abuso sexual

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    principal testimonios nuevoIba camino a tomar la micro, cuando un tipo de los que limpia parabrisas empezó a molestarme mientras esperaba que cambiara el semáforo. Sus comentarios iban directamente referidos a lo bien que me quedaba la minifalda. Aparte de lo humillada que me sentí, debo admitir que no es algo a lo que no esté habituada: no es primera vez que me acosan en la calle.

    De todos modos, no quiero acostumbrarme a sentirme tan insegura, no solo en la calle, sino que en mi entorno, especialmente en las fiestas, ya que esos son los momentos en los que algunos hombres aprovechan para acercarse de forma inapropiada. En especial cuando ven que una está vulnerable, y sin mayor conciencia de lo que pasa alrededor, por el consumo en exceso de alcohol.

    Muchas veces pasa que al encararlos por estos actos no consensuados, ellos se escudan bajo excusas como: “¡Tú querías!, ¡es tu culpa tomar tanto, yo también estaba borracho!, ¡para qué te vistes así!”, etc.

    Me parece increíble la cultura de abuso que está instalada en nuestro país. Debemos erradicarla. Hechos como el ser violada tras haber bebido alcohol en una fiesta, deben ser denunciados para que no queden impunes, porque son DELITOS.

    Por eso, mi llamado es a no tener miedo y a alzar la voz, porque es tarea nuestra crear conciencia.

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      Cuando tenía 15 años, hice uno de mis primeros viajes en micro desde y hacia mi colegio. En ese tiempo existían las micros amarillas. Era hora punta. Siempre pensé que estando cerca del chofer, estaría más segura, pero no. Iba de pie, ubicada al costado del chofer y la micro iba llenísima y todos me empujaban para bajar o subir. Recuerdo que era invierno y nos permitían ir con pantalones. En una parada, entre empujones sentí una mano que me apretó en la parte más baja de mi trasero y vagina, por lo que horrorizada miré hacia atrás y no había nadie. No había tipo a quien culpar, nadie vio algo y de seguro el que me abusó bajó rápidamente de la micro. Para mí eso traspasó el límite de acoso. Tocar un cuerpo y unos genitales ajenos es abuso sexual. Desde ese momento, busqué pantalones más holgados y a usar prendas masculinas; todo para insinuarme lo menos posible. Pero seguía recibía palabrotas obscenas en la calle.

      A mis 22 años, con mi mochila cargada de libros dirigiéndome a la universidad, un tipo en evidente estado de ebriedad que se estaba tambaleando, se acercó y me tocó el trasero. Me acordé de la vez anterior, por lo que tomé mi pesado bolso y como pude lo levanté y golpeé en la cabeza al hombre; después lloré de impotencia. A mi lado había una caseta de seguridad ciudadana. El tipo que estaba ahí me preguntó qué había pasado, y yo entre lágrimas le dije que un degenerado me había tocado el trasero. Y él solo rió.

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        Hace un par de semanas, ‘‘The New York Magazine’’ publicó un artículo en el cual se revelan las últimas revelaciones del caso de Bill Cosby, junto con los testimonios de sus víctimas y el comportamiento social existente frente a una violación.

        Hace un par de semanas, ‘‘The New York Magazine’’ publicó un artículo en el cual se indican las últimas revelaciones del caso de Bill Cosby, junto con los testimonios de sus víctimas y el comportamiento social existente frente a una violación.

        En el medio se habla en primer lugar de las declaraciones del comediante Hannibal Buress en su show, en las que trató a Bill Cosby de ‘‘violador’’. Quizás lo más sorprendente no fue que Hannibal Buress llamara ‘‘violador’’ a Bill Cosby, sino que el mundo ya lo había escuchado. Una década antes, 14 mujeres habían acusado a Cosby por violaciones. En 2005, un miembro del equipo de basketball femenino, Andrea Constand, denunció a las autoridades que él la había drogado; denuncia que fue la base de múltiples acusaciones posteriores, sin embargo, mayoritariamente fueron vistas con escepticismo, se les amenazó y desacreditó.

