indiferencia

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    Escribo porque quiero contar una situación que me sucedió. Aún estoy choqueada y la verdad es que mis amigas me aconsejaron escribirles a ustedes con el fin de relatar la experiencia y para que este tipo de cosas se sepan y se eviten en el futuro.

    Alrededor de las 21.30 horas, fuimos con mi marido al Jumbo de Bilbao. Al hacer las compras de la semana nos dividimos, y mientras yo estaba en el pasillo de productos sin gluten y vegetarianos, un sujeto de unos 55 años se me acercó y me dijo algo subido de tono. Le dije que me respetara, que no porque él me veía joven y sola, tenía derecho a decirme algo.  Y él respondió: “Ay, me tocó una argentina, ustedes son las más chúcaras; igual estai rica”. Le dije que era chilena y que, independiente de eso, merecía respeto. También agregué: “¿O acaso porque me veo chica tú crees que tienes algún derecho a decirme algo o tratar de sobrepasarte?”. La cosa se puso álgida y le pegué un grito a mi marido para que fuera a buscar a un guardia. El sujeto empezó a insultarme y se movió hacia el final del pasillo donde estaban las cajas. Le dije que si tenía la valentía de sobrepasarse al verme sola, entonces que esperara a los guardias.

    Llegó mi marido, que no encontró guardia, y el hombre (que estaba en claro estado de ebriedad y comprando más alcohol) le dijo: “Oye viejo, controla a tu polola”. Mi marido lo increpó y empezaron a discutir, en ese momento un tercer sujeto (no sé de dónde salió) tomó al borracho y lo empujó. Mi marido me tiró hacia atrás y el borracho arremetió contra este tercer hombre, el cual le pegó un combo y lo hizo caer de bruces al suelo. Aparecieron los guardias, y el tipo ebrio se descontroló y empezó a gritarme. Los guardias estaban presentes y no hicieron nada. la gente solo estaba mirando y dando fe de que él me había violentado, hasta que de repente el tipo se trató de abalanzar y lo tomaron los guardias. Mi marido me dijo que mejor nos moviéramos, ya que no valía la pena. Los guardias de seguridad se quedaron en la caja con él para que fuera a pagar todo el alcohol que llevaba en el carro. Nos dimos varias vueltas para no toparnos con el tipo de nuevo.

    A la salida, se me acercó un hombre de unos 50 años, corpulento y muy alto. Me dijo que era capitán de Carabineros y me preguntó qué había sucedido. Fue error mío no haberle pedido identificación. Le relaté brevemente el suceso y me dijo: “Es que yo me los iba a llevar detenidos a los tres (es decir, a mí, a el borracho y a el tercer sujeto que le pegó el combo) por escándalos dentro del supermercado”. Le pregunté por qué, si en realidad el sujeto se trató de sobrepasar conmigo y más encima estaba en estado de ebriedad. Me dijo que él preguntó sobre la situación y concluyó que: ‘‘Fue solo un piropo, así que no es para tanto tampoco”. Me descolocó. Lo miré fijamente y le dije que si esto hubiese sido afuera del supermercado, yo misma le habría dado el golpe, ya que sí sé defenderme debido a mis conocimientos en artes marciales, y por último, que nadie tenía el derecho de venir a decirme algo solo porque sí, ni tenía derecho de faltarme el respeto.

    Creo que al supuesto capitán le faltó poco para decirme: “Fue tu culpa por andar con shorts a media pierna, un chaleco blanco y ser alta”. Me di la vuelta y me fui. Alcancé a mi marido en el estacionamiento y me puse a llorar. No vimos más al supuesto capitán.

    Escribo ahora porque me siento pésimo, me siento violentada y siento que ante una situación así, pasé de ser víctima de acoso callejero a ser casi “provocadora”. Escribo este testimonio porque al final “un piropo no es para tanto” (aunque en realidad fue más que eso) y porque más encima un sujeto que perfectamente pudo ser mi padre creyó tener el derecho a hacer lo que hizo, solo por verme sola y “cabra chica”. Aún estoy choqueada. Llegué a casa y mis amigas me aconsejaron escribir esto, no quedarme callada. Que sirva de testimonio para que cuando a otra mujer le pase no tenga miedo a defenderse, o si viene un supuesto Carabinero le pida identificación.

