Educación

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    Como OCAC, y como una fundación feminista, creemos que los cambios culturales son complejos y que no se resuelven solo desde lo punitivo, sino que la educación es una arista que es incluso más relevante

    En este contexto, y entendiendo que las violencias sexuales se generan en los distintos espacios en que las personas nos desenvolvemos, creemos que es urgente trabajar con los diferentes actores de la sociedad en el área de las sensibilizaciones y capacitación a través de metodologías que propicien un buen proceso de aprendizaje dependiendo de las sujeciones de las personas.

    Para María José Guerrero, presidenta de OCAC, “es importante que todas las instituciones acepten este desafío de empezar a trabajar las temáticas de las violencias de género y sexuales. Es cierto que a veces esto significa abrir una puerta a situaciones y conversaciones que son incómodas, pero con esto esperamos contribuir a entregar las herramientas necesarias para hacer frente a los desafíos que tenemos en esta materia y, ojalá, ser un aporte para crear un ambiente seguro para todas y todos”.

    CCU, empresa internacional de bebestibles con operaciones en nuestro país, incluyó en su programa de capacitación para socios transportistas un módulo sobre violencia de género y acoso callejero. En esta oportunidad, nuestra presidenta desarrolló una ponencia en el marco del Encuentro Nacional de Empresas de Distribución, en donde se abordó la temática de violencia de género expresada principalmente hacia las mujeres.

    Para Álvaro Román, gerente de logística de CCU, la importancia de incluir estos temas se debe a un “cambio cultural que la empresa se ha propuesto consolidar tanto internamente como en las operaciones de sus socios transportistas” y destaca que “el gran llamado, además de tomar conciencia y evitar que estas situaciones ocurran, es a transformarnos en agentes de cambio más que insistir en las sanciones. A través de toda nuestra cadena, esperamos ser agentes de cambio en conjunto con las empresas de servicio y sus equipos, generando una cultura basada en estos principios y evitar la violencia de género y el acoso callejero”.

    Por otro lado, OCAC también trabajó con la ONG ambientalista Greenpeace a través de charlas de sensibilización para voluntarios. Para Diana Flórez, quien coordina el programa de voluntariado de Greenpeace en Chile, Argentina y Colombia, estas instancias buscan “sembrar una semilla en los voluntarios como personas, como individuos, para generar más conciencia sobre nuestro aporte individual y colectivo, para ser cada vez más inclusivos. El tema de género es un tema que a nivel mundial está en agenda, es un tema que en nuestros países también nos aqueja. Hay mucho trabajo por hacer y consideramos que nosotros también tenemos una responsabilidad para que los chicos también puedan acceder a esa información y empoderarlos para que puedan aplicarla y ser conscientes en el diario vivir y ser mejores en ese sentido”.

    Además, Diana Flórez destaca que como organización “estamos muy contentos con el resultado de la charla porque consideramos que los temas fueron abordados de una manera clara, sencilla y súper didáctica. Se logró una gran participación y la metodología con que se les invitaba a participar fue bastante buena, a pesar de que los temas pueden resultar muy pesados y académicos”.

    Finalmente, destaca la experiencia como una instancia de “mucha ayuda para los voluntarios. Una charla como esta siempre es muy bienvenida y cada persona la toma desde su lugar. Decide. Es nutrir ese nivel de conciencia que cada persona tiene”.

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      El 2016 ha sido el año en dónde las demandas por educación no sexista han tenido bastante notoriedad. Primero con Marina Ascencio Muñoz, la niña de once años que pidió terminar con la tradición de sólo aceptar varones en el Instituto Nacional. El tema también ha sido parte de las consignas de las dirigentas secundarias dentro de la reforma educacional y la semana pasada volvió a la palestra al conocerse el caso de un jardín que pedía implementos de fútbol para sus alumnos y de cocina para sus alumnas.

      Pero, ¿qué es la educación sexista y por qué debemos terminar con ella? Desde Londres nos comunicamos con Camila Bustamante, ex vicepresidenta y directora de comunicaciones de OCAC Chile, socióloga con especialización en género, educación y juventud, parte de la Unidad de Equidad de Género del Ministerio de Educación y que hoy se encuentra cursando un Master en temas de Género, Políticas Sociales e Inequidades en la London School of Economics and Political Science.

