acoso es violencia

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    principal testimoniosFue hace dos semanas. Iba por Providencia de pie en la micro y con la espalda apoyada en la ventana. En eso, se subió una mujer de unos 40 años (yo tengo 29 años). Aunque no había tanta gente, se puso justo delante mío. Al rato comenzó a correrse para atrás y a rozarme el pubis con su trasero. Le toqué el hombro y le dije: “Disculpa, no puedo correrme más atrás”. Se hizo la loca. Pero unas cuadras más adelante volvió a rozarme y con más ganas, como “perreando”. La gente alrededor miraba con asombro, pero nadie hizo o dijo algo. Reconozco que usé la fuerza, la empujé, me puse en otro lugar y después me bajé. Quedé desconcertada, es tan raro ser acosada por una mujer. Pero finalmente me siento igual de vulnerada

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      La medida exige que en los establecimientos de educación secundaria se enseñen las ‘‘diferentes formas de acoso sexual y violencia’’, y se incluyan clases sobre el concepto de consentimiento sexual.

      La iniciativa SB695 se encuentra en espera de la firma del gobernador de California, para que esta se convierta en ley en los próximos días.

      Hace unos días el medio The Guardian, publicó una artículo sobre la nueva ley ‘‘sí significa sí’’, que regula las conductas sexuales en las universidades que reciben fondos públicos de California al momento de investigar denuncias sobre agresiones sexuales, ya que exige que en las relaciones íntimas de los estudiantes haya un consentimiento explícito de las partes. La propagación de esta ley, impulsada por el senador demócrata Kevin De León, no sólo afectó a otras universidades de EE.UU., sino que además, a partir del próximo año, California establecerá una nueva medida en la que se encuentra el concepto de “consentimiento afirmativo” en el curriculum de las escuelas secundarias. La legislación exigirá que estas escuelas posean un componente relativo a la salud reproductiva que consista en enseñar el concepto de “consentimiento afirmativo”, antes de involucrarse en una actividad sexual, como también las ‘‘diferentes formas de acoso sexual y violencia’’.

      La nueva iniciativa de California autoriza solamente a los educadores de las escuelas secundarias para que aborden el concepto de ‘‘sí significa sí’’ con los estudiantes, pero no exige que este se aplique en un delito de agresión sexual. Sin embargo, esta introducción puede ayudar a generar conciencia sobre las expectativas y consecuencias relacionadas con la falta de consentimiento afirmativo antes de ingresar a los establecimientos de educación superior, ya que la infracción de estas políticas puede llevar a la expulsión del establecimiento.

      Una de cada cinco universitarias ha sufrido algún tipo de agresión física, sexual o amenazas de violencia física durante su educación, según la ‘‘Asociation of Title IX Administrators’’ (‘‘Asociación de administradores del Título IX’’ o ATIXA por sus siglas en inglés). Los educadores señalan que esta realidad hace que sea esencial enseñar a los jóvenes la idea de ‘‘sí significa sí’’ antes de que ingresen a las instituciones de educación superior.

      Emilie Mitchell, una profesora ayudante de psicología que enseña sexualidad en el distrito de la Universidad de Los Rios Community, afirma que la mayoría de las universidades con políticas de consentimiento afirmativo exigen que los estudiantes se sometan a una orientación sobre conductas sexuales cuando ellos comienzan la escuela, que por lo general es cuando se exponen por primera vez a esta noción. ‘‘Incluso en el caso de la infancia existen maneras de explicar los límites en relación con el cuerpo y con el comportamiento de una persona, que son la base del consentimiento afirmativo. Tienes el derecho de decir: ‘no me gusta lo que estás haciendo y quiero que te detengas’. Alguien no toma la mochila de otro o se sienta en su puesto sin su permiso, esto no tiene nada que ver con sexo, pero aun así es la base del consentimiento afirmativo’’.

      Según Jocelyn A. Lehrer, autora del libro ‘‘Violencia sexual y en el cortejo en estudiantes universitarios chilenos’’, en EE.UU., estos problemas en personas jóvenes empezaron a ser estudiados en la década de los 80. Los análisis de encuestas a estudiantes universitarios encontraron altas tasas de violencia en el cortejo (agresión física, sexual o psicológica que puede ocurrir en una cita casual o dentro de una relación romántica con más compromiso) y de violencia sexual (experiencias sexuales no deseadas que pueden ir desde un beso forzado a la violación). Gracias a estos datos es que se pudo identificar la violencia sexual y la violencia en el cortejo en gente joven, como un problema de salud pública que debía ser considerado por las autoridades.

