El acoso sexual no es algo que pedí, sólo me pasó. La primera vez tenía doce años, iba en la micro, con jumper. Un viejo que estaba al lado empezó a tocarme detrás de la pierna, hasta llegar a mis calzones. Fue acoso sexual, eso lo sé ahora, con la edad resignifiqué el recuerdo, en ese minuto sólo fue desconcierto, una suavidad incómoda en el muslo. Miré al tipo y él me miró de vuelta. El instinto me hizo moverme de ahí, pero no hablar o gritar a toda la micro: miren a este viejo rancio, funémoslo que me viene toqueteando.
Una vez íbamos en Metro con la María Francisca Valenzuela, la fundadora del OCAC, y como sucede en espacios seguros entre mujeres y como pasó mucho al comienzo en las reuniones del OCAC, íbamos contando experiencias de acoso, de violencia. Recuerdo que dije: amo este espacio, siempre pensé que era la única. Y la Fran dijo: yo siempre supe que no era la única.
Hay algo de lindo en esa frase. Saber que no eres la única en un dolor amplifica el daño, porque significa que la mancha machista es más grande de lo que pensamos. Pero a la vez, no ser la única con esa herida crea inmediatamente una comunidad de apoyo, de ayuda, de abrazos de mujeres que han sentido lo mismo que tú. No soy la única que ha sufrido violencia, eso quiere decir que no estoy sola.
La comunión se logra hablando. Comunicación y comunidad tienen la misma raíz, las personas conectamos a través de las palabras, del lenguaje. Nombrar es hacer aparecer. Hablar es hacer revolución.
Foto: Francisco Flores.