Tres veces he llegado llorando a mi casa. La vez más emblemática fue en Providencia, cuando un hombre mayor venía frente mío y no me dejó pasar. Puso su cara en frente para decirme obscenidades. Me corrí y le dije “asqueroso”. Él se devolvió y me dijo “¿a ver?”. Yo le contesté, “¿qué te pasa, hueón? Y lo traté de empujar para que se despegara de mí. Entonces, él me agarró la mano y la forcejeó. Traté de pegarle en la otra mano y me di cuenta que era manco. Le dije, “por eso erís manco, hueón”. Corrí, miré hacia atrás y él me seguía. Tomé la primera micro que había en el paradero, el micrero no lo vio y alcanzó a cerrar las puertas antes de que el hombre subiera.