asco

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    principal testimonios nuevoIba caminando a casa, luego de trotar, cuando un grupo en auto me siguió varias cuadras. Cuando finalmente intenté increparlos, uno de ellos me gritó “quién fuera toalla higiénica pa’ chuparte el choro”. Habían más personas ahí, todos hombres; ninguno hizo algo.

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      principal testimonios nuevoIba sola en un taxi y el chofer me dijo que la noche se pasaba bien si se estaba acompañado y que conmigo seguro que no se aburriría. Como él tenía el control del auto, sentí miedo de lo que me pudiera hacer, entonces me quedé callada y solo hice gestos de asco. Sin embargo, me quedé con la sensación de que no le respondí de la manera adecuada y eso me sigue molestando hasta hoy.

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        Les comento que soy una estudiante universitaria de 23 años, y actualmente estoy en mi último curso. Mi apariencia física es como la de una adolescente, especialmente mi rostro, incluso aquellos que no me conocen me consideran de 16 años. Desde hace al menos 3 años, he sido reiteradas veces víctima de acoso callejero.

        La primera, ocurrió cuando tenía 15 años. Un hombre me siguió hasta mi establecimiento sin dejar de observarme. Mis padres me aconsejaron que cambiara el horario en el que llegaba y lo hice. Después de eso no volvió a ocurrir nada, por lo que no me preocupe más del tema.

        Uno de los episodios más fuertes que he vivido, fue hace un par de años. Iba viajando en un bus lleno y un hombre se quedó parado detrás mío. Como no tenía espacio para moverme, el tipo se quedó ahí y puso sus brazos muy cerca de mí pero sin tocarme. Sin embargo, sentí como me “punteaba” descaradamente y nadie me ayudó. Intente correrme, pero no me dejó y cada vez que recuerdo esto vuelve a mí la impotencia y el asco que sentí. Luego él se bajó y yo quedé en blanco sin saber qué hacer. No le conté a mi familia, ya que no me dejarían seguir haciendo los viajes como siempre; todo esto me lo guardé con la esperanza de no volver a ver a este sujeto. Desde ese día, tengo cuidado de quienes se acercan y cómo me miran.

        En otras ocasiones los hombres que me encuentro en el trayecto de salida de la universidad se me cruzan para tirarme besos, decirme cosas de connotación sexual o algún tipo de frase que no se atreven a decir en frente de más público. Nunca son las mismas personas, pero la inseguridad sigue siendo la misma.

        No le cuento esto a otras personas, en primer lugar por el miedo de que me culpen a mí misma de provocar estas conductas. Yo no me visto provocativamente, no me gustan los escotes ni andar con
        faldas. Además, me he percatado que las veces que más me han molestado, siempre ha sido cuando ando más tapada, con ropa suelta y con una apariencia más infantil. En segundo, porque no hay nadie que le dé la importancia que tiene a esta problemática. Muchos dicen que le pongo mucho ‘‘color’’, incluso cuando estas situaciones me hacen sentirme pasada a llevar como mujer y como persona. Y en tercer lugar, mi familia es muy conservadora, por lo que esto es un tema tabú, pese a que mis primas también podrían llegar a sufrir los mismos abusos que yo.

        Esto es lo que quería contar, ya que llevo mucho tiempo con esto guardado. Espero que estas acciones el día de mañana sean sancionadas y el acoso callejero se considere un delito.

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          Tenía 17 años. Iba camino al Preu, temprano en la mañana. Como todos los lunes, crucé la plaza de armas de Concepción. Vestía mis jeans regalones y un polerón nada “provocador”, además llevaba mis audífonos puestos, que musicalizaban el ir y venir de la gente. En eso, vi a un hombre de unos 50 años que me miraba fijamente y se acercaba hacia mí. Bajé el volumen de la música pensando que me preguntaría algo, porque caminaba acercándose cada vez más. No me quería preguntar nada, solo necesitaba susurrar de la forma más asquerosa posible lo que me haría en el culo. Aún recuerdo la frase exacta. Me quedé inmovilizada por el espanto y este sujeto aprovechó para rozar su brazo con mis piernas. Luego aceleré el paso, apagué la música, guardé mis audífonos y caminé en silencio. Han pasado seis años desde esto y muchas situaciones de acoso, pero sin duda ese susurro aún me despierta un asco terrible.

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            Esa fue la primera vez en que me sentí acosada en la vida. Nunca me había sentido tan asqueada, lo peor es que me sentí asqueada por mí, por ser mujer.

