Miedo

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    Iba en el último asiento de la micro y un viejo muy extraño  se sentó a mi lado. Me sentí demasiado incómoda con su presencia, por lo que me enfoqué en mirar por la ventana aunque pendiente de que no me fuera a hacer algo, ya que las circunstancias eran muy raras. Lamentablemente, es bastante común que en lugares reducidos o con mucha gente corran mano.

    Luego de un rato, volteé mi mirada hacia él y me di cuenta que se estaba masturbando y que no paraba de mirarme. Me puse tan nerviosa que le grité que me dejara pasar para cambiarme de asiento. Él haciendo como que nada pasaba, y sin dejar de masturbarse, tocó el timbre y se bajó de la micro. La gente miró, pero todo fue tan rápido que nadie atinó a hacer algo. Sentí miedo, impotencia y rabia.

    Luego pensé que podría haber hecho mucho más contra él, pero el estado de indefensión en el que me encontraba no me lo permitió (una no anda preparada para estas cosas). Cabe mencionar que era invierno, andaba muy abrigada, vestida con un gran abrigo y sin  nada “provocativo”.  Sentí rabia en el momento, pero no le di más vueltas al asunto. Hoy me doy cuenta de lo que tenemos que aguantar en el día a día: manoseos y piropos obscenos que nos infunden odio y temor.

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      Una no es tonta, se da cuenta de las intenciones de la gente con solo mirarla a los ojos. Andaba con la plata justa para el pasaje y se me cayeron cien pesos. Los recogí, le pagué al chofer y me bajé de la micro. Solo eso bastó para que un hombre X se bajara conmigo y me siguiera por ocho cuadras. Casi me dejó en mi casa. Mi mamá dijo que era culpa mía, porque andaba con jumper y que esas cosas pasan.

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        Iba caminando por una de las calles principales de Viña del Mar cuando un hombre, de unos 40 años aproximadamente, pasó muy cerca y me dijo al oído “chúpame el pico”. No supe cómo reaccionar, sentí miedo y asco, jamás me visto con la intención de provocar a alguien. Es más, siempre intento cubrirme y usar ropa holgada.

        Me gustaría perder el miedo y usar la ropa que yo quiero sin que alguien haga algún comentario obsceno. He tenido que aguantar comentarios de diferente índole, estoy cansada de caminar con miedo, me siento insegura. Con el tiempo, esto ha afectado mi personalidad y mi relación con mis pares. Tengo 20 años no debería vivir encerrada por miedo a que me hagan algo.

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          Hace tres años aproximadamente, iba caminando a mi casa de vuelta de la universidad después de haberme quedado estudiando hasta tarde cuando, de un segundo a otro, un tipo me tomó por la espalda como si me estuviera abrazando y me pidió el celular. Me dije a mí misma: “¡cresta!, me van a asaltar”, y entré en pánico. Me tenía afirmada de tal forma que no podía moverme, por lo que no tenía como entregarle mi celular que estaba en mi mochila. El tipo me insistió reiteradas veces hasta que le dije: “si me sueltas, te lo paso”. Fue en ese instante que terminé en el piso, en unos arbustos que había al costado de la vereda. Ahí fue cuando comenzó una agresión de tipo sexual, empezó a tocarme y a golpearme; no sé de dónde saqué fuerzas para patalear y gritar muy fuerte, tanto así que el tipo me tapó la boca para que me detuviera. Lo único que sentí en ese minuto fue miedo y creí que la mejor forma de defenderme era morderle la mano. Para mi suerte, cerca había un colegio y un condominio, y los guardias de estos dos lugares escucharon y comenzaron a caminar hacia donde yo estaba. Fue en ese instante en el que el tipo salió corriendo, sin robarme nada. Sin embargo, me quedé con una sensación de entre rabia, vergüenza y miedo. Hasta el día de hoy, cuando es de noche sufro cuando paso por ese lugar sola, muchas veces pido que me vayan a buscar al paradero o le pido a mi pololo, quien vive bastante lejos de mí, solo para no caminar sola. Sé que no tengo que vivir con miedo y que tengo que hacer algo para que este tipo de situaciones no le ocurran a otras mujeres. Por eso, me he preocupado de informarme con respecto al tema del acoso callejero. Además, cuando me he enfrentado a situaciones en las que recibo gritos o acoso del tipo verbal, trato de responder aunque sé que quizás no voy a lograr mucho; incluso, cuando he visto que otras mujeres se enfrentan a situaciones similares, intento ayudarlas porque tuve la suerte de haber recibido ayuda. Pero insisto, esto no es algo que le debiese seguir ocurriendo a ninguna mujer.