      – ¿Qué se entiende por educación sexista?
      –Una educación sexista se identifica al menos en dos aspectos: cómo ocurre y cuáles son sus resultados. El primero se refiere a todas las dimensiones en las que se construye la educación de niños, niñas y jóvenes: las prácticas pedagógicas de docentes y académicos/as; los recursos que se utilizan, como libros y materiales; el currículo, es decir, la definición de qué tienen que aprender y en qué nivel o curso; la infraestructura; el lenguaje; entre otros.

      – ¿Cuál es tu diagnóstico sobre lo que ocurre en las aulas chilenas?
      –La educación chilena actual tiene un marcado sesgo de género, por ejemplo: estudios que analizan prácticas pedagógicas de educadoras de párvulo o docentes de nivel básico y medio, han demostrado que suelen dirigirse más a varones que a mujeres, a ellos les plantean preguntas más desafiantes y les entregan mayor feedback. Además, se entrega mayor apoyo a hombres en las áreas de matemática y ciencias; y a mujeres en humanidades y ciencias sociales. Otros estudios han mostrado que los textos escolares que se entregan en el sistema educativo suelen referir a varones, por ejemplo, a los héroes de la historia o a los científicos que han hecho descubrimientos. Lo mismo se replica a nivel universitario: si se analizan los autores que se estudian en las diversas disciplinas. Esto no ocurre porque no haya mujeres que hayan hecho aportes relevantes en esos campos, sino porque suelen ser invisibilizadas.

      – ¿Cuales son los resultados del sexismo en el sistema educacional chileno?
      –Podemos identificar el sexismo en la educación con sus resultados y estos son muy claros. No se trata sólo de las importantes diferencias de niños, niñas y jóvenes en pruebas estandarizadas como el SIMCE y la PSU, donde las brechas también se producen por sesgos sexistas en los instrumentos. El sistema educativo moldea los intereses y el desempeño de las personas en las distintas áreas del conocimiento, lo que tiene como resultado que hombres y mujeres escojan carreras distintas y se desempeñen luego en el mundo laboral en ámbitos altamente estereotipados como masculinos (ingeniería, ciencias, construcción, minería, negocios) y femeninos (educación, salud, humanidades, ciencias sociales, servicios).

      – ¿Existe evidencia respecto a que los niños sean mejores en determinadas áreas que las niñas, o viceversa?
      –Existe evidencia empírica de la diferencia de resultados de aprendizaje entre hombres y mujeres en diversas pruebas estandarizadas y estudios, donde ellas son mejores en lectura y escritura, y ellos en matemática. No obstante, hay dos grandes pero en esta realidad. El primero, es que algunas pruebas, como la PSU, tienen un importante sesgo de género en el diseño del instrumento, que sólo profundiza esas diferencias. El segundo, es que al analizar la evolución de los puntajes en el tiempo en este tipo de pruebas, se evidencia que en los primeros años de educación (primer ciclo de educación básica), las diferencias son casi nulas, sin embargo, van creciendo a medida que aumenta la edad de las y los estudiantes, llegando a brechas abismantes en la educación media. Un ejemplo de ello es lo que ocurrió este año con los resultados del SIMCE, que mostraron una gran desventaja de los varones en lectura en segundo medio, lo que se corresponde con los resultados complementarios que muestran que los varones no consideran la lectura como un pasatiempo y les gusta menos que les regalen libros.

      – ¿No existen entonces estudios científicos que avalen diferencias biológicas?
      –Algunas personas podrían aducir a que hombres y mujeres somos biológicamente distintos y que las diferencias en nuestras habilidades y preferencias estaría determinada naturalmente. La evidencia científica no es concluyente aún respecto a si existe verdaderamente un cerebro masculino y uno femenino, pero estudios recientes sobre plasticidad neural parecen apuntar a que las diferencias entre hombres están influenciadas por factores externos, la cultura y la sociedad, a medida que la persona se desarrolla.

      – ¿Qué ocurre en el caso de los niños, niñas y jóvenes LGTBI?
      –Los espacios educativos son percibidos de manera distinta por los distintos géneros. Por ejemplo, las personas LGBTI experimentan en general un paso por el sistema escolar altamente violento y discriminatorio, afectando su derecho a la educación. Otro ejemplo, son los niveles de acoso sexual que experimentan las mujeres en la educación superior, que es un tema que se ha vuelto cada día más relevante.

