impunidad

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    Hace un par de semanas, ‘‘The New York Magazine’’ publicó un artículo en el cual se revelan las últimas revelaciones del caso de Bill Cosby, junto con los testimonios de sus víctimas y el comportamiento social existente frente a una violación.

    Hace un par de semanas, ‘‘The New York Magazine’’ publicó un artículo en el cual se indican las últimas revelaciones del caso de Bill Cosby, junto con los testimonios de sus víctimas y el comportamiento social existente frente a una violación.

    En el medio se habla en primer lugar de las declaraciones del comediante Hannibal Buress en su show, en las que trató a Bill Cosby de ‘‘violador’’. Quizás lo más sorprendente no fue que Hannibal Buress llamara ‘‘violador’’ a Bill Cosby, sino que el mundo ya lo había escuchado. Una década antes, 14 mujeres habían acusado a Cosby por violaciones. En 2005, un miembro del equipo de basketball femenino, Andrea Constand, denunció a las autoridades que él la había drogado; denuncia que fue la base de múltiples acusaciones posteriores, sin embargo, mayoritariamente fueron vistas con escepticismo, se les amenazó y desacreditó.

    La revista también destaca la declaración de Cosby en el caso de Costand, que fue revelada hace un par de semanas, en la que el comediante admitió haber tratado de tener sexo con mujeres jóvenes con la ayuda de ‘‘Metacualonas’’ o ‘‘Quaaludes’’: una droga que desinhibe a las personas sexualmente, deprime el sistema nervioso y puede llegar a dejar inmóvil a alguien. Él le pidió a un agente de modelos que lo contactara con mujeres jóvenes que eran nuevas en la ciudad y que ‘‘no estaban bien en términos financieros’’. En su declaración, Cosby se veía confiado con respecto a que su comportamiento no constituyó una violación, aparentemente él vio una muy pequeña diferencia entre invitar a cenar a alguien para tratar de tener sexo y drogar a alguien para conseguir lo mismo. En cuanto al consentimiento, él dijo: ‘‘Creo que soy un muy buen lector de las personas y sus emociones en cuanto a las cosas sexuales y románticas’’. En su declaración afirma que debido a que estas mujeres accedieron a reunirse, él sintió que tenía un derecho sobre ellas, y en parte la razón por la que las acusaciones contra Cosby demoraron tanto en ser públicas, es porque las mujeres también creyeron esto (así como los abogados, el personal, los amigos y otras personas que también mantuvieron estos incidentes en secreto).

    Meses después de sus declaraciones, se dio por finalizado el caso de Cosby y Constand. Las acusaciones rápidamente fueron olvidadas por el público, si es que en algún momento estuvieron en su memoria. Nadie quería creer que el padre de la televisión con su chaqueta de punto era capaz de realizar estos actos, y por lo tanto, nadie lo creyó.

    En el medio se realizó una reflexión sobre el largo periodo en que Cosby cometió abusos sexuales sin recibir un castigo, como también la forma en la que las mujeres vulneradas tuvieron que sobrellevar este trauma a través de los años. Asimismo, se analizó cómo ha sido la lucha de la cultura en las últimas décadas, contra la violación.

    En la década de 1960, cuando se denunció la primera agresión sexual cometida por Cosby, la violación se consideraba como un acto violento cometido por un extraño. La violación cometida por conocidos no estaba asimilada como tal, ni siquiera por las mujeres que la sufrían. En las décadas del 70 y 80, diversos movimientos sociales ayudaron a que la gente tomara conciencia que entre el 80% y 90% de las víctimas, sí conocía a sus agresores. Sin embargo, aún persiste la cultura del silencio y la vergüenza, especialmente cuando el hombre al que se acusa tiene algún tipo de prestigio o poder. La primera suposición que se plantea es que las mujeres que acusan a hombres famosos lo hacen porque quieren dinero o atención. Al igual como, según se dice, Cosby le dijo a algunas de sus víctimas: ‘‘Nadie te creería, por lo que ¿para qué hablar?’’.

