feminismo

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    La iniciativa se llevó a cabo en la Biblioteca de Santiago y logró juntar a diversas generaciones de feministas luchando por la equidad de género.

    El pasado martes 6 de septiembre, el Observatorio Contra el Acoso Callejero realizó en conjunto con la Fundación para la Promoción y el Desarrollo de la Mujer (PRODEMU), el “Encuentro Intergeneracional Feminista: Discutiendo la Violencia de Género”. Esta iniciativa se llevó a cabo en la Biblioteca de Santiago y logró juntar a diversas generaciones de feministas luchando por la equidad de género.

    En palabras de María Francisca Valenzuela, Presidenta de OCAC Chile, “son muy importantes las instancias para democratizar el conocimiento del feminismo, para que empecemos a expresar y ordenar un poco este conocimiento y crear estrategias de acción colectivas.”

    En primera instancia, el evento contó con exposiciones de María Francisca y también de Roxana Valdés, por parte de la Red Chilena Contra la Violencia hacia las mujeres. Con esta introducción se dio paso a las mesas de trabajo, en donde más de 50 personas se juntaron a discutir acerca de la violencia de género y la importancia del feminismo para abordar este desafío. Finalmente, se dio cierre a una jornada de casi tres horas con una plenaria en donde se expusieron y debatieron los principales puntos del ejercicio anterior.

    En relación al trabajo que se generó, Javiera Prieto, Directora de Intervención de OCAC Chile, señaló que “en las mesas de trabajo se vio que todas estaban muy motivadas por dar su opinión y a pesar de que las opiniones que tenían sobre violencia de género, feminismo y sobre cómo la mujer vive los distintos tipos de violencia eran muy diversas; se pudo llegar a consensos entre los grupos y la discusión fue muy enriquecedora. Yo creo que para todas las asistentes esto fue muy educativo”.

    Por su parte, Valenzuela recalcó la importancia de tener instancias de discusión de feminismo como la que se vivió en este encuentro feminista. “Es importante que las nuevas generaciones empiecen a tener instancias de discusión de feminismo, como también que generaciones más antiguas de feministas nos traspasen su conocimiento y su experiencia como por ejemplo, la Red Chile que existe desde la década de los 90, cuando en Chile empezó a verse una institucionalización de los temas de género”, concluyó.

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      La periodista, feminista mapuche y docente de la Universidad de Chile, conversó con OCAC Chile sobre cómo las luchas feministas necesitan incorporar las reivindicaciones de las mujeres indígenas, en el marco de la celebración del Día Internacional de la Mujer Indígena.

      El 5 de septiembre se conmemora el Día Internacional de la Mujer Indígena, en recuerdo de Bartolina Sisa, una mujer aymara que luchó contra la opresión colonialista y que fue cruelmente asesinada en 1782.

      Paula Huenchumil es periodista, feminista mapuche y se desempeña en el Plan Transversal “Pueblos originarios y nuevas etnicidades en Chile”, de la Universidad de Chile. En esta oportunidad conversó con el Observatorio Contra el Acoso Callejero (OCAC) sobre cómo las luchas feministas necesitan incorporar las reivindicaciones de las mujeres indígenas.

      – ¿Cuál es la importancia y la necesidad de que las luchas feministas incorporen temas de la comunidad indígena?
      –Los primeros movimientos feministas, de alguna forma no incluían las luchas de las mujeres indígenas, sino que cuidaban los intereses de mujeres de la élite, de las mujeres blancas con acceso a escolaridad, profesionales, o relacionadas a movimientos políticos. Más bien fueron las mujeres indígenas, que estaban involucradas en los movimientos de liberación de sus pueblos, las que dieron origen a un cuestionamiento de los procesos de inclusión de la mujer en las políticas públicas. Hoy la mujer indígena sufre una triple discriminación en diferentes ámbitos de la sociedad: por ser mujer, por ser pobre y por el hecho de pertenecer a un pueblo indígena.

      La conferencia de la antropóloga Sonia Montencino, en el marco del día de la mujer del año de este año, señalaba que “todas sabemos del significado de las triples opresiones (de género, clase y etnicidad) y que las mujeres indígenas ocupan el lugar de las más pobres entre las pobres (sobre todo en el caso mapuche). Hoy día esa diferencia (la étnica) convertida en desigualdad de género, clase y cultura es un cristal que encandila todas nuestras pretensiones de avanzar hacia un país justo”.