      Sin embargo, en Chile este problema no ha recibido la misma atención. Los resultados de los análisis basados en la Encuesta de Bienestar Estudiantil del año 2005 muestran una alta prevalencia de ambas formas de violencia en esta muestra. El 26% de las alumnas reportó algún incidente físico de violencia en el cortejo y el 31% algún incidente de violencia sexual desde los 14 años. En la muestra de varones, las cifras fueron 38% y 20%, respectivamente.

      Carmen Andrade, directora de Oficina de Igualdad de Oportunidades de Género en la Universidad de Chile, se refirió a la forma en la que se abordan las denuncias de agresión sexual: ‘‘Creo que hay que cambiar el sistema a nivel global, porque aquí estamos hablando de delitos y no puede haber protocolos que sean independientes de lo que existe en términos de cómo está tipificado el delito o sobre cómo se establecen las denuncias. Pienso que se requiere una modificación global que, entre otras cosas, dé pie para que los protocolos que operen en las universidades y colegios sean coherentes con esas definiciones legales. Por ejemplo, nosotros en la actualidad tenemos una legislación sobre acoso sexual laboral, el delito está tipificado y establece sanciones. Sin embargo hay un procedimiento -tal como lo han dicho las propias trabajadoras de la Asociación Nacional de Funcionarios- que es muy ineficaz, en primer lugar porque se debe hacer una denuncia al superior jerárquico, el que instruye un sumario y el cual puede ser lento, engorroso, burocrático y muchas veces no da garantías a las víctimas de que se llegará a un resultado que proteja sus derechos. Finalmente tenemos una legislación pero no tenemos un procedimiento eficaz. Tú puedes hacer un procedimiento al interior de las universidades y los colegios, que estimo muy necesario, pero no basta con eso. Tienen que haber modificaciones en la ley general.’’

      Refiriéndose a la nueva ley que regirá en los establecimientos educacionales en California, “sí significa sí”, Andrade estima que: “Apunta a resolver un problema que nosotros como sociedad chilena también lo tenemos, en donde muchas veces se pone en duda los testimonios de las víctimas o se exige un tipo de comportamiento en el que se demuestre que pusieron en riesgo su integridad física para poder defenderse. De lo contrario, se supone que lo que se está diciendo no es verdad.  En ese sentido, creo que la exigencia de estándares es absolutamente inaceptable.’’

      Imagen: The Guardian

      Por: Alejandra Pizarro

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        Un día cuando me disponía a ir a clases particulares, un hombre de 18 años más o menos empezó a seguirme. Yo aceleré el paso, ya que nunca había sufrido acoso ni nada similar. Cuando ya estaba en la puerta del establecimiento, me percaté que el tipo se había quedado un poco atrás, pero sentí que iba a venir hacia mí. Me puse tan nerviosa, que empecé a tocar la puerta para que alguien me abriera; cuando por fin lo hicieron, él me dijo a escasos pasos: “Pero no se me esconda mamita”. El acosador se rió y no dejó de mirarme hasta que entré.

        Nunca había sentido tanto miedo. Algunas veces cuando voy sola, me acuerdo de esto y pienso en qué habría pasado si nadie hubiera abierto la puerta.

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          Todos los días me movilizo en mi bicicleta para ir a la universidad, a la casa de alguna amiga, para hacer deporte o cualquier otra cosa, y siempre me dicen algo. Para descolocarlos,  y que sepan que también podemos responder, suelo hacerles un gesto obsceno (cuidando siempre que sea un lugar transitado y que haya más gente), porque me da rabia no poder hacer algo como pegarles o tirarles un escupo en la cara.

          Pero ayer la cosa fue distinta. Eran cerca de las 20:00 horas, y ya estaba oscuro. Yo iba con mi tenida deportiva y unos hombres del camión de la basura me dijeron: “¡Qué deportista mi amor!”. Y un sonido de besos asquerosos. Seguí mi camino, pero tuve que parar. Ellos estaban una cuadra más atrás, el camión partió y gritaron: “¡Cosita rica!”.  Me di vuelta y con ambas manos hice un gesto obsceno con mucha rabia. Por supuesto no se quedaron callados y gritaron: “¡Métetelo en la zorra conchatumadre!”. Quedé pensando un rato y no me dejé llevar por la asquerosidad del insulto. Hice que me resbalara, pero la rabia no se me quitó.

          A pesar de todo seguiré respondiendo frente a cosas que me griten o digan. Hay que hacerles saber que no son dueños de la calle ni que tampoco tienen la atribución de decirnos algo, sea lo que sea. No quiero que tengamos miedo de responder. Quiero que sepan que ya no nos quedamos calladas.

