acoso es violencia

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    header_web_testimoniosSufrí acoso sexual laboral el año pasado cuando trabajaba para un programa de gobierno. Me tocó viajar a un sector rural dentro de una comuna del sur, por lo que tuve que arrendar un vehículo para poder trasladarme y visitar a las familias pertenecientes al programa.

    Al terminar mi trabajo, el chófer me llevó hacia el alojamiento en donde yo me estaba quedando que era la misma casa en la que él vivía. Cuando llegamos se acercó a mí, me tocó e intento darme un beso. Yo alcancé a arrancar y entrar a la casa. No le dije nada a nadie y en la noche tuve que colocar una silla en la puerta, ya que no tenía pestillo.

    Lo primero que hice fui contar la situación a mi jefa, pero no le dio mayor importancia, siendo que esta persona junto a su esposa prestaban servicios a la municipalidad frecuentemente (y no me extrañaría que esto siga sucediendo).

    Esa misma semana salí de vacaciones. Estuve días sin contarle a nadie más lo que me había pasado, hasta que decidí contarle a mis más cercanos. Lo denuncié en Fiscalía, renuncié a mi trabajo en esa comuna porque él sabía dónde yo vivía. Hasta el día de hoy no sé en qué quedó el caso.

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      Cuando llegué al colegio nuevo en segundo medio, había un profesor de matemáticas que yo, en ese entonces, lo encontraba seco, muy atento y preocupado por sus alumnos. Poco a poco me fui acercando a él con fines educativos: que me ayudara a resolver los ejercicios, me explicara las cosas que yo no entendía, etc. Todo iba bien, pero habían momentos en el que me decía que era muy linda, me preguntaba si estaba pololeando y por qué no pololeaba con él. En ese tiempo, yo no le veía lo malo, era chica y no me daba cuenta de lo que sucedía hasta que llegué a 4to medio. Hubo momentos en que nadie se daba cuenta y me hablaba al oído diciéndome cosas que me hacían sentir incomoda, como por qué no le daba un beso, que iba a ser un secreto entre los dos.

      Cada clase era lo mismo. La verdad no le tomé el peso hasta que hubieron momentos en que realmente me sentía incómoda, tan incómoda que no quería que llegarán las clases de matemáticas porque yo sabía que el profe me seguiría diciendo las tonteras que me decía.

      Hubo una vez en que tuvimos una prueba y yo me quedé sin puesto. El profesor me pidió que me sentara justo en la mesa frente a él. Claramente no pude hacer la prueba tranquila: me ponía nerviosa su mirada constante, incluso intentó ayudarme en ese control sin yo solicitarlo.

      A nada de esto le di importancia porque lo encontraba normal, pero no, no es normal que mi profesor de matemáticas se me insinuara o que me dijera “linda” cada vez que podía. Me siento triste porque no hice nada, no dije nada. Lo más malo es que al final de sus comentarios me decía que eran tallas entre los dos y que no me sintiera mal, como si fuéramos cómplices.

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        Estaba cursando segundo medio en un liceo de la comuna de Maipú cuando llegó un profesor nuevo de matemática llamado Jesús. Se empezó a acercar muy sutilmente, hacía bromas subidas de tono como “qué bonita” o “ay, no, que me pongo celoso”. Un día me dijo que me quedara a reforzamiento porque me estaba yendo mal en su asignatura. Cuando me di cuenta que era la única, preferí irme. Me sentí incómoda.

        Después de unas semanas, iban a ser las alianzas del liceo y habían partidos de básquetbol y otros deportes. Estaba viendo un partido con otras amigas y llegó el profesor y nos empezó a hablar. Iba todo bien hasta que se me acercó más y empezó a dirigir la conversación solo a mi. Estaba lloviendo y se puso a decir cosas más subidas de tono como “¿te imaginas a nosotros dos en un bote, en medio del mar, los dos solos?”. Le respondí que no, que no me lo imaginaba. Me preguntó si me gustaría tener una relación con alguien mayor mientras ponía su mano en mi cintura. Me fui corriendo a la sala con ganas de llorar porque quedé helada.

