acoso es violencia

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    Hace tres meses fui al supermercado Líder de General Velásquez con mi hermana de trece años. Yo tengo veinte. En todo el trayecto, lo único que escuchamos fue bocinazos y “piropos” de animales conduciendo. Una vez en el súper, me sentí más segura, hasta que pasó por mi lado un reponedor que me dijo: “con permiso, señorita hermosa de espalda exquisita…”, porque mi polera tenía escote en la espalda. Entonces, me armé de valor y le respondí: “oye ¡¿qué te pasa?! Ubícate, eso se llama acoso sexual callejero. Hay una comisaría acá al lado y puedo denunciarte ahora mismo”. Y él me respondió todo humillado, porque la gente nos miraba: “disculpe, señorita”, como si eso arreglara lo sucia y asquerosa que nos sentimos cada vez que nos pasa eso.

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      Hace un par de semanas salí vestida de lo más casual y sin mayor arreglo, porque iba a visitar a mi brother, mi mejor amigo, con quién siempre hemos sido un desastre.  Llevaba pantalones rasgados, una camisa a cuadros debajo de un polerón negro con cierre y botines negros. Era un conjunto muy alejado de lo que se podría considerar “provocador”.

      Luego de toda una tarde de risas y comida, la hora voló. Antes de darme cuenta ya eran más de las once de la noche y debía volver a mi casa para trabajar al día siguiente. Él me acompañó a la micro y espero a que me fuera, algo muy habitual y seguro, considerando que la micro me deja a media cuadra de mi casa, todo OK.

      Al bajar de la micro, iba pensando en lo bien que lo había pasado, cuando me interceptó un auto rojo.  El conductor era un chico entre los 25 y 28 años de edad, aparentemente universitario. Con una actitud algo despreocupada, cordial y agradable me pidió indicaciones. Dijo estar “perdido”, una situación muy cotidiana. Considerando que era la única en la calle, asumí que el movimiento brusco que hizo con su vehículo para frenar fue porque si no era yo, ¿quién más le daría las indicaciones? Comencé a explicarle. No estaba muy lejos de la calle que buscaba. Me miró con una sonrisa y agradeció. Crucé la calle y de manera algo brusca volvió a impedirme el paso con el auto. Ahora, más agitado, me preguntó: “¿Puedes indicarme de nuevo? Se me olvidó”. Raro, no habían pasado ni treinta segundos. Asumí que tal vez estaba algo desorientado. Me dije a mi misma “debe estar volao o algo” y no le di mayor importancia. Volví a indicarle el camino. Comencé a sentirme incómoda porque él me miraba, pero no estaba prestando atención a mis palabras, sino a mí.

      Terminé las indicaciones y me moví rápidamente pensando que era el típico “jote”. Quise seguir mi camino, di unos cuantos pasos para alejarme pero él llevó su auto hasta mí de nuevo. Aquella tercera interrupción me puso alerta y jamás podré olvidar lo que sucedió después.

      Me hizo un gesto para que me acercara. Yo no estaba muy convencida. Me dijo que tenía un mapa y me preguntó si  podía indicarle bien, porque como no era del lugar se sentía muy desorientado. Sin acercarme mucho al auto, miré lo que parecía un mapa mientras él fingía buscar la calle. En eso, me dijo: “Ya, una última cosa… ¿Por qué no te subes? ¿Te gusta esto?” y se descubrió. Se estaba masturbando. Obviamente, negué con la cabeza y salí corriendo. Entré por un pasaje cercano mientras corría con miedo. Noté que se estacionó y al ver llegar a alguien, se fue como si nada, dejándome ahí, con el corazón en la mano.

      Abrí la puerta de mi casa y me desplomé a llorar en el sillón, cayendo en cuenta de lo peligroso que fue todo el asunto. ¿Qué hubiese pasado si él no hubiese estado solo? Lo he hablado sólo con amistades porque en mi casa el ambiente y la confianza no dan para eso, sólo generarían más tensiones.

