Rabia

    0 1962

    principal testimonios

    Ya han pasado 9 años desde que fui acosada y cada vez que lo recuerdo se me aprieta el pecho.  Tenía 12 años, estaba en plena adolescencia, pero a pesar de ello yo era bien niña; prefería mil veces jugar a las muñecas que pintarme o dedicarme a los estudios, hasta que un día mi inocencia se vio interrumpida.

    Un viernes después del colegio, a eso de las 14:00 horas, me subí a una micro por Av. Santa Rosa para después hacer la combinación en el Metro y poder ir a la casa de mi abuela que quedaba al otro extremo de la ciudad. Cuando por fin llegué a la estación de  Metro me di cuenta que no tenía pase, así que tuve que abortar la idea de ir donde mi abuela y devolverme a la casa. Tomé nuevamente una micro y me ubiqué en los asientos que están al lado de la puerta y mirando en dirección del chofer. Fue ahí cuando me percaté que enfrente mío había un señor de unos 60 años de edad, con cabello descuidado y que me miraba fijo. La situación me incomodó así que volteé la mirada hacia la ventana, pero él siguió con su vista en mi. Entonces me di vuelta y lo miré con ojos desafiantes. Sin ninguna clase de vergüenza el hombre sacó su lengua y la pasó una y otra vez por su boca, haciendo gestos obscenos. Luego se paró y se sentó detrás mío. Me asusté tanto que me bajé en el primer paradero que pude. Quedé con el corazón apretado y asqueada.

    Esa fue una mi primera experiencia de acoso callejero, la más aterradora, pero no la única.

      0 1919

      principal testimonios

      Hace poco escuché a alguien decir, muy sensatamente, que ser revolucionario hoy en día es ser una persona amable con los demás. Esto se vuelve especialmente complejo en Santiago, que se ha transformado en un lugar hostil, donde el que sobrevive es el más fuerte y con un sistema educativo que fomenta el individualismo. Siempre he sido consciente de esto, por lo que soy amable con las personas cuando me preguntan direcciones en la calle. Pero desde ayer que estoy cuestionando esa gentileza intrínseca.

      Con mi jefa fuimos a charla muy motivadora de Benito Baranda en el Club Providencia. Salimos contentas y con ideas frescas para el proyecto social en que trabajamos. Pedimos un taxi y lo esperamos en las afueras del Colegio San Ignacio El Bosque, un barrio que se caracteriza por su limpieza y seguridad. De repente, se acerca un tipo joven en auto y con una pinta muy normal, y nos pregunta a viva voz: “¿Cómo llego a Av. Providencia?”. Como hablo fuerte no me acerqué al auto, sólo me limité a darle las instrucciones. A la distancia, y gracias a mi vista periférica, me di cuenta que estaba sin pantalones y masturbándose. Mi jefa de inmediato se dio vuelta y quedó en silencio, pero yo le seguí respondiendo como si no me hubiese dado cuenta. No quería darle el placer de intimidarme. Me dio las gracias y arrancó a toda velocidad.

      No es la primera vez que me ocurre, por eso pude reaccionar con naturalidad. Mi jefa quedó muy afectada, le daba pena pensar que algo así le podría pasar a su hija pequeña. Cuando contamos lo ocurrido tuvimos varias opiniones, algunos se rieron como si se hubiera tratado de una buena broma, mientras que otros fueron más comprensivos. Lo que no muchos saben es que la conducta de esta persona es un delito, con todas sus letras, comprendido en el artículo 373 del Código Penal y en el que se otorga una pena baja (61 días a tres años de reclusión). Si le hubiese pasado a un menor de edad, la pena sube un grado (presidio de 541 días pudiendo llegar a cinco años).

      Esa misma tarde estaba leyendo una página de turismo con recomendaciones de seguridad para extranjeros que quieren venir a Chile. Allí recomiendan que si están en Santiago, deben permanecer “extremadamente atentos de quienes los rodean y pensar primero en su seguridad y, en segundo lugar, los buenos modales”. Antes del incidente hubiera encontrado una exageración la recomendación, pero hoy me encuentro absolutamente hostil y no quiero que nadie me hable en la calle, exclusivamente por miedo y frustración.