      El currículo oculto: azul o rosado, princesas o héroes

      – ¿Qué sucede con el denominado currículo explícito y el currículo oculto en la formación de niños y niñas?
      –Los sesgos y estereotipos de género en educación son provocados por lo que se ha denominado el currículo oculto, que refiere a todas aquellas creencias, imaginarios y valores que se transmiten a niños, niñas y jóvenes y que no están expresados en el currículum oficial o explícito. En el sistema educativo, el currículo oculto comienza a operar desde el inicio de la vida escolar de niños y niñas, donde se les muestra un mundo dividido en dos: rosado o celeste, princesas o héroes, muñecas o pelotas, comunicar o moverse, expresar o reprimir, usar el rincón del hogar o usar el rincón de la construcción en el jardín infantil.

      La transmisión del currículo oculto ocurre de manera inconsciente. No necesariamente una educadora de párvulos va a cuestionarse en el momento de calmar a un niño, al decirle que los hombres no lloran. Un profesor de matemática no necesariamente reflexiona cuando prefiere que un varón entregue una respuesta, aunque una niña a su lado también haya levantado la mano para responder. Todas y todos nosotros, incluidas las y los docentes, nacimos y nos desarrollamos en una cultura patriarcal, que naturaliza la posición dominante de los varones en la sociedad y la reproducción de conductas discriminatorias y violentas. Hemos estado expuestos/as a ellas toda la vida y es muy difícil identificar cuándo algo que hacemos o decimos está reproduciendo el orden patriarcal.

      Foto: El desconcierto

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        La iniciativa se llevó a cabo en la Biblioteca de Santiago y logró juntar a diversas generaciones de feministas luchando por la equidad de género.

        El pasado martes 6 de septiembre, el Observatorio Contra el Acoso Callejero realizó en conjunto con la Fundación para la Promoción y el Desarrollo de la Mujer (PRODEMU), el “Encuentro Intergeneracional Feminista: Discutiendo la Violencia de Género”. Esta iniciativa se llevó a cabo en la Biblioteca de Santiago y logró juntar a diversas generaciones de feministas luchando por la equidad de género.

        En palabras de María Francisca Valenzuela, Presidenta de OCAC Chile, “son muy importantes las instancias para democratizar el conocimiento del feminismo, para que empecemos a expresar y ordenar un poco este conocimiento y crear estrategias de acción colectivas.”

        En primera instancia, el evento contó con exposiciones de María Francisca y también de Roxana Valdés, por parte de la Red Chilena Contra la Violencia hacia las mujeres. Con esta introducción se dio paso a las mesas de trabajo, en donde más de 50 personas se juntaron a discutir acerca de la violencia de género y la importancia del feminismo para abordar este desafío. Finalmente, se dio cierre a una jornada de casi tres horas con una plenaria en donde se expusieron y debatieron los principales puntos del ejercicio anterior.

        En relación al trabajo que se generó, Javiera Prieto, Directora de Intervención de OCAC Chile, señaló que “en las mesas de trabajo se vio que todas estaban muy motivadas por dar su opinión y a pesar de que las opiniones que tenían sobre violencia de género, feminismo y sobre cómo la mujer vive los distintos tipos de violencia eran muy diversas; se pudo llegar a consensos entre los grupos y la discusión fue muy enriquecedora. Yo creo que para todas las asistentes esto fue muy educativo”.

        Por su parte, Valenzuela recalcó la importancia de tener instancias de discusión de feminismo como la que se vivió en este encuentro feminista. “Es importante que las nuevas generaciones empiecen a tener instancias de discusión de feminismo, como también que generaciones más antiguas de feministas nos traspasen su conocimiento y su experiencia como por ejemplo, la Red Chile que existe desde la década de los 90, cuando en Chile empezó a verse una institucionalización de los temas de género”, concluyó.