            Tenía unos 9 ó 10 años, estaba con mi mamá esperando la micro, frente al Líder de General Velásquez. Estaba con falda, una falda de niña, obvio; me llegaba a las rodillas y ni pechugas tenía en ese tiempo. Un tipo empezó a llamar mi atención haciendo un sonido ‘chht chht’ para que lo mirara, entonces empezó a lamerse los labios de forma sexual y a tocarse el pene. En ese momento de verdad que quedé congelada, sentía que no sabía qué estaba pasando y me asusté. Comencé a mirar hacia otro lado pero el tipo seguía. Ni si quiera tuve el valor de decirle a mi mamá en primera instancia, hasta que le pedí que nos corriéramos de allí y lo notó. Jamás había escuchado a mi mamá gritarle a un desconocido en la calle: “viejo asqueroso, ¡pedófilo!”.

            El paradero estaba lleno y nadie hizo nada. Luego pasó la micro y el viejo asqueroso, desde abajo de la micro, hizo el mismo gesto con los labios y me tiró un beso. Mi mamá, obvio, estaba enrabiada y me decía que no le hiciera caso, que era un enfermo.

            La situación yo creo que me afectó mucho cuando me empecé a desarrollar. Cuando me empezaron a crecer las pechugas me empecé a conseguir vendas para tapármelas, porque me asqueaba de una forma impresionante ser mujer.

            Ahora, cada vez que me dicen algo en la calle, recuerdo a ese viejo asqueroso. Me costó harto entender que no debo sentirme culpable y creo que, al contrario de lo que muchos dicen, justificando con un “es algo lindo, te sube el autoestima”, a mí me la bajan, me degradan, como lo hizo ese viejo.

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              Tengo dieciocho años y he sido acosada repetidas veces. La primera vez iba en la básica. Fueron seis niños mayores que yo. Iba en una micro casi vacía del colegio a casa, se acercaron a mi asiento, comenzaron a hacerme preguntas y yo hice como que no escuchaba, porque me dio mucha vergüenza. Comenzaron a hablarme más y más fuerte, yo seguí ignorándolos. Empezaron a darme manotazos en la cabeza, a tirarme el pelo. Nadie me defendió, el chofer miraba por el espejo y sonreía como si fuera una chiste. Una señora finalmente los retó y se bajaron. Antes de bajarse, la insultaron a ella y me escupieron a mí. Lloré profundamente después de eso, me prometí que no me volvería a hacer algo así, que cambiaría mi personalidad introvertida.

              Pasaron los años y me sentí más segura de mí misma. Sin embargo, las situaciones de violencia por parte de hombres en la calle volvieron a suceder. Un tipo en su auto me siguió bastante tiempo, desde la casa al paradero y luego mientras iba en la calle. No importaba a donde fuera, si él me veía me seguía en su auto. Tuve que dejar de andar sola. 

              Este año me fui a vivir a Santiago para estudiar y pensé que ya no volverían a suceder estas cosas, pero no fue así. La pensión donde vivía quedaba a casi una hora de mi universidad, así que todas las mañanas debía ir temprano al paradero a tomar la micro. Un día le sonreí a un niñito que me miraba, su papá estaba cerca. Ese hombre se convirtió en mi peor pesadilla.

              Comenzó a esperarme todas las mañanas, me decía cosas, me hacía preguntas, se acercaba incómodamente hacia mí. Yo miraba para otro lado, no le respondía nunca. Si era necesario me paraba y me alejaba pero él siempre estaba ahí. Tras unas semanas, él comenzó a enojarse con mi actitud y se volvió más agresivo. El tipo llegó a empujarme, me hablaba más fuerte. Increpaba a otros hombres cuando me abordaban. Yo le dije que se detuviera pero era como si no me escuchara. El tipo averiguó dónde vivía y me esperaba. Comencé a llegar más tarde a mis clases,  a volver de noche a la pensión, lo que fuera para no encontrarme con él.

              Estas situaciones han provocado mucho miedo en mí. No puedo mirar a los hombres a la cara porque los sentimientos desagradables aparecen inmediatamente. Intenté hablar con mi familia de esto, pedí ayuda, para romper el círculo de miedo y vergüenza. Su respuesta fue “que eres ridícula, cómo vas a tenerle miedo a los hombres, eso es tonto, habla en serio”.

              Comencé a ir al psicólogo, pero mi familia seguía sin entender mis sentimientos, decían que siempre tenía excusas para no salir de casa. Pero cuando alguien me decía algo en la calle sentía pánico, nauseas, asco. Y como siempre eran hombres, fue ésa la cara de mi miedo.

              Actualmente, tengo un pololo, él me ha apoyado bastante, ahora salgo a la calle y me arreglo sin tantos problemas, pero sigo teniendo miedo cuando voy sola. Me da rabia que nadie en mi entorno pueda entenderme. Envío mi testimonio porque creo que quizás esto puede ocurrirle a otras mujeres. Esto no debe ser parte de nuestras vidas, vivir así, con tanto miedo, no es vida.

