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    En su nuevo libro sobre humor político “Malditos Humanos”, Malaimagen decidió incluir temas de género. De hecho, trae dos viñetas sobre acoso sexual callejero. “No entiendo por qué hay hombres que atornillan para el otro lado en algo tan grave”, dice en esta entrevista sobre humor, política y feminismo.

    Como un rockstar. Guillermo Galindo, “Malaimagen”, lanzó su nuevo libro “Malditos Humanos”: en una sala repleta de gente, con personas frustradas que no lograron entrar al lanzamiento, vestido de negro y al lado de Ana Tijoux. Esa fama, dice él, no le ha hecho perder el foco: dibuja porque piensa que el arte tiene un compromiso político contra el poder. Y eso, también, en coordenadas feministas.

    —Tu bio de Twitter es “aborto obligatorio”, ¿por qué?
    —Por fastidiar. (Cuando se votó la idea de legislar en el Senado) me la iba a cambiar a “aborto 3500 causales”. Es que encuentro que los argumentos anti aborto son delirantes. Lo que habló la Van Rysselberghe, de los fetos de 80 años; la Alvear, relacionándolo con el rodeo. O la otra vez, que se va a acabar la Teletón o que el aborto es como la esclavitud. Qué argumentos más idiotas. Es triste cuando vienen de mujeres. Uno lo podría entender de un hombre, que habla desde una ignorancia masculina, pero no me cabe en la cabeza que haya mujeres que quieran quitarle derechos a otras mujeres o a ellas mismas. Las mujeres deberían unirse de forma transversal.

    —Y al revés: había hombres, como Rossi o Girardi, defendiendo el derecho a decidir.
    —Es un tema de egoísmo. Por qué alguien que no tiene un problema va a pensar que nadie más lo tiene. Yo estoy por el aborto en tres causales y creo que se debiera llegar al aborto libre y seguro. Encuentro triste cuando la oposición viene de mujeres porque, al final, son ellas quienes se embarazan. Eso no le quita responsabilidad a los hombres. Un hombre que está en contra del aborto es igual de nocivo y repudiable.

    —En tu nuevo libro, Malditos Humanos, viene toda una sección de humor político sobre género, ¿por qué decidiste incluir esos temas?
    —Siempre ha sido importante para mí ocupar mi tribuna de dibujante para hacer algo constructivo. Al ir articulando el libro fui detectando problemáticas que no se dan solamente en Chile y una grande fue el género, incluyendo la moral religiosa en políticas públicas, el machismo, la publicidad sexista, la discriminación. Fue un granito de arena, para empujar y que se logren avances.

    Cuando se habla de género casi siempre el tema se reduce a los gays o a las mujeres, pero en tu libro incluiste chistes sobre las masculinidades agresivas, sobre machotes rudos.
    —Es que los estereotipos de lo masculino y lo femenino pesan sobre hombres y mujeres, pero pesan de forma más compleja sobre las mujeres porque los hombres tienen privilegios, como ganar más plata por hacer el mismo trabajo. En el libro traté de incluir el estereotipo del hombre machista, porque me causa gracia el sinsentido de que un hombre se sienta más hombre por menospreciar a otros. Además, hay muchas mujeres haciendo cómic feminista, pero hay pocos hombres haciendo cómic feminista.

    También incluiste dos chistes sobre acoso callejero.
    —Me molesta que se ridiculice el acoso callejero. La caricatura que pesó. Que no se le va a poder decir linda a una mujer en la calle porque te van a llevar preso. Y no es así, se está luchando por algo mucho más grave. Yo trabajé en un departamento de diseño donde la mayoría eran mujeres y llegaban contando que las habían perseguido hombres masturbándose, o que las habían toqueteado o les habían hecho insinuaciones sexuales en la calle. Me llamaba la atención eso: hombres que se masturbaban siguiéndolas. Y eso pasaba todas las semanas. Es fácil no ver el problema cuando uno no tiene el problema. Es fácil decir que le están poniendo color si a uno no le pasa nada. No entiendo por qué hay hombres que dicen “feminazi” y atornillan para el otro lado en algo tan grave. Si a ellas les molesta, cuál es tu problema de que se quieran defender. Ante esa ridiculización, creí importante incluir el acoso callejero, para apoyar.

