Arelis Uribe

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    El acoso sexual no es algo que pedí, sólo me pasó. La primera vez tenía doce años, iba en la micro, con jumper. Un viejo que estaba al lado empezó a tocarme detrás de la pierna, hasta llegar a mis calzones. Fue acoso sexual, eso lo sé ahora, con la edad resignifiqué el recuerdo, en ese minuto sólo fue desconcierto, una suavidad incómoda en el muslo. Miré al tipo y él me miró de vuelta. El instinto me hizo moverme de ahí, pero no hablar o gritar a toda la micro: miren a este viejo rancio, funémoslo que me viene toqueteando.

    Una vez íbamos en Metro con la María Francisca Valenzuela, la fundadora del OCAC, y como sucede en espacios seguros entre mujeres y como pasó mucho al comienzo en las reuniones del OCAC, íbamos contando experiencias de acoso, de violencia. Recuerdo que dije: amo este espacio, siempre pensé que era la única. Y la Fran dijo: yo siempre supe que no era la única.

    Hay algo de lindo en esa frase. Saber que no eres la única en un dolor amplifica el daño, porque significa que la mancha machista es más grande de lo que pensamos. Pero a la vez, no ser la única con esa herida crea inmediatamente una comunidad de apoyo, de ayuda, de abrazos de mujeres que han sentido lo mismo que tú. No soy la única que ha sufrido violencia, eso quiere decir que no estoy sola.

    La comunión se logra hablando. Comunicación y comunidad tienen la misma raíz, las personas conectamos a través de las palabras, del lenguaje. Nombrar es hacer aparecer. Hablar es hacer revolución.

     

    Foto: Francisco Flores.

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      En el marco de la publicación de su primer libro, “Quiltras”, la Directora de Comunicaciones de OCAC Chile, Arelis Uribe, se refiere a la necesidad de más referentes femeninas en la literatura y sobre ser una autora feminista.

      Conocida por sus cercanos como “Arolas”, la historia de Uribe cruza diversas inquietudes desde los bordes: crecer en un barrio de clase media, no sentirse identificada por la literatura a la que accedió cuando era más joven y la eterna otredad que representa el ser sujeto de diferencia. Fue desde allí que la autora terminó por comprometerse con la causa feminista, luego de estudiar un magíster en Comunicación Política.

      Tras coronarse como ganadora del concurso “Santiago en 100 Palabras” en su versión 2016, y con un historial ligado a otros premios literarios y periodísticos, Arelis se decidió a dar origen a su primer libro de la mano de la editorial Los Libros de la Mujer Rota.

      ¿El libro empieza con una cita de Supernova, en qué medida sientes que están impresas esas referencias pop?
      Me gusta escribir como hablo. Hay una comparación política bien profunda en el libro y es con el Chavo del 8; puede parecer liviano, pero como persona que creció en los noventa y dos mil, el pop te cruza mucho. Me encanta que Supernova sea una banda de niñas cuicas con una canción con crítica social súper dura.

      A referentes literarios femeninos, como Gabriela Mistral, siempre se las relega a zonas de trabajo comúnmente asociadas a mujeres, como la educación y el ámbito sentimental. ¿Cómo sientes que podría cambiar esto con libros como “Quiltras”?
      El 70 por ciento de los profesores son mujeres, eso te habla de que las pegas con peores remuneraciones las hacen mujeres; a Mistral se la idealiza en el cuidado de los niños. El otro día me entrevistaron y me preguntaron si había machismo en la literatura, yo dije que había machismo en todos lados. Si tú analizas bien, te das cuenta de la desigualdad; si te fijas en los nombres que marcan las eras literarias siempre son hombres: estuvo Bolaño, luego Fuguet y ahora Zambra. No es culpa de ellos, son talentosos, pero te habla de una cultura androcentrista que no se lo cuestiona. Por algo escribí un libro con posicionamiento político súper explícito, pero no es un panfleto, son decisiones estético-políticas.

      ¿Cómo suma a terminar con situaciones de desigualdad el hecho de que exista representación de las historias de mujeres en primera persona?
      Ojalá una adolescente lea un libro donde vea que su historia de amor con su amiga está representada. Creo que uno aspira a lo que puede ver; en la medida en que ves mujeres protagonistas o autoras, puede que sientas que también lo puedes hacer. Me honraría muchísimo que cualquier mujer se inspirara a escribir a propósito de “Quiltras”.