        Pasó una semana y le conté solo a mi mamá porque, si le decía a mi papá, pensaba que reaccionar mal. Mi mamá fue a hablar al liceo. Después me llamaron para que contara todo. Me hicieron hablar con mucha gente y mi mamá pidió que por favor desligaran al profesor de la institución. Le dijeron que sí, que lo iban a hacer.

        Llegó septiembre y por las Fiestas Patrias nos tocó bailar pascuense en el liceo. El profesor siempre estuvo deambulando por las salas, mirando y grabando todo.

        Cuando llegué a cuarto medio supe que había pasado lo mismo con varias estudiantes. Mi papá finalmente se enteró, fue al liceo y encaró al profesor frente a muchos apoderados.

        En el liceo jamás me apoyaron, siempre quisieron mantener todo en silencio. Me pedían que por favor no hablara.

        Hasta el día de hoy ese profesor sigue en el liceo.

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          Me acaba de pasar algo terrible. Todas hemos pasado por el acoso callejero, pero este hueón me dejó mal. Estaba entrando a Dimeiggs, y como en esa tienda te ponen seguridad hasta por si acaso, preferí preguntar si vendían de los vasos que andaba buscando. Eran dos guardias: uno abuelito y muy amable, y un loco joven con pocas cejas. El segundo, comenzó tratándome de “mi reina”, “washita linda”, “washita rica”, etc. Luego me dijo que no sabía si había lo que necesitaba, así que le respondí que pusiera la seguridad a mi bolso. Andaba de cartera y cada cinta que le ponía, venía una cosa cerda que me decía al oído, como “en un ratito te voy a hacer de todo, washita”. Además, me rosaba el pecho con su mano. Quedé mal, helada, no supe qué decir, sentí impotencia. Me dije: “yo que tengo una facilidad para tirar chuchás y no salió ni una sola”. Avancé medio pasillo y colapsé.

          Salí de la tienda, entré por la otra puerta y le comenté al caballero que estaba con otro guardia en el mesón. Salí porque no quería verlo. Lloré. Dos tipos que entregaban panfletos me preguntaron qué me pasaba. Se acercó una señora y me separó de ellos, porque desconfió. Igual sentí que se aprovechaban de que estaba llorando y pensé que quizás me podían asaltar o no sé; ya no sabía qué pensar. La señora me agarró del brazo y me llevó al retén de Carabineros y me dije “por la chucha, lo único que faltaba”. Hablamos con los pacos, me calmaron y fueron a buscar al loco. Él se defendió diciendo: “yo nunca le falté el respeto ni la traté con garabatos ni nada. Yo tengo señora, tai súper mal, flaca”. A todo esto, la señora me dijo que este tipo igual la trató de “cosita rica”.

          Cuando lo vi y escuché, me sentí peor. Me dijo cosas como: “ni que te hubiera violado que le poní tanto color”. Le dije a los pacos que no lo quería ver, salí por otro lado del retén y quedaron de hablar con su jefe para que lo despidiera.

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            Me dirigía al Metro Macul a eso de las 8:00 de la mañana, vistiendo un abrigo y calzas de polar (lo explicito para que no aparezca el comentario de la vestimenta que tan usualmente se utiliza para culpabilizar a la víctima). Cuando pasaba frente a un supermercado, un tipo en bicicleta de unos 40 años de edad me detuvo para preguntarme una dirección. Me saqué los audífonos y traté de guiarlo. Hasta ahí todo bien, pero cuando me dio la mano para darme las gracias, me jaló hacia él para darme un beso en la boca. Yo sólo atiné a apartarme y di un grito agudo de sorpresa y miedo. El tipo se volvió a acercar para tratar de darme nuevamente un beso y yo me fui lo más rápido que pude. Mientras me alejaba me gritaba “un besito en el chorito”.

            La situación me dejó en shock y sentí rabia conmigo misma por no haber reaccionado de otra forma (siempre llevo conmigo un gas pimienta para un eventual peligro). No obstante, lo que más me molestó fue la reacción de algunos amigos varones e incluso un chico con el que estoy saliendo, quienes se rieron de la situación, pese a lo vulnerada que me sentí. Ahora me da miedo ayudar a la gente en la calle por el temor a que me ataquen de nuevo.

