“Sólo atiné a mirar a la gente con cara de miedo, como pidiendo ayuda, pero nadie lo notó”

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    Ese día estaba esperando a mi pareja que saliera de la universidad. Como yo había salido antes, decidí bajarme en el metro Baquedano y esperarlo en el Parque Bustamante. Había gente trabajando y haciendo deporte, así no me preocupé y me puse los audífonos para escuchar música. Después de un rato, pasó frente a mí un hombre de unos 27 o 30 años con una enorme cicatriz en el rostro que le atravesaba todo el pómulo. Obviamente, como no es algo que se ve todos los días, lo miré pero no con desprecio o algo por el estilo.

    Cuando hicimos contacto visual, me di cuenta que él ya me estaba observando. Bajé la vista pero fue demasiado tarde, porque él se sentó en mi misma banca. Me saludó y por educación respondí; en ese momento comenzó a cantarme “rapeando”, y me incomodó porque lo hacía muy cerca, así que decidí no mirarlo. Pero mi desprecio no funcionó, él se deslizo por la banca hasta quedar junto a mí y comenzó a tocar mi brazo de manera brusca para llamar mi atención. Luego me contó que estuvo en la cárcel, que se crió en la calle y algunas mentiras sobre cosas que decía tener. Yo no sabía qué hacer, me sentía invadida, y sólo atiné a mirar a la gente con cara de miedo, como pidiendo ayuda, pero nadie lo notó.

    El acosador me contó que me había visto desde que llegué, que era hermosa y que les había dicho a sus amigos que iría a buscarme. Luego me dijo que tenía un insecto en la zona de los pechos y me dio tanta rabia, porque obvio que era la excusa para decir alguna cochinada; así que le lancé una de esas miradas matadoras, pero él reaccionó rápido y dijo: “Noooo, no te pases películas( haciéndose el ofendido)”, y agregó: “Quien fuera bicho…”.

    Ojo que la situación no terminó ahí, porque sin inmutarse por mi reacción me preguntó si estaba esperando a alguien. Cuando supo mi pareja venía en camino no se limitó en preguntarme si a mi pololo le iba a molestar que él estuviera ahí conmigo, ya que pretendía quedarse hasta que llegara. Le respondí que obvio que sí. Fue entonces cuando el acosador dijo que si era así, le pagaría y que yo no podría hacer nada. Me horroricé y le grité: “¡Qué te pasa! Es mi pololo”. Me paré y salí corriendo.

    Lloré todo el camino, me sentí tan insegura que tuve que llamar a mi pareja para que que me fuera a buscar. ¿Cómo es posible que sólo nos sintamos seguras con un hombre al lado?

    Lo peor es que cuando se habla de este tipo de situaciones todos te dicen que debes encarar a los acosadores o simplemente irte, pero la verdad es que cuando te enfrentas a una (como me pasó a mí), el miedo te paraliza.