hombres”
Como todas, he pasado por muchos momentos de acoso callejero con “piropos”. Desde un ‘linda’, hasta comentarme que me lo van a meter mejor que mi pololo. He enfrentado cada acoso con diferentes reacciones: me alejo, los encaro y los lleno de chuchadas, quedo en shock y no digo nada. Todo, desde que tengo cerca de catorce años. Pero hace unas semanas, no sé si es porque estoy más grande y consciente del problema del acoso callejero, fue la vez que más me ha disgustado.
Iba caminando a buscar un cajero para sacar plata, llevaba mucho rato buscando uno y me acordé de una farmacia cercana. Caminé y noté a un viejo raro. Entré a la farmacia, el cajero estaba sin plata, así que salí y vi a este viejo venir de frente, con esa cara asquerosa que todas reconocemos en este tipo de hombres: haciendo señas con sus manos para agarrarme las pechugas y acercarse. Venía directo hacia mí. En el shock de la situación -no sé cómo pasó- de un minuto a otro lo tenía casi encima y lo tuve que empujar rápido para que no pudiera tocarme, le dije que era un viejo asqueroso y se fue, riendo, cagado de la risa.
Me fui caminando a mi auto, con pena y rabia. Siempre he tenido un tema con mi cuerpo y ese día había pensado en no ponerme el sostén que llevaba porque me hacía ver más “voluptuosa”, aunque no se iba a notar porque andaba con polerón cerrado y una polera hasta el cuello. Pero a estos viejos les da lo mismo, se van cagados de la risa igual y yo me fui al auto, me encerré y me puse a llorar. Me dio rabia tener que aguantarlo, aceptarlo y entender que es algo que en muchos años va a cambiar. No tiene que ver con la ropa que usamos, con cómo nos vemos, con lo que hacemos. Cada vez que sé que a alguien más le pasa algo así, me enojo muchísimo.