La cultura del acoso ya no se vive únicamente en espacios físicos. Hoy también se ejerce a través de mensajes de texto y redes sociales, dejando profundas huellas en quienes son víctimas de este tipo de violencia.
A fines de mayo nos horrorizamos con lo sucedido en Río de Janeiro, donde una joven de 16 años fue drogada y violada por 30 hombres. No suficiente con esto, los sujetos compartieron en redes sociales un video de 40 segundos del ataque, junto a una foto posando frente a los genitales lastimados de la adolescente.
A pesar de la brutalidad de esta situación, en el último tiempo hemos sido testigos de una multitud de casos de ciberacoso: esto es amenazas, hostigamiento, acoso o humillación sexual reiterados que se han masificado por las mismas redes sociales o de mensajería, violando la privacidad y los derechos básicos de las mujeres. Hablamos de violencia de género, colocando a las mujeres como víctimas, puesto que el comportamiento machista de la sociedad se ha encargado de estigmatizar la sexualidad del género femenino, al castigarlas y entregarles una marca social indeleble. Al mismo tiempo, se naturaliza el actuar de los hombres en tales situaciones, al restarles culpa desde el punto de vista social. Dicho sesgo lo pudimos ver en los casos de “Wena Naty” o “Fifi”, videos de contenido sexual que se viralizaron en 2007 y 2015 respectivamente, en donde se criticó y juzgó moralmente a la mujer por sus actos y no a los hombres que difundieron el material en redes sociales, sin la autorización de sus participantes. Es más, los hombres no son siquiera nombrados en las noticias respectivas, trasladando la carga completa a las víctimas.
Al respecto María Francisca Valenzuela, Presidenta de OCAC Chile, sostiene que “cuando se trata de difusión de contenidos violentos en redes, específicamente que tienen que ver con tratos vejatorios a mujeres, adolescentes y niñas, es importante comprender que no se tratan de situaciones aisladas y que tal como otras dimensiones de violencia, forman parte del continuo de violencia de género. Las redes sociales u otras plataformas de internet, son simplemente otras de las dimensiones en las cuales podemos encontrar este tipo de agresiones”.
En la misma línea, Patricia Peña, profesora del Instituto de Comunicaciones e Imagen de la Universidad de Chile (ICEI) y parte del directorio de Girls in Tech Chile, agrega que “los casos de acoso en redes, que en sí es violencia online, deben ser entendidas como violencia y no minimizarlos con los clásicos argumentos de que sólo fue en redes sociales”.
Chile y Latinoamérica no están solos en casos de esta índole. Alrededor del mundo nos topamos con miles de incidentes, tales como las fotos y videos privados de famosas, extraídas sin autorización y publicadas en la red, e incluso una preocupante cantidad de videos sexuales grabados en un contexto de confianza e intimidad para luego ser distribuidos sin permiso. Esto último ha sido utilizado en reiteradas ocasiones como “porno de venganza”. Según un estudio de la BBC, en Inglaterra sólo en 2015 más de 1.160 personas fueron víctimas de esta situación, partiendo incluso desde los 11 años. Se trata de una práctica que busca humillar a la víctima, buscando un torcido sentido de justicia y usualmente viene acompañado de amenazas y chantaje de todo tipo.
Cabe mencionar que esos son sólo los casos registrados, ya que según un estudio de la revista “Cyberpsicología, comportamiento y redes sociales”, enfocado en menores de edad, sólo un 60% de los casos es reportado y sólo la mitad de esos obtiene respuesta alguna. En casos extremos, las jóvenes terminan suicidándose por la presión social, la condena al ostracismo y el sentimiento de culpa que cae sobre ellas. Es así como tenemos los casos de Amanda Todd, Tovana Holton, Rehtaeh Parsons, Júlia Rebeca, Audrie Pott, junto a una extensa lista que, afortunadamente, cuenta con casos no fatales, pero no menos arduos.
