agresión física

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    Hace un tiempo, cuando tenía 12 años estaba afuera de mi colegio, esperando a mis amigos que salían más tarde de clases ese día. Como estaba aburrida, comencé a dar vueltas por el lugar, pasé a comprar helado, etc., total el día estaba lindo. Sin embargo, en una de mis vueltas sentí que alguien corrió hacia mí y no alcancé a reaccionar. Un hombre me agarró del cuello y trató de sacarme los calzones, por lo que le pegué un codazo y logré ver su rostro. Luego de eso corrió asustado; era un cobarde. Yo hice lo mismo, corrí lo más que pude hasta llegar a un lugar con más gente y comprendí lo que me había pasado. Aún sentía sus manos asquerosas en mi cuerpo y no podía parar de llorar. Caminé a un paradero para irme a mi casa, donde había un hombre, y estaba tan asustada de que él me hiciera algo también que comencé a llorar otra vez. Mis amigos me vieron en el paradero y no entendieron nada, les conté y simplemente me abrazaron, luego me llevaron al colegio y ahí esperaron a que me calmara. Tuve que subir a inspectoría y contar lo que me había pasado, me dieron agüita de hierbas y me dijeron que debía andar con más cuidado, nada más. Llamaron a mi casa y llegó mi hermano con su polola a buscarme, ya les habían dicho por teléfono, así que solo me abrazaron y nos fuimos en silencio a la casa. Cuando llegué, mi mamá lloró y no supo qué decirme. Finalmente me fui a bañar y me quedé en mi pieza toda la tarde, sintiéndome sucia. Nadie llamó a los Carabineros o dijo algo, solo se quedaron callados.

    Al día siguiente mi mamá hizo como que no había pasado nada. Me levanté para ir al colegio, pero estaba tan triste que me atrasé. Mi mamá se enojó y comenzó a gritarme: ”¡Apúrate! Lo que pasó ya no importa, es pasado”, ”¿Y por estas tonteras vas a llegar todos los días atrasada? Mira esa falda, tan corta, por eso los hombres quieren bajarte los calzones; después no te quejes”. Ahí exploté, el llanto volvió junto con esa sensación asquerosa. Cuando llegué al colegio me llamó la orientadora y al principio mostró un poco de comprensión, sin embargo terminó diciéndome: ‘‘¿Y no andabas con calzas? Deberías alargarte la falda”.

    Ahora que tengo 17 años, sigo recordando esa experiencia de mierda, que afortunadamente no fue peor. Me da rabia el hecho de que se me terminara culpando de lo que me pasó y que mi mamá me pidiera que no me quejara si algo me pasaba solo por mi falda (que a todo esto era 3 dedos sobre la rodilla nada más). Me enoja que hueones como él anden por ahí sin más, haciendo lo que se les antoja y después yendo a sus casas como si nada, y sobre todo me da rabia que se me culpe de haber sido violentada solo por el hecho de ser mujer, por no defenderme o por “provocar”.

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      Tengo varias experiencias que compartir aquí, pero cuento esta porque es la más reciente y una de las que más me ha afectado anímicamente.

      Hace una semana vino a verme desde el sur mi mamá. Como vivimos lejos, vernos es un gran acontecimiento, así que salimos a comer algo rico a Providencia. Sabía que a la vuelta tendríamos que tomar la tristemente conocida micro 210, así que comimos y pagamos rápido para volver temprano, a eso de las 12:00 de la noche. Como cualquier día viernes, la micro venía llena con mucha gente tomando y fumando arriba. Yo soy emetofóbica (fobia al vómito), y justo tuve la mala suerte de que un hombre se puso a vomitar (de borracho) arriba de la micro, cerca de donde estábamos con mi mamá. Me puse muy nerviosa y avancé hasta el frente como pude (los que tienen alguna fobia entenderán que no fue de exagerada, sino para evitar un ataque de pánico), sin embargo mi mamá no pudo pasar con toda la gente que había, así que se quedó atrás. Mientras me sujetaba como podía, porque estaba tiritando y llorando por lo que acababa de ver, sentí una mano tocándome por atrás, fuerte, sin disimulo ni vergüenza. No fue un agarrón cualquiera, su dedo índice presionaba con fuerza mi vagina por sobre la ropa. Me quedé helada. Nadie, nunca, ni siquiera con mi consentimiento, me había tocado así, con esa brutalidad. Normalmente cuando me gritan cosas en la calle les respondo o al menos les hago algún gesto, pero iba tan mal con lo que acababa de pasar que no atiné a nada, solo a darme vuelta para que parara. Vi que era un niño, no mayor que yo, y me dio demasiada rabia la liviandad con que se tomaba lo que acababa de hacer. Ni siquiera le dio vergüenza que lo identificara. No ocultó su cara. Y yo que no había hecho nada malo, que había caminado a ese lugar de la micro buscando sentirme segura después de algo que había sido traumático, me tocó sentir culpa, vergüenza e impotencia. Agaché la cara y contuve las lágrimas, como si hubiera sido mi responsabilidad que me ultrajaran y por haber estado justo en ese lugar.