      Sentí  miedo y rabia, me vi en la obligación de correr y no pude tomar su patente. Fui a Carabineros al día siguiente y me dijeron que sin patente no se podía hacer nada. Ni siquiera tomaron una declaración para dejar constancia  de que estas cosas ocurren en mi comuna. De hecho, un carabinero joven me dijo “tal vez se pasó ‘rollos’ porque eres distinta”.  Gran argumento y solución. Llevo el cabello tinturado de colores llamativos, pero ¿y qué?, ¿porque me veo distinta puede venir este imbécil a hacerme sentir vulnerable? Ya van dos semanas en las que algo tan sencillo como caminar por la calle me es difícil, porque siento un auto pasar a mi lado y me siento amenazada. Temo por otras mujeres. No puedo hacer una denuncia formal y ese imbécil anda suelto. Lo peor es que algunos me han dicho que tengo que cuidarme, que no debo andar sola tan tarde, pero no es ni jamás será mi culpa, no es mi responsabilidad. ¿Por qué me debo hacer cargo de la enfermedad ajena? ¿Y saben qué es lo peor?  Que no se puede estar segura ni en el trabajo, la calle o la universidad. Él podría ser tu compañero.

      Lo peor es que fui vulnerada por tener un acto de consideración sencillo y humano: dar indicaciones esperando contribuir a que una persona llegara bien a su destino.

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        Desde chica soy muy tímida. Mis hermanas siempre conversaban con mis tíos y tías. A mí en cambio, me costaba interactuar con los demás. Cuando llegué a la adolescencia, era la única de mis amigas que no había tenido pololo ni menos había perdido mi virginidad. Muchas veces me cuestionaba por qué no le parecía atractiva a los hombres. Cuando estaba en cuarto medio, me hice de nuevas amigas, ellas pololeaban y fumaban y yo creía que esa era mi manera de encajar, así que una amiga me llevó con su mamá para ajustar el jumper. Me lo pegaron al cuerpo y lo dejaron muy corto.

        El día lunes fuimos a dar una vuelta con mis nuevas amigas y mi jumper apretado. Me sentía tan fuera de lugar, con tanta pena por mí misma. Logré convencer a mis amigas que se me había roto el jumper y lo cambie por unos pantalones. Esta manera de ser me siguió por siempre. Trataba de esconder mi timidez e iba a fiestas a las que me invitaban. Una noche, alguien me prestó atención y quiso bailar conmigo. Era amigo de mi amiga, me sentía segura de hablar con él. Entonces viví una noche en que él solo quería tocarme la cintura, me decía “cosita” “flaquita” y “rica”. Cuando le conté a mi amiga me dijo que no fuera “exagerada”, que era lo que pasaba entre personas que se gustaban. Y yo pensaba “¿que no dijera mi nombre?”.

        Toda mi vida pensé que había sido algo normal, que todas las mujeres pasábamos por eso. Yo he escuchado muchas veces que a las mujeres las acosan por su manera de vestir, por que andan “provocando”. Hoy sigo siendo muy tímida. Pero cuando estoy en público, en el Metro o en la micro y presencio una situación de acoso, increpo al acosador.

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          Hace más o menos un mes, salí de clases para juntarme con mi pololo. Tomé el Metro en Santa Ana y al subir, me di cuenta que tenía una calceta abajo, así que me agaché para arreglarla. Cuando levanté la vista, vi a un hombre de unos cuarenta años, la misma edad que mi papá,  me hacía  señas para que me sentara en sus piernas. Al mismo tiempo, apuntaba a un tipo que hablaba por celular. Quedé helada. Solo atiné a mover la cabeza y preguntarle qué le pasaba. Él me respondió el gesto con la cabeza y se rió. Puse cara de asco y no volví a mirarlo. Busqué ayuda en el vagón y vi una compañera del liceo que me miraba preocupada. Estaba en eso cuando divisé a un Carabinero. Pensé en pedirle ayuda cuando llegamos a la estación Los Héroes. La gente comenzó a bajarse y vi al sujeto haciéndole señas a un anciano que estaba sentado detrás mío para que se ubicara a su lado con otros dos tipos. Tomó sus cosas y se sentó con el acosador. Me sentí nerviosa e insegura, sentí que no podía pedir auxilio a nadie. ¿Qué pasaba si era conocido suyo? Miré a mi compañera, luego al Carabinero que estaba de espalda. Bajé la vista avergonzada y me cambié de carro.