      – ¿Hoy día se han incorporado suficientemente las luchas de la mujer indígena en los movimientos feministas del país?
      –Yo creo que es un proceso, por lo menos acá, más o menos reciente. El hecho de llamarse una mujer indígena y feminista es algo que se está dando hace poco; y que en un comienzo causaba conflicto, porque a veces dentro de la misma tradición el límite de cuándo es tradición y cuándo estamos luchando por nuestros derechos es muy delgado. Las mismas mujeres y las nuevas generaciones nos hemos dado cuenta de que existe una defensa de nuestros propios pueblos, pero también hay una defensa de nosotras como mujeres. Nosotras somos las que tenemos menor acceso a la educación y para qué decir a la educación superior, el nivel de oportunidades que hay es súper bajo y nos cuesta bastante llegar y mantenernos.

      Debemos valorizarnos como mujeres indígenas, porque dentro de los mismos pueblos es fundamental su labor. La mujer es la encargada de que los conocimientos ancestrales vayan siendo promovidos y perpetuados de generación en generación y ese rol que tiene la mujer indígena no ha sido valorado por la sociedad chilena como debería ser.

      – ¿Ves situaciones en que se encuentren estas dos posiciones? ¿Entre lo que es tradición con lo que es la lucha feminista dentro de las comunidades indígenas?
      –Sí. Siempre existe gente que cree que la mujer viene a cumplir cierto rol. Pero si ahondamos en nuestra cultura mapuche, vemos que ancestralmente es una cultura que mantiene la dualidad, la tierra, Ñuke mapu, es nuestro principal sustento. Además, el universo nos muestra distintas energías, entre ellas, masculinas o femeninas, las cuales deben estar en equilibrio y en armonía. Es decir, nuestra espiritualidad es en conexión con la naturaleza, con nuestro entorno, tratando de mantener esto en el diario vivir. Entonces si vamos al origen, nos podremos dar cuenta que la igualdad de género sí existía, solo que con la colonización española se insertó de alguna manera el machismo.

      Hace poco, nos visitó en una actividad la feminista Maya Xinka Lorena Cabnal, quien ha manifestado que al interior de sus propias comunidades se viven situaciones de subordinación, violencia o discriminación: “La opresión manifestada contra las mujeres a lo interno de nuestras culturas y cosmovisiones es algo que hay que cuestionar de manera frontal y nombrarla como es: misoginia, expresada y manifestada en las actitudes y prácticas cotidianas más remotas y actuales, contra nuestros cuerpos, nuestros pensamientos, decisiones y acciones”.

      – ¿Cuáles son las luchas feministas que convocan a las mujeres indígenas en Chile?
      –De partida, el derecho a la educación. Porque claro, quizás una lucha feminista es poder tener acceso a mejores puestos en empresas, tener derecho a igualdad de sueldos, etcétera. Pero las mujeres indígenas, en ese sentido, estamos más atrás en la lucha. Hay que partir de la base que el acceso a la educación primaria, secundaria y universitaria es súper desigual porque en general las indígenas son familias con pocos recursos económicos y las mujeres tienen menos acceso a la educación y a la universitaria aún menos.

      Además hoy en día se exige detener la violencia que existe de parte del Estado y de la fuerza policial contra las mujeres de pueblos indígenas, especialmente de las que están en territorios en defensa de comunidades. Muchos de los presos políticos son hombres, entonces son las mujeres las que se quedan a cargo de comunidades y las que están sufriendo estas represiones, por supuesto que también se exige la libertad a los presos políticos mapuche.

      Actualmente está el caso de la machi Francisca Linconao, donde se está pidiendo su libertad. Ella es una autoridad ancestral, es mujer, es una mujer que está a cargo de su familia. Entonces también ahí hay una lucha muy importante de las mujeres indígenas, de su liberación. Porque ha sido súper simbólico el proceso, ha sido injusto y con mucha represión. Entonces ella como mujer y como autoridad ancestral es una lucha y uno de los puntos que se convoca en las marchas de conmemoración del Día de la Mujer Indígena. Claramente que lo que convoca también es la lucha contra el sistema colonialista y capitalista que existe hoy en día.