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          Estudié una carrera de las ciencias sociales en una facultad de esas que se llaman a sí mismas con conciencia social, progresista, revolucionaria a veces. Ahí no había cosas que pasan en otras facultades, como tener compañeros que defienden la dictadura, autoridades fascistoides o profesores que acosan a sus alumnas, aunque sí conocí casos de renombrados académicos que ninguneaban a compañeras por ser mujeres, sexismo puro.

          Pero nunca supe de hechos de acoso sexual, después de todo, me imagino que el progresismo y el alto nivel de feminización de mi facultad deben haber surtido algún efecto disuasivo en cualquier potencial acosador sexual.

          Hace dos años trabajo en una organización que lucha contra el acoso callejero y este año comencé a investigar sobre el acoso sexual en mi universidad. Me sorprendí cuando me di cuenta que sucede lo mismo que al hablar de acoso callejero: todas lo han sufrido o conocen a alguien que ha sido víctima.

          Escuché historias como la de un académico que le preguntó a una estudiante, cuando no había nadie más cerca, si a ella le gustaba jugar al emboque. Escuché también que cuando ella manifestó su indignación por el comentario, él le recordó quién ponía las notas.

          Escuché sobre un médico que quiso explicarle a una interna de medicina dónde estaban las piernas dando una palmada en su trasero: “aquí comienza la pierna, y termina acá, en el tobillo”, le explicó usando innecesariamente las manos.

          Escuché sobre un ayudante de laboratorio de química que se las arreglaba para tocar los pechos de una de sus compañeras, cuando se quedaban solos a limpiar matraces. Sobre una estudiante de intercambio que fue violada por su profesor al salir de un carrete universitario, hace no mucho tiempo.

          Escuché decenas y quizá cientos de testimonios de acoso sexual, desde la mirada lasciva o el comentario insinuante, hasta la forma más terrible de atentar contra la dignidad de una persona: la violación. Y todo esto ocurrió en una universidad, un ambiente que se supone protegido. En un espacio que, según nos enseñan desde el comienzo, es el templo de la razón, la igualdad, el pluralismo, la fraternidad, el respeto, la ética y la conciencia social.

          Lamentablemente, las lógicas de poder entre estudiantes y profesores, y en las jerarquías académicas en una universidad, hacen que la denuncia sea el último recurso. Lo más común es ignorar lo sucedido, aunque tenga consecuencias en el rendimiento de la víctima y ponga en juego su formación. Esto sucede porque, considerando cómo funcionan los sistemas reglamentarios dentro de las universidades, la denuncia muy pocas veces es garantía para la víctima. Si el agresor es académico o directivo, es muy probable que sea protegido, que el caso no llegue a nada o se le pida a ella tomar un camino alternativo, como cambiar de ramo o de horarios.

          También es común que, cuando la víctima logra convencerse de que su miedo, molestia o incomodidad no son una exageración, bote el ramo o abandone la carrera, porque prefiere perder ese espacio en lugar de arriesgarse a amenazas, represalias o la vergüenza, que pueden afectar su trayectoria educativa o su carrera profesional.

          El acoso sexual en ambientes educativos constituye una forma de violencia de género muy grave, porque es otra expresión de la violencia sexual enquistada en esta sociedad, porque atenta contra la dignidad, la salud mental y el cuerpo de las personas, y también, porque niega a quienes han sido víctimas el acceso libre y protegido a la educación, derecho humano primordial.

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            Cuando tenía 14 años, estaba en una escuela de modelos, por lo que iba a clases de pasarela. Era muy menor, pero alta para mi edad. Un día, bajé en San Diego para tomar el Metro. No llevaba ni dos pasos en la vereda, cuando un hombre que iba con su hijo de al menos 8 años me dijo (parándose frente a mí): “Te chuparía todo el chorito”. Quedé pasmada, a pesar de haber sufrido acoso con anterioridad. El hijo del hombre se puso rojo de vergüenza y le decía: “Papá por favor cállate’’, sin embargo mientras me alejaba, el hombre insistía en referirse a mi vagina. Llegué a mis clases llorando y no sabía qué decir cuando me preguntaron qué me pasaba.

            Todavía siento rabia al recordar el episodio tan violento al que me vi enfrentada, y más encima delante de un pequeño de 8 años. Su padre no tuvo interés en escuchar sus ruegos. Yo sentí horror, rabia y pena. Por eso creo, que educar es la clave para que estás cosas tan insertas en nuestra cultura, desaparezcan.