    En Chile, Patricia Muñoz, directora de la Unidad Especializada en Delitos Sexuales y Violencia Intrafamiliar del Ministerio Público afirmó en un reportaje de la revista ‘‘Paula’’ que ninguna mujer que no haya vivido una violación querría pasar por el proceso que enfrentan quienes judicializan sus experiencias, ya que nadie quiere contar una y otra vez cómo la agredieron, ni hacerse un examen sexológico, o estar en terapia sicológica durante años para superar el trauma que generó la violación, para, además, enfrentarse a un sistema en el que distintas personas le hacen preguntas del tipo: ¿Usted se prostituye? O ¿Cuántas relaciones sexuales tiene al mes? Dentro de los delitos sexuales, uno de los más difíciles de probar es la violación a mujeres adultas. Esto porque se exige demostrar ante los jueces que ellas opusieron resistencia y que no consintieron tener relaciones.

    En términos culturales y sobre la manera en que se abordan los casos de violación, la abogada de la corporación ‘‘Humanas’’ Daniela Quintanilla afirma: ‘‘Cualquier mujer se enfrenta a una relación desigual de poder con sus pares varones y esto es la base de la teoría del género. Hay muchos casos como el de Bill Cosby que constituyen crímenes, y cuando existe un sistema público que lo avala, lo único que hace es permitir la impunidad que, a su vez, perpetúa los estereotipos que son la base de los abusos’’. También indica: ‘‘La igualdad no significa tratar igual a todo el mundo, significa tratar igualmente a quienes son iguales y tratar desigualmente a quienes son desiguales y en estos casos de violencia y abuso sexual, lo que subyace es un componente de relación de subordinación histórica.’’

    ‘‘En Chile, el abuso sexual contra mujeres adultas ni siquiera está constituido como delito debido a su naturalización. Los que participan en un proceso judicial están influenciados por las relaciones de género y los estereotipos, y por eso existe la demanda histórica de las mujeres a no responsabilizar a las mujeres por los delitos de violencia  sexual (indagar sobre conductas sexuales pasadas, sobre la vestimenta de la mujer, sobre su comportamiento, etc.)’’

    ‘‘En el caso de Bill Cosby, las mujeres no sabían si fueron o no víctimas de violación debido a que se dirigieron a su casa y consumieron la droga voluntariamente. Alguien puede hacer un paralelo con otro delito: si yo voy a la casa de un hombre que conozco en una fiesta, consumo una droga que él me ofrece y al día siguiente me doy cuenta que se robó mi auto, puede que mi conducta haya estado vinculada a una exposición de riesgo, pero esto no quita la responsabilidad que otro me robó el auto, sigue siendo un delito’’.

    ‘‘En este caso, ni siquiera podemos decir que solo se le exige a la mujer un estándar de probidad muy superior al de cualquier otro tipo de delitos. Las mujeres, al tener que demostrar que fueron víctimas de violación mediante signos de forcejeo, deben martirizarse a tal punto que deben poner en riesgo su vida y su integridad física para defenderse de una agresión, de manera que posteriormente pueda defenderse en términos penales, y esto lo único que hace es seguir responsabilizando a las mujeres de los delitos sexuales y seguir reforzando todos los estereotipos detrás del abuso’’.

     Imagen: New York Magazine

    Por: Alejandra Pizarro

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      principal testimonios

      Quisiera compartir mi historia sobre el acoso sexual callejero, pero también analizar un tema del que se habla poco y del que para variar de culpa a la mujer, que cuando denuncia, nadie le cree.

      Yo estaba trabajando de promotora de electrodomésticos en un supermercado, unos meses antes de entrar a la universidad, era noviembre. Aun así, tenía que usar un uniforme de invierno, pantalones y blusa, que me quedaban gigantes. Nunca creí que alguien se pudiera pasar algún rollo conmigo, porque me veía más cabra chica de lo que era y súper poco agraciada. Pero me equivoqué.

      Todos los días, cuando llegaba, tenía que limpiar el módulo donde trabajaba. Todos los días, también, llegaba un guardia que me ponía muy incomoda, porque me quedaba mirando fijo y se daba la vuelta por detrás para mirarme el poto. Hasta que me irritaba al máximo y tenía que preguntarle si iba a estar toda la mañana mirándome o iba a trabajar. Ahí se iba.

