inseguridad

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    Salí de la estación de Metro Príncipe de Gales y un tipo me siguió, me puso un arma en la cabeza e intentó llevarme al canal que pasa por Tobalaba. Hice la denuncia en Puente Alto ya que Carabineros nunca acudió a la estación de Metro. Se demoraron demasiado y como era de noche, decidí irme. Entregué una descripción del sujeto. Tengo miedo ya que el sujeto se quedó con mi celular. Al no querer bajar con él, me obligó a desbloquear mi celular y entregárselo, luego de eso salió corriendo. Se quedó con todos mis datos y desde esa fecha me están acosando por todas las vías existentes

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      Tenía 16 años, era muy delgada y no atraía a mucha gente. Mis amigas ya tenían pololos y yo ni siquiera había dado un beso. Sufría acoso escolar por parte de mis compañeras ya que tenía una apariencia poco habitual, me sentía muy insegura. Un día, una amiga me dijo que para llamar la atención debía ajustar mi jumper. Al principio me pareció mal, pero sentía que quería encajar. Fuimos a la casa de su tía y esta me lo dejó corto y apretado. El primer día salí a la calle y recibí toda aquella atención que nunca había tenido. Llamé la atención de un tipo y quiso salir conmigo, insistía en tocarme la cintura o decirme cosas como que estaba rica. Me sentía muy mal, pero sentía que debía encajar.

      A medida que pasaban los días, comencé a sentir los ojos amenazantes de muchos hombres, algunos de la edad de mi papá. Eso me volviós insegura y aún más tímida. Me volví muy torpe y comencé a taparme nuevamente con kilos de ropa. Estuve años atrapada en mis pensamientos de lo que era correcto llevar o no. Si la ropa realmente te hacía ver atractiva, si estaba bien escuchar “halagos” de esa índole tan… inadecuados.

      Hoy soy una persona segura que incluso defiende a niñas que están siendo acosadas a vista y paciencia de otros adultos, quienes se sienten con la obligación de decirte algo desagradable. Entendí y viví, esta experiencia y creo que me hizo ser la persona que soy.

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        Tengo 25 años, soy una profesional del área de las ciencias sociales y procuro trabajar por el bienestar de otros. El camino ha sido difícil.

        La primera vez que me sentí violentada fue a los 16 años mientras iba camino al colegio. Todas las mañanas un vecino mayor, de 60 años, se sentaba al mi lado cuando viajábamos en la micro. Un día me tocó y al mirarlo, él me pidió que no dijera nada. Al comienzo creí que no había sido intencional, pero luego volvió a tocarme y yo lo enfrenté. Llegué a mi colegio y no hice más que llorar de impotencia. Después con mis padres establecimos una denuncia en Carabineros y con el tiempo nos citaron a la Fiscalía para declarar. En aquella ocasión, el persecutor me señaló que no tuviera esperanzas, porque por lo general estas denuncias no terminaban en nada.

        Han pasado cerca de 10 años, he vuelto a ver a este hombre en distintas ocasiones, y me sigue generando miedo. Algunas personas creen que hacer este tipo de actos puede ser insignificante, pero pienso que poca gente dimensiona el daño que esto produce en las víctimas. En mi caso tuve que enfrentar un tratamiento psicológico, ya que afectó mis relaciones interpersonales. Comencé a sentir miedo a los hombres, miraba con desconfianza las muestras de cariño y dejé de sentirme cómoda con las ropas más llamativas.

        Es por esto que escribo mi testimonio, porque estoy cansada de sobrellevar una situación que atentó contra mi voluntad y que me ha perjudicado tanto. ¡Es necesario que todos y todas terminemos con el acoso y volvamos a sentirnos seguros y seguras en nuestros propios espacios!