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              La micro siempre se demoraba más de lo normal y para no llegar atrasada al trabajo, me tuve que comprar una bicicleta. Hasta ahí todo bien, pero devuelta a casa, tenía que bajar sí o sí por José Arrieta y pasar cerca de una vulcanización. Afuera de ese lugar, todas las tardes se juntaban los trabajadores a mirar a las niñas de colegio y a una que otra mujer que pasaba por ese lugar.

              Ese día pasé y me tocó a mí. No recuerdo que me dijeron, pero sí sus caras de depravación (no puedo evitar que siempre eso me quede en la mente). Me devolví y los encaré, sin embargo ellos se reían y seguían diciendo cosas. Mi adrenalina estaba a full, posteriormente vi una piedra en el suelo, en realidad era un gran camote, no tengo idea cómo, pero lo levanté y lo tiré al suelo cerca de los pies de uno de los hombres. Les dije que estaba cansada de tipos así y de tener que defenderme, y que para la próxima vez el camote se los tiraría en la cabeza (obviamente sólo fue una amenaza y lo hice porque no sabía a qué más acudir). Eso me hizo sentir más impotente.

              Después de irme, esa escena quedó en mi cabeza: sus caras de cerdos, sus risas y la indiferencia de la gente. Debido a todo esto, llegué a mi casa súper mal. Al cabo de dos meses, traté de pasar por esa calle para irme al trabajo, pero tuve miedo. No he podido transitar por ese lugar a menos que sea en auto o en micro, ya que ellos siempre están sentados ahí mirando.

              A veces me siento tan mal que incluso me da rabia ser mujer. Trato de no vestirme muy femenina, a menos que vaya a estar acompañada. El acoso me deja tan mal que siento rabia de vivir en este país, en este lugar donde nadie te ayuda y todos te miran como loca por tratar de defender tu derecho a caminar libre y sin molestias por las calles. Después de tanto defenderme, desarrollé un rechazo inmenso a los hombres.

              Actualmente pololeo y me llevó muy bien con él, pero cada vez que me suceden cosas como ser acosada en la calle, termino mal y me altero. Además, siempre les recalco lo mal que me hacen sentir, ya que incluso me da miedo pensar que cuando esa persona sea más vieja, seguirá haciendo eso. Me afecta salir a la calle sola, siempre ando con el ‘‘detector de acosadores’’ y me siento insegura, pese a que respondo cuando me pasa algo.

              A quien lea mi testimonio, pregúntenle a su papá, hermano, abuelo, primo o tío, si alguna vez acosó a una mujer en la calle. Díganle lo mucho que molesta y el asco que provoca. Háganle saber que si la violación no estuviese penada por la ley, él sería un violador. Si ellos no son capaces de guardarse un comentario, imagínense qué pasaría.

              Por eso, tenemos que educar a nuestros familiares y, en especial, a los más viejos, ya que ellos fueron criados de una forma machista y retrógrada.

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                Esto ocurrió cuando era más chica, tenía unos 16 años más o menos. Usaba una mini verde que era mi favorita y paseaba por el centro. Sin fijarme pasé cerca de un café con piernas que se encuentra en Paseo Ahumada, cuando sentí un agarrón. No supe qué hacer, corrí y me alejé llorando hasta mi casa. Nunca más me puse una falda corta y hasta el día de hoy paso bien lejos de ese café con piernas.
                Espero que con la labor que está llevando OCAC se eduque para que esto no le ocurra a nadie más. Ninguna mujer debería botar su mini favorita por culpa de un viejo sin escrúpulos.

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                  La cantante y actriz juvenil se abanderiza en la lucha contra el acoso callejero y nos cuenta porqué decidió sacar la voz por esta causa y dar a conocer el Estudio “Jóvenes y acoso sexual callejero: opiniones y experiencias sobre violencia de género en el espacio público”. Se trata del primer sondeo de acoso sexual callejero elaborado por INJUV con la asesoría de OCAC Chile.