        0 2135

        principal testimonios

        Aún recuerdo cuando tenía tan solo 11 años de edad. Era verano y como era frecuente para la fecha, por el calor y el sol, viajamos a una playa cercana de vacaciones.  Hasta ahí todo marchaba bien. Yo era una chica muy tímida y aún no tenía malos pensamientos, vivía en un mundo bastante infantil e inocente, hasta que pasó lo que tenía que pasar: un día fuimos a la playa con mis abuelos y mi hermano bebé. Ellos me dieron permiso para bañarlo, así que lo tomé en brazo y estuvimos chapoteando en la orilla. Había mucha gente, algo normal en ese balneario, la estábamos pasando tan bien hasta que de repente, sentí dos manos grandes que me agarraron mi trasero de una manera tan asquerosa y brutal… ¡Sin pudor me agarró y apretó hasta más no poder! Con el impacto salté y casi solté a mi hermano. Rápidamente,  me  di vuelta y no encontré a nadie: el cobarde se había sumergido bajo del agua. Tras la horrible y chocante experiencia, fui hasta donde estaban mis abuelos con un dolor terrible y con la cara llena de lágrimas. Dejé sentado a mi hermano y no hice más que llorar,  mi abuelo quiso llamar a alguien, pero como no vi su rostro, nadie nos iba a prestar atención.

        Mi abuela me consoló y me dijo algo que ahora creo que está mal: “Hija estas cosas  pasan y te pasarán siempre”. Nos fuimos del lugar y cuando llegamos a casa aún sentía dolor en mi cuerpo. Las manos de ese hombre grotesco y bruto que quedaron marcadas como por tres días. Sentía asco y repulsión. ¿Por qué me tenía que pasar esto a mí? Mi madre y abuela sólo me  decían que era por ser mujer. No era la mejor respuesta. Somos niñas, somos mujeres y nadie tiene el derecho de hacernos ni decirnos nada, menos quitarnos nuestra inocencia.

        Han pasado 10 años y aún siento miedo de bañarme en la orilla de la playa. Crecí con ese miedo constante hacia los hombres. Ahora, con mayor madurez, no dejo que nadie me piropee o me diga cosas. Los enfrento y hago pasar vergüenza públicamente.

        Con mi familia nunca volvimos a hablar de lo sucedido, pero me di el valor de contar mi testimonio para que este tipo de situaciones no vuelvan a suceder. Espero que pronto se penalice en Chile el “Acoso Callejero”, porque no lo merecemos.

          0 2969

          principal testimonios

          Tengo 25 años y desde que tengo memoria mi mamá ha trabajado en el caracol de Franklin junto a mi abuela en una peluquería. Yo soy bajita, morena y gorda; lo digo porque al ser “gorda” (tampoco es tanto, sólo tengo unos kilos de más y es debido a que padezco diabetes tipo 2, ya que cuando era niña mis abuelos me daban más dulces que comida y pesaba casi 70 kilos. Actualmente cuido mucho mi alimentación, aunque sigo con sobrepeso, y pese a que la mayoría de la gente piensa que los gordos (as) no tienen sexo o parejas estables, yo estoy emparejada hace 5 años y feliz. Esta introducción es para que entiendan un poco el contexto.

          Hoy estoy sacando mi segunda carrera y tengo ventanas largas en la universidad, por lo que voy a almorzar donde mi mamá. Un día que salí temprano, mi pololo me dijo que me esperaría allá (donde mi madre), para ponernos de acuerdo sobre un asunto. La cosa es que salí del metro, caminé y crucé el semáforo que está al frente del caracol de Franklin, y un tipo (un viejo) pasó por al lado mío y me dijo: “Uf la chanchita rica”. Me invadió mucha rabia y pena (era la única mujer que estaba cruzando), ya que yo no voy por la calle señalándole a la gente sus “defectos” físicos. No lo pude encarar porque un auto estaba esperando a que yo cruzara, pero no es la única vez que me han dicho algo o me han molestado en el sector de Franklin.

