perseguida

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    Estudio Diseño Industrial, por ende, a lo largo de mi carrera he necesitado adquirir materiales de construcción. Como no todos son asequibles en grandes ferreterías, terminamos yendo a avenida Matta o 10 de Julio, lo cual ha resultado siempre incómodo para las mujeres, ya que no importa cómo una esté vestida, siempre te miran de forma depravada y te gritan cosas, da igual si están caminando en la acera del frente, en la misma o van en su auto: te gritarán de todo. Como queda cerca de la universidad, decidimos ir con nuestro overol de trabajo, pero empeoró la situación. Como si la fantasía sexual de estos acosadores fuera una joven de la constru que perfectamente podría ser su nieta.

    En fin, dentro de todo, me considero una mujer con bastante suerte respecto de lo vivido en acoso sexual callejero. Afortunadamente, no he sufrido tocaciones de ningún tipo, solo miradas y gritos de viejos asquerosos. Sin embargo, la experiencia que vengo a contar la considero la peor de todas (al menos para mí).

    Necesitaba encontrar un tornero para que me realizara un trabajo, por lo que fui a avenida Matta. Mientras realizaba mi búsqueda, me detuve en un carrito de sopaipillas en avenida Matta con San Diego, las estaban recién preparando, por lo que estuve un momento parada esperando junto a una pareja. Al poco rato, apareció un hombre que también quería comprar sopaipillas. Era de contextura delgada, de unos 53 años, con polera azul y gorra de la Universidad de Chile; medía alrededor de 1,70 cm., o quizás un poco más. No lo miré a la cara, pero sentí que él lo hacía y que además se había parado lo suficientemente cerca como para hacerme sentir incómoda. Erróneamente, quise pensar no me estaba mirando y que quizás me pasaba películas. Fueron como dos minutos pero se me hicieron eternos, solo quería salir de ahí. Apenas las sopaipillas estuvieron listas, la pareja sacó las suyas y yo también saqué la mía. En eso, el tipo tomó el frasco de mayonesa y me dijo: “¿mayonesa?”.

    Fue ahí cuando lo miré a la cara por primera vez, al verlo me invadió una sensación de querer salir corriendo. Pero de forma educada respondí “no, gracias” y me fui caminando rápido. No quería hacer un escándalo sin tener pruebas, solo quería alejarme lo antes posible. No alcancé a llegar a mitad de la cuadra cuando me di cuenta que este tipo iba atrás de mí. Intenté seguir caminando como si no pasara nada hasta que llegué a una tienda de electrónica y entré. Los vendedores salieron a atenderme, entonces les dije “creo que me están siguiendo” asegurando en todo momento que “no estaba segura”. Afortunadamente se asomaron rápido a la entrada para vigilar al tipo que acababa de pasar y me dijeron que me quedara adentro. Ahí confirmaron que estaba en lo cierto, pues el tipo varias veces volteó a ver si salía del local.

    Me quedé un rato, intentando calmarme hasta que el tipo desapareció. Le conté a mi pololo y se preocupó. Ahora, siempre que tengo que volver a ese lugar, intenta acompañarme para que no me vuelva a pasar algo así. La verdad es que agradezco el gesto, pero encuentro el colmo que para poder caminar un poco más tranquila por la calle, deba andar acompañada (si tengo que hacerlo lo hago igual, pero siempre con cuidado).

    Actualmente, cada vez que paso por esa esquina recuerdo al tipo ese y me pongo en estado de alerta esperando a ver si vuelvo a encontrarme a ese asqueroso. Por lo mismo, tampoco he vuelto a parar en ese carro de sopaipillas.

    Lo único positivo que pude sacar de esa experiencia, fue la reacción de mi papá cuando le conté. Él se reía del acoso callejero, del Observatorio, decía que las mujeres hacíamos escándalo por los “piropos”. Sin embargo, cuando le conté y se dio cuenta del verdadero peligro que podía correr, se tomó en serio el tema y empezó a escucharme. Ahora valora la acción del Observatorio Contra el Acoso Callejero.

    Pero a lo que a mí respecta, creo que es un episodio que no olvidaré nunca y espero que cuando llegue el día que tenga una hija, no tenga que vivir con este miedo a salir a la calle, ni a la gente.

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      Iba caminando, a plena luz del día, a la casa de un compañero de curso para hacer un trabajo del colegio. Estaba usando un jumper y un auto me siguió varias cuadras. El conductor, durante un par de minutos, me dijo todas las cosas que le haría a mi cuerpo. Irreproducibles. Pensé que me iba a violar.

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        Les comento que soy una estudiante universitaria de 23 años, y actualmente estoy en mi último curso. Mi apariencia física es como la de una adolescente, especialmente mi rostro, incluso aquellos que no me conocen me consideran de 16 años. Desde hace al menos 3 años, he sido reiteradas veces víctima de acoso callejero.

