#AcosoEsViolencia

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    El día jueves 16 de mayo de 2019, mientras iba camino al trabajo, estaba esperando micro en un paradero de Llico con Haydn. Un caballero en un auto, que no recuerdo la patente ni el color (salvo que tenía vidrios polarizados), tocó la bocina e hizo señas. Miré hacia atrás pensando que era para otra persona, pero estaba sola. El tipo siguió haciendo las señas por lo que pensé que tal vez lo conocía. Me acerqué un poco a la calle, el bajó y el vidrio y me dijo: “señorita, ¿la llevo?”. Yo, sorprendida y un poco alterada porque efectivamente no lo conocía, le dije que se alejara. Él detuvo el auto, se bajó y me insistió: “le estoy diciendo que se suba”. Ya bastante molesta por decir lo menos, lo interrumpí gritándole que qué se imaginaba, que se alejara. La gente de los otros autos ya estaban haciendo sonar las bocinas por la demora, unos se bajaron y un caballero que vendía diario (al que no vi) se acercó a incriminarlo. Alejándome rápidamente le grité muchas gracias y me subí a la micro muy asustada y con mucha adrenalina. Esto fue a las 8:10 a.m.

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      A pocos días de promulgada la ley que sanciona el acoso callejero en espacios públicos, proyecto impulsado por OCAC, nuestras plataformas se han llenado de testimonios de mujeres que dicen haber acudido a comisarías donde funcionarios se han negado a tomar sus denuncias.

      Francisca fue víctima de acoso callejero esta semana. Sintiéndose aún violentada, fue a Carabineros para saber qué podía hacer en contra de su victimario. “¿Cuál es el nombre de la persona?”, fue lo primero que le preguntaron. Por supuesto que Francisca no tenía ese dato, ¿quién le pide el nombre a su acosador? Por más que explicó todo lo que había pasado, él Carabinero que la recibió le dijo que como no tenía ese dato ni testigos o videos o fotos, no había nada que pudiera hacer.  

      Marcela iba camino a su casa, cuando un auto conducido por un hombre la empezó a perseguir. Él le pedía que se acercara, pero ella caminó más rápido para alejarse. Sin embargo, el hombre se las arregló para encontrarla de frente: estaba fuera del auto, con sus pantalones abajo y mostrándole su pene. Cuando Marcela fue a la comisaría a hacer la denuncia por acoso callejero, entregó la patente del auto. Sin embargo, al fijarse en lo que había escrito la Carabinera que recibió la denuncia, se dio cuenta que había escrito cualquier cosa menos los datos que ella había proporcionado. A pesar de su reclamo, y que la acompañaban sus padres, la Carabinera sólo le preguntó cómo andaba vestida.

      Estos testimonios son solo una muestra de lo que las mujeres en distintas partes del país están sufriendo: no solo son víctimas de acoso sexual callejero, sino que además, quienes se suponen debieran entregarles seguridad, las vuelven a vulnerar al negarles el ejercicio de sus derechos.

      Pero estos casos no son aislados ni se limitan al acoso callejero: hace algunos días leíamos sobre una mujer que denunció a su marido por violencia intrafamiliar en la vigésima comisaría de Puente Alto. El oficial de Carabineros M. Zuñiga se negó a tomar su denuncia, ofreciendo en cambio consejos familiares para lo cual no estaba en lo absoluto calificado.

      Es gravísimo que diversos funcionarios de una institución del tamaño e importancia de Carabineros de Chile no estén cumpliendo CON SU TRABAJO, porque aquí no se está pidiendo nada extraordinario. Tal como indicábamos en esta nota, no es responsabilidad del funcionario o funcionaria decidir si un evento constituye delito o no, su responsabilidad está en recabar todos los antecedentes para así iniciar una denuncia.

      La situación no solo es delicada por cuanto las fuerzas del orden estarían incumpliendo sus responsabilidades, sino también porque una persona que ha sido agredida merece que se le escuche, se le reconforte y se le garantice un debido proceso. Negarle a una víctima un procedimiento legal adecuado puede llegar a afectar su salud mental y generar traumas.