      – ¿Cómo afecta el tema del centralismo que existe en Chile?
      –Hay que destacar que gran parte de la población indígena está en Santiago. Entonces, claro, la triste realidad es que se invisibiliza lo que está pasando en el sur, el tema de la violencia física de la fuerza policial, se criminaliza la defensa legítima del territorio, del Wallmapu. Los medios tradicionales de comunicación son centralistas también y tienen sus propios intereses, los cuales defenderán, desinformando a la población.

      Pero acá en Santiago tenemos otros tipos de violencia que se ejercen hacia las mujeres, hombres, niñas y niños indígenas. Vemos que existe una discriminación constante por el aspecto físico, por los rasgos, como también por los nombres y apellidos. En ese sentido, vemos que Chile está muy atrasado en temas de aceptación de pueblos originarios, porque te ven como un ente extraño si uno se declara mapuche o indígena, para la gente es súper chocante.

      La discriminación que sufren los pueblos originarios, es un tipo de violencia simbólica que se da en lo cotidiano. Y también son una parte de las luchas de las mujeres indígenas que tienen que llevar ese peso y ese dolor cuando mandan a sus hijos a las escuelas, que sufren esta discriminación por los apellidos. Suena algo súper básico pero que existe mucho hasta el día de hoy.

      – ¿Cómo crees que las organizaciones feministas pueden trabajar en incorporar no sólo la temática indígena sino también otras temáticas interseccionales, como el racismo que estamos viendo hoy con la inmigración?
      –La lucha de la mujer indígena tiene muchos factores similares a varias luchas feministas. Quizás antes no fueron etiquetados de esa forma, porque siempre han existido mujeres indígenas valiosísimas que en diferentes etapas de la historia han sido y son grandes líderes que luchan por la defensa de la cultura, del idioma y del territorio. Uno de nuestros orgullos como pueblo es: Nicolasa Quintremán Calpán, una gran activista quien junto a su hermana Berta dieron una lucha extraordinaria en oposición a la construcción de la hidroeléctrica Ralco de Endesa.

      Lo que yo percibo ahora, y quizás me puedo estar equivocando, es que muchas mujeres indígenas, nos estamos atreviendo a decir, “somos indígenas y somos feministas”, fortaleciendo nuestra espiritualidad, pero también siendo políticas.

      Creo que en Chile, tenemos esa tendencia a etiquetarnos, cuando, sin duda, el movimiento feminista, el de las mujeres indígenas y mujeres inmigrantes, tienen muchísimo en común. Hoy muchas mujeres indígenas nos paramos y decimos que somos mujeres indígenas que luchamos por nuestros derechos. Entonces no es menor que en las marchas que se convocan para el Día de la Mujer Indígena, estemos posicionándonos como mujeres feministas también. Entonces creo que se puede hacer una gran labor si construimos puentes, un trabajo de más colaboración y hacemos este cruce entre el género y la etnicidad.

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        En el marco de la Campaña Latinoamericana de los Observatorios Contra el Acoso Callejero, el artista conversa en extenso sobre este tema y otros que afectan la lucha del feminismo en Chile y nuestro continente.

        A Gepe le interesa la igualdad de género. Participó en la campaña “He for She”, de ONU Mujeres, en un video donde denunciaba que faltan 30 años para que se igualen los sueldos de hombres y mujeres. También le interesa Latinoamérica, con sus sonidos y texturas, que aparecen en su disco GP y en el single “Hambre”, en el que participa la cantante peruana Wendy Sulca y cuyo video destaca un palacete kitch boliviano.

        En días en que se celebra la semana internacional contra el acoso callejero, la red de OCAC en Latinoamérica lanza su primera campaña continental contra el acoso sexual en espacios públicos y OCAC Chile prepara su festival del Respeto Callejero, conversamos con Gepe sobre género y feminismo.

        ¿Cuál es tu postura frente al acoso sexual callejero?
        Estoy contra todo lo que sea violencia psicológica o física, y el acoso callejero por supuesto que entra en ese ámbito. Estoy absolutamente en contra. He tenido un par de experiencias con personas cercanas, sé que el tema es jodido.