     

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    Esta es una de las viñetas de “Malditos Humanos” sobre acoso sexual callejero, que Malaimagen compartió en exclusiva con OCAC Chile.

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    —¿Y qué piensas del feminismo?
    —No soy un conocedor de la teoría y de la historia del feminismo y de muchas otras cosas, pero creo que es absolutamente válido y actual. Mucha gente lo hace ver como algo pasado, como que hubo feminismo para que las mujeres votaran y con eso basta. El feminismo es una lucha que se tiene que dar hasta que se logre la igualdad. Es un movimiento valiente, necesario y me alegro de que sea cada vez más fuerte.

    El humor discriminatorio no aportó nada”

    —En el lanzamiento de Malditos Humanos dijiste que antes de escuchar punk, escuchabas Los Tres, y que pensabas que no entendías sus letras, pero en verdad era porque no decían nada. ¿Crees que el arte debe ser político?
    —Escuchaba La Ley, no Los Tres. Me gustaba La Ley, pero no entendía las letras. Y Los Tres no me gustaban, pero tampoco entendía las letras (se ríe). No creo que el arte deba estar necesariamente al servicio de temas políticos. La creación tiene que ser lo más libre posible. No es una obligación usar la tribuna para temas sociales, es una oportunidad, pero es irresponsable no usarla. En los 80 había grupos que tenían mucho público y cantaban canciones súper estúpidas, mientras se mataba gente en la calle. No entiendo cómo ni por qué hay autores indiferentes ante cosas tan evidentes. Es decisión de cada autor, pero nadie debería ser indolente a temas que nos afectan a todos.

    Y qué piensas de esos casos donde los autores no manifiestan algunos temas en su obra, pero salen con declaraciones políticas desafortunadas, como pasó con Bersuit. No sé po, qué pasa si alguien que admiras sale con un desmadre.
    —No me ha tocado admirar a alguien y que se me caiga. Yo no era fanático de Bersuit y no creo que el tipo sea un violador, creo que es un imbécil. Hace poco salieron declaraciones del vocalista de Attaque 77, que decía que era capaz de erotizarse con una niña. Debió darse cuenta de que eso era una estupidez, con todos los casos de pedofilia y abuso infantil que hay. Hay femicidios todos los meses, no vai a salir diciendo que las mujeres le dan color. Eso lo encuentro imbécil lo diga alguien en un carrete o un músico que leen millones de personas. Tiene mayor impacto si lo dice un famoso, pero hay que erradicarlo de todos los aspectos. Sobre todo en los espacios cotidianos. Si en un ambiente de amigos alguien dice en serio: oye, las mujeres le dan color. Ahí es el momento de meter la cuchara y debatir.

    —Una vez escribí un texto que decía que está mal hacer chistes sobre grupos que han sido históricamente vulnerados. Yo siento que tu humor, al contrario, es subversivo.
    —Hubo mucho humor discriminatorio, del discapacitado, del tartamudo y no aportó nada. La otra vez Bombo Fica era jurado en un programa de talentos y un tipo contó un chiste que era de tartamudos o de gangosos y Bombo Fica dijo: durante muchos años los humoristas chilenos nos reímos de gente con problemas sin reflexionar que estábamos haciendo daño. O sea, se pueden hacer chistes con homosexuales, sí. Se pueden hacer chistes con extranjeros, sí. Pero qué vuelta le damos para no caer en la discriminación burda que es más parecida al bullying que al humor. Es fácil escudarse en el humor para hacerle daño a la gente. Si vai a hacer chistes de extranjero, ataca la xenofobia. Pero para qué atacar grupos que han sido históricamente perjudicados. Eso es ponerse del lado del poderoso. Y los humoristas, como cualquier oficio, no deberían estar del lado del poderoso; deberían estar al lado de la gente que está en la misma que uno.