           

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            Tenía 12 años, era delgada y sin ningún tipo de curva o algo que destacara mi físico. Ese día, andaba con jumper, aunque normalmente usaba pantalón, (me quedaba ajustado porque nunca lo usaba). Iba por el centro con mi prima y unos viejos asquerosos nos silbaron desde la vereda de en frente. Dijeron cosas que ni recuerdo. Intentamos ignorarlos, seguimos caminando, pero un tipo en una moto nos chifló. Empecé a caminar con vergüenza y miedo, porque sentía cómo los hombres me miraban. No hice nada, no tomé conciencia, era chica e hicieron que me sintiera avergonzada por mi cuerpo. Me dieron ganas de tener un abrigo hasta los tobillos.

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              Hubo un tiempo en que vivía relativamente cerca de mi Universidad y me iba caminando. Recuerdo que a diario los trabajadores de la construcción me gritaban cosas, porque estaban haciendo reparaciones en el hospital y en el liceo, debido al terremoto. Lo típico era que tiraran besos o gritaran piropos como cosita, rica, guagüita, mi amor, etc. Hacía caso omiso, caminaba más rápido y cuando estaba harta, les señalaba el dedo del medio. En una oportunidad, no fue un maestro sino un perfecto desconocido quien me detuvo en la calle para regalarme una flor y decirme lo bella que era; me obligó a recibirla y se fue sonriendo. ¡Quedé perpleja! Porque si bien para la mayoría no se lee como un gesto agresivo para mí si lo fue, al menos ahora lo entiendo así.

              Me violentó ser abordada por un hombre completamente desconocido, que creía tener el derecho de verbalizar sus sentimientos por considerarlos “románticos”. Y es que ese “romance” es la justificación más burda que existe para naturalizar el acoso callejero. Es hora de entender que toda acción de este tipo es violencia sexual, aunque no necesariamente involucre groserías. En el momento en que un hombre cree que tiene el derecho y poder de acercarse a una mujer desconocida basándose no sólo en su atractivo físico, sino en su pertenencia al sexo femenino, es violencia sexual. Las mujeres históricamente hemos sido cosificadas como objeto de placer para el sexo masculino, cuestión que lamentablemente han validado los medios de comunicación y el mercado, a través de la publicidad, dando como resultado este tipo de situaciones.

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                principal testimonios Tengo 20 años y desde los 11 sufro acoso callejero. Siempre me dicen cosas obscenas y de carácter sexual. Siempre evito a los hombres en la calle para no escuchar sus mal llamados “piropos”, pero hay cosas que no se pueden prevenir siempre. Una tarde, iba caminando con mi hijo de un año y medio a tomar micro. Pasó un tipo en bicicleta y me dio un agarrón. Yo llevaba mi mochila en la espalda, la de mi hijo en un brazo y al otro lado mi pequeño, con quien jugueteaba, así que quedé inmóvil. Me había agarrado tan fuerte, que llegó a empujarme hacia adelante y mi nalga quedo adolorida. No supe cómo reaccionar ni qué hacer. El tipo huyo lo más rápido que pudo, ni siquiera logré mirarle su cara. Quedé en medio de la vereda, a plena luz del día, sin nadie como testigo y con mi hijo en brazos, sin saber qué hacer. Tenía miedo, me sentía sucia, asqueada de la naturaleza de ese hombre que me faltó el respeto. Me tomó un tiempo recuperarme y con lágrimas en los ojos llegué a mi casa. Mi novio me tranquilizó, mi madre me dijo que cosas así me sucederían siempre, que así era la educación de la mayoría de los hombres chilenos. Eso me dio más rabia e impotencia. Me convertí en una persona que andaba a la defensiva en la calle. Ante cualquier ruido de una bicicleta acercándose a mí, temblaba y me hacía a un lado hasta que pasara. Tenía temor de salir sola, cambié mi recorrido mil veces porque cuando les veía la cara a los hombres me aterraba; cambié mi forma de vestir, hasta el color y el corte de mi pelo. Llegué a odiar mi propio cuerpo y cada vez que oía un “piropo” me sentía aún más sucia. Gracias a otros testimonios comprendí que no es culpa de mi cuerpo, que no debo odiarme, así que volví a arreglarme y a vestirme como yo quería. Siempre salgo con audífonos para evitar oír idioteces, aún tengo miedo de salir sola a la calle, pero no puedo vivir escondida. Sinceramente espero que a futuro esto cambie y las mujeres logremos salir a la calle sin miedo, que se nos respete y que ya no seamos tratadas como un objeto sexual.