      Es imperativo que las autoridades inviertan en capacitación y sensibilización para que sus agentes sean capaces de tomar denuncias y atender a las víctimas como corresponde. De poco sirve hacer tantos esfuerzos para impulsar una política pública si el personal de primer contacto incumple sus deberes. Para esto necesitamos trabajo conjunto por parte de los ministerios, la fiscalía y las fuerzas del orden.

      Pero, ¿qué hacer si un oficial se niega a tomar mi denuncia?

      Existen varias opciones. La más inmediata es pedir hablar con el superior jerárquico e incluso registrar el número de placa del carabinero para luego denunciarlo en la Fiscalía Militar.

      Otra opción es acudir a PDI o fiscalía, sin embargo las reglas son las mismas: ni Carabineros ni PDI son quienes determinan si un hecho es delito o no, su rol se limita a recibir y tomar denuncias para luego enviarla a Fiscalía, quienes deciden si la denuncia reviste carácter de delito. Para asegurarte, puedes exigir una copia de la denuncia.

      Recuerda que denunciar es tu derecho y las policías tienen el deber de tomarla con respeto y resguardando tu integridad. Cuando los funcionarios y funcionarias de la seguridad incumplen sus deberes y vulneran a las víctimas, las leyes quedan en meras declaraciones de buenas intenciones. Lo que las mujeres y niñas de Chile necesitan son hechos, no palabras.

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        header_web_testimoniosSufrí acoso sexual laboral el año pasado cuando trabajaba para un programa de gobierno. Me tocó viajar a un sector rural dentro de una comuna del sur, por lo que tuve que arrendar un vehículo para poder trasladarme y visitar a las familias pertenecientes al programa.

        Al terminar mi trabajo, el chófer me llevó hacia el alojamiento en donde yo me estaba quedando que era la misma casa en la que él vivía. Cuando llegamos se acercó a mí, me tocó e intento darme un beso. Yo alcancé a arrancar y entrar a la casa. No le dije nada a nadie y en la noche tuve que colocar una silla en la puerta, ya que no tenía pestillo.

        Lo primero que hice fui contar la situación a mi jefa, pero no le dio mayor importancia, siendo que esta persona junto a su esposa prestaban servicios a la municipalidad frecuentemente (y no me extrañaría que esto siga sucediendo).

        Esa misma semana salí de vacaciones. Estuve días sin contarle a nadie más lo que me había pasado, hasta que decidí contarle a mis más cercanos. Lo denuncié en Fiscalía, renuncié a mi trabajo en esa comuna porque él sabía dónde yo vivía. Hasta el día de hoy no sé en qué quedó el caso.

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          Desde el 08 hasta el 14 de abril de 2019 se celebra una nueva versión de la Semana contra el Acoso Callejero, iniciativa que surgió el año 2011, y que busca sensibilizar respecto al acoso sexual callejero y que la ciudadanía pueda evidenciar este tipo de violencia. En cada una de sus versiones, desde sus inicios, participan más de 100 agrupaciones de alrededor de 40 países en todo el mundo. OCAC es una de ellas junto a sus nodos internacionales en Nicaragua, Guatemala y, ahora, en Panamá.

          ¿Por qué la Semana Contra el Acoso se conmemora en abril?

          Según cifras de OCAC, las niñas comienzan a sufrir acoso sexual a los 14 años de edad y el 20% de las mujeres adultas lo sufre todas las semanas. Daniela Sánchez , directora del área de Vinculación de OCAC, nos remonta a los inicios de esta iniciativa, explicando que, en Estados Unidos, abril es el mes de la sensibilización del acoso sexual ya que en el hemisferio norte comienza la primavera, temporada en que hay más luz, lo que invita a estar más tiempo en la calle. Por esto, el 20 de marzo de 2011 se realizó el día Internacional Contra el Acoso Callejero, que en 2012 se extendió a una semana para amplificar las voces de las organizaciones y activistas que se dedican a visibilizar y erradicar este problema.