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          Tengo 25 años y desde que tengo memoria mi mamá ha trabajado en el caracol de Franklin junto a mi abuela en una peluquería. Yo soy bajita, morena y gorda; lo digo porque al ser “gorda” (tampoco es tanto, sólo tengo unos kilos de más y es debido a que padezco diabetes tipo 2, ya que cuando era niña mis abuelos me daban más dulces que comida y pesaba casi 70 kilos. Actualmente cuido mucho mi alimentación, aunque sigo con sobrepeso, y pese a que la mayoría de la gente piensa que los gordos (as) no tienen sexo o parejas estables, yo estoy emparejada hace 5 años y feliz. Esta introducción es para que entiendan un poco el contexto.

          Hoy estoy sacando mi segunda carrera y tengo ventanas largas en la universidad, por lo que voy a almorzar donde mi mamá. Un día que salí temprano, mi pololo me dijo que me esperaría allá (donde mi madre), para ponernos de acuerdo sobre un asunto. La cosa es que salí del metro, caminé y crucé el semáforo que está al frente del caracol de Franklin, y un tipo (un viejo) pasó por al lado mío y me dijo: “Uf la chanchita rica”. Me invadió mucha rabia y pena (era la única mujer que estaba cruzando), ya que yo no voy por la calle señalándole a la gente sus “defectos” físicos. No lo pude encarar porque un auto estaba esperando a que yo cruzara, pero no es la única vez que me han dicho algo o me han molestado en el sector de Franklin.

          Una vez enfrenté a un tipo que me tiró besos y me gritó cosas al bajarme de la micro, y escuché que con sus amigos me gritó: “Guatona re cualiá fea”, sólo porque los había encarado. Incluso una vez me llamaron puta, porque andaba con un vestido semiformal, un poco apretado y escotado. Estoy bastante cansada de este tipo de trato hacia nosotras.

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            Desde que soy adolescente tengo los senos grandes, mucho más voluptuosos que el promedio y eso ha marcado mi vida, no porque no acepte mi cuerpo, sino porque los ‘‘hombres’’ me hacen sentir culpable de mi apariencia y forma de vestir. A mis casi 30 años, sigo preocupada de no usar escotes, usar color negro para disimular el volumen y tener una actitud lo más apática y desagradable posible para que nadie piense en decirme algo, aunque claramente todas estas “técnicas” no son nunca suficiente para calmar la incontinencia verbal y física de algunos hombres, que se empeñan en hacerme sentir insegura en espacios públicos, y en hacerme actuar a la defensiva del resto. Pese a que me considero una mujer con carácter, aún no logro defenderme en este tipo de episodios. Actualmente estoy esperando mi primer hijo, tengo 6 meses de embarazo y ni eso es sinónimo de respeto, solo me queda el consuelo de criar un varón que sepa aplicar esa palabra desde pequeño.

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              Un día, un número desconocido me llamó. Contesté y un tipo me dijo “tení las medias tetas”. De fondo se escucharon varias risas de hombres. La rabia e impotencia por no saber quién era el tipo que había hablado no han bajado con los años. Lo que es una broma inocente para algunos, para mí fue una carga sobre mis hombros. Cuando una es chica, su apariencia física siempre es un tema complicado y ser voluptuosa desde los 13 fue difícil. Antes de mirarme a la cara, me miraban las pechugas. Los desubicados no saben lo insegura que eso hacen sentir y el tiempo que me tomó aceptar mi cuerpo tal cual es. Ahora, después de recibir innumerables opiniones sobre mi cuerpo -que yo no pedí- puedo decir que amo ser mujer y amo mi cuerpo. Me encanta la lucha contra el acoso, porque me hace sentir segura, más confiada y con un apoyo infinito. Sé que si actuamos unidas tarde o temprano la sociedad entenderá que el “piropo” es invasivo e hiriente.

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                Empecé a darme cuenta del acoso callejero cuando mi cuerpo empezó a cambiar, cuando me sentía observada en la calle, cuando sentía miradas que me invadían y me incomodaban. Al principio tenía casi asumido que era algo normal; algo por lo que toda mujer en su vida tenía que pasar y, hasta, que muchas veces la culpa la tenía una (sí, estaba equivocadisíma).

