“Sentí que un tipo se instaló tras de mí y en chileno, ‘me punteó'”

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    Eran las 6 de la tarde de un jueves de marzo y tomé una micro desde metro  U de Chile hasta Baquedano, por la Alameda. Una micro que no iba tan llena, la verdad. Cuando me acerqué a la puerta y toqué el timbre, sentí que un tipo se instaló tras de mí y en chileno, “me punteó”; acto seguido me susurra: ” te lo metería hasta el fondo de esa boquita roja”. Se abrió la puerta y sólo atiné a bajarme, paralizada, helada, aterrada.
    Muchas otras veces me pasaron situaciones en las que se me acercaron tipos en estos términos y yo siempre reaccionaba: empujando, pegando codazos, mirando con desprecio mientras me corría. Pero esta vez no me sentí amenazada a priori, no había tumulto, el tipo era joven, vestido algo deportivo, no me dio desconfianza con antelación, plena luz del día. Ahora siento que no puedo bajar la guardia ni confiar en nadie desconocido.

    Por algunos días me sentí sucia y humillada por no haber hecho nada para defenderme, pero ahora sé que no soy la culpable, sino esta sociedad enferma que normaliza y le baja el perfil a este tipo de agresiones, una sociedad que dice que debo estar “agradecida* de recibir este tipo de ” comentarios”.  Nadie tiene derecho a invadir mi espacio ni mi intimidad de esa manera.