      Cuando nos bajamos, mi mamá asumió que seguía llorando por lo del viejo vomitando. Me consoló y me preparó un tecito. Cuando le conté, me dijo que no tomara nunca más esa micro. Luego le comenté a mi pololo y me dijo: “Pucha amor, que tienes mala suerte”. Pero lo peor fue contarle a mi papá, cito textual: “Tú eres tonta, como vas a andar sola en la micro a esa hora. Si un día te violan va a ser culpa tuya, de nadie más que tuya”.

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        Tengo 20 años y frecuentemente sufro de acoso callejero, sin embargo siempre me defiendo y defiendo a todas las personas que lo sufren. Yo vivo en Independencia, en una población llamada J.A.R.

        El jueves pasado, salí a las 7:20 horas de mi casa camino a la universidad, doblé en un pasaje para llegar al paradero y vi que por al lado mío pasó una moto y se estacionó frente a una casa, como si fuera a buscar a alguien. Yo seguí mi camino y cuando iba llegando a la avenida principal, alguien me agarró por detrás. Me tapó la boca con un brazo, sin dejarme respirar, mientras que con el otro tocó mi vagina. Me dijo al oído: “Quédate tranquila, si te quiero tocar no más”. Intenté zafarme y él me tiró al suelo pegándome un combo en la cabeza y patadas en mi brazo. Yo grité en busca de ayuda, y cuando me pude levantar a decirle groserías e intentar defenderme, él ya se estaba yendo. Le dije que qué se creía por tocarme y golpearme así, pero me volvió a pegar en la cabeza en la cabeza, diciéndome que caminara y que me fuera. El tipo se subió a su moto y se fue a toda prisa. Quedé en shock. En eso apareció un caballero con su hija y me trató de ayudar, pero no pude hablar. Tenía rabia, miedo y me sentía vulnerable. Después apareció un amigo, lo abracé, rompí en llanto y le pedí que me llevara a casa.

        Cuando llegué le conté de inmediato mi mamá. Me sentía demasiado débil y lloramos juntas. Luego llamamos a Carabineros. Ellos llegaron súper rápido, me llevaron a constatar lesiones y fueron muy buenos conmigo. Me encantó su trato porque hicieron que el proceso fuese lo más rápido posible para irme a mi casa.

        Apenas llegué a mi casa caí en la realidad. Fue el día más largo de mi vida, ya que repetía una y otra vez la situación en mi mente. Fueron mis amigas y familiares a verme y trataron de distraerme. No pude dormir en la noche y al otro día fue lo mismo. Estaba cansada de preguntas como “¿por qué no anotaste la patente?”, “no tienes que salir sola”, “debes andar con más cuidado”, “tienes que estar tranquila, pudo haber sido peor”; como si eso le quitara importancia a lo que me sucedió o como si me hiciera olvidarlo. Estoy tan cansada del argumento de: “Podría ser tu hija”, ¿por qué no me respetan por el hecho de ser persona? ¿Por qué no puedo estar en paz en la calle o ir tranquila a estudiar?

        Hoy, aún recuerdo el momento a cada rato. No tengo ganas de hablar con mis amigas o amigos, me da miedo salir, no me siento segura en el lugar donde vivo y ya no me puedo defender cuando me acosan en la calle, lo que me atormenta. No tengo ánimos de socializar con nadie, estoy tan vulnerable que lo único que quiero es retroceder el tiempo y borrar ese horrible momento.

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          Hace seis años fuimos con mis amigas a una discoteque. Estábamos en el segundo piso del recinto, en una especie de “vip” y podíamos bailar tranquilamente. Hasta ahí todo bien, pero me dieron ganas de ir al baño y tuve que salir de donde estaba y bajar hasta la pista central de baile. Fue allí cuando, entremedio de muchas personas, un tipo que no me llegaba ni al hombro, me tomó de la cintura y comenzó a bailar, rozando su cuerpo contra el mío. Para zafarme lo empujé y comencé a caminar rápido entre la gente, pero él me alcanzó y me pegó un combo en el brazo. Muy asustada fui directo donde el dueño del local, le conté lo que había sucedido e indiqué donde estaba ese enfermo. Menos mal que envió a dos guardias a sacar al agresor junto a su grupo de amigos. Me sentí tan agradecida del dueño, porque a pesar de no ser alguien muy agradable, demostró tener conciencia de lo que es el respeto a la mujer.