        La primera, ocurrió cuando tenía 15 años. Un hombre me siguió hasta mi establecimiento sin dejar de observarme. Mis padres me aconsejaron que cambiara el horario en el que llegaba y lo hice. Después de eso no volvió a ocurrir nada, por lo que no me preocupe más del tema.

        Uno de los episodios más fuertes que he vivido, fue hace un par de años. Iba viajando en un bus lleno y un hombre se quedó parado detrás mío. Como no tenía espacio para moverme, el tipo se quedó ahí y puso sus brazos muy cerca de mí pero sin tocarme. Sin embargo, sentí como me “punteaba” descaradamente y nadie me ayudó. Intente correrme, pero no me dejó y cada vez que recuerdo esto vuelve a mí la impotencia y el asco que sentí. Luego él se bajó y yo quedé en blanco sin saber qué hacer. No le conté a mi familia, ya que no me dejarían seguir haciendo los viajes como siempre; todo esto me lo guardé con la esperanza de no volver a ver a este sujeto. Desde ese día, tengo cuidado de quienes se acercan y cómo me miran.

        En otras ocasiones los hombres que me encuentro en el trayecto de salida de la universidad se me cruzan para tirarme besos, decirme cosas de connotación sexual o algún tipo de frase que no se atreven a decir en frente de más público. Nunca son las mismas personas, pero la inseguridad sigue siendo la misma.

        No le cuento esto a otras personas, en primer lugar por el miedo de que me culpen a mí misma de provocar estas conductas. Yo no me visto provocativamente, no me gustan los escotes ni andar con
        faldas. Además, me he percatado que las veces que más me han molestado, siempre ha sido cuando ando más tapada, con ropa suelta y con una apariencia más infantil. En segundo, porque no hay nadie que le dé la importancia que tiene a esta problemática. Muchos dicen que le pongo mucho ‘‘color’’, incluso cuando estas situaciones me hacen sentirme pasada a llevar como mujer y como persona. Y en tercer lugar, mi familia es muy conservadora, por lo que esto es un tema tabú, pese a que mis primas también podrían llegar a sufrir los mismos abusos que yo.

        Esto es lo que quería contar, ya que llevo mucho tiempo con esto guardado. Espero que estas acciones el día de mañana sean sancionadas y el acoso callejero se considere un delito.

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          Un día cuando me disponía a ir a clases particulares, un hombre de 18 años más o menos empezó a seguirme. Yo aceleré el paso, ya que nunca había sufrido acoso ni nada similar. Cuando ya estaba en la puerta del establecimiento, me percaté que el tipo se había quedado un poco atrás, pero sentí que iba a venir hacia mí. Me puse tan nerviosa, que empecé a tocar la puerta para que alguien me abriera; cuando por fin lo hicieron, él me dijo a escasos pasos: “Pero no se me esconda mamita”. El acosador se rió y no dejó de mirarme hasta que entré.

          Nunca había sentido tanto miedo. Algunas veces cuando voy sola, me acuerdo de esto y pienso en qué habría pasado si nadie hubiera abierto la puerta.

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            En estas calles de Chile, muchas mujeres han sufrido algún tipo de acoso. En algunos casos, más de uno. Las calles de Valparaíso no son para nada tranquilas y no hay diferencia entre noche y día. Las personas que presencian estas situaciones no hacen más que eso, presenciar el abuso.

            Hoy, un tipo algo ebrio -la verdad, ebrio era lo menos que podía tener, probablemente tenía otro tipo de droga en el cuerpo y no me refiero a marihuana- me tiró el pelo e intentó acosarme No me soltó inmediatamente, por lo que le dije “oye, para la hueá” y comenzó a insultarme. No me dejó seguir mi camino e intentaba provocarme para que le pegara. Me decía “pégame,
            poh”, reiteradas veces. Su “acompañante” rápidamente se fue. Pude hacerme a un lado e intentar seguir mi camino, pero el tipo caminaba detrás de mí y me decía; “cuando esté sano, te las vas a ver conmigo”, “¿acaso no me has visto?, ¿no me conoces maraca culiá?”, y volvía a repetir “cuando esté sano te las vas a ver conmigo”.

            Era un tipo que no se veía de poco dinero. Tomé mi celular, me vio y cruzó la calle. Inmediatamente, se fue. Carabineros no contestó en las más de cinco llamadas que hice. Unos bomberos me dijeron que  tomara la micro para irme a casa, que los carabineros no contestan, ellos me “custodiaron” mientras tomaba la micro.

            Es horrible cómo muchas mujeres que son acosadas -y otras hasta violadas- no pueden obtener justicia en este país, pues estos tipos saben muy bien que con contactos y dinero salvan la situación. Como mujer, ya estoy cansada de ver y de tener que cruzar o “dar la vuelta más larga” para poder ir un poco, solo un poco, más segura. Estoy cansada y me da mucha impotencia tener que soportar este tipo de situaciones, ya que el tipo que tienes en frente es muy poderoso o simplemente no hay asistencia policial. IMPOTENCIA.