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                Yo debo haber tenido unos 8 o 9 años. Cerca de mi casa hay un parque, así que con una amiga del pasaje decidimos que íbamos a ir a jugar a las muñecas allá porque habían construido una pequeña casita de madera. Estábamos jugando, cuando un hombre de unos 50 o 60 años nos gritó algo, lo miramos y vimos que se había bajado los pantalones y nos estaba mostrando el pene. Al principio nos quedamos heladas y no reaccionamos, entonces del puro asco yo creo, agarré mi muñeca y salí corriendo con mi amiga detrás; nunca me giré para ver si el tipo nos seguía. La casa de mi amiga era la más cercana al parque y además tenía reja, así que llegamos allá, cerramos la reja y entramos. Su mamá como es obvio se asustó un montón y llamó a Carabineros; no estoy segura de cuánto se demoraron en llegar pero cuando lo hicieron nos pidieron las características del hombre, no era alto, tenía el pelo canoso y estaba sucio (debo suponer era un curado, ya que en mi población abundan). Los Carabineros nos subieron a su auto y nos llevaron a la plaza para ver si todavía andaba por ahí, pero no estaba. Así que nos llevaron a nuestras casas; nunca más fui al parque, me daba terror y debo decir que hasta el día de hoy (tengo 21 años) cada vez que tengo que pasar por ahí sola, me da una sensación de asco e inseguridad tremenda.

                No sé qué pasa por la mente de un viejo verde al masturbarse frente a una niña de 8 años que está jugando a las muñecas, solo sé que hay muchos de esos allá afuera y no quiero que en un futuro, mis hijas no quieran ir a jugar al parque por miedo.

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                  El año pasado, me tuve que vestir de pseudo Moulin Rouge para unas actividades del aniversario de mi colegio. Cuando iba caminando al departamento de mi amigo a cambiarme a mi ropa normal, pasó un tipo en bicicleta, que no debe haber tenido más de 19 años -yo tengo 17-, y me dio una palmada en el trasero que me debe haber dolido por lo menos 40 minutos. No pude hacer nada, porque salió pedaleando tan rápido que se me perdió en cinco segundos. Quedé asqueada y con miedo todo el día.

                  Esto es para quienes suelen decir ”son puros viejos depravados”. No, no es así. Esta generación, MI generación, es igual a las demás. Da pena saber que sus papás no son capaces de enseñarles a respetar.

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                    Fue un lunes por la mañana, como a eso de las diez. Tomé la micro para irme a la U y me senté en el tercer asiento, justo en la mitad de la micro, del lado de la ventana. Pasado un rato, se sentó a mi lado un señor, se veía muy normal, debió tener unos 40 años, no más que eso. Yo iba escuchando música y mirando hacia afuera. De pronto empecé a sentir unos codazos en el brazo, pensé que el tipo estaba sacándose algo del bolsillo y no le di importancia, pero se repetían mucho, me volteé a mirar y se estaba masturbando al lado mío. Me quedé congelada, sentí mucho miedo. ¡¡La micro iba llena!!

                    Todos los asientos al rededor estaban ocupados, yo solo quería que todo eso terminara. Pasaron como cinco minutos eternos y entonces la micro se detuvo. Él se acomodó el paquete, se limpió los dedos en el respaldo del asiento de enfrente y se bajó muerto de la risa, corriendo. Yo me bajé en el siguiente paradero. Estaba aterrada, miré a todos en la micro y NADIE SE INMUTÓ. Me bajé llorando y tiritando, me senté en la plaza de Viña y ahí me percaté que tenía toda la pierna derecha moqueada. No andaba ni con confort, así que tuve que limpiarme la cochinada con el morral.

                    Sentí rabia, asco, frustración, impotencia y mucho miedo. Una a veces escucha estas historias y piensa “me pasa eso, le saco la chucha al tipo, grito, le doy un combo en los cocos”, pero en ciertas ocasiones estas cosas te pillan de sorpresa y te hacen sentir vulnerable como una niña y recuerdas todas los traumas, los punteos, los acosos callejeros desde que te empezaron a crecer las tetas -y desde antes- y cómo hombres como estos se encargaron de cagarte la mente. Y te congelas, así de simple.

                    Era la primera vez que algo así me pasaba, no supe qué hacer ni cómo pedir ayuda. Y sé que no es mi culpa y que no soy una tonta por no haber reaccionado a tiempo. Las que han pasado por algo así entenderán cómo trabaja en nosotras el miedo frente a ese tipo de violencia.

                    Ese día llegué a la U y entré a clases como si nada hubiese pasado, me limpié en el baño con toda la dignidad del mundo y me prometí que jamás me permitiría volver a pasar por algo así de nuevo, no solo por mí, sino por mi hija, porque sé que por mucho esfuerzo que haga, siempre estará latente el
                    peligro de encontrarse con UN HIJO SANO DEL PATRIARCADO, porque ese hueón no
                    estaba enfermo y como él hay muchos.

                     

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