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            Ya sabía lo que era sentirme denigrada al caminar, pero hace un tiempo experimenté mi mayor miedo.

            – Huachita te espero mañana – dijo tocando mi cuello.
            Al llegar al colegio sólo rompí en llanto y no supe qué hacer.

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              A lo largo de mi vida he sido acosada a diario, pero lo que más me marcó sucedió hace dos años. Eran cerca de las 22.00 horas, estaba oscuro y salí de mi departamento para ir a dejar a mi novia al colectivo. Cuando iba de vuelta, un tipo pasó en un auto a baja velocidad, me miró y sonrío mientras se masturbaba. Rápidamente atravesé la calle asqueada y sin poder creerlo.

              Aceleré el paso y el tipo comenzó a seguirme por la calle. De repente se subió a la vereda y me bloqueó el paso. Atravesé la calle, asustadísima, creyendo que el tipo se iba a bajar del auto o qué sé yo. Volvió a cruzarse en mi camino y detuvo el auto, esta vez frente a mi departamento, por lo que sin pensar corrí sin pensar antes que el tipo hiciera cualquier cosa. Mi madre no sabía cómo tranquilizarme, lloré por horas. Aún temo salir de noche y cada vez que un auto aparece en la oscuridad se me aprieta el corazón.

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                Sí, yo viví con un acosador callejero. Durante cuatro años creí estar en la relación perfecta. Perfecta desde el punto de vista de lo clásico: vivir juntos y planificar parte de lo que vendrá. Estándares, por supuesto. La verdad es que nunca sospeché las perturbadoras intenciones que escondía mi pololo de aquella época. Quizás existieron señales que indicaban que estaba en una tóxica relación. Lamentable no fui capaz de reaccionar a tiempo.

                Crecí, como tantas otras mujeres, con violentos estereotipos que se presentan en nuestra sociedad como entidades inmodificables que a la larga terminan limitándonos como mujeres, con ideales de belleza imposibles de alcanzar,  además de otras tantas absurdas construcciones sobre el amor romántico, naturalizando situaciones que nos destruyen como mujeres pero sobre todo como sociedad.

                Con el paso de tiempo, las cosas ya no andaban bien. La inseguridad era algo que vivía a diario. Conductas machistas, celos, y por ahí otras cosas que ya no vale la pena mencionar, confirmaban que aquella relación no tenía ningún futuro. Pero finalmente lo que terminó por quebrarla fue descubrir que mi pareja era un ACOSADOR CALLEJERO.

                Aquello que repudiada con el alma y que rechazaba a diario estaba mucho más cerca de lo que yo pensaba. “Sin querer” comencé a hurgar en su computador. Realmente no imaginaba con qué me iba a encontrar. Para ser sincera, no era algo que acostumbraba a hacer. Entiendo que vivir en pareja no es sinónimo de coartar espacios. Pero para mí desgracia, y la de muchas mujeres, encontré algo  horrible: carpetas llenas de fotografías y vídeos de alto contenido erótico y sexual tomadas silenciosamente – a través de un celular- por quien era en ese minuto mi pololo.

                El puto miedo me paralizó. No supe cómo reaccionar. ¿Tenía yo la culpa de aquello que estaba pasando? ¿Cómo no pude ver esta situación antes? ¿Con quién estaba viviendo realmente?

