liceo

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    Hace cinco años, cuando estaba en tercero medio, caminaba por Iquique, en las calles Pedro Prado, llegando a calle dos, desde el colegio a mi casa. En eso, un viejo cerdo llega con el descriterio de subirme la falda del uniforme hasta la espalda. ¿Qué hubiera hecho yo en ese caso? Perfectamente, le hubiera pegado una cachetada o me habría defendido, pero no. En estos casos una queda “para dentro”, imposibilitada de recurrir a alguien, sobre todo en una avenida poco transitada en ese entonces.

    ¡Basta de acoso y de que los poco hombres se sientan con la autoridad de vernos como objeto!

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      Cuento mi experiencia para que vean que es bueno hablar y apoyarse en algunos adultos. Si bien esto me pasó hace varios años, cuando tenía 18 años -hoy tengo 28- no he podido olvidarlo. A veces, pienso qué habría pasado si no me hubieran creído en el Liceo.

      Todos los días viajaba de Providencia a Maipú. Este viaje lo hacia siempre con compañeras que tenían un recorrido similar. Un día, apareció un vendedor de helados que con el paso de los días comenzó decirme cosas y a esperarme en el paradero todos los días. Avisé en el Liceo lo que estaba pasando. La primera reacción de la inspectora fue mirar el largo de mi jumper, cosa que según yo es poco relevante, pero bueno. Dieron aviso a carabineros, sacaron a los heladeros y pusieron policías por mucho tiempo en el horario de salida de clases y en los paraderos cercanos. Aún pienso qué habría pasado si no me hubieran prestado atención.