        ¿Qué clase de experiencias?
        Hace años yo iba con mi hermana en el centro. Mi hermana tiene dos años menos que yo, parecemos de la misma edad. Y un tipo se acercó rápidamente y le dijo algo, no la tocó, pero le dijo algo cerca. Y aunque yo iba pajaroneando, igual vi. Entonces fui y le tiré unas chuchás. No me dio para un combo. Le estaban faltando el respeto a mi hermana y ella tampoco hizo nada. Fue asqueroso. Nadie puede decir que ella lo provocó, simplemente íbamos pasando. Entonces no tiene sentido. Con mi hermana nunca lo hemos hablado. Éramos chicos. Fue violento con ella, y de todas maneras me involucró a mí.

        ¿Te acuerdas de otra experiencia?
        Muchas amigas, cercanas, me han contado cosas como que una vez un tipo se estaba pajeando y exhibiéndose y ellas iban con amigas. Es una mierda que la gente lo entienda como folklore.

        Y suele pasar que hay gente que lo simplifica mucho, se van por el lado del “piropo”, de que es algo “inocente”.
        Claro, yo creo que cualquier cosa que te interpele en la calle, te pone en alerta. Por lo tanto es violencia. Si alguien te tira una chuchá, es incómodo. Y que te tiren un piropo, sea el que sea, igual te caga la onda.

        ¿Has visto machismo en la industria musical?
        Me pasó hace muy poquito en una localidad que se llama Pumanque, cerca de Santa Cruz. Se presentaba el Willy Sabor y tenía dos chicas bailarinas. No lo vi de frente, pero lo escuché. Y decía “y esta mina, te cobra 30 lucas porque es mapuche”. “Esta te cobra 50 porque es colombiana”. Y la gente cagá de la risa. Fue terrible. Por decir que la tipa es prostituta, y porque era mapuche cobraba menos. Un desastre. Hay una chica que me topo siempre, de los técnicos, Mariangel. Se ve que hace un doble esfuerzo, porque tiene que aparentar como cierta masculinidad en términos de arrastrar, mover cosas.

        ¿Demostrar más fuerza?
        Claro, pero para enchufar cables y ver el sonido tampoco es que necesites tanta fuerza, pero yo siento en ella un rol así.

        ¿Qué opinas de que se legisle sobre el acoso callejero?
        Necesario. Que te interpelen en el camino, vayas donde vayas, es terrible.

        En tus giras o viajes, ¿has podido ver cómo es el tema en otros países?
        En París, hace 10 años. Me acuerdo de haber ido a un carrete en un barrio cualquiera, ni pituco ni nada. Y una amiga que vivía ahí se quería ir. Y le decíamos que la acompañábamos y ella nos decía que no. Y le decíamos: “Pero ¿cómo te vai a ir sola? Son las cuatro de la mañana”. La niña se fue para su casa y efectivamente no le pasó nada. Después nos fuimos y andaba mucha gente sola. No había miedo. Me encantaría que Chile fuera así algún día.

        Las luchas de género, ¿son algo sobre lo que pienses cuando escribes letras?
        Es un tema, sobre todo últimamente. Son filtros necesarios. No pasar a llevar a alguien con las letras, ni propiciar la violencia contra las mujeres. En ninguna de mis canciones, en ningún disco. Siempre he apoyado la causa y seguirá siendo así.

        En “Ellas deciden” apoyas la decisión de la mujer en cuanto al aborto.
        Estoy absolutamente a favor del aborto, con esas tres causales. El Estado es laico, no puede tener como argumento la fe cristiana. Es ridículo. Respeto a la gente que no quiere abortar como a la que sí. Se está resguardando la calidad de vida de todo el mundo.

        ¿Crees que haga falta más gente que apoye este tipo de causas en la industria musical o artística? Pensando, por ejemplo, en la polémica con Briceño.
        Yo creo que está bien que Briceño haya compuesto “Ignorante”. Es su postura. Pero no comparto su mirada, la canción me parece denigrante. Fun People hizo bastante. Cuando se estaban haciendo famosos, empezó a llegar mucho neonazi, una cosa bien violenta. Y ellos se declararon queer. No creo que en Latinoamérica haya habido otro grupo con un esfuerzo tan claro.

        Ha surgido mucho el tema de género: brecha salarial, coparentalidad, aborto, acoso callejero. ¿Estamos avanzando?
        Es bacán que la discusión apareció fuerte. No es algo sólo de gente joven, sino de gran parte de las personas. Y las niñas también. Me tocó escuchar compañeras de colegio diciendo: “oye, me piropearon en no sé qué calle así que no voy a pasar más por ahí”. Y la actitud era “ten cuidado tú”. Ese enfoque ya se empezó a erradicar. Me parece genial.

