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    El pasado 15 de junio, el Observatorio Contra el Acoso Callejero realizó una intervención en el establecimiento educacional. La charla fue convocada y organizada por las mismas alumnas y sirvió como instancia para generar consciencia respecto a la problemática que el acoso significa.

    Las alumnas del Liceo 7 de Providencia se cansaron de las miradas con doble intención, los comentarios fuera de lugar, los actos desagradables y las relaciones inapropiadas entre profesores y estudiantes menores de edad, por lo que este año marcharon bajo la consigna “Ni me callo, ni me aguanto”, con el fin de visibilizar las más de ochenta denuncias que se han realizado por acoso sexual.

    En este contexto, el pasado 15 de junio, a las 10 de la mañana, el Observatorio Contra el Acoso Callejero (OCAC) se dirigió a este emblemático liceo para hablar sobre acoso sexual y violencia LGTBIQ. Francisca Valenzuela, presidenta de OCAC, junto a María de los Ángeles Espejo y Graciela Madrid, ambas del equipo de intervención, lideraron la charla que se extendió por más de dos horas y convocó a 15 alumnas del liceo.

    Javiera Prieto, del equipo de intervención de OCAC, contó un poco acerca de lo sucedido en el establecimiento. “Se invitó a las alumnas a que dibujaran una persona en un papelógrafo y escribieran como se sentían cuando han recibido acosos, la instancia sirvió para que reflexionaran y nos hicieran preguntas (…) también nos compartieron sus experiencias”, explicó.

    Para las alumnas la instancia fue bastante significativa, Valentina Fritz, estudiante de segundo año medio del liceo, destacó lo aprendido. “La actividad fue súper informativa, nos enseñaron cómo reaccionar frente una situación de acoso sexual callejero”. Valentina también agradeció el compromiso que vio por parte del equipo de OCAC: “nos dijeron que si necesitábamos ayuda legal ellas nos podían ayudar”.

    Por su lado, Rebeca Fernández, también alumna de segundo medio, agregó lo importante que son estas situaciones educativas, ya que “la violencia se había normalizado y estas actividades nos sirven para que eso pare”. Además señaló que en un futuro le interesaría que en el establecimiento se pudiera realizar un foro sobre violencia en la pareja.

    Situaciones de violencia de género como ocurren en el Liceo 7, son más comunes de lo que se cree, por eso es muy importante que las escuelas entreguen las herramientas necesarias para que las alumnas/os puedan defenderse y protegerse. Para el equipo de OCAC aún queda mucho trabajo por hacer, “la idea es realizar otra jornada donde se toque temas más jurídicos”, finalizó Javiera Prieto.

    Por Vicente Gutiérrez.

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      "No podemos dejar que nuestras escolares se sientan culpables al ser acosadas y no debemos callar ante un acosador. Que lo que le pasó a mi compañera y a tantas niñas y mujeres no se repita. Partamos educando."

      Debemos haber tenido unos 15 años. Quizás 16. Habíamos salido temprano por algún acto del colegio y, como solíamos hacer, nos fuimos a la feria artesanal para mirar los puestitos con las mismas chucherías de siempre: cueros para usar como pulseras o en el cuello, pañuelos, aros baratos, posters o chapitas del grupo de moda. No nos dimos cuenta cómo pasó, lo supimos después, cuando llegaron a contarnos: un tipo le había agarrado el poto a una compañera.

      Al día siguiente, el rumor ya se había expandido por todo el colegio: en la feria artesanal habían manoseado a una compañera. La chica era amiga mía, así que me preocupé y fui a hablar con ella. Hablar es un decir, ella sólo podía llorar al recordar el incidente que la dejó paralizada, vulnerable en su traje de colegiala, como una niña a pesar de que ya nos creíamos adultas.

      La chica lloraba con hipo, lloraba con el alma, con pena y con rabia, porque seguramente no supo qué hacer frente a la brutalidad de la acción. El grupo más cercano la consolábamos y las otras, las que no eran sus amigas o le tenían mala, comentaban que cómo se le ocurría andar con ese jumper tan corto. Aunque no lo dijeran abiertamente, pensaban que, en el fondo, era su culpa.

      Recuerdo que ya en esa época me dio rabia y tuve la sensación de que algo no estaba bien, de que era injusto que un imbécil se sintiera con el derecho de manosear a una colegiala sólo porque podía.

      Hoy, viéndolo con la perspectiva del tiempo y de lo que ahora sé sobre el acoso sexual callejero, hay un punto en especial que me llama la atención: la actitud de los y las profesoras de mi colegio. Ninguno se acercó a mi compañera, y si lo hizo sólo fue para consolarla, mas no para empoderarla. Nadie nos habló de acoso. Nadie nos enseñó cómo teníamos que reaccionar. Nadie nos dijo que no era nuestra culpa. Lo tomaron como un caso más, algo que a veces sucedía y que, como la lluvia, no se podía hacer nada por evitarlo, sólo esperar que pasara.

      Y pienso en la reacción de mis profesores y profesoras, y me da rabia. Me da rabia que no hayan sido capaces de ver más allá del acto mismo, de no prestar ayuda de verdad creando consciencia sobre lo terrible del acoso callejero, diciéndonos que no estábamos solas, que nos teníamos (y nos tenemos) las unas a las otras para cuidarnos y para apoyarnos. Porque, quizás,uno de los mayores problemas que tenemos al enfrentar el acoso es que es un tema del que no se habla, por miedo, por vergüenza o, peor, porque lo hemos naturalizado. Porque creemos que, como la lluvia, no va a cambiar.

      El problema es que nosotras a los 15 años podíamos equivocarnos, pero nuestros profesores tendrían que haber hecho algo. Las escolares son uno de los grupos más vulnerables al acoso sexual callejero y, sin embargo, muchos colegios insisten en ignorar esta problemática, dejando a las personas que lo sufren en una situación de gran soledad, vergüenza y dolor.

      Es fundamental que los educadores y educadoras sean un agente activo en la erradicación de este tipo de violencia de género, educando para que sus alumnos no se conviertan en potenciales acosadores y conteniendo de manera apropiada a aquellos estudiantes que lo han sufrido.

      Uno de los primeros pasos para terminar con el acoso sexual callejero es desnaturalizándolo y terminando con el círculo de silencios. Porque aquí hay dos tipos de silencio: el silencio culpable y el silencio cómplice. No podemos dejar que nuestras escolares se sientan culpables al ser acosadas y no debemos callar ante un acosador. Que lo que le pasó a mi compañera y a tantas niñas y mujeres no se repita. Partamos educando.

      * Columna original publicada por Myriam Aravena en el El Mostrador.