    —Tu discurso es bien progre, de izquierda. ¿Te identificas con algún proyecto político actual?
    Con el único proyecto que me sentí identificado desde chico es el anarquismo. Es lo único que he leído y he dicho: esto me gustaría a mí, es lo que le hace mejor a las personas. No sé la factibilidad inmediata de un proyecto así. Esa es mi trinchera, a partir de la que uno cae en millones de contradicciones, en el día a día, en las cosas que uno se mete para vivir. Ahora, si me preguntai de movimientos como Revolución Democrática o Izquierda Autónoma, no me llaman mayormente la atención, además de propuestas puntuales. A mí no me interesa como institución el matrimonio, pero sí estoy a favor del matrimonio homosexual. ¿Por qué hablo de una ley si desde el anarquismo no creemos en las leyes? Porque uno no puede ser tan utópico de pensar que todo es con una varita mágica.

    —¿Entonces no votas?
    —Yo voté en las últimas elecciones. No voy a decir por quién. Sé que desde las elecciones no vas a cambiar las cosas, pero que si ese día no votai tampoco estai cambiando nada. En la última votación se había dado recién la inscripción obligatoria y el voto voluntario. Era más fácil. Preferí ir a dibujar algo en el voto que quedarme en la casa.

    —¿Y qué dibujaste?
    —Hice un monito de Malaimagen, el típico del bar. Le debí sacar una foto pero estúpidamente no lo hice. Espero que el vocal de mesa lo haya visto y lo haya encontrado divertido.

    —¿Vamos a ver tus monos en estas elecciones entonces?
    —Sí, las elecciones son muy entretenidas para quienes hacen humor gráfico político. Las últimas elecciones fueron un festín porque había muchos candidatos. Ahora tengo que empezar a dibujar a Lagos.

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      La autora de “No abuses de este libro” conversó con OCAC Chile sobre su libro, el abuso y el machismo. Su novela gráfica cuenta la historia autobiográfica que retrata la vida de Tina, una niña de siete años que ve cómo su mundo cambia cuando sus padres se divorcian y re hacen sus vidas con otras parejas. Ahí es cuando aparece R, nuevo novio de su madre y su abusador por más de cuatro años.

      Natalia Silva tiene 23 años, es feminista, ilustradora y autora de “No abuses de este libro”, una novela ilustrada que muestra la historia de una pequeña niña llamada Tina, quien sufre un cambio de 180 grados en su vida cuando su padrastro -un hombre de apariencia correcta, intachable, de esos que no matan ni una mosca- abusa sexualmente de ella. Este abuso se perpetuó por cuatro años, hasta que un día decide romper el silencio y contarle a su psicóloga.  Se trata de una historia autobiográfica y al igual que Tina, Natalia por años también sufrió abuso por parte de su padrastro.

      La ilustradora cuenta que a los 16 años comenzó a escribir, a dibujar la historia como parte de su proceso de sanación. Pero que con el tiempo fue tomando otra connotación hasta transformarse en un libro con el que espera educar sobre esta violenta realidad y ayudar para que otras personas se atrevan a enfrentar a sus abusadores y sacar la voz.

      Si bien Natalia Silva afirma que no publicará otro libro sobre su propia historia, está abierta a hablar de este tema. En conversación con OCAC Chile cuenta por qué decidió crear esta historia para niños y niñas inspirándose en su propia experiencia.

      – ¿Cómo nace este libro?
      – Nace como una necesidad de expulsar todo lo que me había pasado. Los primeros dibujos los hice en mi diario de vida de adolescente y me demoré siete años en poder sacar este libro. Hoy ya está todo dicho ahí y no quiero ser una víctima, quiero ser una heroína.

