13 años

    0 1700

    principal testimonios

    Les envío mi experiencia personal, para mí es muy complejo compartirla, pero a la vez importante, pues no sólo me sentí pasada a llevar, sino que también me sentí decepcionada ante la nula respuesta de quienes se encontraban a mi alrededor.

    Actualmente tengo 18 años, pero a pesar de ello he vivido varias malas experiencias en la calle, especialmente desde los 13 años, transformándose en una constante vivencia al andar por la vía pública. La más traumática de ellas, y la primera que recuerdo, fue cuando tenía 13 años. Estaba en primero medio, eran las 12 del día e iba camino al liceo en un trayecto que duraba aproximadamente 40 minutos, cuando un tipo de unos 50 años se sentó en el asiento de al lado, comenzó a mirarme fijamente (lo cual me intimidó mucho) y posteriormente sacó su pene y se comenzó a masturbar. Me urgí mucho y comencé a mirar para todos lados, en busca de algún adulto para que parara tal situación, pero nadie me ayudó, todos miraron hacia otro lado y él continuó hasta que finalmente eyaculó, guardó su pene y se levantó tranquilamente de su asiento. Se bajó de la micro y yo no aguanté más y llegué llorando al liceo. Fueron cerca de 15 minutos de trayecto que nunca he logrado olvidar, aunque no me tocó ni hubo contacto físico, me desesperé y sentí confundida y muy nerviosa, no lograba entender mucho lo que sucedía. A diferencia de otras, a los 13 años yo era aún muy niña, siempre pienso que me habría gustado que alguien interviniera.

     

      2 5416

      principal testimonios

      Eran los primeros días de primavera, estaba en octavo básico, acababa de cumplir 13 años. Siempre, toda la vida, había usado el jumper ancho hasta la rodilla, porque mi mamá me repetía siempre que era mejor así para no llamar la atención de nadie. Pero ese año, como cualquier adolescente, quería sentirme bonita, le rogué por varias semanas a mi mamá que me permitiera ajustar el jumper -que era dos tallas más grande- y me dejara hacerle basta unos seis dedos por encima de la rodilla, como lo usaban el resto de mis compañeras. Luego de muchas vacilaciones, mi madre aceptó.

      Ese día, iba al colegio sola con mi hermana de nueve años. Como todos los días, era el primer día que fui al colegio feliz con mi nuevo jumper. De pronto, por el camino, veo a lo lejos unas mas allá antes veo un tipo desconocido que mira insistentemente hacia nosotras. Me siento un poco asustada, pero tras verlo desaparecer, me tranquilizo y sigo avanzando.

      Unos cinco minutos más tarde, el tipo aparece tras nosotras y me mete su mano por debajo del jumper. Pensé lo peor, estaba tan asustada que solo atiné a pedirle a mi hermana que corriera hasta el colegio. Fue lo ultimo que alcancé a decir, antes de que mi voz se paralizara sin poder articular otra palabra. Producto del impacto, también se me nubló la vista y al voltearme sólo pude ver una silueta gris de un hombre de unos 30 años que me observaba sonriente mientras yo lloraba paralizada. Luego de unos minutos, corrió victorioso. Llegué al colegio llorando, los inspectores llamaron a mi mamá, quien vino a retirarme y me llevó a la casa, me acogió y contuvo por supuesto, pero también me dijo: “viste, te dije que no arreglaras el jumper”.