Por Joaquín Satibáñez Padilla
La violencia infantilizada y normalizada del piropo debe ser respondida con educación y agresividad.
Un piropo no es un halago, es una forma de pretender “poseer” a una mujer: “tomar” su cuerpo y mantenerlas en un estado de falsa sumisión, desventaja y sujeta a cánones sexistas de belleza.
Detrás de este gesto, no hay selección: niñas y jóvenes crecen oprimidas, entendiendo que son objeto y sujeto de deseo. Culpables de ser abusadas y violadas.
El piropo y las otras formas de violencia hacia la mujer (entre las cuales podemos mencionar las de carácter laboral, educacional, obstétrica, económica, por mencionar sólo algunas), se erradican con violencia: hacia el hombre y a la mujer, que pretendan reproducir esta “tradición”. Hacia el Estado, sus órganos e instituciones, que mantienen en un constante desamparo a la mujer. En contra de los medios de comunicación, programas de televisión, publicidad que cosifiquen a la mujer, que la vulgaricen y, finalmente, hacia todo aquello que las despoje de poder.
Se erradica, también, pero más lentamente (demorando un par de generaciones, tal vez), a través de la educación, en la cual madres y padres, en primera instancia, somos responsables en detener esta violencia. Niñas y niños deben crecer en las mismas condiciones. Los otros espacios de socialización, especialmente el colegio, deben incorporar un discurso y práctica cada vez más cercana a la educación en torno al género, al respeto hacia la mujer quien, lamentablemente, pertenece al grupo social que en este momento se encuentra mayormente vulnerable en nuestra sociedad.
Al hablar de este tema, pienso en estos dos caminos, los cuales deben comenzar desde ya. Aprovechar que se está haciendo ruido, que los más conservadores se sacan las máscaras y cuestionan esta clase de trabajos u opiniones, junto con esto llegan más agresiones que pretenden invalidar e invisibilizar las terribles experiencias que, valientemente, han compartido con nosotros muchas mujeres a través de los testimonios que se han publicado. Las agresiones, probablemente seguirán; sin embargo, lo importante es que el tema ya está instalado.
No quiero que violenten a mi hija, ni a mi compañera, ni a mi madre ni a mis hermanas. No les inculcaré, ni reproduciré, el temor al cual están expuestas.
Es por esto que yo -hombre-, NO ME SUMO a la violencia histórica contra la mujer. Y con ello pretendo, al interior de mi círculo social (particularmente espacios con hombres) sin temor a ser ridiculizado, poner el tema; evidenciar la violencia; criticar a quien la defienda; frenar a quien violente.