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              Esto sucedió el año pasado, estaba a punto de salir de la universidad y estaba llena de sueños y esperanzas. Tenía un grupo de amigas con las cuales elaboré un proyecto que definiría mi futuro y habíamos escogido a un profesor de la universidad para que nos guiara. Yo tenía problemas con un ramo y este profesor se ofreció a ayudarme a pasarlo sin problemas. Yo lo consideraba como alguien ejemplar, al ser preocupado de sus alumnos, e incluso lo consideré como una amistad más, alguien en quien podía confiar.

              Pasó el tiempo y aprobé el ramo que tanto me costaba. Estaba muy contenta y se lo conté a mi profesor y él se alegró mucho por mis logros. Pero la felicidad duraría hasta ahí. Un día hablé con mi profesor porque estaba preocupada por el proyecto, no habían fondos y mis amigas parecían no tener interés en continuarlo. Esperé comprensión y apoyo de su parte, pero en lugar de eso me dijo: “Envíame fotos tuyas si quieres lograr tu proyecto”. Me sentí helada y con mucho miedo, no entendía nada de la situación. ¿Qué tenía que ver mi cuerpo con el proyecto? No supe que hacer, así que le envié las fotos porque pensé que me dejaría tranquila si lo hacía.

              Esa noche dormí mal, me sentí horrible y con mucho miedo, lo peor es que tendría que seguir viendo a este profesor y me sentí tan mal que no fui capaz de decirle a nadie. Pasó el tiempo y todo parecía estar normal, hasta que mi profesor me volvió a acosar. Sin embargo, saqué la voz y le dije que no iba a tolerar más sus acosos, él rió y dijo: “Bueno, ándate a la chucha con tu proyecto, pendeja culiá”. Lo denuncié a Carabineros y fue encontrado culpable, ya que tenía fotos mías y de otras chicas en su computador. Yo saqué mi proyecto y ahora soy muy feliz.

              Me quedé callada porque tenía miedo y fui juzgada duramente por eso. Incluso mucha gente me responsabilizó de la situación, pero a veces es muy difícil hablar de esto. Si ustedes conocen a alguien que esté pasando por esta situación, no la juzguen, ofrezcan cariño y ayuda.

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                Venía de vuelta del banco ubicado en el Mall Plaza Tobalaba. Mi casa queda cerca de este lugar y como de costumbre decidí caminar. Pasé por la calle Los jardines y sentí la presencia de un auto. Iba un poco pensativa y a la vez molesta porque mi trámite bancario había fracasado, estaba en las nubes, cuando un paró al lado de mío y escuché la voz de un hombre que me preguntó por una dirección. “¡Disculpa!, me dijo, ¿dónde está el pasaje ‘x’?”. Y yo, como iba en otra onda le contesté: “No sé, acá no hay ningún pasaje con ese nombre. Esta calle tiene pasajes con nombres de flores y más arriba tienen motivos de la isla de Pascua”.

                Como iba pensando en otra cosa no le presté más atención y seguí caminando, pero el tipo no se dio por vencido y justo cuando iba a cruzar el paso de cebra, cruzó en su auto y me dijo: “¡Oye, pero dónde queda…!”.  Ahí fue cuando me di cuenta que el asqueroso se estaba masturbando. A pesar de que soy muy chora no dije nada, me quedé para dentro. Muchos dicen “ay, yo le hubiera dicho un par de ‘chuchadas‘”. Créanme que lo pensé, pero en el momento uno se bloquea. Después que reaccioné, anoté el número de la patente del vehículo y fui a la comisaría más cercana. El carabinero que me atendió me dijo que eso no se podía denunciar, que era como daño moral y a las buenas costumbres y que debía presenciarlo un funcionario público, me paré indignada. Con mi afán justiciero fui a otra comisaría donde un carabinero sí me ayudó y puso la denuncia. Estoy a la espera de que me llamen de la Fiscalía.

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                  Marcela Sabat, diputada militante de Renovación Nacional (RN) y miembro de la comisión de Seguridad Ciudadana, es una de los/las diez legisladores/as que apoyaron la moción del proyecto de ley Respeto Callejero. Aquí, explica por qué decidió patrocinarlo. Revisa la siguiente entrevista.