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          Hace unos años me fui de intercambio estudiantil a Argentina. Tomé un ramo que se llamaba “Comunicación con perspectiva de género para el cambio social”. Era el 2010, yo tenía 23 años. El curso lo impartía Florencia Cremona y nos pasaba fotocopias de Catharine Mackinnon, Judith Butler y Marta Lamas. Me acuerdo que leí como nunca y entendí como siempre: poquísimo.

          Recuerdo una clase particular, en la que la profe contó sobre una estudiante del año anterior, que reprobó, porque había dicho algo así como yo no necesito este ramo porque en mi casa me llevo re bien con mi marido y no tengo problemas con lavar los platos. La profe nos explicó: no hay problema con lavar los platos, qué manera de entender nada. Y yo recibía el mate que circulaba en la sala y asentía con la cabeza, pero tampoco entendía. Pensé: si el feminismo no es sobre lavar los platos entonces qué.

          Volví a Chile y me traje esas fotocopias y las de Perón y todas las demás que leí estando allá. Me titulé y trabajé en una agencia digital como community manager de una faenadora de pollos que le hablaba a la dueña de casa. Desde la guata me sentía mal, pero no sabía cómo nombrar esa incomodidad. Ese año me compré una bici, para viajar cada mañana por la Costanera, desde Plaza Italia a Sanhattan, donde quedaba esa agencia infeliz.

          Ese verano fui muy consciente del acoso callejero, que padecí como una incomodidad sin nombre. El trayecto de mi casa al trabajo era una mierda. Silbidos, gritos, bocinazos. De obreros y ejecutivos terneados. Yo pensaba por qué, si no soy rubia, no soy alta, no ando escotada. Mi solución era triste: no decía nada, ni a ellos ni a nadie, y seguía pedaleando con cara de culo y a veces levantaba el dedo del medio como señal de déjenme en paz.

          Un día, leí una noticia que hablaba con ironía sobre un “grupo de amigas aburridas de los ‘piropos’”. Me sorprendí. Pensaba que era la única incómoda en el mundo. Me metí a su fan page y descubrí un concepto: acoso sexual callejero. Saber cómo llamar el problema me tranquilizó. Las seguí y meses después me enrolé como voluntaria. Era 2014. Un año después sigo dentro de este invento precioso que se llama OCAC Chile.

          Es extraño cómo funcionan las ideas. Esa metáfora de que son como una planta es cliché pero cierta: hay que esperar que crezcan. Lo que leí en Argentina empezó a cuajar en el OCAC. Repasé mis fotocopias y entendí que toda la teoría que nos enseñaba Florencia Cremona tenía un correlato cotidiano. Microfísica del poder, como diría Foucault: actos domésticos que sostienen estructuras grandotas y milenarias, llámese patriarcado, machismo, androcentrismo.

          Cremona lo explicaba así: la perspectiva de género es usar anteojos para mirar el mundo, reconociendo estructuras nocivas naturalizadas. Cuando entré a OCAC Chile esa sensibilidad se afinó. Ya no creo que dé igual que alguien te susurre frases sexuales o te toque sin que tú quieras. Ya no puedo mirar un cartel de Savory sin que me moleste que todas las mascotas de los helados sean hombres. No puedo ver mis películas favoritas –Volver al Futuro, El Rey León, Star Wars– sin sufrir porque ninguna pasa el test de Bechdel (y eso que el test es súper acotadito) y porque las parejas románticas del cine siempre son hétero. Ya no creo que sea natural el imaginario conservador donde los hombres ponen la plata y las mujeres lavan los platos.

          Hace unos días, me junté con una amiga trans. Un chileno que se fue a Estados Unidos en los setenta y que este 2015 vino de visita a su país como mujer. Hablamos de esto mismo que escribo ahora: sobre cómo, hace cinco años, yo no entendía el problema de lavar los platos. Obvio que el problema no es lavar los platos, dijo mi amiga, el problema es cuando esa tarea no es compartida, cuando se naturaliza la división sexual del trabajo.