          Me sentí muy mal el resto del viaje. Quería llorar y no podía dejar de pensar en la niña de mi liceo. Tal vez el tipo le hizo algo. Me sentí cobarde por no enfrentarlo o acusarlo con el Carabinero, pero simplemente no pude. Llegué a mi estación y apenas vi a mi pololo lo abracé. Me puse a llorar y le conté lo sucedido. Me acarició y dijo que para la próxima pidiera ayuda, que nunca me quedara callada. Al menos saber que él piensa de esa forma me reconfortó.

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            Hace un tiempo, con mucho asco, recordaba que mi primer acoso fue a los nueve años. Para mi tristeza, me equivoqué: fue a los siete. Iba con polera normal, suelta, calcetines con vuelitos, shorts a la rodilla y zapatillas. Ni una gota de maquillaje, ni escotes, nada.

            Iba caminando de la casa de mis papás a la casa de mi abuela (menos de una cuadra), en un barrio donde todo el mundo se conoce y es muy tranquilo. Cuando me faltaban unas tres casas para llegar, un auto empezó a andar al mismo ritmo que yo. Me giré y era un viejo preguntándome para dónde iba, que si me podía llevar. Desde chica jamás hablé con gente extraña, así que aceleré el paso. El tipo aceleró el auto también y me siguió preguntando cosas. Fue entonces cuando tomé mi celular (un ladrillo de esos tiempos) y fingí llamar por teléfono. “¿Aló? Mamá, sí… ¿puedes salir a buscarme? Hay un tipo que está siguiéndome con el auto. Estoy a una casa, ¿puedes salir?… ¿qué? ¿la patente? espera…” y el tipo salió rajado.

            Con el paso de los años, me he tenido que mamar un montón de comentarios asquerosos, usando nada “provocativo”. Y me carga excusarme así, ni aunque anduviera en bikini deberían gritarme. Me da pena que ha llegado un punto en donde no me puedo poner ropa que me gusta porque sé que me van a mirar. No puedo salir sin audífonos porque sé que voy a tener que escuchar un montón de gritos de viejos asquerosos y tipos que se creen con el derecho de molestarme. Odio tener que vivir así. A pesar de que estoy incómoda en la calle, jamás me he quedado callada. Jamás. He recibido respuestas desde “¡ah! Qué le dai’ color si no estai’ ni tan rica”, “hueona loca” o tipos a los que simplemente se les cae la cara de vergüenza y arrancan.

            ¿Cómo es posible que ya no sea capaz de vesritme con ropa que me gusta o arreglarme para evitar ser acosada en la calle? Si en algún minuto llego a tener hijas, no quiero que deban esconderse bajo capas y capas de ropa para no “tentar” las mentes asquerosas y cerdas de hombres que no pueden controlarse.

            Y que me digan “es que el hombre es así”: las pelotas. Me van a perdonar, pero la mayor parte del tiempo quiero matarlos a todos, pero no lo hago porque -lamentablemente- es ilegal y porque hay respeto de por medio. Porque si me dejaran cinco minutos con los tipos que me han gritado, manoseado, intentado agredir en la calle, sería culpable de un montón de asesinatos.

            Ya está bueno de que dejemos de enseñar a la niñas a cuidarse y enseñar a los hombres a no violentar. Basta de justificarlo. Yo con siete años no merecía ese susto, nadie con diez, veinte, treinta o sesenta años merece pasar esos sustos. ¡Basta!