                  El día en que la comisión de Seguridad ciudadana de la cámara baja aprobó la idea de legislar el proyecto de ley “Respeto Callejero”, la diputada por Ñuñoa, Marcela Sabat (RN), era una de las más contentas. La parlamentaria cuenta que ha sido un proceso difícil, ya que desde el comienzo recibió comentarios “fuera de lugar” de sus colegas por patrocinar la iniciativa de OCAC Chile.

                  En la siguiente entrevista, Sabat relata sus motivaciones para llevar adelante el proyecto de ley.

                  —¿Por qué tomó la decisión de patrocinar el proyecto?
                  —Porque es una realidad que ha sido escondida durante años, pero particularmente porque con esto destapamos la vergüenza que han sufrido hombres y mujeres. Creo que es bueno como señal legislativa y política, que nos demos cuenta que existe y que altera a las personas de forma física y psicológica.

                  —¿Por qué Chile necesita este proyecto?
                  —Porque primero, tenemos un gran vacío legal. No es sancionado, no tenemos una figura jurídica para denunciarlo y segundo, porque es visibilizar una realidad muy escondida por el machismo de esta sociedad. El hombre se siente con el derecho de culpar a las mujeres por estas situaciones y en ese sentido, me incluyo, hemos sentido esa vergüenza y hemos dejado que pase. Hay que aclarar que no es culpa de quien lo sufre, sino del hombre o la mujer que extiende este acoso sin razón más allá que para satisfacer su mente enferma. En términos probatorios, será más difícil, pero es muy serio el proyecto. Entrega una señal cultural los ciudadanos.

                  —Habló sobre le culpa que sienten las mujeres y se incluyó. ¿Cuál ha sido su experiencia?
                  —Haber tenido que callar por mucho tiempo y cuestionarme si mi falda es muy corta o caminar por la calle sola. Preguntas que uno se hace injustamente, porque estas personas no tienen derecho a acosarte en esos términos, es importante que se abra la posibilidad de denuncia, porque el acoso callejero es una actitud delictiva.

                  —Usted mencionó la diferencia entre las mujeres que reciben esta violencia, pero ¿en qué momento se dio cuenta que era violencia de género?
                  —Una va tomando experiencias y escuchando vivencias de otras personas. Cuando una empatiza, generalmente conoce de más casos. No hay que olvidar que el más del 90% de las agredidas son mujeres, pero también hay un porcentaje del 55% de hombres que lo han sufrido. Efectivamente es una realidad que viví en varias circunstancias, pero sentía que era mi culpa. Para mí es un compromiso muy importante.

                  —Estas situaciones se pueden ver en el ámbito laboral, ¿qué opina sobre ello?
                  —Claramente existe, todos hemos trabajado en el área privada y sabemos lo que significa y vuelve a manifestarse en la sociedad desde sus inicios, donde el hombre cree que tiene poder para ejercerlo sobre la mujer, como método de presión para seguir en el trabajo. Hay mujeres que por necesidad lo callan, porque hay que llevar el pan a la casa, es complejo. El medio probatorio es difícil, pero la carga emocional es muy fuerte.

                  —¿Ha sido difícil llevar este proyecto en el Congreso?
                  —Lógico. Desde un comienzo hubo comentarios fuera de lugar y también comunicacionalmente. No solo entre parlamentarios, sino que los medios de comunicación ayudaron a que se reflotaran y se visibilizaban por los piropos más que el fondo del proyecto. Cuando hay un proyecto firmado y quienes patrocinamos somos de todas las tendencias políticas, se marca un precedente importante. Por eso creo que es importante que se trasmita esta realidad.

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                    El medio Refinery 29 publicó una encuesta realizada por ONU Mujeres en 2013, indicando que más del 99% de las mujeres y niñas en Egipto han experimentado alguna forma de acoso, y que más del 82% de ellas afirma que no se siente segura en la calle.

                    El acoso callejero es un problema serio alrededor del mundo, sin embargo en el Medio Oriente se ha masificado. El medio Refinery 29 publicó una encuesta realizada por ONU Mujeres en 2013, indicando que más del 99% de las mujeres y niñas en Egipto han sufrido alguna forma de acoso, y que más del 82% de ellas afirma no sentirse segura en la calle.

                    Las mujeres en Egipto actualmente están ideando diferentes maneras de enfrentar este problema y ayudar a otras a sentirse seguras, desde mapas interactivos hasta asociaciones de mujeres motoristas (scooter clubs). Estos enfoques buscan crear conciencia sobre el problema y ayudar a las mujeres a sobreponerse a esta conducta que provoca miedo e intimidación.