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      Cuando tenía 15 años, hice uno de mis primeros viajes en micro desde y hacia mi colegio. En ese tiempo existían las micros amarillas. Era hora punta. Siempre pensé que estando cerca del chofer, estaría más segura, pero no. Iba de pie, ubicada al costado del chofer y la micro iba llenísima y todos me empujaban para bajar o subir. Recuerdo que era invierno y nos permitían ir con pantalones. En una parada, entre empujones sentí una mano que me apretó en la parte más baja de mi trasero y vagina, por lo que horrorizada miré hacia atrás y no había nadie. No había tipo a quien culpar, nadie vio algo y de seguro el que me abusó bajó rápidamente de la micro. Para mí eso traspasó el límite de acoso. Tocar un cuerpo y unos genitales ajenos es abuso sexual. Desde ese momento, busqué pantalones más holgados y a usar prendas masculinas; todo para insinuarme lo menos posible. Pero seguía recibía palabrotas obscenas en la calle.

      A mis 22 años, con mi mochila cargada de libros dirigiéndome a la universidad, un tipo en evidente estado de ebriedad que se estaba tambaleando, se acercó y me tocó el trasero. Me acordé de la vez anterior, por lo que tomé mi pesado bolso y como pude lo levanté y golpeé en la cabeza al hombre; después lloré de impotencia. A mi lado había una caseta de seguridad ciudadana. El tipo que estaba ahí me preguntó qué había pasado, y yo entre lágrimas le dije que un degenerado me había tocado el trasero. Y él solo rió.

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        Hace un tiempo, cuando tenía 12 años estaba afuera de mi colegio, esperando a mis amigos que salían más tarde de clases ese día. Como estaba aburrida, comencé a dar vueltas por el lugar, pasé a comprar helado, etc., total el día estaba lindo. Sin embargo, en una de mis vueltas sentí que alguien corrió hacia mí y no alcancé a reaccionar. Un hombre me agarró del cuello y trató de sacarme los calzones, por lo que le pegué un codazo y logré ver su rostro. Luego de eso corrió asustado; era un cobarde. Yo hice lo mismo, corrí lo más que pude hasta llegar a un lugar con más gente y comprendí lo que me había pasado. Aún sentía sus manos asquerosas en mi cuerpo y no podía parar de llorar. Caminé a un paradero para irme a mi casa, donde había un hombre, y estaba tan asustada de que él me hiciera algo también que comencé a llorar otra vez. Mis amigos me vieron en el paradero y no entendieron nada, les conté y simplemente me abrazaron, luego me llevaron al colegio y ahí esperaron a que me calmara. Tuve que subir a inspectoría y contar lo que me había pasado, me dieron agüita de hierbas y me dijeron que debía andar con más cuidado, nada más. Llamaron a mi casa y llegó mi hermano con su polola a buscarme, ya les habían dicho por teléfono, así que solo me abrazaron y nos fuimos en silencio a la casa. Cuando llegué, mi mamá lloró y no supo qué decirme. Finalmente me fui a bañar y me quedé en mi pieza toda la tarde, sintiéndome sucia. Nadie llamó a los Carabineros o dijo algo, solo se quedaron callados.

        Al día siguiente mi mamá hizo como que no había pasado nada. Me levanté para ir al colegio, pero estaba tan triste que me atrasé. Mi mamá se enojó y comenzó a gritarme: ”¡Apúrate! Lo que pasó ya no importa, es pasado”, ”¿Y por estas tonteras vas a llegar todos los días atrasada? Mira esa falda, tan corta, por eso los hombres quieren bajarte los calzones; después no te quejes”. Ahí exploté, el llanto volvió junto con esa sensación asquerosa. Cuando llegué al colegio me llamó la orientadora y al principio mostró un poco de comprensión, sin embargo terminó diciéndome: ‘‘¿Y no andabas con calzas? Deberías alargarte la falda”.

        Ahora que tengo 17 años, sigo recordando esa experiencia de mierda, que afortunadamente no fue peor. Me da rabia el hecho de que se me terminara culpando de lo que me pasó y que mi mamá me pidiera que no me quejara si algo me pasaba solo por mi falda (que a todo esto era 3 dedos sobre la rodilla nada más). Me enoja que hueones como él anden por ahí sin más, haciendo lo que se les antoja y después yendo a sus casas como si nada, y sobre todo me da rabia que se me culpe de haber sido violentada solo por el hecho de ser mujer, por no defenderme o por “provocar”.