      Yo quedaba con mucha rabia, no podía decirle nada, hasta que un día decidí hablar con su jefe, un tipo al que le decían “Alfa”. Le expliqué que todos los días este guardia me acosaba y me tenía cansada. Lamentablemente fue para peor, el jefe se rió de mi cuando le conté y me trató de exagerada. Me dijo que ese era el trabajo de los guardias: mirar a la gente que entra al supermercado y a los empleados para que no “anden robando”. Lo único que hizo fue llamar al tipo decirle en frente mío para avergonzarme textual : “La señorita se siente incómoda con usted trabajando al lado, parece que le gustai”.

      Y los dos se rieron de mí como si fuese muy divertido todo, ningún respeto por lo mal que me sentía. Una mujer que trabajaba en el supermercado me dijo que el tipo tenía varias demandas por acoso sexual a trabajadoras del mismo local.  Según me dijo, el jefe había intentado violentar a una guardia en un turno de noche y había agarrado pechugas y potos a otras mujeres del mismo supermercado, que también lo tenían demandado, pero el seguía trabajando ahí.

      Con todo esos antecedentes, me di cuenta que no podía hacer nada contra el otro tipo que me miraba, si su mismo jefe era un degenerado. En ese momento no se hablaba del acoso ni tenía una red de apoyo para que pudiese denunciar lo que me pasó, ahora creo que podría haberme defendido y denunciarlos a los dos.

      Ojalá se eduque sobre el acoso y no sólo se hagan leyes que nadie respeta, porque acá en Chile se confunde el acoso con “ser cariñoso” con el o la compañera de pega. O con “ser cercano”, creen que ser cercano es toquetear al otro, o con “ser preocupado” para estar mirando todo el rato a la otra persona y hacerla sentir incomoda.

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        – Vengo a dejar una denuncia por acoso sexual callejero.
        – ¿Cómo es eso?
        – Un hombre me dijo algo muy grosero, que me violentó.
        – ¿Qué le dijo?
        – Me da mucha vergüenza repetirlo.
        – Dígame qué le dijo.
        – “Le llenaría el choro de moco”.
        – Ya, espéreme aquí.

        Hice el ejercicio de denunciar una manifestación “no física” de acoso sexual callejero: la agresión verbal que según la primera encuesta sobre el fenómeno realizada por el Observatorio Contra el Acoso Callejero, ha sido sufrida por un 72% de las consultadas.

        Mi visita a la comisaría tuvo distintas paradas. La primera con la carabinera que me recibió, a quien tuve que reproducirle la vergonzosa frase que un desconocido me dijo al oído. Luego, entré a otra habitación, donde dos carabineros me informaron que no podían tomarme la denuncia, por tres razones: porque lo que me sucedió no era delito, porque no tenía el nombre de quien me había violentado y porque sólo se tomaban denuncias por acciones como exhibicionismo o intentos de violación.

        Entonces constaté algo que en el OCAC Chile, ya hemos manifestado: las víctimas de agresiones verbales y tocaciones anónimas, no encuentran espacios de denuncia, y estas acciones tienden a ser minimizadas. Decidí insistir y pregunté: ¿cómo se denuncia un robo, si tampoco se conoce la identidad del ladrón? Respuesta recibida: porque eso, en la ley, sí es delito. Para la otra tómele el nombre a la persona. El comentario me colapsó y aclaré de inmediato: ¿usted cree que después de escuchar una frase de ese calibre me voy a acercar a conversar? Los policías me miraron en silencio, dándome la razón.

        Seguí insistiendo: ¿Qué hago? Necesito denunciar, dejar registro de lo ocurrido, porque esto pasó cerca de un colegio y quiero impedir, de alguna forma, que algo así o un hecho más grave le suceda a una escolar. Luego de varios minutos de insistencia, uno de los carabineros se puso de pie y me dijo “voy a ir a preguntar”. Esperé un largo rato y me hicieron pasar a una nueva habitación, en la que me atendió otro policía. Me dijo, le vamos a recibir la denuncia, por otros hechos, porque no tengo otra forma de hacerlo. Le voy a tomar declaración de todo lo que pasó y esto se va a ir a la Fiscalía, ¿de acuerdo? De acuerdo, le respondí, y le di las gracias. No se preocupe, aquí estamos para ayudar, me aseguró.