          Una vez enfrenté a un tipo que me tiró besos y me gritó cosas al bajarme de la micro, y escuché que con sus amigos me gritó: “Guatona re cualiá fea”, sólo porque los había encarado. Incluso una vez me llamaron puta, porque andaba con un vestido semiformal, un poco apretado y escotado. Estoy bastante cansada de este tipo de trato hacia nosotras.

            0 5002

            principal testimonios

            Tenía 15 años y luego de la hora de almuerzo, me iba caminando al colegio. Como eran cerca de las 14:00 horas casi no había gente en la calle. Estaba todo muy tranquilo. Iba escuchando música, cuando de pronto levanté la mirada y vi un hombre de aspecto desaseado, con su pene afuera, masturbándose y acercándose a mí. Tenía mucho olor a trago, me acorraló contra la pared de una casa e hizo ese maldito sonido como jadeo en mi oído (que lamentablemente he sentido muchas otras veces). Alcancé a empujarlo, perdió el equilibrio y corrí despavorida.

            Llegué tan asustada al colegio que mis compañeros me preguntaron qué es lo que me había pasado; cuando les conté me respondieron algo insólito y a la vez doloroso: “es tu culpa, eso te pasa por andar leseando por ahí… nadie te manda a venirte caminando… andai buscando que te hagan algo…”.

            Solo años después me convencí que no era mi culpa. Pero en el momento, la incomodidad y el temor de volver a escuchar esas respuestas, hicieron que no le contara a mi familia.

              2 2881

              principal testimonios

              Cuando era chica tenía baja autoestima, me sentía fea, quizás realmente lo era. Me hacían bullying en el colegio porque mi pelo con chochos  siempre estaba alborotado y mis cejas eran demasiado grandes. Por eso, cuando en la calle me decían cosas como linda, rica, (afortunadamente nada peor) yo pensaba que lo decían de forma sarcástica, como confirmando que en realidad era fea y mi autoestima se hundía más.

              Después salí del liceo, tuve la oportunidad de vestirme como quería, peinarme como quería  y por primera vez me sentí bonita. Nunca he sido una modelo (si fuera así, no quiero imaginar cómo sería el acoso entonces), pero me sentía bien conmigo misma. Ahí fue cuando empezó el acoso “de verdad”: los silbidos, las palabras que me da demasiado asco repetir y recordar, los besos al aire, los gestos que me dan ganas de vomitar.

              Empezó a pasar tan seguido que desarrollé ansiedad, me sentía (me siento) pésimo al salir a la calle, al punto que no puedo hacerlo sola, tengo que pedirle a mis padres o a mi pololo que me acompañe. Empecé a evitar  a los hombres en la calle, a  dar rodeos si me encontraba con alguna construcción, incluso me sé los horarios en los que pasa el camión de basura y los camiones repartidores de bebidas (porque todas sabemos que si te encuentras con alguno el acoso ocurrirá sí o sí) para ajustar mis horarios y no topármelos. También empecé a afearme. Para salir, me hago el peinado que menos me favorece, deje de maquillarme, utilizo la ropa más holgada que encuentro y siempre, no importa el calor que haga, ando con alguna chaqueta larga que tape por lo menos hasta mi trasero.

              Volví a sentirme fea. Me siento impotente, cobarde, y lo peor de todo es que ni siquiera es miedo lo que me impulsa a hacer todo eso, sino la rabia. Cuando alguien me humilla en la calle siento tanta rabia, tanto odio que no lo puedo soportar, siento nauseas reales, me dan ganas de llorar de pura impotencia y es una situación horrible, así que intento evitarla todo lo posible. He pasado por varias psicólogas pero no ha servido de nada, las dos primeras me dijeron que lo ignorara, la otras dos se rieron  a carcajadas frente a mí, y la última me dijo “bueno, deberías sentirte bien, te están diciendo que eres bonita”. Me dirán exagerada y espero que sea así, ojalá sea yo la única exagerando y ninguna otra mujer de este país se sienta como yo cuando es acosada, porque no se lo deseo a nadie.