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              Siempre recordaré cuando me di cuenta que estaba convirtiéndome en mujer. Me dio mucha pena.

              Fui a comprar una bebida un día de verano. Me acuerdo perfecto, pasó un degenerado de mierda en bici, quien me preguntó por una calle. Noté algo raro en su tono y expresión, pero le respondí igual. Luego de eso, me preguntó si quería “ir a tomarme un heladito con él”, y yo lo miré con cara extraña, tan extraña que se reía a carcajadas y me decía “dime que sí, preciosa”, y yo no entendía qué quería decir con eso, además estaba impactada. Sólo sentí mucho miedo, sabía que me estaba acosando, pero en ese tiempo era una niña.

              Al final reaccioné y le dije que me tenía que ir. Caminé rápido, lo más que pude. Él se fue riendo a carcajadas, se reía de mi inocencia y se calentó con eso.

              Nunca lo conté ni lo he contado, pero siempre me acordaba y más grande lo comprendí. Lo que más me molesta es que tenía once años, no me merecía descubrir el mundo así.

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                A fines del año pasado, tuve un evento de barras donde participábamos y el colegio nos regalaba notas por asistir. Fui con ropa del colegio al evento -que era un día sábado-. Como no hay mucha locomoción los fines de semana en mi comuna, decidí irme caminando hasta mi casa.

                Mientras iba capeando el calor, se me acercó un viejo de unos 65 años -que perfectamente podía ser mi abuelo- y me dijo que me haría cosas en mi vagina y otras asquerosidades y ordinarieces. Me fui por otra calle asustadísima. Pensaba que en cualquier momento este viejo aparecería por detrás y me violaría.

                Este año no iré a las barras. Me da miedo ir de falda un día sábado y tener que caminar por la calle. Tenía catorce años cuando me pasó esto. Y no, no tengo un cuerpo voluptuoso. De hecho, aún no me desarrollo y la falda me queda hasta las rodillas.

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                  Como todas, he pasado por muchos momentos de acoso callejero con “piropos”. Desde un ‘linda’, hasta comentarme que me lo van a meter mejor que mi pololo. He enfrentado cada acoso con diferentes reacciones: me alejo, los encaro y los lleno de chuchadas, quedo en shock y no digo nada. Todo, desde que tengo cerca de catorce años. Pero hace unas semanas, no sé si es porque estoy más grande y consciente del problema del acoso callejero, fue la vez que más me ha disgustado.

                  Iba caminando a buscar un cajero para sacar plata, llevaba mucho rato buscando uno y me acordé de una farmacia cercana. Caminé y noté a un viejo raro. Entré a la farmacia, el cajero estaba sin plata, así que salí y vi a este viejo venir de frente, con esa cara asquerosa que todas reconocemos en este tipo de hombres: haciendo señas con sus manos para agarrarme las pechugas y acercarse. Venía directo hacia mí. En el shock de la situación -no sé cómo pasó- de un minuto a otro lo tenía casi encima y lo tuve que empujar rápido para que no pudiera tocarme, le dije que era un viejo asqueroso y se fue, riendo, cagado de la risa.

                  Me fui caminando a mi auto, con pena y rabia. Siempre he tenido un tema con mi cuerpo y ese día había pensado en no ponerme el sostén que llevaba porque me hacía ver más “voluptuosa”, aunque no se iba a notar porque andaba con polerón cerrado y una polera hasta el cuello. Pero a estos viejos les da lo mismo, se van cagados de la risa igual y yo me fui al auto, me encerré y me puse a llorar. Me dio rabia tener que aguantarlo, aceptarlo y entender que es algo que en muchos años va a cambiar. No tiene que ver con la ropa que usamos, con cómo nos vemos, con lo que hacemos. Cada vez que sé que a alguien más le pasa algo así, me enojo muchísimo.