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            Se ha iniciado una campaña para recaudar fondos con el fin de costear el tratamiento. 

            La semana pasada el medio británico ‘‘The Independent’’ publicó una noticia sobre una adolescente de Luisiana que deberá someterse a cirugía reconstructiva, luego de ser acosada y maltratada por un grupo de hombres por el sólo hecho de usar un bikini.

            En el diario se relata que Jessica Byrnes-Laird de 18 años estaba en traje de baño y sentada en el asiento copiloto de su auto, esperando a que su novio saliera de una tienda en Shreveport (Luisiana), después de que ambos habían ido a nadar, cuando cuatro hombres la empezaron a acosar y a insultar. Al percatarse de esta situación, su novio enfrentó a los acosadores, dando inicio a una feroz pelea.

            De acuerdo a lo informado por la joven al canal KTSB de Estados Unidos, la contienda terminó cuando uno de los hombres lanzó una tubería de metal por la ventana abierta del copiloto, golpeándola directamente la boca. “Miré hacia abajo y vi mis dientes en mi mano e inmediatamente empecé a sangrar mucho’’, dijo la adolescente, que también afirmó estar muy afectada por lo sucedido. Ella también agregó: ‘‘honestamente tengo un poco de miedo, porque al pasar por esto, te das cuenta lo delicada que es la vida y nunca sabes qué puede pasar. Las cosas pasan muy rápido y sin previo aviso’’.

            Debido a la gravedad del ataque, la mujer tendrá que someterse a cirugía y a múltiples implantes dentales. El costo del tratamiento podría ser mayor a $8.000.000 (US $12.000) de acuerdo con la página de recaudación de fondos ‘‘Go Fund Me’’, que hasta ahora ha recaudado alrededor de $12.000.000 (US $18.000). La policía señaló que aún están buscando a los hombres que atacaron a la adolescente, por lo que decidieron publicar el video de vigilancia de la escena del crimen.

            En Estados Unidos, cada vez que ocurre un crimen racial, la raza debe ser considerada como un factor en el crimen, situación que no se replica cuando se trata de violencia de género. María José Guerrero, Coordinadora del Área de Estudios de OCAC Chile señala: ‘‘La violencia de género es invisibilizada no sólo en aspectos legales (como factor en el crimen), sino también por la forma en que la construimos discursivamente. Por ejemplo, al decir que ‘fue agredida por usar un bikini’ dejamos bajo la alfombra la variable de género. Afortunadamente en el caso de los crímenes raciales, esta violencia se ha comenzado a construir discursivamente como lo que es aunque no en su totalidad, pero al menos cuando se dice que alguien fue atacado por ser negro, chino, sudamericano, etc., la variable racial ya se encuentra visibilizada. Sin embargo cuando se dice que una mujer fue agredida por ‘usar un bikini’, se ignora el hecho de que fue agredida por ser mujer y que fue agredida porque hay constructos sociales que lo permiten. De esta manera, el género se invisibiliza como factor en el crimen de este y otros casos de violencia de género’’.

             Imagen: The Independent

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              “Un día me subí a la micro y un hombre me tocó la vagina”, cuenta Barbara Letelier, de 26 años, una de las tantas chilenas que ha sido víctima de acoso sexual callejero.

              ¿Qué tan grave es el acoso sexual callejero en Chile? ¿Son los llamados “piropos” su única expresión? A través del testimonio de tres mujeres chilenas, el Observatorio Contra el Acoso Callejero, OCAC Chile, realizó un video que retrata cómo se vive en Chile esta forma de violencia de género en el país, con el fin de mostrar la magnitud del problema y el nivel de desprotección de sus víctimas.

              El video cuenta los testimonios de tres jóvenes chilenas que sufrieron acoso sexual callejero de gravedad, como Bárbara Letelier, de 26 años, quien cuenta que “un día me subí a la micro y un hombre me tocó la vagina”. O Nicole Miranda, de 19 años, a quien asaltaron y manosearon, y pese a denunciar el hecho ante las autoridades, éstas le informaron que tomarían el caso como asalto y no abuso sexual, puesto que “decían que el objetivo principal del tipo era robarme y no tocarme”.

              Para OCAC Chile, la violencia sexual en el espacio público se define como un “conjunto de prácticas de connotación sexual ejercidas por una persona desconocida en espacios públicos, como la calle”. En nuestro país, estas acciones violentas  son sufridas de manera sistémica, especialmente por mujeres y niñas, y ocurren “varias veces al día desde aproximadamente los 12 años”, según datos de la Primera Encuesta sobre Acoso Callejero.