          Sin embargo, Daniela Sánchez explica que “el acoso callejero no sólo afecta en primavera, sino que ocurre en todas las estaciones y en todos los países. De hecho, también en 2011 se organizó el movimiento “Paremos el Acoso Callejero” en Perú, que decantó en la creación conjunta con la organización Stop Street Harassment en la Semana Internacional Contra el Acoso Callejero. La iniciativa ya se replica en Argentina, Colombia y Brasil, entre otros países”.

          Semana Contra el Acoso 2019: un panorama diferente

          La conmemoración de este año viene a instalarse en un contexto diverso. Según María José Guerrero, presidenta de OCAC, “en Latinoamérica se da en un escenario legislativo que está dando un giro hacia la derecha, donde lamentablemente también se ponen en cuestión los derechos de las niñas, mujeres y diversidades sexuales”. Desde esa mirada, complementa, es clave hacer un llamado a pensar las violencias sexuales en los espacios públicos y cómo como continente nos podemos unir en torno a demandas comunes.

          A nivel nacional, esta semana emerge con un hito que tiene que ver con la aprobación por unanimidad de la Ley que sanciona el acoso sexual callejero, proyecto creado por el Observatorio Contra el Acoso Chile y que estuvo en espera durante cinco años para ser aprobado. “Esto genera y nos invita a reflexionar cómo la ciudadanía, como actor social importante, podemos y debemos exigir y trabajar por los cambios, por políticas de género transversales que nos ayuden a avanzar hacia una sociedad más pluralista, democrática y feminista”, concluyó María José.

          Las invitamos a estar atentas y atentos a nuestras redes sociales y a participar de la actividad que por tercer año consecutivo organizamos como OCAC. La cita es para este sábado 13 de abril entre 15:00 y 18:00 horas en el Parque Forestal. Vamos a estar con un stand informando sobre acoso y respondiendo dudas sobre el tema, además de tener una actividad interactiva. ¡Nos vemos!

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            Después de la fiesta de un amigo, decidí volver en micro para acercarme lo más posible a mi casa y que saliera más barato. Yo vivo en La Reina y no se puede llegar en transporte público. Cuando me fui de la fiesta, me llevé un vaso de vidrio conmigo que guardé en un bolsillo de mi chaqueta, sin intención alguna. Debo haber salido tomando lo que quedaba de mi trago y me quedé con el vaso nomás.

            Tomé la micro y me bajé en Colón con Vespucio a eso de las 4am. Para abaratar aún más el taxi, aunque fueran 100 pesos, decidí caminar hasta Isabel La Católica. Me fui por la vereda pero vi que a lo lejos iba un hombre caminando solo, entonces decidí cruzar y seguir por el parque. Al poco rato, el hombre también cruzo y se detuvo en un semáforo para “hablar por teléfono”. Como él se quedó parado, yo seguí y quedó atrás mio, lo que me dejó en desventaja ya que no podía verlo. Seguí caminando, pero como siempre he sido súper precavida (algo que no celebro, sino que más bien me entristece, ¿por qué debiese ser algo bueno que tenga caminar estando constantemente en alerta?) daba vuelta la cabeza para mirar donde veía el hombre caminando reiteradamente. Al poco rato, segundos, noté que se estaba dirigiendo hacia mí. Venía directo hacia mí. En ese momento, me di vuelta para enfrentarlo y el tipo estaba al frente mío. Rápidamente, habló: “elige, tu celular o tu vagina”, me dijo.

            Ahora viene la parte inexplicable de la historia. No sé cómo, ni de dónde vino, pero en dos segundos saqué el vaso que tenía en mi chaqueta y lo levanté gritándole con la voz quebrada: “sale conchatumadre o te lo reviento en la cabeza”. El tipo salió corriendo, al igual que yo. Menos mal que lo hicimos en direcciones contrarias.

            Sinceramente, no logro explicar mi reacción, pero con el tiempo creo entender de dónde puede haber provenido: la rabia interna de tener que caminar con miedo, de que los hombres crean que nos pueden usar, violar y matar, la furia de que esto sea el status quo y de que la situación no cambie.