        La revista también destaca la declaración de Cosby en el caso de Costand, que fue revelada hace un par de semanas, en la que el comediante admitió haber tratado de tener sexo con mujeres jóvenes con la ayuda de ‘‘Metacualonas’’ o ‘‘Quaaludes’’: una droga que desinhibe a las personas sexualmente, deprime el sistema nervioso y puede llegar a dejar inmóvil a alguien. Él le pidió a un agente de modelos que lo contactara con mujeres jóvenes que eran nuevas en la ciudad y que ‘‘no estaban bien en términos financieros’’. En su declaración, Cosby se veía confiado con respecto a que su comportamiento no constituyó una violación, aparentemente él vio una muy pequeña diferencia entre invitar a cenar a alguien para tratar de tener sexo y drogar a alguien para conseguir lo mismo. En cuanto al consentimiento, él dijo: ‘‘Creo que soy un muy buen lector de las personas y sus emociones en cuanto a las cosas sexuales y románticas’’. En su declaración afirma que debido a que estas mujeres accedieron a reunirse, él sintió que tenía un derecho sobre ellas, y en parte la razón por la que las acusaciones contra Cosby demoraron tanto en ser públicas, es porque las mujeres también creyeron esto (así como los abogados, el personal, los amigos y otras personas que también mantuvieron estos incidentes en secreto).

        Meses después de sus declaraciones, se dio por finalizado el caso de Cosby y Constand. Las acusaciones rápidamente fueron olvidadas por el público, si es que en algún momento estuvieron en su memoria. Nadie quería creer que el padre de la televisión con su chaqueta de punto era capaz de realizar estos actos, y por lo tanto, nadie lo creyó.

        En el medio se realizó una reflexión sobre el largo periodo en que Cosby cometió abusos sexuales sin recibir un castigo, como también la forma en la que las mujeres vulneradas tuvieron que sobrellevar este trauma a través de los años. Asimismo, se analizó cómo ha sido la lucha de la cultura en las últimas décadas, contra la violación.

        En la década de 1960, cuando se denunció la primera agresión sexual cometida por Cosby, la violación se consideraba como un acto violento cometido por un extraño. La violación cometida por conocidos no estaba asimilada como tal, ni siquiera por las mujeres que la sufrían. En las décadas del 70 y 80, diversos movimientos sociales ayudaron a que la gente tomara conciencia que entre el 80% y 90% de las víctimas, sí conocía a sus agresores. Sin embargo, aún persiste la cultura del silencio y la vergüenza, especialmente cuando el hombre al que se acusa tiene algún tipo de prestigio o poder. La primera suposición que se plantea es que las mujeres que acusan a hombres famosos lo hacen porque quieren dinero o atención. Al igual como, según se dice, Cosby le dijo a algunas de sus víctimas: ‘‘Nadie te creería, por lo que ¿para qué hablar?’’.

        En Chile, Patricia Muñoz, directora de la Unidad Especializada en Delitos Sexuales y Violencia Intrafamiliar del Ministerio Público afirmó en un reportaje de la revista ‘‘Paula’’ que ninguna mujer que no haya vivido una violación querría pasar por el proceso que enfrentan quienes judicializan sus experiencias, ya que nadie quiere contar una y otra vez cómo la agredieron, ni hacerse un examen sexológico, o estar en terapia sicológica durante años para superar el trauma que generó la violación, para, además, enfrentarse a un sistema en el que distintas personas le hacen preguntas del tipo: ¿Usted se prostituye? O ¿Cuántas relaciones sexuales tiene al mes? Dentro de los delitos sexuales, uno de los más difíciles de probar es la violación a mujeres adultas. Esto porque se exige demostrar ante los jueces que ellas opusieron resistencia y que no consintieron tener relaciones.

        En términos culturales y sobre la manera en que se abordan los casos de violación, la abogada de la corporación ‘‘Humanas’’ Daniela Quintanilla afirma: ‘‘Cualquier mujer se enfrenta a una relación desigual de poder con sus pares varones y esto es la base de la teoría del género. Hay muchos casos como el de Bill Cosby que constituyen crímenes, y cuando existe un sistema público que lo avala, lo único que hace es permitir la impunidad que, a su vez, perpetúa los estereotipos que son la base de los abusos’’. También indica: ‘‘La igualdad no significa tratar igual a todo el mundo, significa tratar igualmente a quienes son iguales y tratar desigualmente a quienes son desiguales y en estos casos de violencia y abuso sexual, lo que subyace es un componente de relación de subordinación histórica.’’

        ‘‘En Chile, el abuso sexual contra mujeres adultas ni siquiera está constituido como delito debido a su naturalización. Los que participan en un proceso judicial están influenciados por las relaciones de género y los estereotipos, y por eso existe la demanda histórica de las mujeres a no responsabilizar a las mujeres por los delitos de violencia  sexual (indagar sobre conductas sexuales pasadas, sobre la vestimenta de la mujer, sobre su comportamiento, etc.)’’

        ‘‘En el caso de Bill Cosby, las mujeres no sabían si fueron o no víctimas de violación debido a que se dirigieron a su casa y consumieron la droga voluntariamente. Alguien puede hacer un paralelo con otro delito: si yo voy a la casa de un hombre que conozco en una fiesta, consumo una droga que él me ofrece y al día siguiente me doy cuenta que se robó mi auto, puede que mi conducta haya estado vinculada a una exposición de riesgo, pero esto no quita la responsabilidad que otro me robó el auto, sigue siendo un delito’’.