                Un día, de pura casualidad, me topé con información en Internet sobre algo que nunca había escuchado: feminismo. Tenía un concepto errado sobre el feminismo, como mucha gente lo tiene. Pensaba que era algo como el machismo pero al revés, que violentaba a los hombres y los humillaba. Sin embargo, seguí leyendo e investigando y entre otras cosas me di cuenta de que muchas mujeres día a día debían pasar lo mismo que yo, que el machismo se presentaba de muchas formas, no sólo con un hombre golpeando a su mujer o jalándola del pelo. Aprendí sobre machismo y micromachismos.

                En otros países aprendí la definición de sexismo, de la que tampoco tenía idea (y de paso aprendí que no debía sacar conclusiones sin informarme). Junto con todo esto, me di cuenta de que muchas costumbres sexistas estaban arraigadas en nuestra sociedad, que la gente las aceptaba como normales. Empecé a sacar la voz, a luchar por lo que me parecía justo. Ante cada comentario sexista, yo saltaba, con mis argumentos y razones. Al principio, mucha gente se mostró desconcertada. Me ponía a discutir con mis profesores, mis papás, mis amigos, incluso, con los papás de mis amigos, pero nunca me rendí, nunca me volví a quedar callada.

                También aprendí a quererme. Comprendí que la única aprobación que necesitaba era la mía, que si yo me maquillaba, me depilaba o me vestía de cierta forma, lo hacía por mí y para mí. Empecé a dar esta lección a la gente que me rodeaba, a mis amigas y mujeres conocidas, principalmente. Siento que lo mejor es informarse y educar, sobre todo a las nuevas generaciones.

                Aun así, me da mucha lata no poder hacer nada cuando veo a una mujer violentada en la calle. Me da impotencia, porque sé lo que se siente. Por eso es necesario dejar de reforzar los pensamientos sexistas que nos afectan a hombres y mujeres, que nos obligan a comportarnos de acuerdo con nuestro género, que nos educa como personas inseguras para vernos en la necesidad de buscar la aprobación del resto. No sólo por el acoso callejero, sino por todas las injusticias de género que se viven día a día es que hay que ponerle un fin a todo esto.

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                  Yo debo haber tenido unos 8 o 9 años. Cerca de mi casa hay un parque, así que con una amiga del pasaje decidimos que íbamos a ir a jugar a las muñecas allá porque habían construido una pequeña casita de madera. Estábamos jugando, cuando un hombre de unos 50 o 60 años nos gritó algo, lo miramos y vimos que se había bajado los pantalones y nos estaba mostrando el pene. Al principio nos quedamos heladas y no reaccionamos, entonces del puro asco yo creo, agarré mi muñeca y salí corriendo con mi amiga detrás; nunca me giré para ver si el tipo nos seguía. La casa de mi amiga era la más cercana al parque y además tenía reja, así que llegamos allá, cerramos la reja y entramos. Su mamá como es obvio se asustó un montón y llamó a Carabineros; no estoy segura de cuánto se demoraron en llegar pero cuando lo hicieron nos pidieron las características del hombre, no era alto, tenía el pelo canoso y estaba sucio (debo suponer era un curado, ya que en mi población abundan). Los Carabineros nos subieron a su auto y nos llevaron a la plaza para ver si todavía andaba por ahí, pero no estaba. Así que nos llevaron a nuestras casas; nunca más fui al parque, me daba terror y debo decir que hasta el día de hoy (tengo 21 años) cada vez que tengo que pasar por ahí sola, me da una sensación de asco e inseguridad tremenda.

                  No sé qué pasa por la mente de un viejo verde al masturbarse frente a una niña de 8 años que está jugando a las muñecas, solo sé que hay muchos de esos allá afuera y no quiero que en un futuro, mis hijas no quieran ir a jugar al parque por miedo.