                Descubrir que este “hombre” fotografiaba de forma silenciosa las partes íntimas de cualquier mujer que pudiese estar a su alrededor, fue algo que me mantuvo en shock durante horas, días y meses. Hasta el día de hoy lamento que mujeres de mi familia, amigas, conocidas, compañeras de su trabajo y gimnasio hayan sido violentadas de esa forma, sin que muchas de ellas- hasta el día de hoy – tengan conocimiento de lo ocurrido.

                Sentí pena y vergüenza con lo ocurrido. Me sentí completamente vulnerable. Transgredió completamente mi cuerpo, mi confianza y mi libertad. Me violentó y no sólo la mí sino también a muchas mujeres que caminan libres por las calles sin saber qué cosas como estas se viven a diario. Me aterra pensar que se trata de una práctica naturalizada por muchos hombres. Realmente me perturba pensar que muchas de las fotografías son de mujeres desconocidas que caminan a diario por Valparaíso. Hoy recuerdo cada detalle, cada lugar con rabia. Siento haberlas expuesto sin quererlo. Hoy comprendo que no fue mi culpa.

                A los 15 años tuve que soportar que un hombre me encañonara con una pseudo pistola y me llevará por un callejón bajo amenaza. Hace unos días, y consecuencia de un asalto, tuve que aguantar que un puto de mierda me manoseara como si nada. ¿Hasta cuándo tenemos que aguantar que cosas como estas continúen ocurriendo? Nos vulneran, nos violentan, nos violan, nos maltratan. Pero hoy no estoy dispuesta a seguir callando.

                El acoso callejero es – en todas sus formas- una práctica totalmente abusiva y patriarcal. Sé que es complejo tomar conciencia sobre lo que ocurre en torno a esto, sobre todo si pensamos que vivimos en una sociedad androcéntrica, donde se presenta a la mujer en completa subordinación del hombre.

                Hace mucho tiempo debí levantar la voz. Hoy renuncio a la culpa. Hoy renuncio al miedo. Hoy vuelvo más segura que nunca. Hoy escribo, porque tal como leí hace algún tiempo escribir te permite dar las cosas por zanjadas: los fantasmas, las obsesiones, los remordimientos y los recuerdos que nos despellejan vivos. Hoy no tiemblo, hoy lucho.

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                  Mi polola tenía miedo de irse sola a su casa, pues decía que era peligroso caminar desde el metro Quilín (sea la hora que fuere) hasta su casa, a la altura de Ramón Cruz, por lo que cuando se quedaba en mi casa hasta tarde, yo debía ir a dejarla tras ella pedírmelo con tono de ruego (yo creyendo inocentemente que no era peligroso que ella se fuera sola hasta su casa).

                  Durante meses lo hice. Una hora de camino a su casa, sin que sucediera nada. El día que le pedí que se fuera sola, un tipo la acosó sexualmente.

                  Es urgente desnaturalizar la violencia y la existencia de medios que permitan a la mujer autotutelar su defensa en el momento exacto del acoso. No se puede confiar en las fuerzas de orden público ni en el funcionamiento de las instituciones en estas situaciones.

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                    Estudio Diseño Industrial, por ende, a lo largo de mi carrera he necesitado adquirir materiales de construcción. Como no todos son asequibles en grandes ferreterías, terminamos yendo a avenida Matta o 10 de Julio, lo cual ha resultado siempre incómodo para las mujeres, ya que no importa cómo una esté vestida, siempre te miran de forma depravada y te gritan cosas, da igual si están caminando en la acera del frente, en la misma o van en su auto: te gritarán de todo. Como queda cerca de la universidad, decidimos ir con nuestro overol de trabajo, pero empeoró la situación. Como si la fantasía sexual de estos acosadores fuera una joven de la constru que perfectamente podría ser su nieta.

                    En fin, dentro de todo, me considero una mujer con bastante suerte respecto de lo vivido en acoso sexual callejero. Afortunadamente, no he sufrido tocaciones de ningún tipo, solo miradas y gritos de viejos asquerosos. Sin embargo, la experiencia que vengo a contar la considero la peor de todas (al menos para mí).