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              La violencia estuvo siempre presente en mi vida. A los 11 años de edad un niño unos años mayor que yo, me manoseó las piernas en el bus del colegio. Avisé a los profesores, pero no pasó nada y me las tuve que arreglar sola. A los 14 años, en un gimnasio, un entrenador me abrazó y manoseó en un cuarto cerrado. Le conté a mis padres, pero finalmente no denunciamos. En el transporte público también sufrí acoso, en varias ocasiones me toquetearon. Una vez grité y nadie me ayudó; me miraron como si fuera una anormal.

              Pasó el tiempo, fui madre a los 16 años y sufrí violencia intrafamiliar por parte de mi pareja de ese entonces. A esa edad el acoso callejero ya era algo habitual para mí. Era frecuente que se me acercaran hombres para suspirar en mi oído o sorberse la saliva en señal de “estar rica”. Una vez un viejo me gritó “¡te sacaría caca!”; sentí tanto miedo… 

              Hoy ya no temo por mí, sino por mi hija de cinco años. Me da pena que por ser mujer tenga que pasar por estas cosas. Por eso, sé que debo prepararla, explicarle por qué pasa esto y enseñarle que el acoso callejero es una rama de la violencia, que permite y justifica otras formas de violencias.

               

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                El pasado 15 de junio, el Observatorio Contra el Acoso Callejero realizó una intervención en el establecimiento educacional. La charla fue convocada y organizada por las mismas alumnas y sirvió como instancia para generar consciencia respecto a la problemática que el acoso significa.

                Las alumnas del Liceo 7 de Providencia se cansaron de las miradas con doble intención, los comentarios fuera de lugar, los actos desagradables y las relaciones inapropiadas entre profesores y estudiantes menores de edad, por lo que este año marcharon bajo la consigna “Ni me callo, ni me aguanto”, con el fin de visibilizar las más de ochenta denuncias que se han realizado por acoso sexual.

                En este contexto, el pasado 15 de junio, a las 10 de la mañana, el Observatorio Contra el Acoso Callejero (OCAC) se dirigió a este emblemático liceo para hablar sobre acoso sexual y violencia LGTBIQ. Francisca Valenzuela, presidenta de OCAC, junto a María de los Ángeles Espejo y Graciela Madrid, ambas del equipo de intervención, lideraron la charla que se extendió por más de dos horas y convocó a 15 alumnas del liceo.

                Javiera Prieto, del equipo de intervención de OCAC, contó un poco acerca de lo sucedido en el establecimiento. “Se invitó a las alumnas a que dibujaran una persona en un papelógrafo y escribieran como se sentían cuando han recibido acosos, la instancia sirvió para que reflexionaran y nos hicieran preguntas (…) también nos compartieron sus experiencias”, explicó.

                Para las alumnas la instancia fue bastante significativa, Valentina Fritz, estudiante de segundo año medio del liceo, destacó lo aprendido. “La actividad fue súper informativa, nos enseñaron cómo reaccionar frente una situación de acoso sexual callejero”. Valentina también agradeció el compromiso que vio por parte del equipo de OCAC: “nos dijeron que si necesitábamos ayuda legal ellas nos podían ayudar”.

                Por su lado, Rebeca Fernández, también alumna de segundo medio, agregó lo importante que son estas situaciones educativas, ya que “la violencia se había normalizado y estas actividades nos sirven para que eso pare”. Además señaló que en un futuro le interesaría que en el establecimiento se pudiera realizar un foro sobre violencia en la pareja.

                Situaciones de violencia de género como ocurren en el Liceo 7, son más comunes de lo que se cree, por eso es muy importante que las escuelas entreguen las herramientas necesarias para que las alumnas/os puedan defenderse y protegerse. Para el equipo de OCAC aún queda mucho trabajo por hacer, “la idea es realizar otra jornada donde se toque temas más jurídicos”, finalizó Javiera Prieto.

                Por Vicente Gutiérrez.

