“Sentí un apretón bajo mi pierna, me quedé muda, pensé que me quería robar”
Esto me ocurrió el año pasado, en el paradero de la Universidad Católica de la Santísima Concepción (lo digo y siempre lo diré, porque puede ser que aun ronde esta persona).
Estaba súper feliz, ese día era mi “cumplemés”. Andaba toda emperifollada, arregladita, con taquitos, carterita, una blusita y andaba con un blazer, porque hacía un poco de frío. Tomé la micro que me servía para ir a su casa, me senté en medio de la micro, ni tan atrás, ni tan adelante, según yo, al medio es el lugar más seguro.
Me senté hacia la ventana, como siempre, terminando de escribir una carta a quien era mi pololo. Un tipo se sentó al lado mío, no le tomé mayor atención, aunque me di cuenta de que habían muchos puestos vacíos. Él tenía una mochila en sus rodillas y su manos debajo de ella, recuerdo que andaba muy apestoso, tenía pinta de estudiante, pero olía muy, muy mal. Yo no quise cambiarme de asiento por no hacerlo sentir mal, porque quizás él se daba cuenta que olía tan mal y se avergonzaba, qué ingenua.
La micro no tenía que demorarse más de 20 minutos en llegar a la casa de mi pololo, así que aproveché ese rato para tomar mi espejo y hacerme un retoque de pintura. Abrí mi bolso para sacar el espejo y sentí un apretón en la pierna, miré a mi compañero de asiento, él miraba hacia al frente entonces pensé que quizás había sido la huincha de la mochila o algo. Pero después sentí nuevamente un apretón ahora bajo mi pierna. Me quedé muda, pensé que me quería robar, busqué mi teléfono pero lo tenía en el otro bolsillo. Esto ya no era la “huincha de la mochila” claramente, yo pensé “soy rellenita, no ando con escote ni tengo una gran facha para que me haga esto”. Y aunque la tuviera, no tenía derecho a hacerlo. Tomé coraje y le dije “¿puedes cambiarte de puesto?”. Él me miró y me dijo “si me bajo aquí nomás”, y se bajó.
Cuando llegó mi ex a encontrarme solo pude llorar, entonces él se preocupó bastante y fue a dejar a sus hermanos menores que lo acompañaban, para luego salir con su tío a buscar a mi acosador, era tarde, no lo encontraron. Llamé a mi papá para contarle lo sucedido, sin poder dejar de llorar. Él me dijo que me tranquilizara porque al menos no me había pasado nada “grave” y estaba a salvo.
Comprendí que no es necesario ser “90-60-90” para que te miren con cara de… bueno, todas sabemos. Podría pensar que el haberme arreglado un poco más de lo común fue la acción principal para que él se sintiera con el derecho de tocarme, pero ¡NO! Él no tiene el derecho, si ando con mini, si ando con lo que se me dé la gana, no es para que me anden tocando, ni mirando, ni ¡NADA!
Tenemos el derecho a salir solas, es esta sociedad que debe aprender a RESPETARNOS.