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          Les comento que soy una estudiante universitaria de 23 años, y actualmente estoy en mi último curso. Mi apariencia física es como la de una adolescente, especialmente mi rostro, incluso aquellos que no me conocen me consideran de 16 años. Desde hace al menos 3 años, he sido reiteradas veces víctima de acoso callejero.

          La primera, ocurrió cuando tenía 15 años. Un hombre me siguió hasta mi establecimiento sin dejar de observarme. Mis padres me aconsejaron que cambiara el horario en el que llegaba y lo hice. Después de eso no volvió a ocurrir nada, por lo que no me preocupe más del tema.

          Uno de los episodios más fuertes que he vivido, fue hace un par de años. Iba viajando en un bus lleno y un hombre se quedó parado detrás mío. Como no tenía espacio para moverme, el tipo se quedó ahí y puso sus brazos muy cerca de mí pero sin tocarme. Sin embargo, sentí como me “punteaba” descaradamente y nadie me ayudó. Intente correrme, pero no me dejó y cada vez que recuerdo esto vuelve a mí la impotencia y el asco que sentí. Luego él se bajó y yo quedé en blanco sin saber qué hacer. No le conté a mi familia, ya que no me dejarían seguir haciendo los viajes como siempre; todo esto me lo guardé con la esperanza de no volver a ver a este sujeto. Desde ese día, tengo cuidado de quienes se acercan y cómo me miran.

          En otras ocasiones los hombres que me encuentro en el trayecto de salida de la universidad se me cruzan para tirarme besos, decirme cosas de connotación sexual o algún tipo de frase que no se atreven a decir en frente de más público. Nunca son las mismas personas, pero la inseguridad sigue siendo la misma.

          No le cuento esto a otras personas, en primer lugar por el miedo de que me culpen a mí misma de provocar estas conductas. Yo no me visto provocativamente, no me gustan los escotes ni andar con
          faldas. Además, me he percatado que las veces que más me han molestado, siempre ha sido cuando ando más tapada, con ropa suelta y con una apariencia más infantil. En segundo, porque no hay nadie que le dé la importancia que tiene a esta problemática. Muchos dicen que le pongo mucho ‘‘color’’, incluso cuando estas situaciones me hacen sentirme pasada a llevar como mujer y como persona. Y en tercer lugar, mi familia es muy conservadora, por lo que esto es un tema tabú, pese a que mis primas también podrían llegar a sufrir los mismos abusos que yo.

          Esto es lo que quería contar, ya que llevo mucho tiempo con esto guardado. Espero que estas acciones el día de mañana sean sancionadas y el acoso callejero se considere un delito.

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            Cuando tenía 14 años, estaba en una escuela de modelos, por lo que iba a clases de pasarela. Era muy menor, pero alta para mi edad. Un día, bajé en San Diego para tomar el Metro. No llevaba ni dos pasos en la vereda, cuando un hombre que iba con su hijo de al menos 8 años me dijo (parándose frente a mí): “Te chuparía todo el chorito”. Quedé pasmada, a pesar de haber sufrido acoso con anterioridad. El hijo del hombre se puso rojo de vergüenza y le decía: “Papá por favor cállate’’, sin embargo mientras me alejaba, el hombre insistía en referirse a mi vagina. Llegué a mis clases llorando y no sabía qué decir cuando me preguntaron qué me pasaba.

            Todavía siento rabia al recordar el episodio tan violento al que me vi enfrentada, y más encima delante de un pequeño de 8 años. Su padre no tuvo interés en escuchar sus ruegos. Yo sentí horror, rabia y pena. Por eso creo, que educar es la clave para que estás cosas tan insertas en nuestra cultura, desaparezcan.

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              Tengo varias experiencias que compartir aquí, pero cuento esta porque es la más reciente y una de las que más me ha afectado anímicamente.