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                  Hace años que me olvidé de las faldas, nunca he usado escotes y nunca me he comprado una polera con tiritas. Uso el pelo largo, en parte, porque me cubre el cuerpo. Entre los trece y catorce años, ya medía un metro setenta, razón suficiente para que ya no me vieran como una niña. Soy potona y tengo ojos claros. Ése ha sido el punto de partida de todas las asquerosidades que los “galanes” me dedican. Me dijeron e hicieron tantas cosas en la calle, ustedes se las pueden imaginar.

                  Tuve un acosador desde los 17 a los 24 años, un desquiciado de 53 años que me seguía. Pedí ayuda a Carabineros, pero no podían hacer nada. Pedí ayuda a la Fiscalía y tampoco, a menos que él me hubiese amenazado, pero en las cartas que me mandaba no lo hacía. Me decía cuánto me deseaba, me contaba sin ninguna vergüenza que me seguía y que se imaginaba una vida de amor conmigo.

                  Un día fui a andar en bici por la ciudad y fue traumático. Es como si al verme encima de la bici se imaginaran que estoy encima de ellos. Casi todos los días quiero ser invisible en la calle, siempre llevo lentes oscuros.

                  Cuando termino mis cosas y sobre todo si he tenido un día pesado, me gusta salir a botar las tensiones, hacer deporte. ¿Y saben qué ropa se usa para correr? Ropa apretada, es lo más cómodo, es una lata trotar con buzo y la polera de mi papá. Así no puedo arreglar mi día, no logro relajarme, vuelvo totalmente desmoralizada. ¡Si hasta reverencias me han hecho! Mientras troto sólo pienso “ignóralos, ignóralos, ignóralos”. Mandaré a estampar una polera que diga “puedo ser tu hermana, tu hija, tu mamá, tu prima, tu amiga”, pero ¿daría resultado? Ya me imagino la respuesta: “fea culiá, quién te mira a voh”. O “cómo quiere que no le digan cosas, si mira con los leggings que anda”. “Uy, rebelde, rica, me encantan las minas así”.

                  Finalmente, me metí al gimnasio, no salgo más a trotar al aire libre. ¡Me lo quitaron! ¡Me quitaron mi derecho a estar en el parque! ¡Me lo quitaron y ya me habían quitado mi derecho a vestirme como quisiera!

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                    Al crecer, nos enseñan la manera de “evitar” ciertos acosos en la calle, pero nadie le enseña a los acosadores a no acosar.

                    Desde los 12 años mi experiencia con los acosadores en las calles se ha hecho presente.

                    Caminaba al preuniversitario, un día sábado a las 8:00 am. Viña del Mar estaba casi desierto. Cruzaba la calle, y un auto se detuvo a mi lado, con dos hombres de unos cuarenta años, mirándome fijo. Caminé rápido, con el corazón a mil por hora. El copiloto bajó el vidrio y me dijo con voz amenazante: “Oye guachita súbete”. Temblorosa, comencé a correr mientras el auto avanzaba a mi lado. Llegué al semáforo y para mi mala suerte, estaba en rojo peatonal. El hombre abrió la puerta del auto y dijo que si no me subía, la iba a pasar mal. Miré para otro lado y mis lágrimas empezaron a caer. Se rieron. Me sentí el ser más inferior del mundo. Se aprovechaban de mi vulnerabilidad y yo no podía hacer nada. El semáforo cambió y seguí corriendo. Me siguieron tocando la bocina hasta llegar al Preu.

                    Gracias a Dios que no pasó a mayores. La verdad es que sentí tanto miedo que no sé lo que hubiera hecho si hubiera tratado de meterme al auto. Han pasado dos años desde que pasó y aún me tiemblan las manos al escribirlo.

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                      Mi polola me contó que la acosaron hace algún tiempo. No me quiso dar muchos detalles (y no yo quise seguir preguntando), pero al parecer la tocaron en el Metro o la micro.

                      Ella es muy tímida y con poca experiencia, así que fue muy penca para ella. Bueno, en realidad siempre debe ser horrible. Cuando me contó, lloré y anduve mal todo el día. Lo único que quería era sacarle la chucha al tipo que le hizo eso, y abrazar a mi polola y no soltarla. Aunque ella me decía que no estuviera mal, que ya lo tenía superado, no lo podía sacar de mi cabeza. Ahora prefiero no seguir hablando de ese tema con ella, porque no es necesario, y porque asumo que no es bueno revivir ese tipo de cosas. Solo me dedico a apoyarla y estar con ella cuando me necesita.

                      Cuento esto para descargarme, y además para decirles que no están solas. Soy hombre y obviamente no podría sentir lo mismo que sintió mi polola en ese momento, pero el punto es que se puede concientizar a las personas sobre esto. Es una lástima que haya pasado esto para que yo tomara conciencia real del tema. Sigan luchando, aquí hay otra persona más apoyándolas.