              Frente a este panorama, diversas autoridades nacionales se han pronunciado expresando su apoyo y disposición a trabajar para erradicar estas prácticas. Durante el lanzamiento de la campaña #AcosoEsViolencia de OCAC Chile, en noviembre pasado, la ministra Claudia Pascual dijo que el gobierno de Michelle Bachelet ha asumido el compromiso “de ampliar la mirada de la violencia contra las mujeres”.

              Para leer más testimonios de acoso callejero, haz click aquí.

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                Tengo dieciocho años y he sido acosada repetidas veces. La primera vez iba en la básica. Fueron seis niños mayores que yo. Iba en una micro casi vacía del colegio a casa, se acercaron a mi asiento, comenzaron a hacerme preguntas y yo hice como que no escuchaba, porque me dio mucha vergüenza. Comenzaron a hablarme más y más fuerte, yo seguí ignorándolos. Empezaron a darme manotazos en la cabeza, a tirarme el pelo. Nadie me defendió, el chofer miraba por el espejo y sonreía como si fuera una chiste. Una señora finalmente los retó y se bajaron. Antes de bajarse, la insultaron a ella y me escupieron a mí. Lloré profundamente después de eso, me prometí que no me volvería a hacer algo así, que cambiaría mi personalidad introvertida.

                Pasaron los años y me sentí más segura de mí misma. Sin embargo, las situaciones de violencia por parte de hombres en la calle volvieron a suceder. Un tipo en su auto me siguió bastante tiempo, desde la casa al paradero y luego mientras iba en la calle. No importaba a donde fuera, si él me veía me seguía en su auto. Tuve que dejar de andar sola. 

                Este año me fui a vivir a Santiago para estudiar y pensé que ya no volverían a suceder estas cosas, pero no fue así. La pensión donde vivía quedaba a casi una hora de mi universidad, así que todas las mañanas debía ir temprano al paradero a tomar la micro. Un día le sonreí a un niñito que me miraba, su papá estaba cerca. Ese hombre se convirtió en mi peor pesadilla.

                Comenzó a esperarme todas las mañanas, me decía cosas, me hacía preguntas, se acercaba incómodamente hacia mí. Yo miraba para otro lado, no le respondía nunca. Si era necesario me paraba y me alejaba pero él siempre estaba ahí. Tras unas semanas, él comenzó a enojarse con mi actitud y se volvió más agresivo. El tipo llegó a empujarme, me hablaba más fuerte. Increpaba a otros hombres cuando me abordaban. Yo le dije que se detuviera pero era como si no me escuchara. El tipo averiguó dónde vivía y me esperaba. Comencé a llegar más tarde a mis clases,  a volver de noche a la pensión, lo que fuera para no encontrarme con él.

                Estas situaciones han provocado mucho miedo en mí. No puedo mirar a los hombres a la cara porque los sentimientos desagradables aparecen inmediatamente. Intenté hablar con mi familia de esto, pedí ayuda, para romper el círculo de miedo y vergüenza. Su respuesta fue “que eres ridícula, cómo vas a tenerle miedo a los hombres, eso es tonto, habla en serio”.

                Comencé a ir al psicólogo, pero mi familia seguía sin entender mis sentimientos, decían que siempre tenía excusas para no salir de casa. Pero cuando alguien me decía algo en la calle sentía pánico, nauseas, asco. Y como siempre eran hombres, fue ésa la cara de mi miedo.

                Actualmente, tengo un pololo, él me ha apoyado bastante, ahora salgo a la calle y me arreglo sin tantos problemas, pero sigo teniendo miedo cuando voy sola. Me da rabia que nadie en mi entorno pueda entenderme. Envío mi testimonio porque creo que quizás esto puede ocurrirle a otras mujeres. Esto no debe ser parte de nuestras vidas, vivir así, con tanto miedo, no es vida.

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                  Era un día de verano en la noche, venía de entrenar (soy luchadora de Max lucha libre) y tenía que tomar el colectivo al frente del lugar donde entrenaba. Estaba tranquila, escuchando música, esperando que pasara locomoción. Cabe destacar que iba en tenida deportiva, sin maquillaje. De atractiva nada. Entonces, pasó un tipo cerca mío y me dio un agarrón. Por un segundo me quedé helada, pero como venía con la adrenalina a mil por haber estado entrenando, me di vuelta y le pegué un cornete, al tiempo que le dije “ENFERMO DE MIERDA”. Mientras el tipo se agarraba la boca, justo pasó un colectivo. Lo hice parar y me fui a casa. Hasta ahora, nunca había hablado de lo sucedido, pero quiero compartir mi historia porque siento que puede ayudar a alguna mujer a la hora de reaccionar frente a estos tipos de violencia.