desconocido

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    Desde hace varias semanas las estudiantes de la Universidad Católica del Norte (UCN) son víctimas de una serie de actos de acoso sexual callejero que van desde acciones verbales, hasta persecución, tocaciones y masturbación pública, según denunció el canal Antofagasta TV.

    Según describe el video, el acosador se sitúa fuera del recinto y además de acosarlas verbalmente, las persigue en sus trayectos de salida, aprovechándose de su distracción o soledad para realizar tocaciones o exhibirse masturbándose.

    Los guardias del recinto afirman que no pueden hacer nada, puesto que su rango de acción se limita al interior del lugar: “cada vez que nosotros vamos a intervenir el hombre se sube a la micro y sale arrancando, y no podemos retenerlo en la calle, no estamos autorizados”, expresó el supervisor de seguridad de la UCN en el video.

    Pese a la cantidad de casos existentes, no se han realizado denuncias formales, por lo que las autoridades policiales y los encargados de seguridad de la UCN llaman a los y las estudiantes a denunciar y entregar antecedentes sobre este sujeto para poder facilitar su captura. OCAC Chile se suma a este llamado a denunciar ante Carabineros, PDI o Físcalía.

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      Desde que empecé a participar activamente en el Observatorio contra el Acoso Callejero, he recibido muchos comentarios, felicitaciones y críticas de la gente que conozco. Algunas personas, sobre todo mujeres, se interesan por lo que hacemos, me cuentan sus experiencias y me instan a seguir trabajando. Varios hombres no entienden por qué gasto mi tiempo en un problema que (según ellos) no existe o que nunca va a cambiar porque “así son los chilenos”. También he encontrado hombres que recién se enteran de que el acoso callejero es violencia, y prometen que, de ahora en adelante, pondrán más atención, empatizarán e intervendrán de ser necesario.

      Lo que más me ha llamado la atención son las mujeres que no entienden por qué no me gusta que me digan cosas en la calle y por qué hago cosas para que deje de pasarnos. Mi argumento es simple: no me interesa lo que tengan que decir personas desconocidas sobre mí, sobre mi cuerpo o sobre mi ropa, no me visto para ellos, no me arreglo para ellos, no salgo a la calle pensando que es una pasarela.

      El argumento de ellas es que un comentario de ese tipo les sube la autoestima y les alegra el día. Yo creo que la autoestima se construye en base a las capacidades y virtudes propias (el aprecio por una misma), y a lo que piensen o digan de mi mis cercanos, aquellos que me conocen y me valoran, aquellos que saben que soy más que un par de piernas o un trasero. Para algunos autores de la psicología, esto se traduce en respeto y estimación, cosa que no siento en la calle.

      Me parece que quienes construyen su autoestima en función de lo que un montón de desconocidos les dice en la calle -susurrando al oído y sin dar la cara, mirando con deseo de pies a cabeza- no entienden que su persona vale muchísimo más que su cuerpo o una parte de él, y que ese “piropo” no es respeto ni estimación. Así, sólo se valoran por cómo lucen y no por lo que son.

      La televisión y la publicidad, junto con siglos de patriarcado, han hecho un excelente trabajo en convertirnos en una cosa para ser mirada y comentada, quitándonos el estatus de persona pensante y sintiente. Por eso, hoy más que nunca, es necesario que pensemos en cómo construimos nuestra autoestima y nos hagamos respetar en todos los espacios, incluida la calle.

      ¿Será necesario que nos valoremos de acuerdo a lo que opinen personas que no nos conocen? ¿Qué piensan ustedes sobre los piropos y el acoso callejero?

      * Columna escrita por Camila  Bustamante originalmente para Zancada