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                    Como todo día normal, iba en el Metro a la universidad. Para variar, iba llenísimo, pero nada fuera de lo normal, hasta que se subió un hombre de unos cincuenta y tantos años. Como ya se aproximaba mi estación, traté de acercarme a la puerta. Error: no vi a quién había dejado atrás.

                    Sentí un par de manos rosando mis piernas, pero traté de no preocuparme, porque podía ser “normal”, debido al movimiento y la cantidad de personas que iban en el Metro, por lo que lo dejé pasar. Luego, el tipo presionó mi mano, que estaba sobre al fierro del medio. Mientras apretaba mi mano, comenzó a respirar en mi oído. Sentí la peor sensación de la vida: ganas de llorar, de tirarme al suelo y acurrucarme a alguien, pero luego pensé: no, a estos imbéciles les encanta que una se sienta indefensa y procedí a pegarle un codazo. No fue impedimento para él y siguió buscando mis manos y mi oído, hasta que llegó el momento de bajarme. El tipo se acomodó y tiró mis caderas con sus manos para que mi trasero llegara directo a su pene. Mucha gente se dio cuenta y al abrir las puertas me ayudaron y gritaron para llamar al guardia. Lo tomé de la mano y la gente me ayudó a sacarlo del vagón. Por “suerte” en la estación se encontraban dos carabineros que se lo llevaron a una oficina del Metro. Un carabinero se quedó con él conversando y el otro se me acercó para preguntarme si realmente quería hacer una denuncia, porque -según él- era perder el tiempo, ya que se consideraba “daño a la moral y las buenas costumbres”. Me dejó indignada. Viendo la poca disposición de Carabineros y, por cierto, de la “pena” que recibiría, decidí irme. Pero le hice pasar la vergüenza. ¿Hasta cuándo la poca legislación con este tipo de agresiones?

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                      Soy una mujer adulta y en la actualidad, afortunadamente, no me volvería a pasar lo que me pasó varias veces cuando era escolar. Soy una persona que se define con mucha personalidad, pero cuando iba camino a mi colegio (tenía aproximadamente 15 años) y un hombre mayor, vale decir asqueroso, se acercó a mí, me bloqueé. En ese entonces aún no existía el Transantiago, pero igual el vagón iba repleto y sostenía mi mochila a la altura de mis caderas. Cuando el hombre se acercó, pensé que no estaba cómodo o que me iba a robar, por lo que subí la mochila y lo quedé mirando ‘’feo’’. Sin embargo su intención no era robarme, sino tocarme la vagina. Por supuesto yo quedé bloqueada, no podía creer lo que pasaba. Iba con mi madre, pero no me atreví a decírselo. Me sentí humillada, aún con tantos años que han pasado -más de diez- lo recuerdo y no me explico cómo lo aguanté, por aproximadamente un minuto. Aún recuerdo su cara asquerosa y pervertida. Me sentí desvalida. Ese día, algo de inocencia en mí desapareció y me sentí súper humillada, como un objeto. Me preguntaba, ¿cómo mierda un viejo de 60 o más años puede hacer esto? Y me miraba  asumiendo que a mí me gustaba, ojalá él hubiera sabido el terror que sentí. En ese tiempo ni quise pensar por qué estaba mojada mi falda, pero ahora imagino que fue fluido eyaculatorio. Viejo asqueroso.

                      Imagínense, ¡esto me pasó a tan corta edad! Antes había recibido agarrones, pero le ‘‘paraba los carros’’ a la persona. Sin embargo, nadie se imagina lo paralizante y humillante que fue y el mal recuerdo que tengo. Afortunadamente, ahora soy mayor y si me volviera a pasar eso prefiero hacer cualquier cosa como gritar, insultar, pegarle con una mochila, patearlo o no sé, cualquier cosa antes de dejarme otra vez.

                      Es el colmo que por ser mujer no se nos respete ni con uniforme escolar, ni cuando andamos en la calle de noche, ya que creen que somos blancos fáciles. Basta ya de degenerados que no piensan que degradan su humanidad.