          Ese día, después de juntarme con mi amiga, llegué a mi casa y me tocaba a mí lavar la loza. Le eché detergente a la esponja y empecé, pensando dos cosas esperanzadoras. Una, que es bonito lavar los platos en una casa donde esa tarea se comparte (una semana él, una semana yo) y dos, que hace cinco años no entendía esto porque no nací con los lentes de la perspectiva de género puestos. Lo aprendí. Y es bello porque significa que cada día puede haber gente nueva mirando con estos anteojos. Menos mal que feminista no se nace, se hace.

          Arelis Uribe, directora de comunicaciones de OCAC Chile.

          Columna publicada en The Clinic Online

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            Me ha costado compartir este testimonio, ya que pensaba que otros creerían que soy maricón, pero ya no me importa su opinión.

            Lamentablemente, el acoso callejero no es solo contra las mujeres, porque, aunque no sea visible, también afecta a los hombres y reconocerlo no te hace un afeminado. A mí me violaron y por muchos años me escondí. Ahora tengo una polola (feminista hasta la médula) que me acompaña al psiquiatra y me está ayudando a enfrentar mis temores. Pero hace algunos días mientras iba camino a la universidad, me acosaron desde un auto. El hueón me gritó que quería comerme, que era rico y otras cosas que prefiero no reproducir. Quizás por mi pasado o simplemente porque no me esperaba que otro hombre me dijera algo así a plena luz del día, me paralicé, me sudaban las manos, me sentí sucio y vulnerable.

            Por mucho tiempo me escondí por vergüenza y pensé que era mi culpa lo que me había pasado, pero con el apoyo de mis cercanos ahora sé que no depende de tu fuerza física, tu condición social o de si eres mujer u hombre.

            De verdad espero que otros hombres puedan empatizar con este problema; respetemos a los demás y dejemos de creer que el poder se gana humillando a otros.  El daño de las palabras no deja marcas físicas, pero genera daños permanentes en la valoración personal. Ninguna persona merece vivir con miedo. Los hombres de verdad cuidamos y respetamos a las mujeres.

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              Empecé a darme cuenta del acoso callejero cuando mi cuerpo empezó a cambiar, cuando me sentía observada en la calle, cuando sentía miradas que me invadían y me incomodaban. Al principio tenía casi asumido que era algo normal; algo por lo que toda mujer en su vida tenía que pasar y, hasta, que muchas veces la culpa la tenía una (sí, estaba equivocadisíma).

              Un día, de pura casualidad, me topé con información en Internet sobre algo que nunca había escuchado: feminismo. Tenía un concepto errado sobre el feminismo, como mucha gente lo tiene. Pensaba que era algo como el machismo pero al revés, que violentaba a los hombres y los humillaba. Sin embargo, seguí leyendo e investigando y entre otras cosas me di cuenta de que muchas mujeres día a día debían pasar lo mismo que yo, que el machismo se presentaba de muchas formas, no sólo con un hombre golpeando a su mujer o jalándola del pelo. Aprendí sobre machismo y micromachismos.

              En otros países aprendí la definición de sexismo, de la que tampoco tenía idea (y de paso aprendí que no debía sacar conclusiones sin informarme). Junto con todo esto, me di cuenta de que muchas costumbres sexistas estaban arraigadas en nuestra sociedad, que la gente las aceptaba como normales. Empecé a sacar la voz, a luchar por lo que me parecía justo. Ante cada comentario sexista, yo saltaba, con mis argumentos y razones. Al principio, mucha gente se mostró desconcertada. Me ponía a discutir con mis profesores, mis papás, mis amigos, incluso, con los papás de mis amigos, pero nunca me rendí, nunca me volví a quedar callada.

              También aprendí a quererme. Comprendí que la única aprobación que necesitaba era la mía, que si yo me maquillaba, me depilaba o me vestía de cierta forma, lo hacía por mí y para mí. Empecé a dar esta lección a la gente que me rodeaba, a mis amigas y mujeres conocidas, principalmente. Siento que lo mejor es informarse y educar, sobre todo a las nuevas generaciones.

              Aun así, me da mucha lata no poder hacer nada cuando veo a una mujer violentada en la calle. Me da impotencia, porque sé lo que se siente. Por eso es necesario dejar de reforzar los pensamientos sexistas que nos afectan a hombres y mujeres, que nos obligan a comportarnos de acuerdo con nuestro género, que nos educa como personas inseguras para vernos en la necesidad de buscar la aprobación del resto. No sólo por el acoso callejero, sino por todas las injusticias de género que se viven día a día es que hay que ponerle un fin a todo esto.