                  —¿Por qué quisiste ser parte de esta iniciativa y de la campaña Juventud Sin Acoso, organizada por INJUV y OCAC Chile?
                  —Básicamente me motivé a participar, porque creo que con mi testimonio puedo ayudar a que las generaciones más jóvenes tomen conciencia sobre qué realmente significa “el acoso callejero”, y cuáles son las consecuencias psicológicas con las que deben lidiar quienes han sufrido de este tipo de actos. Además, es un tema que no se habla mucho entre las personas, por lo que en la medida que vayamos poniéndolo como una semilla en el desarrollo de los jóvenes, vamos a poder generar una sociedad con mayor conciencia y respeto.

                  — ¿Has sufrido de acoso callejero? ¿Hay alguna experiencia que te haya marcado?
                  —Sí, infinitas veces. Siempre me he movido en transporte público y cuando era pequeña hubo un acto que me afectó bastante. Tenía 14 años y mientras esperaba la micro en un paradero, un vendedor de helados abusó de mí físicamente: me agarró súper fuerte el poto. Antes me habían pasado episodios de acoso, pero con gente cercana a mi edad y siempre me defendí. Pero en este caso fui violentada por un mayor, en la calle y sola. Me sentí tan frustrada, triste y vulnerable… Sobre todo porque nadie hizo algo a pesar de mis gritos. ¡Este tipo de cosas no le pueden pasar a nadie!

                  — ¿Sientes que lo que te pasó es una realidad que con frecuencia viven muchas mujeres?
                  —La verdad es que siendo bien realista creo que lo que me pasó en aquella ocasión, es lo mínimo que sucede en el día a día de las personas que viven en este país. Las cifras de abusos contra la mujer son increíbles. Muchas veces este tipo de situaciones se callan, porque el acoso callejero está establecido en nuestra sociedad como algo que no es tan importante. Por eso creo, que campañas como la que hizo OCAC Chile junto a INJUV (Juventud Sin Acoso), sirven para que se generen cambios.
                  Hay que recordar que años atrás nadie podía alzar la voz y manifestar su malestar; hoy está la posibilidad de poner opinar libremente y discutir sobre ciertos temas.

                  —Actualmente se está tramitando en el Congreso un Proyecto de Ley con el que se espera terminar con estas prácticas, ¿qué opinas de esto?
                  —Me parece bien que se esté haciendo algo, porque la gente a simple vista ve el acoso callejero como algo inofensivo y suelen decir: “Ay bueno, pero cómo no le va a gustar”. Siendo que en realidad es un cáncer de actitudes y pensamientos que propician este tipo de situaciones. Como país y personas, deberíamos hacer un auto análisis sobre estas materias y ver cómo podríamos aportar con un granito de arena para hacer verdaderos cambios. En ese sentido, pienso que junto con una ley, el cambio tiene que ir de la mano con educación. Educación que debería partir en el interior de los hogares, para luego extenderse a colegios.

                  — ¿Por qué piensas que la educación es tan importante?
                  — Porque la violencia de género ataca en varios aspectos de nuestra cotidianidad y muchas veces no nos damos cuenta. Por ejemplo, en la televisión, que es un medio muy masivo, constantemente se dan instancias en las que se atenta contra la dignidad de la mujer y se muestra como algo normal, que es correcto. Por eso, estimo que es fundamental que comencemos a educar a nuestros cercanos y, en especial, a los jóvenes que están creciendo.
                  Todos merecemos vivir en libertad y con la seguridad de salir a la calle, sin sentir miedo a que te puedan abusar con una palabra o con algún gesto ofensivo que, inevitablemente, lleva a situaciones que podrían ser aún más graves.

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                    Una adolescente india se prendió fuego después de realizar una campaña constante contra el acoso callejero. La chica denunció que había sido acosada sexualmente mientras caminaba a la escuela.

                    El medio británico ‘‘Metro News’’ nos relató la historia de una chica de 16 años de la villa de Kalbanjara en Sanjur, que murió en el hospital después de haber resultado con el 75% de su cuerpo quemado. Los padres de la chica inicialmente dijeron que ella había sufrido las quemaduras después de un accidente mientras cocinaba. Sin embargo, mientras la joven se encontraba en el hospital, le reveló a su hermano que se cubrió de kerosene debido a que un grupo de cuatro hombres la acosó sexualmente mientras ella caminaba a la escuela. Durante semanas los acosadores siguieron a adolescente hasta su lugar de estudio -más de 9,7 kilómetros- para insultarla con diversos comentarios.

