
Sí, yo viví con un acosador callejero. Durante cuatro años creí estar en la relación perfecta. Perfecta desde el punto de vista de lo clásico: vivir juntos y planificar parte de lo que vendrá. Estándares, por supuesto. La verdad es que nunca sospeché las perturbadoras intenciones que escondía mi pololo de aquella época. Quizás existieron señales que indicaban que estaba en una tóxica relación. Lamentable no fui capaz de reaccionar a tiempo.
Crecí, como tantas otras mujeres, con violentos estereotipos que se presentan en nuestra sociedad como entidades inmodificables que a la larga terminan limitándonos como mujeres, con ideales de belleza imposibles de alcanzar, además de otras tantas absurdas construcciones sobre el amor romántico, naturalizando situaciones que nos destruyen como mujeres pero sobre todo como sociedad.
Con el paso de tiempo, las cosas ya no andaban bien. La inseguridad era algo que vivía a diario. Conductas machistas, celos, y por ahí otras cosas que ya no vale la pena mencionar, confirmaban que aquella relación no tenía ningún futuro. Pero finalmente lo que terminó por quebrarla fue descubrir que mi pareja era un ACOSADOR CALLEJERO.
Aquello que repudiada con el alma y que rechazaba a diario estaba mucho más cerca de lo que yo pensaba. “Sin querer” comencé a hurgar en su computador. Realmente no imaginaba con qué me iba a encontrar. Para ser sincera, no era algo que acostumbraba a hacer. Entiendo que vivir en pareja no es sinónimo de coartar espacios. Pero para mí desgracia, y la de muchas mujeres, encontré algo horrible: carpetas llenas de fotografías y vídeos de alto contenido erótico y sexual tomadas silenciosamente – a través de un celular- por quien era en ese minuto mi pololo.
El puto miedo me paralizó. No supe cómo reaccionar. ¿Tenía yo la culpa de aquello que estaba pasando? ¿Cómo no pude ver esta situación antes? ¿Con quién estaba viviendo realmente?
Descubrir que este “hombre” fotografiaba de forma silenciosa las partes íntimas de cualquier mujer que pudiese estar a su alrededor, fue algo que me mantuvo en shock durante horas, días y meses. Hasta el día de hoy lamento que mujeres de mi familia, amigas, conocidas, compañeras de su trabajo y gimnasio hayan sido violentadas de esa forma, sin que muchas de ellas- hasta el día de hoy – tengan conocimiento de lo ocurrido.
Sentí pena y vergüenza con lo ocurrido. Me sentí completamente vulnerable. Transgredió completamente mi cuerpo, mi confianza y mi libertad. Me violentó y no sólo la mí sino también a muchas mujeres que caminan libres por las calles sin saber qué cosas como estas se viven a diario. Me aterra pensar que se trata de una práctica naturalizada por muchos hombres. Realmente me perturba pensar que muchas de las fotografías son de mujeres desconocidas que caminan a diario por Valparaíso. Hoy recuerdo cada detalle, cada lugar con rabia. Siento haberlas expuesto sin quererlo. Hoy comprendo que no fue mi culpa.
A los 15 años tuve que soportar que un hombre me encañonara con una pseudo pistola y me llevará por un callejón bajo amenaza. Hace unos días, y consecuencia de un asalto, tuve que aguantar que un puto de mierda me manoseara como si nada. ¿Hasta cuándo tenemos que aguantar que cosas como estas continúen ocurriendo? Nos vulneran, nos violentan, nos violan, nos maltratan. Pero hoy no estoy dispuesta a seguir callando.
El acoso callejero es – en todas sus formas- una práctica totalmente abusiva y patriarcal. Sé que es complejo tomar conciencia sobre lo que ocurre en torno a esto, sobre todo si pensamos que vivimos en una sociedad androcéntrica, donde se presenta a la mujer en completa subordinación del hombre.
Hace mucho tiempo debí levantar la voz. Hoy renuncio a la culpa. Hoy renuncio al miedo. Hoy vuelvo más segura que nunca. Hoy escribo, porque tal como leí hace algún tiempo escribir te permite dar las cosas por zanjadas: los fantasmas, las obsesiones, los remordimientos y los recuerdos que nos despellejan vivos. Hoy no tiemblo, hoy lucho.