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                  Estaba en la micro sentada mirando por la ventana, hasta que de pronto sentí que pasaron a llevar uno de mis senos, me acomodé bien en mi asiento para no rozar y miré a quien estaba al lado mío: era un hombre vestido de terno de unos 35-40 años. Me miró con una sonrisa coqueta, tomé mi bolso con toda seguridad con la intención de salir de mi asiento y en ese segundo, con sus dos manos, agarró mis dos senos y me dice “adonde vai mijita rica”. Sin duda le di una cachetada y empezó a reír a carcajadas, toda la gente de la micro comenzó a mirarme y él me dijo “¿qué te hice ahora alaraca para hacerme eso?”. Me dio tanta rabia que grité todo lo que hizo, pero la gente empezó a defenderlo, decían que era una agresiva, que eso no se hacía, que cómo no iba a hacerlo si yo andaba vestida con pantalón apretado (eran jeans ajustados de esos que usa casi todo el mundo), que las señoritas no andaban en esas cosas, que cómo me sentaba al lado de un hombre. Luego, acarició mi rostro y me dijo “linda, no pasó nada, tranquila, siéntate no más y deja de huevear”.  No me quedé de brazos cruzados e insistí en que no tenían por qué defenderlo si no tenía ningún derecho a tratarme así.  En ese momento,  todos empezaron a gritarme y a defenderlo aún más, insistiendo en que querían viajar tranquilos y yo estaba molestando. ¿Acaso yo no tengo derecho a viajar sentada y tranquila también?

                  Fue tanto el alboroto en la micro, que el chofer me insistió que dejara de molestar o me iba a tener que bajar. Lamentablemente tuve que hacerlo. Apenas bajé comencé a llorar, no quise llamar a nadie porque eran como 40 personas dentro de la micro. Estaba segura que nadie me iba a apoyar y tuve que caminar 25 minutos sola e  insegura por tratar de defenderme.

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                    Iba caminando por una de las calles principales de Viña del Mar cuando un hombre, de unos 40 años aproximadamente, pasó muy cerca y me dijo al oído “chúpame el pico”. No supe cómo reaccionar, sentí miedo y asco, jamás me visto con la intención de provocar a alguien. Es más, siempre intento cubrirme y usar ropa holgada.

                    Me gustaría perder el miedo y usar la ropa que yo quiero sin que alguien haga algún comentario obsceno. He tenido que aguantar comentarios de diferente índole, estoy cansada de caminar con miedo, me siento insegura. Con el tiempo, esto ha afectado mi personalidad y mi relación con mis pares. Tengo 20 años no debería vivir encerrada por miedo a que me hagan algo.

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                      Al inicio de mi pubertad, hombres de todas las edades (viejos, universitarios y adolescentes mayores que yo) se tomaron el derecho de decirme cosas a mí, una niña de doce años que recién comenzaba a entender los cambios en su cuerpo y lo que sería ser mujer en las calles.

                      Lo que más recuerdo son dos eventos, ambos a mis 14 años. El primero, fue cuando me acercaba al paradero de mi población a tomar micro. Vi a un señor de unos 70 u 80 años que, mientras caminaba hacia mi dirección, me miraba con gracia. Pensé que por observarme de esa manera, y estar en el paradero de mi población, quizás conocía a mi mamá (ella conoce a todos). Entonces pasó por mi cabeza que debería saludarlo, pero él se agachó para ver de frente mi trasero y decirme algo horrible que ni repetiré. Me aterré y encontré el colmo que ni si quiera un adulto mayor respete a una niña que anda sola por la calle.

                      El segundo fue aún peor. Andaba con mi mejor amiga en bicicleta en una villa cercana a la casa de mis padres, cuando un furgón de una famosa panadería comenzó a seguirnos. Nos hicimos a un lado pensando que así nos dejaría, pero no. Nos tiró el furgón para llamar nuestra atención y luego se detuvo, exclusivamente, para hacernos gestos con sus manos y lengua.

                      Ninguna de estos traumáticos episodios se lo conté a mis padres, solo a unas amigas y resultó que todas habían sufrido acoso callejero.

                      Yo ya no quiero que esto sea normal y que tengamos que pasar por lo mismo, menos que sea una situación transversal a todas las generaciones; ni que nuestras niñas tengan que sufrir esos sucios momentos en las calles y que deban “aprender” a afrontarlos.