                    Necesitaba encontrar un tornero para que me realizara un trabajo, por lo que fui a avenida Matta. Mientras realizaba mi búsqueda, me detuve en un carrito de sopaipillas en avenida Matta con San Diego, las estaban recién preparando, por lo que estuve un momento parada esperando junto a una pareja. Al poco rato, apareció un hombre que también quería comprar sopaipillas. Era de contextura delgada, de unos 53 años, con polera azul y gorra de la Universidad de Chile; medía alrededor de 1,70 cm., o quizás un poco más. No lo miré a la cara, pero sentí que él lo hacía y que además se había parado lo suficientemente cerca como para hacerme sentir incómoda. Erróneamente, quise pensar no me estaba mirando y que quizás me pasaba películas. Fueron como dos minutos pero se me hicieron eternos, solo quería salir de ahí. Apenas las sopaipillas estuvieron listas, la pareja sacó las suyas y yo también saqué la mía. En eso, el tipo tomó el frasco de mayonesa y me dijo: “¿mayonesa?”.

                    Fue ahí cuando lo miré a la cara por primera vez, al verlo me invadió una sensación de querer salir corriendo. Pero de forma educada respondí “no, gracias” y me fui caminando rápido. No quería hacer un escándalo sin tener pruebas, solo quería alejarme lo antes posible. No alcancé a llegar a mitad de la cuadra cuando me di cuenta que este tipo iba atrás de mí. Intenté seguir caminando como si no pasara nada hasta que llegué a una tienda de electrónica y entré. Los vendedores salieron a atenderme, entonces les dije “creo que me están siguiendo” asegurando en todo momento que “no estaba segura”. Afortunadamente se asomaron rápido a la entrada para vigilar al tipo que acababa de pasar y me dijeron que me quedara adentro. Ahí confirmaron que estaba en lo cierto, pues el tipo varias veces volteó a ver si salía del local.

                    Me quedé un rato, intentando calmarme hasta que el tipo desapareció. Le conté a mi pololo y se preocupó. Ahora, siempre que tengo que volver a ese lugar, intenta acompañarme para que no me vuelva a pasar algo así. La verdad es que agradezco el gesto, pero encuentro el colmo que para poder caminar un poco más tranquila por la calle, deba andar acompañada (si tengo que hacerlo lo hago igual, pero siempre con cuidado).

                    Actualmente, cada vez que paso por esa esquina recuerdo al tipo ese y me pongo en estado de alerta esperando a ver si vuelvo a encontrarme a ese asqueroso. Por lo mismo, tampoco he vuelto a parar en ese carro de sopaipillas.

                    Lo único positivo que pude sacar de esa experiencia, fue la reacción de mi papá cuando le conté. Él se reía del acoso callejero, del Observatorio, decía que las mujeres hacíamos escándalo por los “piropos”. Sin embargo, cuando le conté y se dio cuenta del verdadero peligro que podía correr, se tomó en serio el tema y empezó a escucharme. Ahora valora la acción del Observatorio Contra el Acoso Callejero.

                    Pero a lo que a mí respecta, creo que es un episodio que no olvidaré nunca y espero que cuando llegue el día que tenga una hija, no tenga que vivir con este miedo a salir a la calle, ni a la gente.

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                      Iba camino al gimnasio cuando los típicos conductores empezaron a gritarme groserías. Después, me topé con un tipo que estaba cargando un camión y empezó a susurrarme cosas que ignoré por miedo, entonces caminé más rápido. Luego de eso, otro trabajador que estaba cargando cajas en el mismo camión se me acercó y susurró al oído, traté de esquivarlo pero estaba el camión en el costado. Sentí su cara a centímetros de la mía mientras él me decía que estaba guapa. La verdad, lo único que quería era llorar a pesar de que no significaba nada. No es un halago cuando violan tu espacio personal.