      – ¿Qué significó para ti publicarlo?
      –Cerré un ciclo. Fue mi manera de poder sacarme todo lo que tenía adentro. Pero no ha sido igual para todo el mundo. Una pariente me dijo hace poco: “Por fin vas a dejar este tema de lado, espero que seas feliz”. Y yo le dije: “No, no voy a dejar de hablar del tema, voy a vivir con esto toda la vida ¿qué te pasa?” ¿Cómo puede ser posible que se normalice tanto el tema? Lo peor es que ella misma sufrió situaciones de acoso cuando chica.

      – ¿Cuáles han sido las reacciones?
      –He recibido buenas críticas, constructivas también, y feedback muy positivo. Con el abuso me han dicho exagerada toda la vida, pero con el libro sólo una vez: fue un comentarista de Emol que dijo que era un asco de historieta, porque yo estaba aprovechándome para hacerme millonaria con el libro. Dijo que era una mentirosa y que no podía probarse. No tuve que ni meterme, me defendió mucha gente. También me pasó con una entrevista que me hicieron por mail, que me preguntaron cómo sabía que había sido abuso y no una mal interpretación. Pensé que era broma. Fuera de eso, he recibido muchos correos en agradecimiento por contar mi caso, como también para contarme los suyos. Ha sido heavy.

      – ¿Qué pasó con tu familia cuando les contaste que fuiste abusada?
      –Mi familia por el lado materno lo minimizó, como suele pasar en los temas de abuso. Es brígido cómo eso pasa en todos lados, como la chica que fue violada por un nadador en Standford y la gente de algún modo lo justificó diciendo: “Es que estaba curada”. ¡¿Y qué tiene que ver?! En el abuso no hay un termómetro de cuándo es grave y cuándo no. ¡Siempre es grave! Siempre te va a marcar. Lo del abuso es machismo puro y duro.

      – ¿En algún momento te sentiste culpable?
      –Obvio que cuando chica me lo cuestioné, porque era lo que todos decían. Es más, cuando probé la marihuana por primera vez, pensé que podía llegar a sentir algo de lo que decía sentir mi abusador, que siempre relacionó la weed con el abuso. Claramente no pasó. Incluso recuerdo que una vez una psicóloga dijo que mi padrastro se había enamorado de mí y que eso no significaba algo particularmente malo o que fuera a repetirse. Pero un hombre que se enamora de una niña de ocho años es un pedófilo, punto.

      – Esa normalización de los abusos también suele hacerse con los acosos callejeros, ¿lo has sufrido?
      –Sí, lógico. Acá es súper normal que pase, porque piensan que por ponerte un vestido tienen derecho a decirte cosas. Es tan machista la sociedad que hasta mis amigas me dicen que no puedo salir a trotar a las 12 de la noche en peto. Pero, ¿por qué no voy a poder? Estoy en todo mi derecho. Tenemos que hablar de estos temas, educar a los niños y niñas sobre el abuso y dejar de normalizar situaciones que no lo son.

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        Hace unos años me fui de intercambio estudiantil a Argentina. Tomé un ramo que se llamaba “Comunicación con perspectiva de género para el cambio social”. Era el 2010, yo tenía 23 años. El curso lo impartía Florencia Cremona y nos pasaba fotocopias de Catharine Mackinnon, Judith Butler y Marta Lamas. Me acuerdo que leí como nunca y entendí como siempre: poquísimo.

        Recuerdo una clase particular, en la que la profe contó sobre una estudiante del año anterior, que reprobó, porque había dicho algo así como yo no necesito este ramo porque en mi casa me llevo re bien con mi marido y no tengo problemas con lavar los platos. La profe nos explicó: no hay problema con lavar los platos, qué manera de entender nada. Y yo recibía el mate que circulaba en la sala y asentía con la cabeza, pero tampoco entendía. Pensé: si el feminismo no es sobre lavar los platos entonces qué.