        ‘‘En este caso, ni siquiera podemos decir que solo se le exige a la mujer un estándar de probidad muy superior al de cualquier otro tipo de delitos. Las mujeres, al tener que demostrar que fueron víctimas de violación mediante signos de forcejeo, deben martirizarse a tal punto que deben poner en riesgo su vida y su integridad física para defenderse de una agresión, de manera que posteriormente pueda defenderse en términos penales, y esto lo único que hace es seguir responsabilizando a las mujeres de los delitos sexuales y seguir reforzando todos los estereotipos detrás del abuso’’.

         Imagen: New York Magazine

        Por: Alejandra Pizarro

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          Cuando tenía 16 años, usaba mi jumper ajustado y corto. Me encantaba andar así e, incluso, hasta hoy me considero fan de las mini.

          El asunto es que un día venía del colegio y la micro estaba muy llena. Yo iba parada. De pronto, sentí que alguien a mi espalda estaba metiendo su mano por debajo de mi jumper, me asusté mucho, pero lo enfrenté: agarré rápidamente la mano del sujeto y me volteé ¡era un viejo como de 60 años! Muy enojada, lo interpelé, le dije que qué le pasaba, por qué me andaba tocando. Otro hombre se acercó y me interrogó sobre lo sucedido, le conté y me defendió. Le dijo al viejo que era un degenerado, le pidió al chofer que detuviera la micro y lo bajó a patadas. Luego solicitó que me dieran el asiento, porque yo estaba muy alterada, al borde de las lágrimas. Cuando le agradecí por defenderme, él me contó que tenía una hija de mi edad y que no entendía cómo podían haber seres con una mente tan retorcida.

          Llegué a mi casa y me puse a llorar, me sentía mal y sucia. Lloré durante varios días y jamás le dije a mis padres lo que había sucedido. Le agradezco a ese caballero el que me haya defendido y ayudado. Sin embargo, en otras situaciones de acoso no he tenido tanta suerte.

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            Tenía alrededor de 15 años y me dispuse a regresar a casa en Metro, después de una jornada de colegio. Hacía calor, yo vestía con mi jumper poco “provocador”, porque no me gustaba -ni me gusta- recibir las miradas lascivas de algunos especímenes.

            En el andén había bastante gente, me subí de las primeras al vagón y poco a poco empezó a llenarse, hubo un momento en que la muchedumbre comenzó a presionar. Subió un tipo de entre 30 y 40 años que llevaba una especie de maletín en la mano, que me miró fijamente por unos segundos. Noté su presencia, pero ignoré el trasfondo que esa mirada podía ocultar. Acto seguido, él aprovechó la presión que ejercía el resto de la gente para tocarme, trató de disimularlo tapándose con el bolso y tocó mi vagina. Más bien fue un agarrón, porque presionó con fuerza. Mi reacción innata fue ponerme colorada, hasta que pasó el shock de los primeros segundos. No sabía qué hacer. Después, atiné a pegarle un palmetazo con todas mis fuerzas para que sacara su sucia y asquerosa mano de mis genitales. Como mi movimiento fue brusco, él me miró sorprendido y la gente de alrededor también miró en busca de lo sucedido. Porque sí, ellos notaron que algo pasaba.

            No puedo asegurar si alguien comprendió lo que sucedió en ese instante, pero aun así, nadie hizo nada, ni preguntó qué pasaba y lo peor, nadie se acercó a mí a ofrecer ayuda. Estaba sola, en medio de un mar de gente y con el acosador frente a mí, sin saber cómo reaccionaría. En un gran esfuerzo, terminé moviéndome del lugar lo más lejos posible. En cuanto al tipo, siguió su viaje con gran naturalidad, como si él no hubiese hecho nada.

            No fui capaz de gritarle a todo el mundo que ese hombre me había tocado, que había abusado de mí con violencia y sin pudor, que había corrompido mi espacio, mi paz y tranquilidad. Hasta el día de hoy, después de años, nunca se lo conté a nadie, porque lo que menos necesitaba era la típica reacción machista justificando el acoso por cómo andaba vestida, por lo que posiblemente hice para provocarlo o los consejos de que debo andar con más cuidado. Discursos que sabía de memoria, pero que no servían ni sirven de nada en estas situaciones. Porque nadie más que una sabe lo que se siente en esos momentos, lo vulnerada e insegura, la rabia, el asco y la pena de vivir en una sociedad tan retrógrada, en donde aún para muchos, la mujer sigue siendo un objeto del cual quieren y creen tener soberanía.