              Hace una semana vino a verme desde el sur mi mamá. Como vivimos lejos, vernos es un gran acontecimiento, así que salimos a comer algo rico a Providencia. Sabía que a la vuelta tendríamos que tomar la tristemente conocida micro 210, así que comimos y pagamos rápido para volver temprano, a eso de las 12:00 de la noche. Como cualquier día viernes, la micro venía llena con mucha gente tomando y fumando arriba. Yo soy emetofóbica (fobia al vómito), y justo tuve la mala suerte de que un hombre se puso a vomitar (de borracho) arriba de la micro, cerca de donde estábamos con mi mamá. Me puse muy nerviosa y avancé hasta el frente como pude (los que tienen alguna fobia entenderán que no fue de exagerada, sino para evitar un ataque de pánico), sin embargo mi mamá no pudo pasar con toda la gente que había, así que se quedó atrás. Mientras me sujetaba como podía, porque estaba tiritando y llorando por lo que acababa de ver, sentí una mano tocándome por atrás, fuerte, sin disimulo ni vergüenza. No fue un agarrón cualquiera, su dedo índice presionaba con fuerza mi vagina por sobre la ropa. Me quedé helada. Nadie, nunca, ni siquiera con mi consentimiento, me había tocado así, con esa brutalidad. Normalmente cuando me gritan cosas en la calle les respondo o al menos les hago algún gesto, pero iba tan mal con lo que acababa de pasar que no atiné a nada, solo a darme vuelta para que parara. Vi que era un niño, no mayor que yo, y me dio demasiada rabia la liviandad con que se tomaba lo que acababa de hacer. Ni siquiera le dio vergüenza que lo identificara. No ocultó su cara. Y yo que no había hecho nada malo, que había caminado a ese lugar de la micro buscando sentirme segura después de algo que había sido traumático, me tocó sentir culpa, vergüenza e impotencia. Agaché la cara y contuve las lágrimas, como si hubiera sido mi responsabilidad que me ultrajaran y por haber estado justo en ese lugar.

              Cuando nos bajamos, mi mamá asumió que seguía llorando por lo del viejo vomitando. Me consoló y me preparó un tecito. Cuando le conté, me dijo que no tomara nunca más esa micro. Luego le comenté a mi pololo y me dijo: “Pucha amor, que tienes mala suerte”. Pero lo peor fue contarle a mi papá, cito textual: “Tú eres tonta, como vas a andar sola en la micro a esa hora. Si un día te violan va a ser culpa tuya, de nadie más que tuya”.

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                Seremos una sociedad desarrollada cuando seamos más consciente de lo que nos rodea y nos involucremos en eso. Hoy fui acosada en una micro de la línea San Remo, recorrido M (San Pedro-Concepción). Yo iba en uno de los asientos traseros centrales, cuando un joven de no más de 30 años comenzó a masturbarse. De inmediato le dije al chofer lo que lo que ocurría y él me respondió: “ya, y ¿qué quiere que le haga?”. Con lo súper ruda que soy, me sentí increíblemente desprotegida. Llegué a llorar a mi casa de la rabia e impotencia ¿Qué más podía hacer yo? ¿Bajarme de la micro? ¿Romperle los dientes de un puñetazo al tipo y al chofer?

                El respeto callejero es simplemente una forma de resguardar nuestro derecho a llegar tranquilas a la casa cuando nos movilizamos a plena luz del día (o a la hora que sea) en el transporte público. Los que no lo han vivido, deberían tener un poco de empatía.

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                  Soy médico, estaba caminando por un pasillo de un hospital, con delantal e identificación,  y se me acercó la pareja de una paciente (junto a ella y con su hijo lactante en brazos) y me dijo: “Uf ojalá enfermarse con esa doctorcita”. No le importó ir al lado de su mujer; creo que ella no lo escuchó y yo no dije nada. El ordinario iba con su guagua y pareja, y le dio lo mismo, pero a mí no.  Después de eso no me ha vuelto a pasar algo así, al menos vestida como médico. No sé cómo reaccionaría si volviera a pasar.

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                    Tengo 20 años y soy de La Florida. Hace dos meses, comencé a ir al gimnasio, que queda a unos 15 minutos de mi casa. Por horario, solo puedo ir de 8 a 10 de la noche. Jamás me vestí con ropa apretada al cuerpo ni nada por el estilo, ya que quería sentirme cómoda haciendo deporte.