        Volví a Chile y me traje esas fotocopias y las de Perón y todas las demás que leí estando allá. Me titulé y trabajé en una agencia digital como community manager de una faenadora de pollos que le hablaba a la dueña de casa. Desde la guata me sentía mal, pero no sabía cómo nombrar esa incomodidad. Ese año me compré una bici, para viajar cada mañana por la Costanera, desde Plaza Italia a Sanhattan, donde quedaba esa agencia infeliz.

        Ese verano fui muy consciente del acoso callejero, que padecí como una incomodidad sin nombre. El trayecto de mi casa al trabajo era una mierda. Silbidos, gritos, bocinazos. De obreros y ejecutivos terneados. Yo pensaba por qué, si no soy rubia, no soy alta, no ando escotada. Mi solución era triste: no decía nada, ni a ellos ni a nadie, y seguía pedaleando con cara de culo y a veces levantaba el dedo del medio como señal de déjenme en paz.

        Un día, leí una noticia que hablaba con ironía sobre un “grupo de amigas aburridas de los ‘piropos’”. Me sorprendí. Pensaba que era la única incómoda en el mundo. Me metí a su fan page y descubrí un concepto: acoso sexual callejero. Saber cómo llamar el problema me tranquilizó. Las seguí y meses después me enrolé como voluntaria. Era 2014. Un año después sigo dentro de este invento precioso que se llama OCAC Chile.

        Es extraño cómo funcionan las ideas. Esa metáfora de que son como una planta es cliché pero cierta: hay que esperar que crezcan. Lo que leí en Argentina empezó a cuajar en el OCAC. Repasé mis fotocopias y entendí que toda la teoría que nos enseñaba Florencia Cremona tenía un correlato cotidiano. Microfísica del poder, como diría Foucault: actos domésticos que sostienen estructuras grandotas y milenarias, llámese patriarcado, machismo, androcentrismo.

        Cremona lo explicaba así: la perspectiva de género es usar anteojos para mirar el mundo, reconociendo estructuras nocivas naturalizadas. Cuando entré a OCAC Chile esa sensibilidad se afinó. Ya no creo que dé igual que alguien te susurre frases sexuales o te toque sin que tú quieras. Ya no puedo mirar un cartel de Savory sin que me moleste que todas las mascotas de los helados sean hombres. No puedo ver mis películas favoritas –Volver al Futuro, El Rey León, Star Wars– sin sufrir porque ninguna pasa el test de Bechdel (y eso que el test es súper acotadito) y porque las parejas románticas del cine siempre son hétero. Ya no creo que sea natural el imaginario conservador donde los hombres ponen la plata y las mujeres lavan los platos.

        Hace unos días, me junté con una amiga trans. Un chileno que se fue a Estados Unidos en los setenta y que este 2015 vino de visita a su país como mujer. Hablamos de esto mismo que escribo ahora: sobre cómo, hace cinco años, yo no entendía el problema de lavar los platos. Obvio que el problema no es lavar los platos, dijo mi amiga, el problema es cuando esa tarea no es compartida, cuando se naturaliza la división sexual del trabajo.

        Ese día, después de juntarme con mi amiga, llegué a mi casa y me tocaba a mí lavar la loza. Le eché detergente a la esponja y empecé, pensando dos cosas esperanzadoras. Una, que es bonito lavar los platos en una casa donde esa tarea se comparte (una semana él, una semana yo) y dos, que hace cinco años no entendía esto porque no nací con los lentes de la perspectiva de género puestos. Lo aprendí. Y es bello porque significa que cada día puede haber gente nueva mirando con estos anteojos. Menos mal que feminista no se nace, se hace.

        Arelis Uribe, directora de comunicaciones de OCAC Chile.

        Columna publicada en The Clinic Online