                    Tinne Van Loon, directora de cine egipcio, registró este problema en un documental llamado ‘‘Creepers on a bridge’’, y señaló que la mayoría de las personas no se dan cuenta que ‘‘mirar insistentemente, también es una forma de acoso callejero’’. De hecho el puente más concurrido de El Cairo, es un importante foco de acoso callejero.

                    ‘‘Ellos siempre dicen: ‘¿A qué te refieres? Vamos, es solo una mirada, es nada.’ Pero cuando el 80% de los hombres en la calle te miran con insistencia cuando caminas, especialmente cuando están en grupo, es bastante intimidante’’, agrega Van Loon.

                    Por su parte, Basma El-Gabry, una joven egipcia de 21 años cansada de ser acosada en la calle, encontró la solución en su moto scooter. Desde que la comenzó a usar, no ha vuelto a sufrir este problema.

                    El-Gabry fundó ‘‘Girls Go Wheels’’, una organización que ayuda a otras mujeres a comprar scooters y aprender a andar en ellas. Ella dice que espera que esto empodere a las mujeres no solo con el fin de sobreponerse ante el acoso callejero, sino que también las ayude en otros aspectos de su vida.

                    ‘‘Mi visión de las mujeres egipcias es que deben romper los taboos, romper las tradiciones innecesarias que nos hacen ir a ninguna parte’’, afirma Basma El-Gabry.

                    En esa línea, la académica feminista iraní, Dra. Homa Hoodfar, habló sobre el velo y la necesidad de entender las complejidades de esta antigua tradición en una entrevista para The News On Sunday. ‘‘El acoso callejero, desafortunadamente, es un problema serio en el Medio Oriente, ya sea Irán, Turquía o Egipto. Si hay una mujer sola caminando por la calle en la tarde, los hombres piensan que tienen el derecho de acosarla. Una vez tuve una estudiante de Arabia Saudita que me contó que las jóvenes de allá tenían que cubrirse completamente (usar el burka), porque en la escuela a la que iban les decían que sus cuerpos y rostros debían estar totalmente cubiertos. Incluso en esta situación, los hombres les mandaban besos desde el bus escolar cuando paraba en algún semáforo’’.

                    ‘‘El problema es que más allá de reconocer que el acoso callejero es malo y que los hombres no deberían tener esta conducta, preferimos responsabilizar a las mujeres: ‘Debido a que los hombres te acosan, deberías usar este tipo de ropa… Debido a que los hombres te acosan, deberías usar el velo… No queremos obligarte, pero es para protegerte…’ Esto es un problema cultural, y no hay voluntad política para combatirlo. En vez de eso, se les permite a los hombres acosar a las mujeres, liberándolos de cualquier sentido de responsabilidad’’.

                    ‘‘El punto es que el velo no es la solución, sino que exista voluntad política para detener el acoso callejero, ya que en el contexto de Egipto y Arabia Saudita, el velo no ha cambiado nada. Hoy en día si una mujer con velo camina por la calle en Egipto, al igual que en la década de 1980, ella enfrentará tanto acoso callejero como una mujer vestida de forma occidental’’, afirma la Dra. Hoodfar.

                    Respecto a esto, María José Guerrero, coordinadora del Área de Estudios de OCAC Chile señaló: ‘‘Lamentablemente el acoso sexual callejero es un fenómeno generalizado que suele ser justificado de manera específica. Esto se ve reflejado al decir por ejemplo: ‘Es típico chileno por su picardía’, cuando realmente es típico de una cultura patriarcal donde se crean hombres victimarios y mujeres víctimas (sin dejar de lado que ambos son víctimas del mismo sistema). En Medio Oriente no es diferente, se utiliza la religión para justificar estas prácticas, exaltándonos cuando vemos una mujer con burka, sin embargo en Chile (sin la religión de Medio Oriente) prácticamente la totalidad de mujeres jóvenes sufren acoso callejero. Siempre se pueden dictar justificaciones para la misma práctica, y por lo tanto, la religión no es lo que impulsa a una cultura a ser más violenta que otra. Debido a esto, es importante cuestionar el sistema patriarcal que le da vida al acoso callejero, ya que sin este cuestionamiento, cualquier medida será provisoria, por muy bien intencionada que sea’’.