              Ahora ya no me callo como cuando era chica, ahora grito, insulto y peleo. Llevo un gas pimienta y voy preparada para repartir golpes. Lo único que quiero es salir de este país, pero dudo tener los recursos económicos para hacerlo algún día. No sé qué hacer, ya no lo soporto, esta no es forma de vivir.

               

               

               

                0 2172

                principal testimonios Tengo 20 años y desde los 11 sufro acoso callejero. Siempre me dicen cosas obscenas y de carácter sexual. Siempre evito a los hombres en la calle para no escuchar sus mal llamados “piropos”, pero hay cosas que no se pueden prevenir siempre. Una tarde, iba caminando con mi hijo de un año y medio a tomar micro. Pasó un tipo en bicicleta y me dio un agarrón. Yo llevaba mi mochila en la espalda, la de mi hijo en un brazo y al otro lado mi pequeño, con quien jugueteaba, así que quedé inmóvil. Me había agarrado tan fuerte, que llegó a empujarme hacia adelante y mi nalga quedo adolorida. No supe cómo reaccionar ni qué hacer. El tipo huyo lo más rápido que pudo, ni siquiera logré mirarle su cara. Quedé en medio de la vereda, a plena luz del día, sin nadie como testigo y con mi hijo en brazos, sin saber qué hacer. Tenía miedo, me sentía sucia, asqueada de la naturaleza de ese hombre que me faltó el respeto. Me tomó un tiempo recuperarme y con lágrimas en los ojos llegué a mi casa. Mi novio me tranquilizó, mi madre me dijo que cosas así me sucederían siempre, que así era la educación de la mayoría de los hombres chilenos. Eso me dio más rabia e impotencia. Me convertí en una persona que andaba a la defensiva en la calle. Ante cualquier ruido de una bicicleta acercándose a mí, temblaba y me hacía a un lado hasta que pasara. Tenía temor de salir sola, cambié mi recorrido mil veces porque cuando les veía la cara a los hombres me aterraba; cambié mi forma de vestir, hasta el color y el corte de mi pelo. Llegué a odiar mi propio cuerpo y cada vez que oía un “piropo” me sentía aún más sucia. Gracias a otros testimonios comprendí que no es culpa de mi cuerpo, que no debo odiarme, así que volví a arreglarme y a vestirme como yo quería. Siempre salgo con audífonos para evitar oír idioteces, aún tengo miedo de salir sola a la calle, pero no puedo vivir escondida. Sinceramente espero que a futuro esto cambie y las mujeres logremos salir a la calle sin miedo, que se nos respete y que ya no seamos tratadas como un objeto sexual.

                  0 3322

                  principal testimonios

                  Hace años que me olvidé de las faldas, nunca he usado escotes y nunca me he comprado una polera con tiritas. Uso el pelo largo, en parte, porque me cubre el cuerpo. Entre los trece y catorce años, ya medía un metro setenta, razón suficiente para que ya no me vieran como una niña. Soy potona y tengo ojos claros. Ése ha sido el punto de partida de todas las asquerosidades que los “galanes” me dedican. Me dijeron e hicieron tantas cosas en la calle, ustedes se las pueden imaginar.

                  Tuve un acosador desde los 17 a los 24 años, un desquiciado de 53 años que me seguía. Pedí ayuda a Carabineros, pero no podían hacer nada. Pedí ayuda a la Fiscalía y tampoco, a menos que él me hubiese amenazado, pero en las cartas que me mandaba no lo hacía. Me decía cuánto me deseaba, me contaba sin ninguna vergüenza que me seguía y que se imaginaba una vida de amor conmigo.

                  Un día fui a andar en bici por la ciudad y fue traumático. Es como si al verme encima de la bici se imaginaran que estoy encima de ellos. Casi todos los días quiero ser invisible en la calle, siempre llevo lentes oscuros.