        Nunca un carabinero había sido tan amable conmigo, lo que también me hizo reflexionar respecto de la arbitrariedad de estas instancias. Cuando hablamos de violencia en los espacios públicos, no podemos descansar en la buena voluntad y en el criterio personal, es necesario tipificar el acoso sexual callejero para que las autoridades sepan cómo responder ante estas faltas. Asimismo, al encasillar las agresiones como “otros hechos”, no se generan reparaciones específicas para estas vulneraciones sexuales.

        El carabinero me pidió mi carné, que escribiera la declaración en una hoja y una serie de detalles, como la hora en que todo había ocurrido y una descripción física del agresor. Luego, me mostró la declaración que debía firmar. La leí y sólo le pedí que cambiara una cosa. En el final, había escrito “frase que la hizo sentir vulnerada en su condición de mujer”, le pedí que reemplazara mujer por persona. Ahí también constaté una mitificación: se cree que el acoso sexual callejero nos vulnera como mujeres, cuando realmente nos vulnera en nuestros derechos humanos. No exigimos respeto por ser mujeres, no pretendemos caer en ensoñaciones machistas como “a las mujeres no se les pega” o “respétame, podría ser tu madre”. A ninguna persona se la golpea y todas merecemos respeto como pares. Esta cruzada es por el disfrute del espacio público en igualdad de condiciones, no una reivindicación moral desde nuestra esencia femenina.

        Con ese pequeño cambio, firmé la denuncia y abandoné la comisaría, concluyendo cuatro puntos importantes:

        Uno: necesitamos una ley que tipifique las manifestaciones más graves de acoso callejero, algunas de ellas ya consideradas por la policía como denunciables, como el exhibicionismo y la masturbación. Una ley contra el abuso sexual en espacios públicos facilitaría la denuncia de estas acciones y agregaría otras manifestaciones graves, como las tocaciones, el roce de genitales, la masturbación con y sin eyaculación, y los “piropos” agresivos, como el que yo recibí.

        Dos: estas acciones no pueden caer en el mismo saco de “otros hechos”, debe existir una ley para que las víctimas entreguen su testimonio y reciban una reparación social por sus vulneraciones; a la vez que sirva de ayuda y alerta para prevenir otros ataques.

        Tres: las sanciones por acoso sexual callejero deben ser acordes a la magnitud del delito. Nadie debería pasar por un calabozo por “piropear” de forma grosera, pero sí debería recibir una pena por masturbarse sobre una adolescente y eyacular sobre ella. Casos que hoy ocurren y cuya fuente es el relato de las propias víctimas.

        Cuatro: muchas veces, las víctimas no denuncian por vergüenza o porque piensan que no serán escuchadas, o serán culpadas por lo que les sucedió. Hemos recibido testimonios que así lo confirman. Personas que, frente a la autoridad, escucharon frases como, “¿y por qué andaba sola?”, “¿por qué salió tan tarde?”. En ese sentido, el beneficio de una ley contra el acoso callejero radica en el poder que otorga a las víctimas, para hacer valer su derecho a la libre circulación y exigir el resguardo de la privacidad de sus cuerpos y su integridad sexual.

        En mi experiencia, la denuncia fue considerada porque insistí, porque destiné varios minutos de mi tiempo para asegurarme de que lo que me sucedió no quedaría impune. Afortunadamente, los policías no se mofaron de mí y realmente intentaron ayudarme. Pero, insisto, no podemos confiar en el azar y el criterio particular. Chile necesita una ley contra el acoso sexual callejero, para que en el futuro, cuando una mujer, adolescente o niña denuncie una vulneración sexual, nunca más le pregunten, “¿acoso callejero? ¿Cómo es eso?”.

         *Columna escrita por Arelis Uribe originalmente en El Quinto Poder.