                    Imagen: Reuters

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                      La cantante y actriz juvenil se abanderiza en la lucha contra el acoso callejero y nos cuenta porqué decidió sacar la voz por esta causa y dar a conocer el Estudio “Jóvenes y acoso sexual callejero: opiniones y experiencias sobre violencia de género en el espacio público”. Se trata del primer sondeo de acoso sexual callejero elaborado por INJUV con la asesoría de OCAC Chile.

                      —¿Por qué quisiste ser parte de esta iniciativa y de la campaña Juventud Sin Acoso, organizada por INJUV y OCAC Chile?
                      —Básicamente me motivé a participar, porque creo que con mi testimonio puedo ayudar a que las generaciones más jóvenes tomen conciencia sobre qué realmente significa “el acoso callejero”, y cuáles son las consecuencias psicológicas con las que deben lidiar quienes han sufrido de este tipo de actos. Además, es un tema que no se habla mucho entre las personas, por lo que en la medida que vayamos poniéndolo como una semilla en el desarrollo de los jóvenes, vamos a poder generar una sociedad con mayor conciencia y respeto.

                      — ¿Has sufrido de acoso callejero? ¿Hay alguna experiencia que te haya marcado?
                      —Sí, infinitas veces. Siempre me he movido en transporte público y cuando era pequeña hubo un acto que me afectó bastante. Tenía 14 años y mientras esperaba la micro en un paradero, un vendedor de helados abusó de mí físicamente: me agarró súper fuerte el poto. Antes me habían pasado episodios de acoso, pero con gente cercana a mi edad y siempre me defendí. Pero en este caso fui violentada por un mayor, en la calle y sola. Me sentí tan frustrada, triste y vulnerable… Sobre todo porque nadie hizo algo a pesar de mis gritos. ¡Este tipo de cosas no le pueden pasar a nadie!

                      — ¿Sientes que lo que te pasó es una realidad que con frecuencia viven muchas mujeres?
                      —La verdad es que siendo bien realista creo que lo que me pasó en aquella ocasión, es lo mínimo que sucede en el día a día de las personas que viven en este país. Las cifras de abusos contra la mujer son increíbles. Muchas veces este tipo de situaciones se callan, porque el acoso callejero está establecido en nuestra sociedad como algo que no es tan importante. Por eso creo, que campañas como la que hizo OCAC Chile junto a INJUV (Juventud Sin Acoso), sirven para que se generen cambios.
                      Hay que recordar que años atrás nadie podía alzar la voz y manifestar su malestar; hoy está la posibilidad de poner opinar libremente y discutir sobre ciertos temas.

                      —Actualmente se está tramitando en el Congreso un Proyecto de Ley con el que se espera terminar con estas prácticas, ¿qué opinas de esto?
                      —Me parece bien que se esté haciendo algo, porque la gente a simple vista ve el acoso callejero como algo inofensivo y suelen decir: “Ay bueno, pero cómo no le va a gustar”. Siendo que en realidad es un cáncer de actitudes y pensamientos que propician este tipo de situaciones. Como país y personas, deberíamos hacer un auto análisis sobre estas materias y ver cómo podríamos aportar con un granito de arena para hacer verdaderos cambios. En ese sentido, pienso que junto con una ley, el cambio tiene que ir de la mano con educación. Educación que debería partir en el interior de los hogares, para luego extenderse a colegios.

                      — ¿Por qué piensas que la educación es tan importante?
                      — Porque la violencia de género ataca en varios aspectos de nuestra cotidianidad y muchas veces no nos damos cuenta. Por ejemplo, en la televisión, que es un medio muy masivo, constantemente se dan instancias en las que se atenta contra la dignidad de la mujer y se muestra como algo normal, que es correcto. Por eso, estimo que es fundamental que comencemos a educar a nuestros cercanos y, en especial, a los jóvenes que están creciendo.
                      Todos merecemos vivir en libertad y con la seguridad de salir a la calle, sin sentir miedo a que te puedan abusar con una palabra o con algún gesto ofensivo que, inevitablemente, lleva a situaciones que podrían ser aún más graves.