                    El día lunes, como de costumbre, salí de mi casa al gimnasio. Andaba con calzas y un polerón muy ancho. No se me marcaba nada. Iba tranquila caminando, me faltaba una cuadra y media para llegar, cuando vi el camión de la basura. Pensé que algunos de esos trabajadores eran muy confianzudos, pero tampoco quise generalizar. Finalmente, dejé de pensar tonteras y seguí hacia mi destino, cuando de repente se acercó uno de los basureros y me miró. Mejor dicho, casi me desnudó con la mirada. Me sentí terriblemente desnuda. Pensé que lo mejor era ignorarlo e irme rápido al gimnasio, cuando apareció otro basurero y me hizo el típico sonido “tssts” para llamar mi atención. Nuevamente, caminé mucho más rápido, hasta que un tercer basurero, de unos 50 años, se me acercó, mucho más confianzudo, se paró frentea  mí y me dijo, “hola, cosita ¿cómo estás?’’. Yo me paralicé. No es normal que alguien se acerque y me salude tan cariñosamente sin conocerme y en ese tono tan “califa”. Decidí ignorarlo. Sin embargo, no se apartaba de mí, luego hizo un gesto llamando a los otros dos que me habían mirado y hecho sonidos para molestarme. Mientras se acercaban, mi desesperación crecía. No sabía qué hacer, no reaccionaba. Veía que la gente pasaba, pero se hacía a un lado. Al final, me armé de fuerzas y grité con todo lo que tenía. Les dije de todo: que si él estaba consciente de que yo podía ser su hija o hasta su nieta y que si no le daba vergüenza. Y su respuesta fue reírse. Me sentí humillada. La gente solo pasaba rápidamente por nuestro lado. Me fui con el amargo sabor de haber sido intimidada. Fue la peor experiencia. Solo espero no volver a encontrarme con ellos, porque ni siquiera tengo el consuelo de que la gente me podría ayudar.

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                      Cuando estaba en el colegio, mis papás tenían una ferretería con un estacionamiento gigante y muchas veces se lo ofrecían a amigos o clientes habituales. Otras veces iban trabajadores de los clientes y lo utilizaban dando aviso previo, como cuando necesitaban ir al centro de la ciudad y no tenían dónde dejar sus vehículos.

                      En la ferretería, una puerta chica daba al estacionamiento y al lado había un televisor. Ahí estaba yo, a mis inocentes 17 años, y entró un camión de estos KIA chicos. Pasó un estúpido de unos 30 años, me miró con cara libidinosa y dejó escapar uno de esos respiros hacia adentro. Me dio tanta rabia, pero sabía que iba a pasar de nuevo e iba a hacer lo mismo, así que lo esperé y seguí viendo tele. Pasó de nuevo y se quedó más rato mirando con su cara de violador y le respondí con rabia y súper fuerte (ya que había clientes) “¿te puedo ayudar en algo?”. Él negó con la cabeza y con voz de pollo, me dijo “no”. “Entonces, ¿qué mirai ahueonao?, ¡depravado! Sigue tu camino nomás”, le dije, bien chora y flaite. El tarado arrancó como rata y muerto de vergüenza, porque la gente miraba. Mi papá, enojado, me preguntó qué había pasado, y le conté. Él me retó, que no era el lugar, etc. Le dije que nadie tenía derecho a mirarme así y me dijo que tenía razón, pero que me arriesgaba a mucho respondiendo. Unos hombres que compraban, le decían a mi papá, muertos de risa, “tiene carácter su hija”.

                      Otra vez, fue uno de los tantos veranos que me estaba muriendo por la alergia y estaba esperando que me llamara el doctor. La consulta estaba llena y sentí que, a lo lejos, un hombre me miraba fijo. Cada vez se me acercaba más, hasta que la señora que estaba sentada frente a mí se paró y el hombre aprovechó para sentarse ahí, sin despegar la mirada de enfermo. Miraba y miraba. Entonces le dije fuerte “¿te conozco? Deja de mirar con esa cara, ¿no cachai que molesta?”. Siguió sentado ahí, pero mirando hacia abajo. La gente se hizo la loca. Al rato, con mi pololo fuimos a la farmacia a comprar lo que me recetó el doctor y el tipo estaba ahí. Pueblo chico. Le dije a mi pololo: “ése es el imbécil que me miraba como depravado”. Mi pololo se acercó un poco y lo miró con cara de perro rabioso. El pobre arrancó como la rata que era.