                    La niña, que soñaba con convertirse en doctora, agregó: ‘‘No le dije a mis padres porque temía que mi familia pudiera prohibirme seguir yendo a la escuela’’. Por otro lado, su hermano denunció que las autoridades habían sido ineficientes en el caso, ya que habían postergado el caso después de que la joven lo denunciara.

                    Hace pocos días, cuatro hombres fueron arrestados y acusados de hacer gestos obscenos a la mujer y de atentar a su pudor, instigando un intento de suicidio de la menor e infringiendo la Ley de Protección de la Infancia contra los Delitos Sexuales (Prevention of Children from Sexual Offences Act).

                    Además, en abril otra joven intentó suicidarse cubriéndose con petróleo después de haber sido supuestamente violada por una pandilla compuesta por su tío y cuatro de sus amigos.

                    En India, los expertos señalan que el trato hacia las mujeres radica en una sociedad patriarcal, cuyo entorno contribuye a las amenazas de acoso sexual (conocido como ‘‘eve-teasing o ‘‘tonteo inocente’’). La policía incluso ha culpado a las mujeres por algunos de los crímenes cometidos en contra de sí mismas, diciendo que ellas son las que ‘‘se arriesgan’’.

                    En el caso del transporte público, se ha evaluado adoptar medidas como botones de pánico y servicio de GPS en los taxis, sin embargo algunas activistas indican que el gobierno aún no cumple sus promesas básicas relativas a la seguridad pública, como la iluminación en los espacios públicos y soluciones para reforzar la seguridad en el transporte público.

                     Imagen: Metro News

                    Por: Alejandra Pizarro

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                      Empecé a darme cuenta del acoso callejero cuando mi cuerpo empezó a cambiar, cuando me sentía observada en la calle, cuando sentía miradas que me invadían y me incomodaban. Al principio tenía casi asumido que era algo normal; algo por lo que toda mujer en su vida tenía que pasar y, hasta, que muchas veces la culpa la tenía una (sí, estaba equivocadisíma).

                      Un día, de pura casualidad, me topé con información en Internet sobre algo que nunca había escuchado: feminismo. Tenía un concepto errado sobre el feminismo, como mucha gente lo tiene. Pensaba que era algo como el machismo pero al revés, que violentaba a los hombres y los humillaba. Sin embargo, seguí leyendo e investigando y entre otras cosas me di cuenta de que muchas mujeres día a día debían pasar lo mismo que yo, que el machismo se presentaba de muchas formas, no sólo con un hombre golpeando a su mujer o jalándola del pelo. Aprendí sobre machismo y micromachismos.

                      En otros países aprendí la definición de sexismo, de la que tampoco tenía idea (y de paso aprendí que no debía sacar conclusiones sin informarme). Junto con todo esto, me di cuenta de que muchas costumbres sexistas estaban arraigadas en nuestra sociedad, que la gente las aceptaba como normales. Empecé a sacar la voz, a luchar por lo que me parecía justo. Ante cada comentario sexista, yo saltaba, con mis argumentos y razones. Al principio, mucha gente se mostró desconcertada. Me ponía a discutir con mis profesores, mis papás, mis amigos, incluso, con los papás de mis amigos, pero nunca me rendí, nunca me volví a quedar callada.

                      También aprendí a quererme. Comprendí que la única aprobación que necesitaba era la mía, que si yo me maquillaba, me depilaba o me vestía de cierta forma, lo hacía por mí y para mí. Empecé a dar esta lección a la gente que me rodeaba, a mis amigas y mujeres conocidas, principalmente. Siento que lo mejor es informarse y educar, sobre todo a las nuevas generaciones.

                      Aun así, me da mucha lata no poder hacer nada cuando veo a una mujer violentada en la calle. Me da impotencia, porque sé lo que se siente. Por eso es necesario dejar de reforzar los pensamientos sexistas que nos afectan a hombres y mujeres, que nos obligan a comportarnos de acuerdo con nuestro género, que nos educa como personas inseguras para vernos en la necesidad de buscar la aprobación del resto. No sólo por el acoso callejero, sino por todas las injusticias de género que se viven día a día es que hay que ponerle un fin a todo esto.