      ¿Crees que en el ámbito masculino se admite mayor mediocridad en términos de talento?
      No sé si más mediocridad, pero es más fácil que el mundo tenga altas expectativas contigo si eres hombre. Es como ser cuico: cuando eres pobre, nadie piensa que por serlo llegas a brillar; cuando eres cuico, es como obvio que te va a ir bien porque te han estimulado y lo tienes todo. Es muy charcha que te subestimen desde antes: tienes que ser el doble de buena que un hombre, demostrar que no te han regalado nada. Es paradójico ser sujeto de diferencia, porque hablas desde el ser distinto para apelar a lo universal, pero tampoco puedes ser universal porque eres distinto. Me gustan mucho las mujeres que escriben ahora en Latinoamérica: Lina Meruane es súper feminista y encuentro que su lucidez es maravillosa. Leila Guerriero es un monstruo, al igual que Margarita García Robayo. Tengo sintonía con Paulina Flores y Romina Reyes; con Romina tenemos sintonía en el feminismo y con Paulina desde la clase media.

      ¿Qué implica ser quiltra?
      Ser quiltra es, primero, no saber de dónde vienes, es algo que me llama mucho la atención de los cuicos: saben exactamente cuál es su origen. En mapudungun, quiltro es perro, pero como en Chile lo indígena es menos, la palabra pasó a significar perro sin raza, sin clase, y con eso abrazó todo lo mezclado. Ser quiltra es ser alguien que merodea, que es pobre y mestizo.

      ¿Por qué decidiste que todos los personajes masculinos en “Quiltras” fuesen secundarios?
      Es curioso porque siempre pasa que las mujeres en películas son “la polola de”, “la amiga de”. En varios cuentos siento que aparece lo masculino muy marcado como la otredad, ese espacio nebuloso en que no sabes cómo son, esa otra mitad de la población muy desde el recelo y el miedo. Hay mucho miedo desde la sexualidad, hay mucho despertar sexual en el libro, la mujer es un personaje que analiza y teme mucho de la masculinidad violenta, de los fanáticos del fútbol, de los hombres que se curan. Encuentro bacán mostrar lo masculino como lo desconocido. En esta sociedad que nos sitúa tan binariamente, hay un montón de cosas que no se entienden de la idea de ser hombre. Me gusta que “Quiltras” sea un libro en que los hombres son personajes secundarios, como en una revancha, aunque no es lo mismo una revancha que una reivindicación. Ésta es una reivindicación.

      ¿Por qué crees que al mundo le asusta una postura feminista en el mundo de la literatura o de las artes en general?
      Que me consideren radical es un poco herencia de la dictadura, pero nuestros papás vivieron con miedo de hablar de política, porque meterse en problemas significaba morirse. Nosotros crecimos con ese miedo también, pero la generación que nació en los 90 está desprendida de ese miedo, por algo llenaron la Alameda tan hermosamente. Con respecto al miedo…a mí también me asustaría, si no estuviese ligada a la política, que alguien llegara a decirme que todo en lo que creo es violento. Nadie quiere estar en el banquillo de los acusados, cuando te muestran que estás reproduciendo violencia es súper fuerte, pero yo estoy convencida que no hay progreso sin rebelión. Probablemente no soy la más radical, pero sí sé que estoy muy a la izquierda; no me da miedo. Está bien gritar, si no, las cosas no cambian.

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        Estábamos carreteando en la casa de una amiga y no sé cómo salió el tema de los café con piernas. Yo he ido a algunos del centro, como el Haití, donde más que mirar culos, una disfruta del café. Dos amigos empezaron a compartir sus experiencias en esos locales que no tienen las puertas abiertas, sino que ocultan todo lo que pasa tras vidrios polarizados o derechamente pintados de negro.

        Uno dijo: estábamos en primer año de universidad y entramos a uno de Estación Central. Pedimos los copetes más baratos y un amigo le miraba las tetas con descaro a una de las chiquillas. Llegó la hora feliz y mi amigo tuvo la osadía de hundir la nariz en el escote de la tipa que lo atendía. Cuando nos fuimos -ninguno pasó a un privado, éramos estudiantes pobres- el amigo con el que iba contó que después de emerger de esas pechugas enormes, la boca le había quedado llena de galleta molida. Parece que alguien, antes que él, había incursionado en el escote sin lavarse los dientes.

        Nos reímos. Era una anécdota cerda y esas historias vomitivas siempre son chistosas.

