establecimientos educacionales

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    Cuando llegué al colegio nuevo en segundo medio, había un profesor de matemáticas que yo, en ese entonces, lo encontraba seco, muy atento y preocupado por sus alumnos. Poco a poco me fui acercando a él con fines educativos: que me ayudara a resolver los ejercicios, me explicara las cosas que yo no entendía, etc. Todo iba bien, pero habían momentos en el que me decía que era muy linda, me preguntaba si estaba pololeando y por qué no pololeaba con él. En ese tiempo, yo no le veía lo malo, era chica y no me daba cuenta de lo que sucedía hasta que llegué a 4to medio. Hubo momentos en que nadie se daba cuenta y me hablaba al oído diciéndome cosas que me hacían sentir incomoda, como por qué no le daba un beso, que iba a ser un secreto entre los dos.

    Cada clase era lo mismo. La verdad no le tomé el peso hasta que hubieron momentos en que realmente me sentía incómoda, tan incómoda que no quería que llegarán las clases de matemáticas porque yo sabía que el profe me seguiría diciendo las tonteras que me decía.

    Hubo una vez en que tuvimos una prueba y yo me quedé sin puesto. El profesor me pidió que me sentara justo en la mesa frente a él. Claramente no pude hacer la prueba tranquila: me ponía nerviosa su mirada constante, incluso intentó ayudarme en ese control sin yo solicitarlo.

    A nada de esto le di importancia porque lo encontraba normal, pero no, no es normal que mi profesor de matemáticas se me insinuara o que me dijera “linda” cada vez que podía. Me siento triste porque no hice nada, no dije nada. Lo más malo es que al final de sus comentarios me decía que eran tallas entre los dos y que no me sintiera mal, como si fuéramos cómplices.