niño

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    Cuando tenía 14 años, estaba en una escuela de modelos, por lo que iba a clases de pasarela. Era muy menor, pero alta para mi edad. Un día, bajé en San Diego para tomar el Metro. No llevaba ni dos pasos en la vereda, cuando un hombre que iba con su hijo de al menos 8 años me dijo (parándose frente a mí): “Te chuparía todo el chorito”. Quedé pasmada, a pesar de haber sufrido acoso con anterioridad. El hijo del hombre se puso rojo de vergüenza y le decía: “Papá por favor cállate’’, sin embargo mientras me alejaba, el hombre insistía en referirse a mi vagina. Llegué a mis clases llorando y no sabía qué decir cuando me preguntaron qué me pasaba.

    Todavía siento rabia al recordar el episodio tan violento al que me vi enfrentada, y más encima delante de un pequeño de 8 años. Su padre no tuvo interés en escuchar sus ruegos. Yo sentí horror, rabia y pena. Por eso creo, que educar es la clave para que estás cosas tan insertas en nuestra cultura, desaparezcan.

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      Las personas creen que se pueden dar libertades con el cuerpo femenino en la playa, ¿será porque están acostumbrados a ver bikinis pequeños y mujeres disfrutando del sol para adquirir un buen bronceado para sentirse bellas?

      Ellos, sí los hombres (aclaro que algunos, no todos), se dan el lujo de sentir que están en un centro de entretención, viendo el “botín”, para la ” buena caza”, como si la playa fuera un lugar para observar. Creo que aquello les da un toque de “hombría”, que los hace sentirse más que las mujeres.

      Una noche, caminando por mi condominio, abrigada por el frío que hacía, me acerqué al portón, lugar de ” seguridad”, donde la luz encandilaba. Ahí, junto a una caseta, divisé  a tres personas; una de un porte que daba a entender que era el “guardia” y dos pequeños, que como hace justicia la herencia del lugar, eran niños que se acercaban a charlar con el hombre para entretenerlo un rato. Recordé mi infancia y me acerqué, llena de nostalgia, para llegar a un lugar iluminado (por fin) y recordar viejos tiempos.

      Mientras me fui acercando, sentí un silencio sepulcral. Un niño se acercó a mí, rodeándome. Una nunca piensa mal de los niños, por lo que, continué el camino. Casi en la esquina de mi destino (sí, mi casa), empezaron las risas y los gritos. Unos gritos con una voz aguda, propia de un niño de 12 años, pero los improperios que salieron de su boca, definitivamente, no respondieron a esa edad.

      Acoso callejero queda pequeño. A ese niño sólo le faltó pedirme sexo oral por medio de gritos que, a las diez de la noche, retumbaron por todo el condominio. Me sentí usada y sucia por una sociedad que no enseña a los niños a tratar bien a las mujeres, por la que es mal visto que andemos solas en la noche, sin importar la ropa que usemos.

      Simplemente, tener un órgano sexual distinto es causa de que dos días después me preguntara, desvelada a las 3:30 de la mañana, por esa madre, ¿le enseñará respeto hacia las mujeres? Ese padre, ¿le enseñará cómo tratarlas? El sistema educacional, ¿será capaz de enseñar, de una vez por todas, el respeto hacia las personas? ¿Seremos capaces, algún día, de caminar tranquilas por las calles sin pensar que es “normal” que los hombres nos griten improperios, justificándolos como “piropos”?