        Otro contó esto: éramos escolares y no teníamos nada de plata. Fuimos a un café con piernas del centro. Entré con mi amigo y altiro dos chicas nos hablaron. Nos pidieron que las invitáramos a un copete y nos sentamos en un sillón. Estábamos tomando y conversando, yo le miraba las tetas y tenía ganas de agarrarle el culo, pero no sabía si podía. No era fea, pero no era pa’ presentársela a tu papá. De repente, la mina me preguntó “¿querís que te la chupe?”. Quedé palacagá.

        Ahí lo interrumpí y le pregunté, ¿se te paró?

        Qué, me contestó él, cómo me preguntai esa hueá.

        ¿Qué tiene que te pregunte?

        Na’ que ver po’, cómo preguntai eso.

        Pero dime po’.

        No, no se me paró.

        Mi amigo quedó choqueado. Se puso rojo, supongo que se sintió vulnerado y avergonzado. A mí me dio rabia y se lo dije, ¿por qué si acabas de hablar del culo y las tetas de una mina y yo te escucho intentando empatizar con tu historia, tú te ponís de todos colores cuando te pregunto por tu entrepierna, por lo que sentías?

        Nos dimos vueltas en una discusión que no tuvo sentido y que no vale la pena reproducir, pero en el fondo la actitud y el discurso de mi amigo no fue más que el reflejo de algo que tenemos bien interiorizado y naturalizado: hablar y referirse al cuerpo de las mujeres es normal. Pero los penes y el cuerpo masculino es otra cosa. Parece que son sagrados.

        Por ejemplo, excluyendo la pornografía, la tele y las películas en general igual muestran pechos o potos, pero nunca hombres piluchos. ¿Por qué? Mi teoría es que la narrativa en general es masculina y el androcentrismo poderoso: las historias -tele, radio, libros, cine- son contadas mayormente desde y para varones heterosexuales, a quienes “no les gusta el pico” y por lo tanto no muestran ni quieren ver penes en la pantalla. Así, lo masculino es menos referido como objeto que lo femenino.

        Alguien podrá decir que igual Pato Laguna salía en calzoncillos en los catálogos Avon. Sí, hay una objetivización ahí, pero insisto que a nivel masivo no hay comparación. En fin, sólo me sorprendió eso, que mi amigo, como no está acostumbrado a que lo traten como objeto, se pusiera rojo porque me referí a su cuerpo, pero ni se inmutó al referirse al culo de la chica del café. Quizá, con lo que sintió, el patudo aprenda a ser más empático. Ojalá.

        *Columna escrita por Arelis Uribe originalmente para Esmifiesta

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          – Vengo a dejar una denuncia por acoso sexual callejero.
          – ¿Cómo es eso?
          – Un hombre me dijo algo muy grosero, que me violentó.
          – ¿Qué le dijo?
          – Me da mucha vergüenza repetirlo.
          – Dígame qué le dijo.
          – “Le llenaría el choro de moco”.
          – Ya, espéreme aquí.

          Hice el ejercicio de denunciar una manifestación “no física” de acoso sexual callejero: la agresión verbal que según la primera encuesta sobre el fenómeno realizada por el Observatorio Contra el Acoso Callejero, ha sido sufrida por un 72% de las consultadas.

          Mi visita a la comisaría tuvo distintas paradas. La primera con la carabinera que me recibió, a quien tuve que reproducirle la vergonzosa frase que un desconocido me dijo al oído. Luego, entré a otra habitación, donde dos carabineros me informaron que no podían tomarme la denuncia, por tres razones: porque lo que me sucedió no era delito, porque no tenía el nombre de quien me había violentado y porque sólo se tomaban denuncias por acciones como exhibicionismo o intentos de violación.

          Entonces constaté algo que en el OCAC Chile, ya hemos manifestado: las víctimas de agresiones verbales y tocaciones anónimas, no encuentran espacios de denuncia, y estas acciones tienden a ser minimizadas. Decidí insistir y pregunté: ¿cómo se denuncia un robo, si tampoco se conoce la identidad del ladrón? Respuesta recibida: porque eso, en la ley, sí es delito. Para la otra tómele el nombre a la persona. El comentario me colapsó y aclaré de inmediato: ¿usted cree que después de escuchar una frase de ese calibre me voy a acercar a conversar? Los policías me miraron en silencio, dándome la razón.