Lamentablemente, agrega Peña, “grabaciones de video de tipo cyberbulling contra niñas o niños en sus lugares de estudios, grabaciones de video no consentidas de una pareja en relación a situaciones de intimidad (como chantaje o porno-venganza), amenazas online contra activistas (bajo el rótulo de feminazis), acoso u hostigamiento online contra una mujer o ex pareja; son situaciones que en nuestros países no pueden ser denunciadas de manera correcta en una comisaría o ante las autoridades, ya que los sistemas legales no los reconocen como formas de violencia o acoso, hasta que finalmente ocurre en ‘la realidad’. Y aun así, muchas veces se transforman en procesos engorrosos para quienes lo viven”.
Pese a ello, “gracias al trabajo de incidencia de organizaciones de la sociedad civil, estos temas se han comenzado a discutir con las empresas de social media, las que han incorporado en sus políticas de uso mecanismos o sistemas para denunciar acoso, abuso online, suplantaciones de identidad digital o bloqueo de pornografía infantil”, afirma Patricia Peña.
Cabe destacar que tanto Facebook como Twitter recomiendan a sus usuarios simplemente bloquear y reportar a los usuarios agresores. Caso aparte son las aplicaciones de mensajería, donde el tema se complica, ya que la manipulación de dichos datos se vuelve imposible dada la encriptación que poseen; medida que apunta a proteger la privacidad de todos los usuarios.
Patricia, quien también participa en el directorio de Girls in Tech Chile, comenta que “recientemente, las dos Relatorías de Libertad de Expresión, tanto la de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y la de Naciones Unidas, han comenzado a elaborar principios que establecen estándares base sobre Internet: Derechos Humanos, Libertad de Expresión y Privacidad; llamando a los gobiernos y a empresas a tomar acciones y posiciones más activas y de responsabilidad.” Es de esperar que dichos avances logren sentar nuevas bases para que se desarrollen leyes pertinentes. Actualmente, no hay una ley que combata directamente esta ofensa, a pesar de haberse planteado un proyecto de Ley en 2014. Las ofensas existentes en el código penal (como en el Art 161-A) dejan de lado tanto el carácter íntimo como la culpa de quienes comparten dicho material, y no reflejan el contexto virtual en el que nos desarrollamos actualmente.
Desafíos
En relación a los desafíos pendientes que tenemos en el país para combatir estos temas, Claudia Pascual, ministra de la Mujer y la Equidad de Género, señala que necesitamos “una transformación cultural profunda, que nos permita a hombres y mujeres relacionarnos en el marco del respeto”. Además de “valorar el aporte que las mujeres han hecho a lo largo de la historia y en todos los ámbitos de la vida y la cotidianidad en nuestra sociedad. No sólo en el plano de la familia, sino que en nuestra sociedad en lo económico, en lo político, en lo cultural”.
Al respecto, Patricia Peña opina que “en Chile y América Latina, tenemos como principal desafío la educación y el fomentar estrategias de auto cuidado. Falta abrir y potenciar aún más las conversaciones de este tema con niñas y niños, con adolescentes y jóvenes, ya que ellas y ellos viven sus interacciones digitales (el uso cotidiano de la web, y sus recursos y espacios) como un continuo, donde no hay diferencia entre la vida online – offline”.
Concordando con esto último, la Presidenta de OCAC Chile cree que “para poder combatir estas situaciones es importante, en primer lugar, tomar conciencia desde dónde provienen estos actos y a partir de allí educar. Actualmente no tenemos una sexualidad que sea igualitaria, desde cómo la vivimos a cómo emitimos juicios”. De esta forma, una meta esencial es tener “una educación en base al respeto entre géneros, así como también una formación sobre nuestra sexualidad que no cree una noción de ‘placer’ a partir del control sobre otro”, aseveró.
A raíz de ello es que nuestro deber es condenar activamente a quienes apoyan y comparten contenido de maltrato sexual por internet. La impunidad que otorgan las redes sociales, así como la facilidad de viralización de contenidos debe ser considerada como agravante a la hora de divulgar material íntimo. Además, podemos generar un impacto previo a la masificación del contenido al frenar y educar a nuestros propios círculos online.
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