                  Cuando termino mis cosas y sobre todo si he tenido un día pesado, me gusta salir a botar las tensiones, hacer deporte. ¿Y saben qué ropa se usa para correr? Ropa apretada, es lo más cómodo, es una lata trotar con buzo y la polera de mi papá. Así no puedo arreglar mi día, no logro relajarme, vuelvo totalmente desmoralizada. ¡Si hasta reverencias me han hecho! Mientras troto sólo pienso “ignóralos, ignóralos, ignóralos”. Mandaré a estampar una polera que diga “puedo ser tu hermana, tu hija, tu mamá, tu prima, tu amiga”, pero ¿daría resultado? Ya me imagino la respuesta: “fea culiá, quién te mira a voh”. O “cómo quiere que no le digan cosas, si mira con los leggings que anda”. “Uy, rebelde, rica, me encantan las minas así”.

                  Finalmente, me metí al gimnasio, no salgo más a trotar al aire libre. ¡Me lo quitaron! ¡Me quitaron mi derecho a estar en el parque! ¡Me lo quitaron y ya me habían quitado mi derecho a vestirme como quisiera!

                    0 2653

                    principal testimonios

                    Tengo dos historias. La primera pasó más o menos hace dos años. Iba caminando con un amigo a su casa y para acortar camino, se nos ocurrió pasar por una calle donde hay pocas casas y un terreno abandonado. Eran como las cuatro de la tarde, íbamos conversando, cuando salió un viejo de una de las casas y me gritó cosas muy pervertidas. Por suerte, iba con mi amigo, un par de años mayor, para defenderme.

                    La segunda  pasó hace como cuatro años. Con mi familia, fuimos al campo a pasar el año nuevo. Como era la primera vez que iba, decidí recorrer el lugar. Nadie me quiso acompañar, todos estaban cansados por la fiesta del día anterior. Caminé mucho por un camino concurrido para ser un campo. Allí apareció un hombre, de unos  50 o 60 años. Me saludó y diciéndome “feliz año nuevo” me abrazó muy fuerte, me agarró la cara e intentó darme un beso y manosearme. Quedé paralizada, no me acuerdo como fue que me escapé de su abrazo asqueroso, pero recuerdo que me fui corriendo a la casa y llegué muy asustada, casi llorando. No me atreví a contarle a nadie. Hasta hoy día me de mucha vergüenza lo sucedido.

                      0 3224

                      principal testimonios

                      Hoy en la tarde viví en carne propia lo terrible que es el acoso callejero. Me subí a la C22 en Escuela Militar para irme a mi casa. Me senté al lado de una ventana. Un señor de unos 50 años se sentó a mi lado y mirándome con cara de “pervertido loco”, sacó su pene y comenzó a masturbarse. Al principio, no supe cómo reaccionar. Tuve miedo, me sentí impotente. Comencé a llorar. Intenté bajarme, pero el sujeto me tapaba la pasada. Varias personas veían, pero nadie hacía nada ¿Indiferencia? ¿Miedo? No sé. Me sentí sola.
                      Empecé a gritar para bajarme de la micro. Estaba asqueada. Con mis gritos, que antes habían ignorado, comenzaron a acercarse. Mi acosador simplemente miró para otro lado como diciendo “no sé qué le pasa, es una cabra loca”.
                      Frente a todo esto tengo varias cosas que decir:

                      1.- Repudio completamente cualquier tipo de acoso callejero, sea de un hombre, mujer o niño.
                      2. Es vergonzoso que varias personas miraran y no hicieran nada.
                      3. Es vergonzoso de mi parte no haber tenido el coraje suficiente para denunciarlo.
                      4. Aparte de leyes contra el acoso callejero, deberían haber programas que enseñen que está mal hacerlo, desde que son niños. “No enseñen a la mujer a vestirse, enseñen al hombre a no violar”.
                      “No quiero tu piropo, quiero tu respeto”
                      ¡No más acoso callejero!