          Seguí insistiendo: ¿Qué hago? Necesito denunciar, dejar registro de lo ocurrido, porque esto pasó cerca de un colegio y quiero impedir, de alguna forma, que algo así o un hecho más grave le suceda a una escolar. Luego de varios minutos de insistencia, uno de los carabineros se puso de pie y me dijo “voy a ir a preguntar”. Esperé un largo rato y me hicieron pasar a una nueva habitación, en la que me atendió otro policía. Me dijo, le vamos a recibir la denuncia, por otros hechos, porque no tengo otra forma de hacerlo. Le voy a tomar declaración de todo lo que pasó y esto se va a ir a la Fiscalía, ¿de acuerdo? De acuerdo, le respondí, y le di las gracias. No se preocupe, aquí estamos para ayudar, me aseguró.

          Nunca un carabinero había sido tan amable conmigo, lo que también me hizo reflexionar respecto de la arbitrariedad de estas instancias. Cuando hablamos de violencia en los espacios públicos, no podemos descansar en la buena voluntad y en el criterio personal, es necesario tipificar el acoso sexual callejero para que las autoridades sepan cómo responder ante estas faltas. Asimismo, al encasillar las agresiones como “otros hechos”, no se generan reparaciones específicas para estas vulneraciones sexuales.

          El carabinero me pidió mi carné, que escribiera la declaración en una hoja y una serie de detalles, como la hora en que todo había ocurrido y una descripción física del agresor. Luego, me mostró la declaración que debía firmar. La leí y sólo le pedí que cambiara una cosa. En el final, había escrito “frase que la hizo sentir vulnerada en su condición de mujer”, le pedí que reemplazara mujer por persona. Ahí también constaté una mitificación: se cree que el acoso sexual callejero nos vulnera como mujeres, cuando realmente nos vulnera en nuestros derechos humanos. No exigimos respeto por ser mujeres, no pretendemos caer en ensoñaciones machistas como “a las mujeres no se les pega” o “respétame, podría ser tu madre”. A ninguna persona se la golpea y todas merecemos respeto como pares. Esta cruzada es por el disfrute del espacio público en igualdad de condiciones, no una reivindicación moral desde nuestra esencia femenina.

          Con ese pequeño cambio, firmé la denuncia y abandoné la comisaría, concluyendo cuatro puntos importantes:

          Uno: necesitamos una ley que tipifique las manifestaciones más graves de acoso callejero, algunas de ellas ya consideradas por la policía como denunciables, como el exhibicionismo y la masturbación. Una ley contra el abuso sexual en espacios públicos facilitaría la denuncia de estas acciones y agregaría otras manifestaciones graves, como las tocaciones, el roce de genitales, la masturbación con y sin eyaculación, y los “piropos” agresivos, como el que yo recibí.

          Dos: estas acciones no pueden caer en el mismo saco de “otros hechos”, debe existir una ley para que las víctimas entreguen su testimonio y reciban una reparación social por sus vulneraciones; a la vez que sirva de ayuda y alerta para prevenir otros ataques.

          Tres: las sanciones por acoso sexual callejero deben ser acordes a la magnitud del delito. Nadie debería pasar por un calabozo por “piropear” de forma grosera, pero sí debería recibir una pena por masturbarse sobre una adolescente y eyacular sobre ella. Casos que hoy ocurren y cuya fuente es el relato de las propias víctimas.

          Cuatro: muchas veces, las víctimas no denuncian por vergüenza o porque piensan que no serán escuchadas, o serán culpadas por lo que les sucedió. Hemos recibido testimonios que así lo confirman. Personas que, frente a la autoridad, escucharon frases como, “¿y por qué andaba sola?”, “¿por qué salió tan tarde?”. En ese sentido, el beneficio de una ley contra el acoso callejero radica en el poder que otorga a las víctimas, para hacer valer su derecho a la libre circulación y exigir el resguardo de la privacidad de sus cuerpos y su integridad sexual.

          En mi experiencia, la denuncia fue considerada porque insistí, porque destiné varios minutos de mi tiempo para asegurarme de que lo que me sucedió no quedaría impune. Afortunadamente, los policías no se mofaron de mí y realmente intentaron ayudarme. Pero, insisto, no podemos confiar en el azar y el criterio particular. Chile necesita una ley contra el acoso sexual callejero, para que en el futuro, cuando una mujer, adolescente o niña denuncie una vulneración sexual, nunca más le pregunten, “¿acoso callejero? ¿Cómo es eso?”.

           *Columna escrita por Arelis Uribe originalmente en El Quinto Poder.